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Vol. 74/No. 14      12 de abril de 2010

 
Revolución Cubana
asestó golpe al racismo
Dictadura del proletariado es instrumento
más poderoso para luchar contra opresión
(especial)
 
A continuación presentamos la doceava parte de una serie que el Militante está publicando con extractos del último libro de la editorial Pathfinder, Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero, por Jack Barnes, el secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores. Instamos a nuestros lectores a que estudien y discutan este libro. El extracto es del capítulo titulado “La liberación de los negros y la dictadura del proletariado”, y está basado en informes presentados en conferencias directivas internacionales que el Partido Socialista de los Trabajadores organizó en enero y en marzo del 2006. Los subtítulos son del Militante.

POR JACK BARNES  
La semana pasada, cuando una partidaria cubanoamericana de la revolución en Cuba que vive en el sur de Florida vio por primera vez Nuestra historia aún se está escribiendo, preguntó por qué habíamos escogido a tres generales cubano-chinos para entrevistarlos. “¿Y por qué llamarlos cubano-chinos?” Los cubanos de ascendencia china, agregó, se consideran cubanos, no cubano-chinos. Lo mismo con los negros. “Se consideran cubanos, no afrocubanos”.

Sin embargo, agregó que cuando empezó a leer el libro, le gustó mucho y se convenció de lo útil que es políticamente tanto en Estados Unidos como en Cuba. Su reacción al libro en sí parecía contradecir su reacción inicial al título, así como los prejuicios políticos que subyacían esa reacción. ¡Magnífico!

Esa lectora expresaba una opinión muy generalizada en Cuba. Refleja una insularidad política particular, e inusitada, que marca ampliamente a los cuadros revolucionarios en ese país, una lentitud en reconocer el legado social y político entre los negros —y el impacto sobre la sociedad capitalista en general— de las consecuencias históricas mundiales del comercio de esclavos africanos, la esclavitud, la violencia de turbas linchadoras y la discriminación y el racismo antinegro.

Al mismo tiempo, existe también un legado perdurable de resistencia dirigida por los negros contra esta opresión y explotación: en Estados Unidos, en Cuba y en otras partes de América donde, bajo el azote del esclavista, la mano de obra de piel negra cultivó la tierra y manufacturó productos. Existe una historia de rebeliones de esclavos, de esfuerzos para presionar los movimientos abolicionistas hacia un rumbo más combativo y de alianzas con otros trabajadores en la lucha por la tierra y en batallas obreras. Los negros combatieron como soldados en la Guerra Civil de Estados Unidos (eran alrededor del 10 por ciento de las filas del ejército de la Unión en el momento de la victoria en 1865); brindaron liderazgo durante la Reconstrucción Radical en los estados de la Confederación derrotada; participaron en la sindicalización de aparceros, arrendatarios y obreros industriales en las décadas de 1920 y 1930; y dirigieron luchas políticas de masas por los derechos de los negros durante y después de la Segunda Guerra Mundial, que alcanzaron nuevos niveles de radicalización entre las filas de las fuerzas armadas norteamericanas durante la Guerra de Vietnam.

Aquí en Estados Unidos, el papel de vanguardia de los trabajadores que son africano-americanos en la amplia lucha de clases es producto de este historial de dirección política en las luchas plebeyas y proletarias, combinado con la composición más ampliamente proletaria de la nacionalidad negra en comparación con otros sectores de la población.

Asimismo, un legado de resistencia ha marcado la lucha de clases en Cuba durante el último siglo y medio. Las tres guerras para independizarse de España entre 1868 y 1898 se combinaron íntegramente con la lucha por abolir la esclavitud, el peonaje y otras formas de servidumbre. Los combatientes que eran negros, así como miles de trabajadores chinos, participaron en el ejército independentista cubano y se desempeñaron a todos los niveles, como soldados y como oficiales, llegando hasta el rango del teniente coronel José Bu y del general Antonio Maceo. Desde la rebelión del Moncada de 1953 y la guerra revolucionaria de 1956-58 hasta el día de hoy, el movimiento dirigido por Fidel Castro ha actuado resueltamente, con hechos y palabras, contra la intolerancia y los actos racistas. Y los cubanos negros no han sido superados por nadie en su apoyo y abnegación al impulsar la revolución socialista.

Sin embargo, nada de eso borra el hecho de que sí existen millones de cubanos de ascendencia africana y piel muy oscura, y que siguen enfrentando las consecuencias sociales y políticas de la discriminación anterior. Casi medio siglo después del triunfo de la Revolución Cubana, este legado aún se manifiesta en los patrones de vivienda y de empleo, en la composición de la población carcelaria y otros indicadores sociales.

Si bien la historia concreta de los cubano-chinos es distinta de la de los cubanos negros, pueden aplicarse algunas de las mismas consideraciones políticas. Entre los cubanos con antepasados chinos, continúa existiendo una conciencia social de sus raíces que se mantiene muy viva. Y se sigue manifestando el orgullo en esas raíces y en su nutrido legado cultural. De hecho, la propuesta de las entrevistas que al final se convirtieron en el libro Nuestra historia aún se está escribiendo no provino de nosotros sino de Gustavo Chui.

