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   Vol. 70/No. 1           9 de enero de 2006  
 
 
Bosnia: 10 años desde intervención imperialista;
continúan principales contradicciones de clase
(especial)
 
POR ARGIRIS MALAPANIS  
Era el 20 de diciembre de 1995, en el aeropuerto de Sarajevo, capital de Bosnia, una de las repúblicas de la antigua Yugoslavia federada. En el frío del invierno, en una ceremonia llena de simbolismo, el almirante estadounidense Leighton Smith, en aquel entonces comandante de la OTAN en el sur de Europa, tomó posesión de la autoridad militar en Bosnia, reemplazando al general francés Bernard Janvier, jefe de la misión “pacificadora” de Naciones Unidas. Había comenzado la ocupación de Bosnia por 60 mil soldados de la OTAN, encabezados por 20 mil tropas norteamericanas.

“Ahora la región está estable y pacífica, y los asesinatos brutales solo apenas un recuerdo”, escribió 10 años más tarde el ex presidente norteamericano William Clinton. “Bosnia es un solo país”, aseveró en un comentario publicado el 1 de diciembre en el Wall Street Journal. Clinton, entonces comandante en jefe, fue arquitecto de esa operación militar, la cual se efectuó tras 18 meses de bombardeos por la Marina y la Fuerza Aérea norteamericanas.

Eso es lo que han alegado muchos políticos y comentaristas en torno al décimo aniversario de esa agresión imperialista: que la intervención benévola de Washington trajo la paz y puso fin al fratricidio en esa parte de los Balcanes.

Nada más lejos de la verdad.

La invasión a Bosnia, así como los ataques aéreos de la OTAN y los acuerdos de “paz” de Dayton que le precedieron, fueron una continuación de la política que ya por más de una década habían seguido Washington y sus aliados para desmembrar a Yugoslavia. Tras estos sucesos se dio, tres años después, el masivo bombardeo contra Serbia, cuyo objetivo fue la clase trabajadora en esa república, y la ocupación por las fuerzas de la OTAN de Kosova, la región autónoma en el sur de Yugoslavia cuya población es mayormente de nacionalidad albanesa.

El objetivo de los gobernantes norteamericanos no era detener la “limpieza étnica” y establecer la “democracia”. Más bien, era reforzar la supremacía de Washington en Europa, derrocar el estado obrero establecido en Yugoslavia por una revolución obrera y campesina en 1945 y reimponer el capitalismo en ese país.

Sobre los huesos y la sangre del pueblo de Yugoslavia, los gobernantes norteamericanos sí lograron reforzar la posición de Washington como primera potencia en Europa. Pero el otro objetivo de la intervención imperialista —eliminar la propiedad nacionalizada y restablecer el sistema del “mercado libre”— sigue siendo una contradicción que no se ha resuelto.

Si se hubiese logrado la estabilidad y lo que Washington califica como democracia, no habría necesidad de mantener ahí indefinidamente las tropas imperialistas. Sin embargo, el 21 de noviembre de 2005 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas renovó por un año más el mandato de la Fuerza de la Unión Europea en Bosnia. Estas 6 500 tropas, que ahora están bajo el mando de un general italiano y comprenden 200 soldados norteamericanos, reemplazaron a la OTAN en el control militar de esa república hace un año.

Hoy día el gobierno de Bosnia está encabezado oficialmente por una presidencia rotatoria de tres personas. Pero el que manda es el “Alto Representante” de la ONU, que cuenta con poderes dictatoriales, incluyendo el derecho a despedir a funcionarios electos con los que no esté de acuerdo. La revista Economist recientemente se refirió al “gobierno imperial” en relación al dominio del representante de la ONU, quien hasta el mes pasado era Lord Jeremy Ashdown, ex dirigente del Partido Demócrata Liberal británico.  
 
OTAN atiza divisiones nacionales
Bosnia actualmente está dividida de acuerdo a diferencias nacionales, situación codificada hace 10 años en el pacto de Dayton. La república consiste de una Federación Bosnio-Croata y está subdividida en 10 cantones segregados mayormente por nacionalidad, además de la llamada República Serbia.

“Las escuelas están estrictamente divididas étnicamente”, dijo el Economist del 26 de noviembre, en un artículo sobre Mostar, un poblado donde viven croatas, bosnios (musulmanes en su mayoría) y serbios. “Todos los municipios salvo uno tienen poblaciones que en un 90 por ciento provienen del mismo grupo religioso o étnico”, informó el Guardian del 29 de noviembre.

Al sudeste de Bosnia, en Kosova, las fuerzas imperialistas han jugado un papel parecido. Se encuentran allí más de 17 mil tropas de la OTAN, incluyendo 1 800 soldados norteamericanos, que permanecerán más allá de la fecha original de salida en 2006.

Las fuerzas de la OTAN han ocupado Kosova —formalmente una región autónoma de Serbia— desde 1999, después de la brutal campana de “limpieza étnica” en contra de los albaneses de Kosova del gobierno estalinista de Slobodan Milosevic. El pueblo trabajador de Serbia derrocó a este odiado régimen a través de una rebelión popular en 2000.

