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   Vol. 70/No. 29           7 de Agosto de 2006  
 
 
Cómo inmigrantes chinos, japoneses
en EE.UU. resistieron discriminación
(especial)
 
POR MILTON CHEE  
El artículo a continuación se basa en una charla que dio Milton Chee, un obrero ferroviario en San Francisco y miembro del Proyecto de Impresión de Pathfinder, en un evento celebrado el 22 de abril en Nueva York para promover el libro
Nuestra historia aún se está escribiendo: la historia de tres generales cubano-chinos en la Revolución Cubana, publicado en enero por la casa editora Pathfinder. Copyright © 2006 por el Militante.

La lucha actual del pueblo trabajador por los derechos de los inmigrantes ha llevado a un renovado interés en conocer sobre el trato discriminatorio que por décadas sufrieron los trabajadores chinos y japoneses a su llegada a Estados Unidos hace ya más de 100 años.

La primera ola de inmigrantes chinos llegó como consecuencia de la Fiebre del Oro en California a mediados de la década de 1850. El éxodo de China en esa época fue organizado para sustituir el comercio de esclavos africanos, que ya se había proscrito. Ante la amenaza de ser desplazados y quedar desempleados en su país, los chinos emigraron a lugares tan cercanos como Singapur y Australia, pero también tan lejanos como Estados Unidos, Cuba y Perú. En la travesía los chinos padecieron condiciones horrorosas en los barcos, parecidas a las de los buques de la muerte de la trata de esclavos.

A su llegada, estos trabajadores chinos se toparon con discriminación racial, incluso a veces fatal, en los campos auríferos. Entre las numerosas leyes antichinas que se aprobaron, había una ley del Impuesto a Mineros Extranjeros. Esta le daba un poder indiscriminado al recaudador de impuestos para cobrar y volver a cobrar el impuesto aún cuando los mineros extranjeros hubieran pagado. Las leyes municipales y estatales y los fallos judiciales culminaron con la aprobación de la ley antichina que en 1882 prohibió la inmigración de los trabajadores chinos. Conocida como la Ley de Exclusión China, permaneció en vigor hasta 1943.

Entre los muchos incidentes de discriminación, uno que me llama la atención es el caso llevado a los tribunales en 1854, denominado El Pueblo contra Hall, en que un hombre blanco de California fue acusado de homicidio y el principal testigo del fiscal era chino. El asesino apeló el fallo de culpabilidad en base a las leyes de California que prohibían que los negros e indios dieran testimonio contra los blancos. En su defensa Hall amplió este argumento incluyendo a todas las personas no blancas. Afirmó que el testigo chino no tenía autoridad jurídica para testificar en su contra. La Corte Suprema de California aceptó este argumento y revocó el dictamen de culpabilidad. Esto fue el origen jurídico de la expresión: “No tienes ni la suerte de un chino”.  
 
Pogroms contra chinos
En el Oeste, se daban pogroms (masacres) contra chinos en las épocas cuando éramos considerados una amenaza en el mercado laboral, especialmente en tiempos de depresión económica y de elecciones. Una parte de este movimiento era el Partido de los Trabajadores (Workingmen’s Party) de California, cuya única demanda política era “Que se vayan los chinos”. En julio de 1877 estalló un motín por tres días en San Francisco, en el que murieron muchos chinos y muchas de sus propiedades fueron destrozadas.

Mucho alarde se hace de las diferencias culturales y raciales que separaban a los chinos del resto de la sociedad norteamericana, pero, al fin de cuentas, eran las necesidades económicas del capital lo que reducía los salarios y el nivel de vida de todos los trabajadores.

Se utilizó a trabajadores chinos, que tenían conocimiento del uso de los explosivos y de la construcción civil, para construir el camino y las vías del ferrocarril Central Pacific desde Sacramento hacia el este, pasando por la Sierra Nevada y Utah, aún durante los periodos más crudos de dos inviernos. También se utilizó las capacidades y los conocimientos agrícolas de estos trabajadores para drenar los pantanos y excavar las bodegas de vino.

Tras completar el ferrocarril Union Pacific, se empleó a trabajadores chinos por todo el Noroeste del Pacífico y otras partes de Estados Unidos para seguir construyendo vías de ferrocarril.

Al terminar la construcción de estas vías, muchos regresaron a San Francisco y a otras ciudades importantes con comunidades chinas, donde buscaron trabajo en restaurantes, lavanderías y otros pequeños negocios. O se fueron a los campos como trabajadores agrícolas. Algunos se fueron a Cuba por la demanda de mano de obra en las fincas azucareras.

