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Vol. 75/No. 18      9 de mayo de 2011

 
Los comunistas luchan para
cerrar la brecha entre condiciones
desiguales de trabajadores
Energía nuclear se extenderá por el mundo.
La pregunta es: ¿Qué clase gobernará?
(especial, respuesta a un lector)
 
POR STEVE CLARK  
“Hoy día hay una catástrofe en curso en Japón causada por la avaricia capitalista”, dice el lector Steve Halpern en una carta en la página 9.

Sí, hay una catástrofe. Un terremoto de magnitud 9.0, el cuarto más grande reportado, sacudió el noreste de Japón el 11 de marzo, seguido por un masivo tsunami. Según las subestimadas cifras del gobierno japonés, hay 27 500 muertos o desaparecidos. Enteros poblados costeros y pueblos fueron destruidos o dañados severamente, dejando pocos sobrevivientes para reportar los muertos o desaparecidos. El verdadero número podría ser decenas de miles más.

El “progreso [del tsunami] era incontenible y su venganza fue veloz”, escribió David Pilling en el Financial Times de Londres el 26 de marzo. “El agua arrolló casas y barcos y carros y gente”, dijo, reportando desde la ciudad portera de Ofunato. “Luego retrocedió antes de arremeter contra el pueblo otra vez, los escombros en sus revueltas aguas ahora se transformaron en armas mortales que rompieron paredes y metal y dientes y huesos”.

Las consecuencias devastadoras fueron multiplicadas no solo por la avaricia capitalista, como Halpern dice, sino por la misma manera que el sistema capitalista funciona. La manera en que el capitalismo siempre ha funcionado, funcionará y la única en que puede funcionar, sirviendo los intereses y las necesidades de las familias acaudaladas para maximizar ganancias, a expensas del pueblo trabajador y de la sociedad en general.  
 
‘Quiero vivir en terreno más alto’
“He visto muchos grandes tsunamis en mi vida”, dijo el pescador Tomoya Kumagai al Financial Times. “Ya estoy harto de esto. Desde ahora, quiero vivir en terreno más alto”.

¿Pero por qué viven cientos de miles de personas —mayoritariamente trabajadores y dueños de pequeños negocios— en áreas costales bajas? En una nación isla excesivamente expuesta a terremotos y tsunamis, ¿por qué vive tanta gente en la orilla del mar?

¿Por qué? Por la misma razón que 225 mil personas murieron en llanos de inundaciones en Indonesia, Tailandia, y en otras partes después del terremoto y tsunami de 2004. Por la misma razón que decenas de miles de trabajadores en Nueva Orleans, la mayoría de ellos negros, vieron sus vecindarios destruidos en 2005 por el colapso de diques mal construidos en las secuelas del huracán Katrina.

En cada caso, los gobernantes capitalistas simplemente no tienen ningún beneficio económico y por lo tanto, ningún interés en proveer viviendas y transporte en terrenos más altos mejor protegidos, donde estas familias acaudaladas y clases medias y profesionales acomodadas tienen sus casas.

Pero esta catástrofe social que está haciendo estragos en el noreste de Japón no merece ninguna mención por Halpern. En vez de ello, él se concentra en una relativamente pequeña faceta: las explosiones y fugas de radiación en cuatro de seis reactores, y tanques para barras de combustible usado, en la central nuclear de Fukushima. Los generadores eléctricos de emergencia de la central fueron desactivados por el tsunami.  
 
Central nuclear de Fukushima
Para los trabajadores en la central y residentes cercanos, esto es con toda certeza un desastre. Según el Organismo Internacional para la Energía Atómica, cerca de 185 mil personas han sido evacuadas de viviendas situadas en un radio de 19 millas de la planta. Unos 25 trabajadores han sufrido lesiones de la explosión o han sido expuestos a la radioactividad; y hay dos desaparecidos. Un operador de grúa murió en una de las plantas como consecuencia del terremoto. (Un informe en el Telegraph de Londres de que cuatro otros trabajadores habían muerto, reportado en el Militante la semana pasada, no ha sido confirmado y parece no ser verdad). Y continúan los peligros de los fallidos sistemas de refrigeración, además de fugas de radioactividad.

