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Vol. 77/No. 3      28 de enero de 2013

 
‘Me torturaron, me fabricaron
un caso, me recluyeron 18 años’
Mark Clements cuenta como policía
de Chicago ‘me robo mi vida’
(especial)
 
POR MARK A. CLEMENTS  
CHICAGO—Por más de 21 años el ex-comandante de la policía municipal Jon Burge, y los detectives que implementaban sus órdenes, golpearon y torturaron a sospechosos de crímenes para obtener confesiones de culpabilidad, sobre todo a hombres afroamericanos.

Yo tenía 16 años de edad cuando fui una de sus víctimas y como consecuencia de eso pasé 28 años de mi vida tras las rejas por un crimen que no cometí. Mi caso es uno de muchos.

Yo vivía en el sur de Chicago donde trabajaba como repartidor de periódicos. El 17 de junio de 1981, cuatro personas murieron en un incendio provocado de manera intencional en el 6602 Sur de la Avenida Wentworth, que estaba cerca de mi ruta de trabajo. Una semana después, una joven que tenía una disputa con mi hermana le dijo a la policía que había escuchado rumores de que yo era responsable del incendio.

Fui detenido y llevado a la sede de la unidad de crímenes violentos Área 3, bajo el mando de Burge, donde me mantuvieron incomunicado. No informaron a mis padres y me negaron hacer una llamada telefónica.

Me metieron dentro de un pequeño cuarto de interrogación con un detective a quien yo había visto tomando alcohol. Fui golpeado, me aplicaron torturas a mis genitales y llamado “niño mayate” y p…. negrito” y “negrito que ch…. a su madre”.

Después de haber sido torturado dos veces de esta forma por el detective John McCann, él y el detective Daniel McWeeny me dieron los detalles sobre el crimen y me instruyeron a que se lo repitiera al fiscal estatal del condado de Cook Kevin Moore, después de lo cual me permitirían hacer una llamada telefónica e irme a la casa. Pensé que si cooperaba con los detectives tendría la oportunidad de establecer mi inocencia después.

Por ser pobre, no podía costearme un buen abogado. Me representaron legalmente dos asistentes de defensores públicos del condado de Cook que tenían poca experiencia y que nunca investigaron el caso. Ni un sólo testigo dio testimonio en mi contra y no se presentó ninguna evidencia física. Sin embargo, me enjuiciaron y me encontraron culpable por rumores y una “confesión” que me sacaron a golpizas.

La confesión declaraba que yo y otros tres fuimos a cobrar dinero por drogas a un hombre que vivía en el edificio a nombre de un traficante de drogas que nos ordenó incendiar el edificio. También decía que golpeamos y apuñalamos al hombre. Pero el médico forense dio testimonio de que no encontró ninguna prueba de que había habido una puñalada o una golpiza.

Declarado culpable de incendio intencional y cuatro asesinatos, me sentenciaron a cuatro cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional y me dijeron que yo moriría en la prisión. El juicio salió en las portadas de los periódicos locales y los fiscales y el juez hicieron que fuera visto como un monstruo.

Cuando anunciaron la sentencia le dije al juez William Cousins Jr. que yo era inocente y que él y otros habían usado el juicio para encubrir lo que pasó y para proteger a los policías. Todavía me acuerdo que dije: “Juez se lo digo… ¡Yo no maté a esas personas! He observado a la policía robarme mi juventud y ahora la corte me ha robado mi vida”.

Creo que si me hubieran permitido tener una audiencia para la libertad condicional, las pruebas hubieran sido tan convencedoras que me habrían puesto en libertad.

Después de 26 años en prisión, Bernardine Dohrn, una profesora de derecho de la universidad Northwestern, me visitó en el Centro Correccional Pontiac, donde ella realizaba entrevistas con jóvenes sentenciados a cadena perpetua sin derecho a la libertad condicional. Ella convenció a la Facultad de Derecho de Northwestern a que examinaran mi caso y me buscaran un abogado. Me asignaron cuatro abogados de un bufete de abogados muy grande de Chicago, quienes rápidamente empezaron a desmoronar las acusaciones falsas.

La “confesión”, forzada por la tortura, no era consecuente con las pruebas físicas.

Se descubrió que botellas que habían sido recuperadas del apartamento incendiado —que me instruyeron decir en mi “confesión” habían estado en mis manos— sólo tenían huellas digitales pertenecientes a los policías presentes en el sitio del suceso.

Un abridor de cajas que yo usaba para cortar las cintas de los periódicos supuestamente era el arma que usé para dar la puñalada. Una prueba de ADN reveló que no había lo más mínimo de sangre en el abridor.

El 18 de agosto de 2009 fui liberado por un juez de la corte del Condado de Cook, después de haber cumplido 28 años y 55 días detrás de las paredes de la prisión. Mi hija Tameka Lee ya tenía 28 años en ese entonces.

Desde 2009 he trabajado como el administrador de la Campaña para Terminar con la Pena de Muerte, una organización nacional y una de muchas que han estado haciendo campaña para que las víctimas de tortura a manos de la policía obtengan una audiencia.

Ya que es un asunto en el cual mi madre, Virginia Clements, se involucró antes de su muerte en mayo de 2011, yo sentí la obligación de luchar para asegurar que 1) Jon Burge fuera a la prisión; 2) la pena de muerte fuera abolida en Illinois; 3) que todas las víctimas de la tortura policial recibieran una audiencia para que se escucharan sus alegatos; 4) que a todos los jóvenes sentenciados a cadena perpetua por todo el país se les permita tener audiencias para solicitar libertad condicional.

En 1990, una agencia de investigación dentro de la Oficina de Estándares Profesionales del Departamento de la Policía de Chicago determinó que Burge sí había golpeado y torturado a sospechosos de crímenes. Burge fue despedido como resultado de ese informe.

En 2002, un juez del condado de Cook nombró un abogado especial para investigar las torturas bajo Burge. En 2006 determinó que la tortura había sido utilizada de forma endémica y sistemática en las unidades de crímenes violentos del Área 2 y 3 en Chicago. Para entonces, Burge ya no podía ser acusado formalmente por las torturas, por que ya se había pasado el término legal en el que se podían presentar cargos.

En 2008, Burge fue finalmente procesado por perjurio y obstrucción de la justicia por mentir sobre la tortura. Fue encontrado culpable y sentenciado a cuatro años y medio en una prisión federal.

Burge aun recibe su pensión de jubilado. Los detectives que participaron en la tortura, incluyendo a McWeeny, James O’Brien, Michael Kill, McCann, Kenneth Boudreau y muchos otros, nunca fueron instruidos de cargos. O’Brien sigue siendo policía activo hasta la fecha.

¿Cuántas acusaciones de tortura se necesitan para que se examine seriamente la conducta de los oficiales? Me duele el corazón cada vez que veo a las madres de las víctimas en las protestas, luchando por una oportunidad para tener a sus hijos de vuelta en sus hogares.

Uno de estos prisioneros, Grayland Johnson, murió recientemente en el Centro Correccional Stateville esperando una audiencia sobre sus alegatos de tortura.

Mark A. Clements es el administrador de la Campaña para Terminar con la Pena de Muerte.
 
 
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