El Militante (logo)  

Vol. 71/No. 6      12 de febrero de 2007

 
‘El deseo de seguir la vía cubana
era profundo’
Crónica de gira por director del ‘Militant’ Joseph Hansen
en América Latina en 1961-62
(especial)
 
POR MIKE TABER  
“Esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado, que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parara más…. Porque esta gran humanidad ha dicho ‘¡Basta!’”

Es lo que afirma La Segunda Declaración de La Habana, un manifiesto de lucha revolucionaria en las Américas aprobado por un millón de personas en la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba en febrero de 1962.

El documento, dirigido a los pueblos de América Latina y del mundo, está incluido en La Primera y Segunda Declaración de La Habana, un nuevo libro publicado por la editorial Pathfinder en el 45 aniversario de su aprobación. El manifiesto fue publicado en su totalidad por el Militant en aquel entonces.

Pathfinder (Pioneer en aquel entonces) publicó la Segunda Declaración como folleto en marzo de 1962 y lo ha mantenido impreso desde entonces. La nueva edición contiene la Primera y Segunda Declaración de La Habana, junto con una cronología, un glosario, 16 páginas de fotos y una introducción por Mary-Alice Waters, la editora del libro.

Reflexionando sobre la situación descrita por estas declaraciones, el presidente cubano Fidel Castro dijo ante una Conferencia Internacional de Solidaridad de Mujeres en 1998, que él “creía entonces, y creo ahora, que entonces se pudo hacer una revolución como la de Cuba en toda la América Latina, lo que habría acelerado el curso de la historia”.

La ola de lucha que empezaba “a levantarse por entre las tierras de Latinoamérica,” a la que se refiere la Segunda Declaración la describió claramente el director del Militant Joseph Hansen durante su viaje periodístico de cuatro meses en América Latina desde septiembre de 1961 hasta enero de 1962. Según lo resumió Hansen:

“América Latina se encamina hacia la revolución socialista. Es cierto que este movimiento es irregular y sujeto a muchos altibajos, pero su trayectoria básica es incuestionable”.

Es entre el pueblo trabajador y los jóvenes que participan en estas luchas, dijo el director del Militant, “que se forjará la dirección” políticamente capaz de organizar a los trabajadores para hacer la revolución.  
 
Huelgas generales, luchas callejeras
“En la huelga general de 24 horas ayer el movimiento obrero de Ecuador obtuvo una notable victoria”, comienza el informe de Hansen del 5 de octubre de 1961 desde Quito, la capital.

“Quedó prácticamente parado el comercio, las fábricas cerraron”, escribió. Tropas armadas estaban por todos lados. “En algunas zonas los soldados, divididos en grupos de tres, marchaban por las calles con sus bayonetas resplandecientes en el sol ecuatorial”.

Hansen reportó sobre lo que ocurrió seguidamente: “En la Plaza del Teatro, trabajadores y estudiantes intentaron realizar un mitin callejero. Soldados con máscaras de gases fueron ordenados a avanzar hacia la multitud…

“[T]res tanques entraron rugiendo a la plaza y rodaron en formación, apuntando sus cañones hacia la multitud, que ya iba corriendo”. El gas lacrimógeno, debo añadir, tiene el mismo olor al que se suele usar en Estados Unidos durante conflictos obreros”.

Hansen dio una descripción gráfica de batallas similares en otros países que visitó: un paro general de un día en Uruguay; una huelga de seis semanas de trabajadores del ferrocarril en Argentina; un intento de huelga general en São Paulo, Brasil; huelgas de miles de empleados bancarios en Colombia y de choferes de taxi en La Paz, Bolivia.

La mayoría de estas acciones fueron reprimidas con ataques de la policía y las fuerzas armadas. Una de las batallas callejeras de las que fue testigo sucedió en Bolivia.

“El lunes por la tarde [23 de octubre de 1961] una multitud de varios miles se juntó en El Prado, una bella calle amplia” en La Paz, informó Hansen. “La gente intentó llegar a la plaza donde podrían escuchar a oradores pero la policía les prohibía el paso. La multitud avanzó. La policía lanzó granadas de gases lacrimógenos, usando un tipo de gas que no se conocía antes en esta ciudad. Este forma una nube amarillenta que arde continuamente. La multitud retrocedió, se reagrupó y reanudó su marcha. Cuando se acabaron los gases lacrimógenos la gente logró vencer a la policía y persiguió a algunos hasta un barranco profundo donde corre el río La Plaza por la ciudad.

“Fuertes refuerzos de la policía llegaron por calles aledañas con nuevas reservas de gases lacrimógenos… . El gas no bastó para dispersar a los manifestantes y empezaron con los rifles… .

“Algunos de los manifestantes iban corriendo por la calle, alejándose de los incesantes disparos.

“Al fin no importó mucho en que dirección fuimos, ya que habían enfrentamientos en varias áreas por plazas estratégicas”.  
 
