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Vol. 73/No. 45      23 de noviembre de 2009

 
Desde Martí, Juárez, y Lincoln a Lenin y Fidel: la lucha revolucionaria redimida
La Guerra Civil en EE.UU., el alza y derrota de la Reconstrucción Radical, y la lucha obrera por el poder: Presentación de Mary-Alice Waters en conferencia en México
(especial)

A continuación publicamos la ponencia de Mary-Alice Waters en la Conferencia Internacional sobre Martí, Juárez y Lincoln en el Alma de Nuestra América, celebrada del 15 al 17 de octubre en Monterrey, México (vea artículo sobre conferencia en el número del 9 de noviembre). Waters es la directora de la revista marxista Nueva Internacional y presidenta de la editorial Pathfinder. Se publica con autorización. Copyright © 2009 por Pathfinder. Los subtítulos son del Militante.

POR MARY-ALICE WATERS  
Las batallas decisivas libradas en la segunda mitad del siglo XIX por fuerzas populares bajo dirección burguesa, las cuales Juárez, Lincoln y Martí ejemplificaron, acabaron con las ambiciones coloniales reaccionarias de las monarquías europeas en México, Cuba y Estados Unidos y abolieron las instituciones de la esclavitud y la servidumbre. Estos logros no fueron nada despreciables. Fueron históricos: barrieron con los mayores obstáculos, no solo a la expansión del capital industrial sino, a la vez, al desarrollo de un combativo movimiento proletario con conciencia de clase.

Sin embargo, en los tres países, las masas populares que había pagado un precio elevado por estas conquistas revolucionarias pronto vieron sus victorias ahogadas en sangre.

Otros conferencistas han abordado algunas de estas mismas cuestiones, concentrándose en la historia de la lucha de clases en México y en Cuba. Mis palabras se enfocarán en lo que en Estados Unidos a menudo denominamos la Segunda Revolución Norteamericana—la Guerra Civil de 1861-65 y la década de la posguerra, la Reconstrucción Radical—y en las consecuencias perdurables de la derrota sangrienta de la Reconstrucción.  
 
Lo que no nos enseñan … y porqué
La Reconstrucción Radical nació en la guerra revolucionaria que se hizo necesaria para abolir la esclavitud y el sistema de producción basado en esta a través de los estados del Sur, y para impedir su expansión a los territorios, incluidos los que ahora son el Sudoeste de Estados Unidos, tierras tomadas de México en la Guerra Mexico-Americana de 1846-48. Lo que quiero enfatizar aquí es que la Reconstrucción Radical sigue siendo, hasta la fecha, el mejor ejemplo en la historia de Estados Unidos del tipo de alianza combativa del pueblo trabajador del campo y de la clase trabajadora que debemos forjar para que exista un futuro para la humanidad.

Esto es algo que no nos enseñan en las escuelas, y tampoco se encontrará en muchos libros. Es porque la historia la escriben los vencedores, y los gobiernos estatales de Reconstrucción fueron derrotados para el año 1877, traicionados por la burguesía industrial norteña y sus partidos políticos. Esa clase, aún en ascenso, temía ante todo el potencial que se iba desarrollando para una alianza más y más amplia de pequeños agricultores libres con una clase trabajadora unida: tanto artesanos como obreros industriales, urbanos y del campo, negros y blancos. Sus temores no eran infundados. Ellos veían nacer su sepulturero: algo que había sido imposible—parafraseando a Marx—mientras el trabajo de piel negra estuviera encadenado.

La supresión de estos regímenes populares revolucionarios que habían surgido en algunas partes del Sur se facilitó sobre todo por la negativa de las familias gobernantes del Norte de contemplar cualquier ataque amplio contra la propiedad privada más allá de la abolición de la esclavitud. Ese fue el curso que mantuvieron los comandantes que ellos nombraron al Ejército Federal en el Sur ocupado, quienes ejercieron sus poderes para vetar leyes promulgadas por las legislaturas estatales de Reconstrucción. Específicamente, los gobernantes capitalistas se opusieron a cualquier incursión de mayor alcance contra los terrenos de los grandes propietarios sureños. Se frenó una reforma agraria: “cuarenta acres y una mula” para los ex esclavos, y tierra para los pobres del campo. Por consiguiente, los ex esclavos se vieron sometidos a condiciones prácticamente de servidumbre en todo el Sur. Se deprimió el valor de la fuerza de trabajo, y el pueblo trabajador se vio dividido a la fuerza en términos raciales durante casi un siglo.

Los gobernantes norteamericanos y sus apologistas, en los medios de prensa, las iglesias y las escuelas, hacen todo lo posible para ocultar la verdad sobre la Reconstrucción Radical, porque esa historia desmiente todos los conceptos racistas y antiobreros que nos tratan de infundir. Nos demuestra lo contrario: el papel de vanguardia en la lucha de clases en Estados Unidos de los trabajadores que son negros, las posibilidades de forjar una alianza combativa entre las masas trabajadoras negras y blancas, y mucho más.  
 