Después del terremoto e incendio de San Francisco en 1906, las autoridades de la ciudad planeaban reconstruir la ciudad reubicando el Barrio Chino, pues ocupaba una zona muy cotizada de propiedad inmobiliaria. La comunidad china pronto volvió a ocupar su zona original, impidiendo así el intento de reubicación.

Un resultado positivo del terremoto fue la destrucción de los registros civiles, haciendo casi imposible probar quién era ciudadano y quién no era.

Estas luchas de los trabajadores y pequeños comerciantes chinos casi no se señalan en los libros de historia de Estados Unidos, lo cual crea la imagen falsa de una comunidad dócil y moderada.  
 
Discriminación contra japoneses
También se emplearon formas parecidas de opresión racial y explotación económica contra otros inmigrantes asiáticos

Los inmigrantes japoneses llegaron a Estados Unidos en grandes números entre 1890 y 1915, buscando trabajo primero en la agricultura y los servicios, y luego se esparcieron a la agricultura especializada y otros negocios pequeños.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, algunos inmigrantes japoneses habían tenido éxito en la horticultura y la cría de pollos. Algunos hasta llegaron a ser millonarios. Sin embargo, como los chinos, se les prohibió a los japoneses casarse con blancos, de acuerdo con las leyes antimestizaje de aquella época.

En 1913 el estado de California promulgó la Ley de Tierra de Extranjeros, que impedía el derecho a la propiedad de la tierra a los que no habían nacido en este país.

Entre los casos de resistencia ante la discriminación contra los asiáticos, hubo huelgas de trabajadores japoneses en las plantaciones de Hawai en 1909. Además, éstos se sumaron a 3 mil trabajadores filipinos en una huelga allí en 1920, en la que participaron 8 300 trabajadores, es decir, el 77 por ciento de la fuerza laboral.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, el presidente Franklin Roosevelt emitió la Orden Ejecutiva 9066, que dictó la exclusión de los japoneses y japoneses-americanos de los estados de la Costa Oeste del país, supuestamente para impedir que esa parte de la población actuara como agentes de Tokio durante la guerra. En su mayoría eran ciudadanos estadounidenses, muchos de ellos niños, puesto que la mayoría de éstos había nacido en Estados Unidos. Los tristemente célebres campos de concentración para los japoneses-americanos se establecieron a raíz del decreto de Roosevelt.

Después de la guerra no se presentó en los tribunales ni un solo caso de traición o espionaje. Uno de los principales resultados de la expulsión de los japoneses-americanos de los estados de la Costa Oeste fue la pérdida de sus lucrativas propiedades agropecuarias y demás negocios. Estas propiedades fueron rematadas por una pequeña parte de su valor, y así fueron incorporadas a las propiedades de la clase capitalista de California.

La capacidad y espíritu de lucha en contra de la opresión racista y explotación que las anteriores generaciones de chinos y otros inmigrantes asiáticos habían demostrado se manifiesta hoy día aún más en las protestas proletarias por los derechos y el reconocimiento de los inmigrantes.

La perspectiva de buscar solidaridad más ampliamente, obtenerla y pedir aún más, incluso a través de huelgas políticas para exigir que el gobierno legalice a todos los inmigrantes, muestra el camino para todo el pueblo trabajador.

Es éste el camino —y no el del Partido de los Trabajadores en California, que propugnaba la exclusión racista y se basaba a fin de cuentas en la política burguesa—que puede conducir al fin de la opresión nacional y explotación de clase de todos los trabajadores y agricultores.  
 
La revolución socialista cubana
En el libro Nuestra historia aún se está escribiendo, Sío Wong, uno de los generales chino-cubanos, afirma: “¿Cuál es la diferencia de experiencias entre los chinos aquí en Cuba y los de otros países de la diáspora? La diferencia es que aquí se llevó a cabo una revolución socialista. La revolución eliminó la discriminación no solo por el color de la piel. Sobre todo eliminó las relaciones de propiedad que crean la desigualdad no solo económica, sino también social entre el rico y el pobre.

“Es lo que hizo posible que un hijo de un chino pudiera ser representante del gobierno, que pueda ser cualquier cosa. Aquí se acabó la discriminación: del negro, del chino, de la mujer y del pobre. Aquí los cubanos de ascendencia china estamos integrados.

“A los historiadores, y a otros que quieran estudiar esta cuestión, yo les digo que tienen que entender que la comunidad china de aquí de Cuba es distinta de la de Perú, Brasil, Argentina o Canadá.

“Y la diferencia está en el triunfo de una revolución socialista”.
 
 
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