‘Alianza para el Progreso’
En esa eppoca, millones de trabajadores y campesinos de todo el continente americano se sentían atraídos hacia las medidas tomadas por el pueblo trabajador cubano desde la victoria revolucionaria de 1959, cuando se derrocó a la dictadura de Batista respaldada por Washington. Entre estas medidas estaban una amplia reforma agraria; una reducción radical de los alquileres y las tarifas de servicios públicos; medidas que prohibieron la discriminación racial contra los negros; y la expropiación de los intereses imperialistas norteamericanos y de capitalistas cubanos que habían explotado brutalmente a los trabajadores y derrochado los recursos naturales de la nación durante décadas.

Para contrarrestar el poder atractivo de la Revolución Cubana y prevenir revoluciones en otras partes de América, la administración norteamericana del presidente John F. Kennedy anunció en 1961 la “Alianza para el Progreso”. Como su medida más pregonada, el programa dedicaba 20 mil millones de dólares en préstamos para los gobiernos latinoamericanos durante un periodo de 10 años, a cambio de aceptar alinearse contra Cuba.

Como señalaron repetidamente Fidel Castro, Che Guevara y otros líderes cubanos, este programa era incapaz de bregar con los problemas creados por el propio imperialismo. Esta “alianza”, de hecho, intensificaba la explotación de América Latina por las familias gobernantes de Estados Unidos, absorbiendo miles de millones dólares en pagos de intereses de la deuda creada por los préstamos.

Los regímenes capitalistas y latifundistas pro-imperialistas de América Latina proclamaron el programa como una alternativa a Cuba.

Sin embargo, “Con respecto a los trabajadores y otros sectores oprimidos de la población”, dijo Hansen, “están demostrando lo que piensan sobre las promesas de Kennedy en la forma más natural para ellos: la acción”.  
 
Debate entre activistas militantes
En conversaciones con militantes en América Latina sobre las luchas en sus propios países, Hansen se enteró que también estaban interesados en las luchas en Estados Unidos, y en particular la lucha dirigida por los negros para derrocar el sistema de segregación Jim Crow en el Sur durante las décadas de 1950 y 1960.

Hansen también informó sobre el trabajo de militantes obreros para entender cuestiones programáticas de vida o muerte, estrategia y tácticas.

No era solo en las ciudades donde se estaban produciendo las luchas en América Latina a principios de los años 60. En Perú, por ejemplo, un movimiento de masas centrado entre los indios quechua luchaba por recuperar tierra que les había sido robada durante siglos por los colonizadores extranjeros y los capitalistas y latifundistas nacionales. El movimiento también luchó para sindicalizar a los trabajadores agrícolas.

En aquella época en Brasil las Ligas Campesinas movilizaban a miles de trabajadores rurales para luchar por la tierra. Hansen entrevistó a Francisco Julião, organizador de las Ligas Campesinas. Julião dijo que la organización había tenido un gran crecimiento entre los campesinos inspirados por el ejemplo de la reforma agraria en Cuba.

En México, su última parada en esta gira por América Latina, en febrero de 1962, Hansen también entrevistó a Ramón Romero, uno de los dirigentes de la lucha en Nicaragua contra la tiranía de la familia Somoza. La trayectoria de Romero se remontaba a los días de Augusto César Sandino en la década de 1930. Hansen le preguntó a Romero sobre el impacto en Nicaragua de la victoria de la Revolución Cubana.

“Sorpresa y alegría”, respondió Romero. En el creciente conflicto entre el imperialismo norteamericano y los trabajadores y campesinos de Cuba, dijo, “El pueblo de Nicaragua… está con Cuba”.

En un artículo del 11 de noviembre de 1961 sobre cómo la huelga general en Ecuador había llevado al derrocamiento del odiado gobierno de José María Velasco Ibarra, Hansen analizó los retos que enfrentaba el nuevo régimen. Un político capitalista, Carlos Julio Arosemena, se había convertido en presidente y su portavoz “declaró que se podía contar con el nuevo jefe de estado para ‘intentar poner en práctica las ideas del plan Kennedy para una Alianza para el Progreso’”.

“La alternativa”, escribió Hansen, “es una profunda reforma agraria, la expropiación de las propiedades capitalistas extranjeras y nativas y la introducción de una economía planificada, como en Cuba. ¿Seguirá Arosemena el ejemplo cubano? Sería completamente ilusorio esperar que esta figura burguesa siguiera tal curso revolucionario….

“Entre las fuerzas populares, sin embargo, el deseo de hacerlo a lo cubano es muy profundo”.

Tales respuestas, que Hansen describió en sus despachos, confirman la precisión de las conclusiones de La Segunda Declaración de La Habana:

“Lo que Cuba puede dar a los pueblos, y ha dado ya, es su ejemplo. Y ¿qué enseña la revolución cubana? Que la revolución es posible”.  
 
 
Portada (este número) | Página inicial | Página inicial en versión de texto