Gobiernos de Reconstrucción
Las legislaturas electas de Reconstrucción—especialmente las de Carolina del Sur (con una importante mayoría negra) y de Mississippi y Louisiana (ambas, por un tiempo, con un gran número de legisladores negros)—establecieron lo que puede denominarse, con bastante exactitud, dictaduras revolucionarias populares. Apoyadas por la fuerza de milicias locales bien organizadas—cuyas tropas provenían de los trabajadores y agricultores tanto blancos como negros—y del Ejército Federal, estos gobiernos adoptaron y aplicaron programas amplios de demandas inmediatas y democráticas para beneficio del pueblo trabajador.

Entre otras medidas se abolieron los tristemente célebres Códigos Negros que los ex esclavistas habían impuesto inmediatamente después de la guerra; se prohibió la discriminación racial; se promulgó el sufragio universal para todos los varones sin importar la raza; se decretaron impuestos a la propiedad que recaían más sobre los dueños de las plantaciones y las clases adineradas; se crearon las primeras escuelas públicas gratuitas en el Sur (incluyendo la educación universitaria gratuita y racialmente integrada en Carolina del Sur); se crearon hospitales públicos y salud pública para los pobres; se iniciaron sistemas de asistencia pública; se eliminó el azote y otros castigos crueles e inhumanos; se ampliaron los motivos para que la mujer pudiera obtener un divorcio y se promulgaron otras medidas a favor de la igualdad de la mujer. Y mucho más.

Estas medidas fueron populares entre las masas trabajadoras de todos los colores de la piel. Sin embargo, ninguno de los gobiernos de Reconstrucción tenía el poder o la voluntad para llevar a cabo una expropiación de los grandes dueños de plantaciones que habría permitido una reforma agraria radical. Ya era demasiado tarde en la historia para que la burguesía industrial ascendente en Estados Unidos encabezara dicha lucha revolucionaria. Las incursiones en la propiedad privada de los medios de producción amenazaban los fundamentos de su propia dominación de clase. Al mismo tiempo, la clase trabajadora en Estados Unidos y sus organizaciones eran demasiado débiles y carecían de suficiente experiencia política para ofrecer un liderazgo al tipo de movimiento social de lucha de clases que podría haber librado una batalla efectiva para expropiar y repartir tierras a los esclavos liberados, trabajadores del campo y pobres de las ciudades.  
 
Alianza necesaria
A medida que se retiró el Ejército Federal del Sur, estado por estado, una década después de la Guerra Civil, y los gobiernos de Reconstrucción Radical fueron aplastados por el terror contrarrevolucionario que se propagó, estallaron las primeras grandes luchas obreras de los años posteriores a la Guerra Civil. En 1877, una batalla de obreros ferroviarios en Virginia del Oeste contra recortes de salarios se convirtió en la primera huelga general nacional en la historia de Estados Unidos; de ahí se propagó a Maryland, Pennsylvania, Ohio, Kentucky, Missouri, Indiana y Illinois.

En una carta a Federico Engels, Carlos Marx subrayó el significado de ese fenómeno, y destacó la alianza de fuerzas de clases cuyas bases se habían sentado durante la década anterior.

“¿Qué piensas de los trabajadores de Estados Unidos?” le preguntó Marx a Engels. “Este primer estallido contra la oligarquía asociada del capital que ha surgido desde la Guerra Civil será suprimido, por supuesto”, apuntó. Después, al referirse a la retirada de las tropas federales del Sur y a la traición de los regímenes de Reconstrucción por la burguesía, Marx agregó que “la política del nuevo presidente [Rutherford Hayes] convertirá a los negros… en aliados combativos de los trabajadores”, como también “las grandes expropiaciones de tierras (precisamente de las tierras fértiles) para beneficio de las empresas ferroviarias, mineras y otras” (lo cual se aceleraba rápidamente en los territorios occidentales) pondrán de su lado a los agricultores libres en el Oeste.

Marx no pudo haber sido más acertado en cuanto a la alianza de fuerzas de clase que tendrían que ocupar el centro de toda lucha revolucionaria en Estados Unidos a partir de ese día. Pero con la derrota sangrienta de la Reconstrucción Radical, muy pronto quedó claro que no solo los afroamericanos sino toda la clase trabajadora en Estados Unidos habían sufrido lo que sería el peor revés hasta el día de hoy. Las consecuencias han definido el curso de la lucha de clases en Estados Unidos desde entonces.  
 
Jim Crow y el tío Sam
Al contrario de los conceptos erróneos muy difundidos en Estados Unidos, en la época inmediatamente después de esta derrota no se impuso la segregación racial más extrema del sistema denominado Jim Crow. La codificación de la forma norteamericana de la segregación institucionalizada (el modelo que se usó para las leyes de 1948 del apartheid sudafricano) se entrelazó con el creciente dominio del capital financiero en las últimas décadas del siglo XIX y el ascenso de Estados Unidos como potencia imperialista.

Los motines racistas, pogromos y linchamientos antinegros se multiplicaron salvajemente en las décadas de 1870 y 1880, y alcanzaron su mayor nivel solo a principios de la década de 1890. La ola de terror antinegro tuvo un auge nuevamente al final de la Primera Guerra Mundial y durante la crisis económica de la posguerra en los años 20.