Contaminación radioactiva ha sido encontrada cerca de las aguas costeras cerca de la planta, así como también en la leche, espinaca y otros productos agrícolas cercanos. Radiación ha sido reportada en el agua potable en el área, con advertencias de consumo en algunos lugares, y con muy bajos niveles en lugares tan distantes como Tokio.

A partir de marzo, sin embargo, no había evidencia de una calamidad de salud pública. Todavía podría haber muertes o enfermedades relacionadas a la radiación entre los trabajadores en la central, así como futuros casos de cáncer entre gente que vive cerca. Tales peligros, no obstante, no se comparan a los de Chernobyl en la antigua Unión Soviética en 1986, donde pérdidas resultaron de la extraordinaria negligencia del régimen estalinista, reflejando el desdén hacia el pueblo trabajador.

A diferencia de todos, menos unos cuantos anticuados reactores en el mundo hoy, los de Chernobyl fueron diseñados sin ningún recinto de contención seguro, causando una enorme emisión de material radioactivo por la explosión de 1986. La mayoría de las muertes y casos de cáncer fueron consecuencia de la inexcusable demora de Moscú en evacuar a trabajadores de lo que hoy es 20 millas de la “zona inhabitable” cerca de la central, y la negativa del régimen de informar a los residentes que no comieran vegetales ni dar leche a los niños.

Sin embargo, señalando al incidente de Fukushima como la razón, Halpern insta a rechazar la trayectoria obrera para expandir la electrificación y la producción de energía global —para impulsar el desarrollo industrial y social— presentado en “Nuestra política empieza con el mundo” por Jack Barnes. El artículo, impreso en la edición número 7 de la revista Nueva Internacional, se basa en un informe del 2001 adoptado por el Partido Socialista de los Trabajadores, del cual Barnes es secretario nacional. (La sección que cita Halpern proviene del extracto en el Militant de la semana pasada: “What Social Class Can Meet Energy Needs of Billions?” [“¿Qué clase social puede enfrentar las necesidades energéticas de miles de millones?”] en el número 13).  
 
Nada que ver con Japón
Halpern cuestiona la declaración de Barnes que “el movimiento comunista no tiene una posición sobre la energía nuclear, ni a favor ni en contra”. Halpern sugiere “la posición alternativa que, hoy en día, dado que dominan el mundo las relaciones de propiedad imperialistas, el poder nuclear es inherentemente inseguro”.

En realidad, la propuesta de Halpern no tiene nada que ver con Japón. Podría haberla hecho en cualquier momento desde que las plantas nucleares empezaron a operar a mediados de los años 50. Y el informe de Barnes se dio en 2001, mucho después de que se averió la planta nuclear de Three Mile Island en Pennsylvania en 1979 o de la explosión en Chernobyl en 1986.

Barnes dice que aunque el carbón “seguirá siendo una fuente energética por muchos años”, no es la “solución para responder a las necesidades energéticas a largo plazo de la humanidad”. La polución producida por el uso del carbón es responsable de muchas decenas de miles de muertes prematuras y enfermedades serias cada año a nivel mundial. Miles de mineros del carbón mueren debido a las prácticas inseguras y el incremento en la velocidad de la producción motivados por la búsqueda de ganancias de los patrones.

En el futuro previsible, las llamadas fuentes de energía renovables no pueden proveer la enorme cantidad de energía que se necesita, señala Barnes.  
 
No se está cayendo el cielo
Halpern dice que “la catástrofe en Japón deja claro que el poder nuclear es potencialmente la forma más peligrosa de generar poder eléctrico”. La palabra que engaña aquí es “potencialmente”, ya que Halpern nunca explica el por qué.

Aun incluyendo el desastre de Chernobyl, la energía nuclear ha cobrado un saldo mucho menor en vidas humanas —y en la destrucción del medio ambiente del cual dependemos y que nuestra labor social transforma— que extraer y quemar el carbón, la extracción y refinación del petróleo o que la energía hidroeléctrica y sus presas que a veces se rompen.

