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Vol. 71/No. 36      1 de octubre de 2007

 
‘Una revolución necesita a un pueblo movilizado’
Discurso de Che Guevara: ‘Para ser médico
revolucionario, primero hay que hacer revolución’
(especial)
 
A continuación aparece un fragmento de Che Guevara habla a la juventud, uno de varios títulos editados por la editorial Pathfinder sobre el ejemplo revolucionario de Cuba, en que se destaca el curso comunista de Guevara. El fragmento es de la charla ofrecida por Guevara el 19 de agosto de 1960, la cual inauguró una serie de conferencias del Ministerio de Salud Pública de Cuba. En aquel momento, la prioridad del ministerio era la creación de una red de hospitales y clínicas rurales para extender la atención médica a la mayoría de campesinos, quienes antes de la revolución carecían de acceso a servicios regulares. Paulatinamente se introdujo un sistema de atención médica gratuita y para 1963 abarcaba todo el país. Lo publicamos con motivo del 40 aniversario de la muerte en combate de Guevara en Bolivia el 9 de octubre de 1967. Copyright © 2000 por Pathfinder Press, Aleida March/Archivo Personal del Che. Se reproduce con autorización.

POR ERNESTO CHE GUEVARA  
Compañeros:

Este acto sencillo, uno más entre los centenares de actos con que el pueblo cubano festeja día a día su libertad y el avance de todas sus leyes revolucionarias, el avance por el camino de la independencia total, es, sin embargo, interesante para mí.

Casi todo el mundo sabe que inicié mi carrera como médico, hace ya algunos años. Y cuando me inicié como médico, cuando empecé a estudiar medicina, la mayoría de los conceptos que hoy tengo como revolucionario estaban ausentes en el almacén de mis ideales.

Quería triunfar, como quiere triunfar todo el mundo. Soñaba con ser un investigador famoso. Soñaba con trabajar infatigablemente para conseguir algo que podía estar, en definitiva, puesto a disposición de la humanidad, pero que en aquel momento era un triunfo personal. Era, como todos somos, un hijo del medio.

Después de recibido, por circunstancias especiales y quizás también por mi carácter, empecé a viajar por América y la conocí entera. Salvo Haití y Santo Domingo, todos los demás países de América han sido, en alguna manera, visitados por mí. Y por las condiciones en que viajé, primero como estudiante y después como médico, empecé a entrar en estrecho contacto con la miseria, con el hambre, con las enfermedades, con la incapacidad de curar a un hijo por la falta de medios, con el embrutecimiento que provoca el hambre y el castigo continuo, hasta hacer que para un padre perder un hijo sea un accidente sin importancia, como sucede muchas veces en las clases golpeadas de nuestra patria americana. Y empecé a ver que había cosas que en aquel momento me parecieron casi tan importantes como ser un investigador famoso o como hacer algún aporte sustancial a la ciencia médica: y era ayudar a esa gente.

Pero yo seguía siendo, como siempre lo seguimos siendo todos, hijo del medio, y quería ayudar a esa gente con mi esfuerzo personal. Ya había viajado mucho —estaba en aquellos momentos en Guatemala, la Guatemala de Arbenz— y había empezado a hacer unas notas para normar la conducta del médico revolucionario. Empezaba a investigar qué cosa era lo que necesitaba para ser un médico revolucionario.

Sin embargo, vino la agresión, la agresión que desatara la United Fruit, el Departamento de Estado, [John] Foster Dulles —en realidad es lo mismo— y el títere que habían puesto, que se llamaba Castillo Armas —¡se llamaba!—. La agresión tuvo éxito, dado que aquel pueblo todavía no había alcanzado el grado de madurez que tiene hoy el pueblo cubano. Y un buen día, como tantos, tomé el camino del exilio, o por lo menos tomé el camino de la fuga de Guatemala, ya que no era esa mi patria.