Jim Crow y el Tío Sam avanzaron de la mano. La segregación y discriminación institucionalizada que dividía al pueblo trabajador dentro de Estados Unidos era el rostro interior del curso expansionista de Washington por todo el mundo. El veneno racista contra los pueblos de piel negra, café y “amarilla” de Puerto Rico, Cuba, Filipinas y Hawai—justificaciones ideológicas para las ambiciones imperiales norteamericanas—reforzó la propagación del reino de la intolerancia y del terror dentro de Estados Unidos. Quedó paralizada la posibilidad de acción unida por parte de los oprimidos y explotados. Y se aplazó por décadas el desarrollo de la alianza de clases que habían señalado los fundadores del movimiento obrero moderno.

Estas fueron las condiciones que llevaron a la primera guerra de la época imperialista. Conocida por Washington como la “Guerra Hispano-Americana”, el envío de fuerzas militares norteamericanas en 1898 no solo le robó al pueblo cubano la independencia que habían conquistado en 30 años amargos de guerra. Estableció las líneas de batalla en la lucha de clases del continente americano por el próximo siglo y más allá.  
 
Dirección proletaria
A medida que el poder en expansión del capital industrial y bancario entró más y más en conflicto con la Segunda Revolución Norteamericana, en 1877 se aceleró el curso contrarrevolucionario de Washington. Tras ese hito, el liderazgo revolucionario en las Américas ya no lo podía ejercer otra fuerza que no fuese la clase trabajadora, la cual conquistó su primer triunfo decisivo unas ocho décadas más tarde con la toma del poder en Cuba. Ese fue el inicio en nuestro hemisferio del camino que trazó por primera vez en octubre de 1917 el pueblo trabajador de Rusia zarista, bajo la dirección de Lenin y del Partido Bolchevique. La lucha inconclusa de Martí se redimió en 1959 con este acto revolucionario de los trabajadores y campesinos de Cuba. Aún más, la firmeza incomparable del pueblo cubano, frente a medio siglo de agresión imperialista de Washington, ha transformado a América para siempre.

Hoy día para nosotros, esa firmeza incomparable se demuestra ante el mundo con la dignidad y las convicciones inquebrantables de nuestros cinco hermanos y compañeros cubanos que llevan más de 11 años presos en Estados Unidos. Washington los mantiene como rehenes debido a la negativa del pueblo de Cuba, que conquistó el primer territorio libre de América, a rendirse ante las demandas imperiales de los gobernantes norteamericanos.

Hoy día la depresión y las crisis sociales capitalistas que se desenvuelven a nivel mundial están dando a un número creciente de trabajadores y agricultores una mayor comprensión de dónde llegaremos a parar, tarde o temprano, mientras vivamos bajo la dictadura del capital. Hemos visto cómo las familias gobernantes de Estados Unidos, al usar su estado, han hecho aparecer, literalmente, billones de dólares para salvar de la ruina a los magnates del capital financiero, mientras decenas de millones de trabajadores y sus familias se ven echado a la calle y expulsados por las fronteras, con una acumulación de cierres de fábrica, ventas hipotecarias de hogares y quiebras. Las cárceles apiñadas de Estados Unidos se vuelven cada vez más deshumanizantes. Y las guerras del imperialismo, que hoy día se enfocan en Afganistán, Pakistán e Iraq, no dejan de propagarse.

En México y en Estados Unidos, las metas inconclusas de las luchas revolucionarias heredadas de los tiempos de Juárez, Lincoln y Martí aún quedan por redimirse como las ha redimido el pueblo trabajador de Cuba.

Sin embargo, como nos enseñan las noticias de cada mañana, solo cuando la clase trabajadora y sus aliados conquisten, y ejerzan, el poder estatal, y expropien al capital financiero, se podrá sentar las bases de un mundo diferente. Un mundo que se base no en la explotación, la violencia, la discriminación racial y la competencia de perro-come-perro, sino en la solidaridad entre el pueblo trabajador que fomente la creatividad y el reconocimiento del valor de cada individuo, sin importar el género, el origen nacional o el color de la piel.

La alianza de clases que Marx y Engels señalaron hace más de 130 años, junto con el ejemplo vivo de la revolución socialista de Cuba, muestra el camino para América y para el mundo. Hoy se perfila claramente la línea de marcha. Es más, esta alianza de clases se ha visto fortalecida hoy día en Estados Unidos y en México por las decenas de millones de trabajadores de México que forman parte de la vanguardia combativa del movimiento obrero al norte de la frontera. Hemos sido testigos de la expresión de esa fuerza en las movilizaciones de millones de trabajadores que, al reclamar “¡Legalización ya!”, se propagaron por ciudades y pueblos por todo Estados Unidos en las manifestaciones del Primero de Mayo en 2006 y 2007, y en la amplia resistencia obrera que ha hecho frente a las redadas de fábricas y deportaciones por la policía de inmigración.

La exploración de esa línea de marcha de clase es el aporte más perdurable y fructífero que esta conferencia está haciendo a la humanidad luchadora.  
 
 
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