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Un semanario socialista publicado en defensa de los intereses del pueblo trabajador
Vol. 75/No. 19      16 de mayo de 2011

 
Cambios reflejan lazos
entre la CIA y las FF.AA.

(artículo principal)

POR STEVE CLARK
Y BRIAN WILLIAMS
 
A finales de abril el presidente Barack Obama anunció un cambio en los altos cargos militares y de espionaje norteamericanos. Ha nombrado director de la CIA al general David Petraeus, el actual jefe de las operaciones norteamericanas en Afganistán. Leon Panetta, el director actual, asumirá el cargo de secretario de defensa una vez que Robert Gates deje el puesto en julio. Con la confirmación por el Senado norteamericano casi garantizada, Petraeus se encargará de la CIA en septiembre.

En cuanto a la guerra de casi diez años de Washington en Afganistán y su “guerra contra el terrorismo”, un comentario en la revista Atlantic del 27 de abril señala que Petraeus y Panetta funcionarán con “una fuerza militar y de inteligencia conjunta siempre más unida y cada vez más hermética y agresiva? El anuncio de los cambios en personal sugiere que será aún más difícil distinguir [la separación entre las operaciones militares y de inteligencia norteamericanas]”.

Durante la actual administración demócrata, la CIA ha intensificado sus ataques con aviones teledirigidos en Pakistán y en partes de Afganistán. La CIA despliega sus fuerzas de operaciones especiales y mantiene bases secretas allí.

Bajo el mando de Donald Rumsfeld, el secretario de defensa de George W. Bush hasta finales de 2006, el Pentágono amplió sus propias operaciones de espionaje.

El Pentágono también ha ampliado sus operaciones de guerra clandestina. En septiembre de 2009, el general Petraeus, entonces jefe del Comando Central norteamericano, aprobó una orden secreta que autoriza que tropas norteamericanas de operaciones especiales realicen misiones de reconocimiento a través del Medio Oriente y Asia Central para “penetrar, desbaratar, derrocar y destruir” grupos militantes y “preparar el terreno” para futuros ataques militares.

Sin embargo, algunas voces entre los gobernantes capitalistas norteamericanos sospechan que Obama está “ascendiendo” a Petraeus porque tenía desacuerdos con el general sobre la guerra en Iraq antes de las elecciones de 2008 y ha tenido conflictos con él sobre la cantidad de efectivos en Afganistán desde el comienzo de la nueva administración.

“Es posible que el general Petraeus tenga un papel inapropiado en [la sede de la CIA en] Langley”, escribió el Wall Street Journal en su editorial del 29 de abril. “El dirigente de los aumentos repentinos de despliegue de tropas en Iraq y Afganistán merece ser ascendido a Jefe del Estado Mayor Conjunto, el cargo militar más alto del país y que estará disponible en septiembre. Pero parece que la Casa Blanca prefiere un general de cuatro estrellas menos conocido y con menos tendencias independientes, el general James Cartwright, el actual subjefe. El cargo de la CIA parece un premio de consolación —y tal vez una desviación política”.

Cuando Obama asumió la presidencia en enero de 2009, el gobierno norteamericano enfrentaba condiciones militares en deterioro en Afganistán. Pero a diferencia de todos sus antecesores demócratas y republicanos en la Casa Blanca, Obama —y la capa social de bien remunerados profesores universitarios, funcionarios de fundaciones, y profesionales de la clase media de la cual él salió —tenía poca experiencia o interés en asuntos militares ni pasión para defender los vastos intereses económicos y estratégicos de la clase capitalista norteamericana alrededor del mundo.

Además, los miembros de esta capa privilegiada —que viven en vecindarios urbanos, suburbios acomodados y en recintos universitarios a través Estados Unidos— casi nunca tienen hijos que mueren o terminan mutilados durante sus servicios en las fuerzas armadas voluntarias norteamericanas.

Dada esta situación, escribe Jack Barnes, secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores, en su libro reciente Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero, “Más que cualquier otra administración en la historia del imperialismo norteamericano, las políticas extranjera, militar, y de “seguridad domestica” [de la administración Obama] son caracterizadas por una casi total deferencia a los altos mandos del cuerpo de oficiales profesionales de las fuerzas armadas norteamericanas”.

Pero los retos que confronta la administración demócrata por el incesante desorden económico, social y político alrededor del mundo capitalista ha empujado a Obama desde que asumió el cargo a buscar entre los altos mandos militares a los que tienen una perspectiva cercana a la suya Este es el contexto en que se desenvuelven los conflictos dentro de la administración y el Pentágono sobre las guerras de Washington en Afganistán, Pakistán y ahora en Libia.

Mientras la necesidad de los gobernantes norteamericanos de poner freno a los reveses que aumentaban en Afganistán los estaba llevando a una crisis a finales de 2009, Petraeus —entonces el jefe del Comando Central norteamericano y responsable por las operaciones militares norteamericanas en el Medio Oriente y Asia Central —argumentó a favor de un trayectoria similar al aumento rápido de tropas en Iraq. Pero sus propuestas encontraron resistencia tenaz en la administración, sobre todo de parte del nuevo presidente mismo, además del vicepresidente, Joseph Biden.

El libro Obama’s Wars [Las guerras de Obama] por Bob Woodward, un editor adjunto del Washington Post, ofrece una explicación útil.

Una cuestión importante en disputa fue cuantas tropas adicionales Obama debía enviar a Afganistán. El general Stanley McChrystal, entonces comandante de las fuerzas norteamericanas allí, junto con Petraeus, McMullen, y la secretaria de estado Hillary Clinton, proponían enviar 40 mil efectivos más.