Nada de lo que está pasando en Japón cambia este hecho. El cielo no se está cayendo.

Halpern propone que el movimiento comunista se oponga al desarrollo y el uso de la energía nuclear “mientras las relaciones de propiedad imperialistas dominen al mundo”. O sea, hasta que triunfe la revolución socialista mundial.

¿Quizás deberíamos exigir también un alto a la extracción de petróleo fuera de las costas dada la explosión del pozo petrolero Deepwater Horizon el año pasado y el masivo derrame de petróleo que ésta produjo, así como también de las más frecuentes, pero menos divulgadas explosiones que han ocurrido a través del mundo? ¿O quizás el fin del uso de carbón? ¿O el cierre de las refinerías petroquímicas, en las que sólo en 2010 hubieron explosiones en Washington, Texas, México, el Reino Unido y, sin duda, en otras partes?  
 
Cerrar la brecha entre trabajadores
¿Qué futuro le ofrecen los trabajadores con conciencia de clase en Estados Unidos y otros centros imperialistas a nuestros hermanos y hermanas en Africa, Asia, el Medio Oriente y Latinoamérica, sobre quienes los golpes de la crisis global del imperialismo azotan con más fuerza? Centenares de millones todavía viven sin electricidad, incluyendo un 40 por ciento de la población en áreas rurales.

¿Qué les decimos al pueblo trabajador en Africa sub-sahariana, donde el 85 por ciento de los que viven en el campo aun no tiene acceso a la electricidad, o al 40 por ciento que viven en las ciudades? ¿O al 50 por ciento de los campesinos y trabajadores agrícolas que viven sin electricidad en Asia del Sur y a más de un 25 por ciento de los pobladores del campo en el Medio Oriente y América Latina?

“¿Que esperen a la revolución socialista en Estados Unidos? ¿Entonces ustedes y sus hijos podrán leer de noche? ¿Entonces podrá llegar el agua potable a sus hogares? ¿Entonces la preparación de la comida, el lavado de la ropa y otros quehaceres cotidianos podrán cobrar menos labor de la mujer?”

No, los trabajadores comunistas luchan para cerrar la brecha en las condiciones sociales y económicas de vida y trabajo entre los trabajadores de los países imperialistas industrialmente avanzados de Estados Unidos y Canadá, Europa, Japón y el Pacífico y los miles de millones de trabajadores en otras partes del mundo.

Hace más de 150 años, Carlos Marx contestó a aquellos en el joven movimiento obrero de su época que instaban a los trabajadores a que se opusieran al desarrollo de las máquinas y otras fuerzas productivas mientras exista el capitalismo. En un discurso a los partidarios de un periódico obrero en Londres, Marx dijo en 1856 que sin duda existe un “antagonismo entre la industria moderna y la ciencia, por un lado” y “la miseria y decadencia” por el otro.

“Unos partidos pueden lamentar este hecho; otros pueden querer deshacerse de las artes modernas, a fin de deshacerse de los conflictos modernos”, dijo Marx.

En cuanto al movimiento obrero revolucionario, “Sabemos que para que funcionen bien las nuevas fuerzas de la sociedad, ellas solo desean ser controladas por hombres nuevos, y que tales hombres nuevos son los obreros… Y no serán, naturalmente, los últimos en contribuir a la revolución social producida por esa industria, revolución, que significa la emancipación de su propia clase en todo el mundo”.  
 
Cuestión de clase, no de técnica
Para los trabajadores con conciencia de clase, Barnes explica en el artículo de 2001, una estratégica para expandir la producción energética para la electrificación y el progreso industrial debe empezar desde dónde se sitúa “en la marcha de los trabajadores y agricultores hacia la lucha revolucionaria por la liberación nacional y el socialismo a nivel mundial”.

Y continúa: “La competencia de capitales, el afán por el máximo de ganancias, fomenta la innovación tecnológica en el capitalismo y continuará así mientras exista este sistema social… los capitalistas muestran así su desdén inhumano por la salud y seguridad de los trabajadores y del público más amplio. Y les importa un comino las consecuencias que tenga a largo o corto plazo con relación al medio ambiente”.

