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Vol. 76/No. 14      9 de abril de 2012

 
Fukushima: Cuál fue el
verdadero desastre
(portada, comentario)
 
POR LOUIS MARTIN  
Este mes se cumple el primer aniversario del llamado desastre nuclear de Fukushima, Japón, que provocó el clamor internacional de los que se oponen a la energía nuclear, clamor que ha eclipsado el verdadero desastre social colosal que produjo el capitalismo en ese país.

Unas 20 mil personas murieron y decenas de miles más sufrieron lesiones tras un masivo tsunami provocado por un terremoto de 9.0 grados. La cifra es escalofriante, más de 12 veces el número de muertos en el desastre social, también causado por el capitalismo, tras el huracán Katrina. Varias aldeas y pueblos costeros fueron arrasados en su totalidad o severamente dañados.

El terremoto desconectó del sistema de suministro eléctrico a la central nuclear Fukushima Daiichi, suspendiendo el sistema de refrigeración de las barras de combustible nuclear. Después, el tsunami destruyó el generador de emergencia de la planta. Tres de los seis reactores nucleares se sobrecalentaron y emitieron radioactividad a la atmósfera y el océano.

La fusión parcial de los reactores hizo que saliera a la luz cómo la compañía de energía eléctrica de Tokio, en su apetito por ganancias y con la bendición de cuatro administraciones gubernamentales, ignoró las precauciones más elementales.

Hoy en día los hechos básicos son bien conocidos. La planta utilizaba tanques de contención para los barras de combustible más baratas y propensas a la ruptura en caso de un fallo en el sistema de refrigeración. Los dueños de la Tepco nunca elevaron adecuadamente el nivel del generador de emergencia, a pesar del potencial de que ocurrieran tsunamis en el área. Funcionarios de la compañía postergaron intencionalmente las acciones necesarias para enfriar los reactores con el fin de proteger su inversión. Esta claro que si las ganancias no hubieran sido lo que determinó como se operaba el reactor, todo el incidente hubiera sido evitado.

Pero vemos esta manera de actuar todos los días y en todas las partes del mundo en las que las relaciones sociales capitalistas dominan la producción. Esto proviene de la manera como el sistema capitalista siempre ha funcionado y siempre funcionará: maximizando las ganancias a la vez que se menoscaban las fuentes de toda la riqueza, la tierra y el trabajador.

A pesar de todo esto, la cifra de personas que según los informes murieron como resultado de la radiación nuclear vinculada a la planta de Fukushima es de cero. Otra cifra asombrosa, dada la combinación de la negligencia de los patrones y el poder destructivo de los terremotos y tsunamis. Los hechos básicos de lo que se considera el segundo peor desastre nuclear en la historia mundial en realidad proveen un argumento fuerte en contra de la aseveración de que la energía nuclear representa inherentemente un peligro particular para la humanidad.

La llamada oposición medio ambientalista a la energía nuclear —o a otras formas de energía— es anticientífica y reaccionaria. Las varias fuerzas “verdes” y sus remedios no proveen ninguna opción realista para mantener la civilización moderna, ya no digamos para impulsar el desarrollo industrial. Se oponen al desarrollo de las naciones semicoloniales oprimidas por el imperialismo y son antagónicos a las necesidades de la inmensa mayoría de la humanidad.

En cambio, el movimiento comunista aboga por la expansión y extensión de la electrificación y la industrialización a nivel mundial, y con ello el crecimiento del proletariado y la cultura. Esto es esencial para cerrar la brecha entre el mundo imperialista y el semicolonial y para unir a los trabajadores del mundo en una lucha común.

Catástrofe creada por el capitalismo

Por otro lado, la muerte de 20 mil personas no puede ser atribuida a un desastre natural evitable.

Las relaciones sociales bajo el capitalismo, no la naturaleza, determinaron que cientos de miles de personas —trabajadores, agricultores, pescadores y dueños de pequeños negocios— vivieran en áreas costeras bajas, propensas a los tsunamis. Los gobernantes capitalistas de Japón, como sus homólogos a través del mundo, no tienen ningún interés financiero en proveerles vivienda y transporte en terrenos más altos que ofrecen mejor protección —los mismísimos lugares donde ellos y las capas acomodadas de la clase media y profesionales se dan el lujo de vivir.

Japón se encuentra en placas tectónicas volátiles. El gobierno de ese país no había implementado un sistema adecuado de alerta de tsunamis, a pesar del hecho de que más de seis años antes un masivo terremoto y tsunami en el Océano Índico mató a más de 225 mil personas —sobre todo en Indonesia, Sri Lanka, India y Tailandia.

La agencia meteorológica de Japón erróneamente proyectó que ese día un tsunami de más de 10 pies azotaría el noreste de Japón.

Hay muros de concreto en un 40 por ciento de la costa de Japón, en muchos lugares es de 33 pies de altura. Pero en la región en la que se dio el tsunami, los muros eran de unos 10 pies. Las olas resultaron ser de 40 pies de altura, en promedio. Todo el sistema de alerta y protección había sido preparado para una situación mucho más pequeña y menos cara.

Aunque según los informes ni una sola persona murió como resultado de la fuga nuclear, sí murió gente como resultado de la histeria antinuclear promovida por el gobierno. Según un reportaje reciente de los eventos en el New York Times, una cifra desconocida de sobrevivientes del tsunami —gente atrapada en los escombros, enfermos, ancianos y otros sin habilidad de salirse por sí mismos—“probablemente murieron de hambre” cuando el gobierno ordenó que los rescatadores evacuaran el área por semanas “por miedo a la radiación”.

El desplazamiento continúa. Un año después del desastre cientos de miles de trabajadores todavía viven en refugios y carecen de empleo.  
 
 
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