Obama, sin embargo, insistió en un número más reducido, y en tener un plan con fechas para la retirada de las tropas para asegurar que no quedara un gran número de tropas norteamericanas allí “después de mi mandato”.

Temeroso de que se le pudiera culpar durante su carrera por un segundo período de haber “perdido” Afganistán, Obama —después de una reconsideración que duró dos meses— resolvió con un número de compromiso de 30 mil, que llevó la cantidad de tropas norteamericanas a unos 100 mil efectivos, número que aún se mantiene hoy.

‘Justicia’ de la Casa
Blanca y derechos
de los trabajadores

(artículo principal, editorial)

Tres eventos que tuvieron lugar en los últimos cinco días —cada uno de ellos presentado por altos funcionarios del gobierno estadounidense como eventos relacionados con operaciones militares y de inteligencia “extranjeras”— realmente registran y refuerzan la erosión de los derechos políticos de los trabajadores en Estados Unidos para organizarse para defendernos a nosotros mismos ante los incesantes ataques de los patrones contra nuestras condiciones de vida y de trabajo.

El primero es el asesinato de Osama bin Laden, quien mientras se encontraba desarmado recibió un disparo en la cabeza el 2 de mayo en un complejo en Abbotabad, Pakistán, llevado a cabo miembros del equipo “Seals” de la marina estadounidense, que actuaron como juez, jurado y verdugo.

Menos de 48 horas antes, fuerzas de la OTAN que volaban en los cielos de Trípoli bombardearon un complejo del jefe de estado libio Muammar el Gaddafi, matando a su hijo y a tres nietos.

Y el 28 de abril el presidente Barack Obama anunció la reorganización del alto mando de las fuerzas armadas y de las agencias de inteligencia, el departamento de defensa y la CIA.

Los intentos iniciales de los ayudantes de Obama de adornar la operación en Abbotabad se esfumaron rápidamente. El 2 de mayo el asesor de “antiterrorismo” de la Casa Blanca John Brennan dijo a los reporteros que bin Laden estaba armado y que “entabló fuego” cuando recibió el disparo, que utilizó a su esposa como escudo, y que ella había sido matado. El día siguiente el secretario de prensa de la Casa Blanca Jay Carney leyó, palabra por palabra, una declaración del departamento de defensa que retractaba algunas de las mentiras. Bin Laden “no estaba armado”, dice la declaración, y no se escondió detrás de su esposa, (quien de echo no fue matada) o de ninguna otra mujer.

Fue en referencia a esta descarada ejecución que el comandante en jefe de las fuerzas armadas de Estados Unidos y ex profesor de derecho de la Universidad de Chicago entonó durante un discurso televisado en altas horas de la noche que “se ha hecho justicia”.

Obama dijo que poco después de que tomara posesión en 2009, “le di instrucciones a Leon Panetta, el director de la CIA, para que hiciera la muerte o la captura de bin Laden la prioridad de nuestra guerra contra al Qaeda”. Claramente no había ninguna intención de “captura”.

En su anuncio, Obama elogió a los “profesionales antiterroristas” que realizaron el ataque y el “enorme progreso” en “desarticular ataques terroristas y fortalecer la defensa del suelo nativo” en la última década.

El Wall Street Journal aclamó el “triunfo de la inteligencia, la interrogación y las operaciones especiales que por necesidad son tres de las principales armas de lo que las fuerzas armadas estadounidense han denominado esta ‘guerra larga’”. Obama, dice el periódico, “se merece los elogios que está recibiendo” por haber utilizado estos métodos. El Journal señaló poco más adelante, “El hecho más sorprendente de la manera cómo Obama ha conducido la guerra contra el terrorismo es que tanto se parece a la del Sr. Bush, lo que produce consternación entre la izquierda anti antiterrorista de Estados Unidos”.

El columnista del National Review Victor Hanson expresó con deleite que, “Un Premio Nóbel de la Paz es ahora un tótem de la Izquierda y que puede mandar norteamericanos bastante mortíferos en misiones bastante mortíferas como lo crea necesario, y sin la preocupación de una ola de editoriales en el New York Times o una demanda de la ACLU [Unión de libertades civiles Americana]. Esto le da a Estados Unidos ventajas recién descubiertas, un verdadero cheque en blanco, que cubre desde mantener Guantánamo abierto indefinidamente hasta el uso de un equipo de “asesinato” Cheney y valiosa inteligencia obtenida con técnicas de ahogamiento cuando él lo desee”.

El curso de Washington también fue registrado por la nominación de Panetta como secretario de defensa y del general David Petraeus, actual comandante en Afganistán, como jefe de la CIA que realizó Obama el 28 de abril. (Ver artículo acompañante).

Pero como nos enseña toda la historia moderna, el aumento en operaciones militares y de inteligencia en el extranjero de los gobiernos imperialistas son una extensión de los esfuerzos de los gobernantes de someter a los trabajadores y nuestras organizaciones en la lucha de clases dentro del país.

Desde principios de este año, trabajadores y agricultores en Estados Unidos han empezado a reaccionar en contra de las devastadoras consecuencias de la crisis mundial capitalista, la cual se ha profundizado desde el 2007. Nuestros sindicatos están más débiles que en cualquier otro momento desde que comenzó la ruinosa crisis económica y social del sistema de ganancias a principios de los años 1930. Pero los gobernantes saben que las batallas de clase militantes y organizadas están por venir, y están actuando ahora para reducir nuestro espacio político para organizarnos y actuar para avanzar los intereses de los trabajadores aquí y alrededor del mundo.

Es por eso que el pueblo trabajador debe exponer y rechazar la decepción y la hipocresía cuando el jefe ejecutivo del gobierno de Estados Unidos trata de persuadir al mundo de que “se ha hecho justicia”.

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