Ambas conclusiones se han verificado repetidas veces.

Frente a la competencia global por mercados y la caída aguda en las órdenes de plantas nucleares nuevas después de los accidentes en Three Mile Island y Chernobyl, los capitalistas han mejorado la seguridad de los reactores nucleares. Los tanques de contención son más resistentes a la destrucción, y las operaciones dependen menos de las bombas eléctricas y de sistemas de enfriamiento como los que fallaron en los reactores más antiguos de Fukushima.

A la vez, tanto la Tokio Electric, dueña del reactor nuclear de Fukushima, así como el gobierno imperialista de Japón han mostrado un descarado desinterés por la seguridad. “Estar preparado para los tsunamis nunca llegó a ser una prioridad para las compañías energéticas japonesas ni para los que regulan la actividad nuclear”, declaró un artículo del 27 de marzo del New York Times titulado, “Los reglamentos nucleares en Japón dependían de una ciencia anticuada”. Pero la causa de la negligencia imperdonable fue el maximizar las “ganancias nuevas” no el depender de “ciencia anticuada”.

Tokio Electric, por ejemplo, ni siquiera dedicó fondos mínimos para instalar generadores eléctricos de repuesto en terreno más elevado en caso de un tsunami, a pesar de que ocurren con frecuencia allí. Cuando las gigantescas olas golpearon el mes pasado, la compañía deliberadamente demoró tomar acción para enfriar los reactores esperando poder preservar sus activos.

¿Es posible la revolución socialista? Finalmente, Halpern argumenta que “dado el historial de las acciones militares imperialistas, no hay garantía que en un futuro las fuerzas armadas imperialistas no vayan a lanzar una bomba contra una planta nuclear que este en operación”. Sí, nunca hay garantía alguna sobre lo que harán nuestros despiadados enemigos de clase cuando los trabajadores y nuestros aliados entremos en una lucha —desde una huelga hasta la batalla revolucionaria por el poder.

Pero a pesar de sus intenciones, la advertencia de Halpern se reduce sencillamente a un argumento en contra de la revolución socialista.

Más aun, es un argumento que menosprecia la comprobada capacidad y determinación del pueblo trabajador de movilizarse, armarse, y defender nuestras conquistas revolucionarias frente a la hostilidad imperialista —como lo ha hecho por más de 50 años el pueblo trabajador de Cuba. Y no toma en cuenta la capacidad y determinación de los trabajadores en Estados Unidos y otros países imperialistas de organizar acciones en las fabricas y en las calles para detener la mano de los guerreristas, en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo.

En la sección del artículo del 2001 que Halpern propone desechar, Barnes dice: “Dadas las necesidades energéticas incumplidas de miles de millones de personas alrededor del mundo, especialmente en los países semicoloniales; los crecientes costos de extracción y refinado de los recursos petroleros del mundo; y el daño acumulado y acelerado a la atmósfera del planeta a causa de la combustión de petróleo, carbón y otros hidrocarburos, las centrales nucleares sí se usarán para generar un creciente porcentaje de la energía eléctrica del mundo en el siglo XXI. Eso es seguro, y por necesidad”.

El asunto es, agrega el líder del PST, “por cuánto tiempo serán los gobiernos al servicio de las familias gobernantes imperialistas y de otros explotadores capitalistas los que lleven a cabo el diseño y la construcción de recintos de contención, el control de las operaciones de los reactores y la eliminación de desechos atómicos; con todas las consecuencias que esto acarrea para la salud y la seguridad públicas.

“Cuánto tiempo hasta que estas cuestiones vitales —incluyendo, al final, la transición de la energía nuclear a otras fuentes energéticas más seguras que aún están por desarrollarse— sean organizadas por gobiernos de trabajadores y agricultores que actúen en función de los intereses de la gran mayoría de la humanidad”.

“El movimiento comunista no tiene ‘una posición sobre la energía nuclear’, ni a favor ni en contra. Tenemos una orientación proletaria internacionalista para impulsar la lucha revolucionaria por la liberación nacional y el socialismo”.  
 
 
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