Washington y otras potencias imperialistas enviaron tropas a Kosova bajo la bandera de proteger los derechos nacionales de los albaneses, que reivindican su independencia de Serbia. Sin embargo, en los últimos seis años las fuerzas de la OTAN han bloqueado la autodeterminación de Kosova y han fomentado la animosidad entre los albaneses y la minoría serbia, la cual vive predominantemente en enclaves aislados. Por ejemplo, en el ultimo año se han dado diversos ataques de “limpieza étnica” en los que murieron 30 serbios y 3 600 se vieron forzados a abandonar Kosova, mientras los “pacificadores” de la OTAN no hacían nada.

En mayo del 2005, soldados noruegos de la OTAN en Kosova hicieron un video musical usando la canción de los Beach Boys conocida como “Kokomo”, que muestra a soldados noruegos bailando en uniforme de combate en los campos y las bases militares cantando: “Por ahí en Kosovo, les daremos en el culo y veremos cómo nos va, que en verdad no sabemos. Suerte a Kosovo…. Es Europa y la OTAN, porque diablos vamos allá?” Estos y otros insultos como los comentarios sobre “serbios malos”, causaron indignación en la región y protestas diplomáticas entre los gobiernos de Serbia y Noruega, según informó Al Jazeera.

Macedonia es una de las ex repúblicas de Yugoslavia donde el pueblo trabajador hizo avances en la lucha por la autodeterminación de la minoría albanesa. Se reconoció oficialmente su idioma, y las zonas donde los albaneses son la mayoría y ganaron una autonomía limitada el año pasado. Sin embargo, esto se logró a pesar de las fuerzas de la OTAN, las cuales al principio ayudaron a las fuerzas armadas de Macedonia en su ataque contra los rebeldes albaneses. Los logros fueron resultado de las luchas recientes por los derechos nacionales de los albaneses en Macedonia. Su lucha se fundamenta en los logros de la revolución yugoslava, que aún permanecen a pesar de la intervención imperialista y las guerras asesinas de los 90 por parte de las pandillas rivales de la burocracia estalinista que gobernaba Yugoslavia.  
 
Difícil crear ‘economía de mercado’
“Bosnia aún tiene que implementar un plan integral de privatización para desocializar su economía”, se quejaba un informe presentado en 1998 por el Instituto CATO, fundación norteamericana que promueve una política de “mercado libre”. “Muchos funcionarios bosnios se resisten a la privatización a fin de proteger un sistema burocrático de empleos y privilegios heredado de los días comunistas”.

Un cable de la UPI en 2001 dijo que las “empresas estatales [de Bosnia] eran instrumentos de patrocinio, y sus bancos son forzados a hacer préstamos políticos imprudentes”.

Desde entonces no ha cambiado mucho la situación. El ambiente en Bosnia aún “no es propicio para la creación de una economía de mercado con un sector privado”, señala un informe del Departamento de Estado estadounidense. “La implementación de la privatización…ha sido lenta”, declara el World Factbook de la CIA en su sección sobre Bosnia.

Los trabajadores y campesinos, entre otros, ha resistido los intentos de reimponer las relaciones sociales capitalistas. Según un informe de Reuters del 1 de diciembre, los trabajadores habían protestado contra la venta de las minas de hierro Zenica en Banja Luka, Bosnia, a la Compañía de Acero Mittal con sede en Países Bajos. Se informa que fuerzas aliadas a Milosevic habían usado estas instalaciones para torturar a presos musulmanes y croatas en los 90. Actualmente, Mittal controla el 92 por ciento de la compañía.

Según diversos informes noticiosos, varias empresas en Bosnia adquiridas por inversores extranjeros, principalmente capitalistas alemanes, han recortado salarios. Algunas, como la fábrica Alloy en Jajce, han instalado cámaras en las fábrica para vigilar a los trabajadores calificados como revoltosos. En varias ocasiones los patrones no han pagado a los trabajadores durante meses, y después les pagan solo parte de los salarios atrasados.

En muchos casos, los trabajadores se han aguantado en esos trabajos, ya que las pésimas condiciones económicas les ofrecen pocas opciones. En los últimos cinco años, el desempleo ha superado el 40 por ciento, según cifras del gobierno de Bosnia. El producto interno bruto aun es el 60 por ciento de lo que era cuando las fuerzas respaldadas por Belgrado lanzaron una guerra para apropiarse de una parte de Croacia y crear una “Gran Serbia”.

La matanza en Yugoslavia, iniciada en 1991-92 por pandillas rivales burocráticas que esgrimían demagogia nacionalista, también fue desde el principio una guerra que reflejaba los intereses de las potencias imperialistas en competencia, producto del conflicto creciente entre Berlín, París, Londres y Washington.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los trabajadores y campesinos de Yugoslavia, de todos los orígenes nacionales y creencias, derrotaron la ocupación imperialista alemana y así lanzaron una poderosa revolución social. El pueblo trabajador derrocó a los terratenientes y capitalistas y tomó el poder político. Para fines de los 40 ya habían llevado a cabo una reforma agraria radical, habían expropiado las fábricas, los almacenes y los bancos, y habían establecido una economía planificada: un estado obrero.

Las guerras de los 90 fueron producto de la degeneración de esta revolución bajo la maldirigencia estalinista encabezada por Josip Broz Tito. Esta degeneración política hizo que Yugoslavia fuera más vulnerable a las operaciones del capital financiero y a las presiones del imperialismo que atizaron la guerra mucho antes de los 90. Cómo el imperialismo norteamericano y sus aliados fomentaron la guerra en Yugoslavia se presentará en un próximo número.  
 
 
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