Nuestra comprensión de los orígenes de la Revolución Cubana, y de su rumbo, se ve enriquecida por lo que Chui describe de su juventud. Se ve enriquecida por su explicación de las complejidades de la “conciencia china” que lo rodearon mientras crecía —siendo hijo de un padre chino y una madre negra— incluido el racismo antinegro que se manifestaba entre muchas personas de origen chino en Cuba. Nuestra comprensión de la dinámica contradictoria de la Revolución Cubana se ve enriquecida por el relato que hace Chui de cómo fue reclutado a la lucha revolucionaria en los años 50. Lo mismo se puede decir de los relatos de Armando Choy y Moisés Sío Wong. Cada uno viene de una familia cubanochina de pequeños comerciantes, pero al mismo tiempo de estratos sociales ligeramente diferentes.

Por todo el libro, los trabajadores pueden ver cómo cada uno de estos jóvenes cubanos, en el transcurso del combate revolucionario, descubrió lo que él y otros como él eran capaces de hacer, cómo descubrieron su propia valía. Los trabajadores pueden apreciar las conclusiones comunistas a las que llegaron Chui, Choy y Sío Wong por sus experiencias en la lucha clandestina y la guerra revolucionaria, así como en la construcción de la nueva Cuba.

¿Qué perspectivas se abren con el triunfo de la Revolución Cubana para todos los que son víctimas de la discriminación que se institucionalizó durante mucho tiempo en el capitalismo? ¿Para las naciones y nacionalidades oprimidas? ¿Para la mujer, el sexo oprimido y mayoritario? ¿Qué perspectivas se abren para los oprimidos y explotados con toda revolución socialista? Ante todo, se abre la posibilidad de utilizar el poder estatal de la dictadura del proletariado, que es de lejos el instrumento más poderoso que los trabajadores combativos pueden empuñar al impulsar la batalla para erradicar el racismo, la opresión nacional y la condición de segunda clase de la mujer.

Estas formas de opresión, mantenidas y perpetuadas como parte de la reproducción diaria de las relaciones sociales capitalistas a nivel mundial, se transmiten, modificadas, desde los modos de producción que dominaron en épocas anteriores de la historia de la sociedad de clases. Si bien deforman y entran en conflicto con las operaciones “más eficientes” de las leyes del capitalismo, la burguesía encuentra maneras de incorporarlas, y luego usarlas políticamente, para ahondar las divisiones entre el pueblo trabajador y cosechar las ganancias de la superexplotación. Lejos de ser erradicadas rápidamente con la toma revolucionaria del poder estatal por la clase trabajadora, las consecuencias de todas estas relaciones sociales degradantes, heredadas de la sociedad dividida en clases, son más persistentes y duraderas de lo que generalmente habían anticipado las generaciones anteriores de militantes socialistas y revolucionarios proletarios.

Lo que hace la conquista del poder obrero es ofrecer a una vanguardia de masas del proletariado el arma política más eficaz en la historia: un arma que podemos utilizar para combatir todas las formas de opresión y sentar las bases para establecer la solidaridad humana sobre cimientos nuevos y comunistas. Ese es el desafío y la promesa de la dictadura del proletariado: conquístenla y después úsenla, para completar la tarea. Y la forma de completar la tarea consiste en tomar acción para impulsar la lucha revolucionaria a nivel mundial.

Si los jóvenes dirigentes fundadores del movimiento comunista moderno, Carlos Marx y Federico Engels, reconocieron que no se podía abolir las clases, la familia burguesa y pequeñoburguesa y el estado, sino que estos se atrofiarían y desvanecerían a medida que el socialismo se desarrollara, ¿cómo podría ser de otra manera para las formas históricas de opresión —reflejando los prejuicios más profundos— heredadas de la sociedad de clases?

Y lo que es más importante, ese desvanecimiento no es un proceso pasivo. Esos legados de la sociedad dividida en clases no simplemente “se desvanecen”: hay que desvanecer sus cimientos. Eso no tiene nada de automático. Como todo lo demás en la historia de la humanidad, la desaparición y sustitución de estas instituciones es producto de la actividad social práctica y de las luchas de las masas trabajadoras en el campo y en la ciudad: su movilización, liderazgo y transformación. Es producto de la extensión de la revolución socialista a nivel mundial. El ritmo y el alcance de esta lucha determinan no solo si la dictadura del proletariado avanza, sino si las pausas y los retrocesos inevitables llevan a que se debilite y se corroa, a que, con el tiempo, sea vulnerable a la corrupción desde adentro y finalmente a la derrota y destrucción.

No hay garantías de antemano. Sin embargo, cuando se derroca a la dictadura de las clases propietarias y el pueblo trabajador conquista el poder, la correlación de fuerzas se transforma cualitativamente a favor de todos los que luchan por arrancar de raíz la explotación y opresión capitalista.

Si en Estados Unidos no se puede convencer a los trabajadores de vanguardia que son negros que reconozcan que la dictadura proletaria es el instrumento más poderoso para iniciar la lucha final y perdurable por la liberación de los negros, entonces ¿cómo pueden los comunistas esperar que luchen con toda su voluntad para hacer la revolución socialista en este país?

¿Y por qué habrían de hacerlo?

Sí, lucharán como parte de la clase trabajadora para liberar de la explotación capitalista a la mayoría trabajadora de la humanidad. ¡Pero ellos y sus aliados no esperan encontrarse con la continuación de la opresión racista al final del camino! Si no, vivirían y lucharían negando su propia identidad. Y el socialismo —una sociedad sin discriminación, una sociedad de los productores libremente asociados— sería una vana aspiración.

Lo mismo se podría decir de la mujer y de todas las capas oprimidas, que a la vez son aliadas de la clase trabajadora.
 
 
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