Entonces me di cuenta de una cosa fundamental: para ser médico revolucionario, o para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es revolución. De nada sirve el esfuerzo aislado, el esfuerzo individual, la pureza de ideales, el afán de sacrificar toda una vida —una vida al más noble de los ideales— si ese esfuerzo se hace solo, solitario en algún rincón de América, luchando contra los gobiernos adversos y las condiciones sociales que no permiten avanzar. Para ser revolución se necesita esto que hay en Cuba: que todo un pueblo se movilice y que aprenda, con el uso de las armas y el ejercicio de la unidad combatiente, lo que vale un arma y lo que vale la unidad del pueblo.

Y entonces ya estamos situados, sí, en el núcleo del problema que hoy tenemos por delante. Ya entonces tenemos el derecho y hasta el deber de ser, por sobre todas las cosas, un médico revolucionario, es decir, un hombre que utiliza los conocimientos técnicos de su profesión al servicio de la revolución y del pueblo. Y entonces se vuelven a plantear las interrogantes anteriores. ¿Cómo hacer efectivamente un trabajo de bienestar social, cómo hacer para compaginar el esfuerzo individual con las necesidades de la sociedad?

Y hay que hacer nuevamente un recuento de la vida de cada uno de nosotros, de lo que se hizo y se pensó, como médico o en cualquier otra función de la salud pública, antes de la revolución. Y hacerlo con profundo afán crítico, para llegar entonces a la conclusión de que casi todo lo que pensábamos y sentíamos en aquella época ya pasada debe archivarse, y debe crearse un nuevo tipo humano. Y si cada uno es el arquitecto propio de ese nuevo tipo humano, mucho más fácil será para todos el crearlo y el que sea el exponente de la nueva Cuba.

Es bueno que a ustedes los presentes, los habitantes de La Habana, se recalque esta idea: la de que en Cuba se está creando un nuevo tipo humano, que no se puede apreciar exactamente en la capital, pero que se ve en cada rincón del país. Los que de ustedes hayan ido el 26 de julio a la Sierra Maestra habrán visto dos cosas absolutamente desconocidas: un ejército con el pico y la pala, un ejército que tiene por orgullo máximo desfilar en las fiestas patrióticas, en la provincia de Oriente, con su pico y su pala en ristre, mientras los compañeros milicianos desfilan con sus fusiles. [Aplausos] Pero habrán visto también algo aún más importante: habrán visto unos niños cuya constitución física haría pensar que tienen 8 ó 9 años y que, sin embargo, casi todos ellos cuentan con 13 ó 14 años. Son los más auténticos hijos de la Sierra Maestra, los más auténticos hijos del hambre y de la miseria en todas sus formas. Son las criaturas de la desnutrición.

En esta pequeña Cuba de cuatro o cinco canales de televisión, de centenares de canales de radio, con todos los adelantos de la ciencia moderna, cuando esos niños llegaron de noche por primera vez a la escuela y vieron los focos de la luz eléctrica, exclamaron que las estrellas estaban muy bajas esa noche. Y esos niños, que algunos de ustedes habrán visto, están aprendiendo en las escuelas colectivas, desde las primeras letras hasta un oficio, hasta la dificilísima ciencia de ser revolucionarios.

Esos son los nuevos tipos humanos que están naciendo en Cuba. Están naciendo en un lugar aislado, en puntos distantes en la Sierra Maestra, y también en las cooperativas y en los centros de trabajo.

Y todo eso tiene mucho que ver con el tema de nuestra charla de hoy: con la integración del médico, o de cualquier otro trabajador de la medicina, dentro del movimiento revolucionario. Porque esa tarea, la tarea de educar y alimentar a los niños, la tarea de educar al ejército, la tarea de repartir las tierras de sus antiguos amos absentistas, hacia quienes sudaban todos los días sobre esa misma tierra sin recoger su fruto, es la más grande obra de medicina social que se ha hecho en Cuba.  
 
 
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