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Vol. 78/No. 8      3 de marzo de 2014

 
“Me ofrecieron ‘lo que tú
quieras’, para que traicionara”
(especial)
 
El siguiente fragmento de una entrevista que Gerardo Hernández concedió al cineasta Saul Landau el 1 de abril de 2009 apareció en la revista digital Progreso Semanal, basada en Miami. Se publicó en el Militante del 15 de junio de 2009.


SAUL LANDAU: ¿Me puede describir en detalle el día que fue arrestado por el FBI?

GERARDO HERNÁNDEZ: Bueno, fue un sábado [12 de septiembre de 1998]. Yo estaba durmiendo. Eran aproximadamente las 6 de la mañana. Yo vivía en un apartamento, era bastante pequeño, de un cuarto. Mi cama estaba bastante cerca de la puerta, precisamente por ser pequeño. Recuerdo haber escuchado que alguien estaba forzando la cerradura, dentro del sueño. Apenas me dio tiempo de reaccionar porque sentí un estruendo bien grande porque tumbaron la puerta. Era un SWAT team [equipo élite de la policía]. Prácticamente eso no me dio tiempo ni de sentarme en la cama.

Estaba rodeado por personas con ametralladoras y con sus cascos, y todo lo que se ha visto en las películas. Me arrestaron, me levantaron de la cama, me esposaron, me revisaron la boca. Parece que habían visto muchas películas de James Bond y pensaron que yo iba a tener cianuro en la boca. Me revisaron la boca para ver si no me iba a envenenar. Les pregunté por qué me estaban arrestando, y me dijeron, “Tú sabes por qué”.

Me montaron en un carro y me llevaron para el cuartel general del FBI en el sur de la Florida que está en la Avenida 163, allí en Miami. Allí comenzó el interrogatorio. Pero el arresto fue así como le digo.

LANDAU: ¿Y te pusieron en “la caja”?

HERNÁNDEZ: En el cuartel del FBI estuvimos un tiempo cada uno en oficinas separadas. Me sentaron en una oficina, me esposaron las manos a la pared. Allí me interrogaron.

Tuve el “honor” de que viniera a verme Héctor Pesquera. Él era el director del FBI del sur de la Florida, y era puertorriqueño. Y la identidad que yo tenía era de puertorriqueño también: Manuel Viramonte era supuestamente puertorriqueño. Le dije que era de Puerto Rico y él me empezó a hacer preguntas sobre Puerto Rico. Todo tipo de preguntas. ¿Quién era el gobernador en este año? ¿Dónde tú vivías? ¿Qué guagua tú cogías para ir a la escuela? ¿Por dónde cogías?

Y cuando él vio que yo se las respondía, se molestó bastante. Le dio un puño a la mesa y dijo, “Sé que eres cubano y que te vas a podrir en una prisión porque Cuba no va a hacer nada por ti”.

Entonces, no él específicamente, pero ya los otros que tomaron parte en el interrogatorio empezaron a hacer todo tipo de ofertas. Me decían, “Tú sabes cómo es este negocio. Tú sabes que eres oficial ilegal, y lo que dice el libro es que Cuba no va a reconocer que ellos te mandaron para acá con un pasaporte falso. Cuba no va a poder hacer eso, así que te vas a podrir en una prisión. Lo mejor que tú haces es cooperar con nosotros, y te ofrecemos lo que tu quieras. Te cambiamos la identidad, cuentas en el banco”.

Lo que uno quisiera, para que traicionara.

Me decían, “Aquí está el teléfono. Llama a tu cónsul”. Todo tipo de estrategias para que uno traicionara. Eso les pasó a los cinco, a cada uno por separado. Posteriormente nos llevaron a la prisión, al Centro Federal de Detención en Miami, donde nos pusieron en lo llamado “el hueco”.

LANDAU: ¿Por cuánto tiempo?

HERNÁNDEZ: Diecisiete meses. Los primeros cinco meses fueron bastante difíciles para los cinco, por supuesto. Los que teníamos identidad falsa no teníamos nadie a quien escribir, ni nadie que nos escribiera, ni nadie a quien llamar por teléfono. A cada cierto tiempo nos tocaba una llamada telefónica, y los guardias venían y abrían una ventanilla en la puerta y ponían el teléfono allí. “¿No vas a llamar? ¿A familia allá en Puerto Rico?”

“No”, decía yo, “no voy a llamar a nadie”.

“¿Pero por qué no llamas?” me decían para mortificar, porque ellos sabían que uno no era puertorriqueño y que no iba a usar el teléfono. Fueron meses bastante duros.

LANDAU: ¿Describe el “hueco”.

HERNÁNDEZ: Es un área que tiene cada prisión, para disciplinar a los presos, o en casos de protección cuando no pueden estar con el resto de la población. En Miami era un piso, el piso 12. Son celdas de dos personas, aunque hay quien está de manera individual.

Nosotros los primeros seis meses estuvimos solos, cada uno en una celda individual, sin contacto ninguno. Posteriormente nuestros abogados tomaron algunas medidas legales para que se nos permitiera vernos de dos en dos. Pero esos primeros seis meses estuvimos en “solitario”, con unas duchitas dentro de la celda para bañarse cuando quisiera. Pero así te mojas toda la celda cuando te bañas.

Allí uno pasa las 23 horas del día. Y hay una hora diaria de recreación en la que lo sacan a uno de la celda y lo llevan para otro lugar. En Miami era prácticamente otra celda, pero un poco más grande y con unas rejillas, que se podía ver un poco del cielo. Sabías si era de día o de noche, y entraba aire fresco. Esa era la llamada “recreación”. Muchas veces no íbamos porque tomaba mucho tiempo en lo que esposaran a uno, lo revisaran, le revisaran su celda, lo llevaran. A veces estábamos todos juntos en la misma celda y podíamos conversar.

El régimen era muy estricto. Se usa para disciplinar a los presos, como castigo por haber cometido una indisciplina grave. Estábamos 23, a veces 24 horas del día dentro de cuatro paredes bastante pequeñas y sin nada que hacer. Es bastante difícil del punto de vista humano. Muchas personas no podían resistir. Veías como perdían sus mentes, dando gritos.

LANDAU: ¿Habías hecho algo malo?

HERNÁNDEZ: No, para allí fuimos desde el principio. Ellos dijeron que era para protegernos del resto de la población. Pero en mi opinión, tiene que ver con intentos de que nosotros cambiáramos de “orilla”, que traicionáramos.

Cuando no funcionó ni el miedo ni la intimidación, pensaron, “Bueno, vamos a ponerlos unos cuantos meses allí en solitario a ver si no cambian de opinión”.

Lo único que se podía leer era la Biblia, y había que hacer una solicitud por escrito al chaplain [capellán]. Hice la solicitud. Para tener algo que leer, pedí una Biblia.

Cuando me la traen —no sé si era una gran casualidad o no— tenía adentro algunas tarjetas, entre ellas con los teléfonos del FBI. Por si acaso se me había olvidado, ¿no? Como diciendo, “Bueno, si este hombre que es comunista está pidiendo una Biblia… es porque está a punto de virarse”. Me imagino que haya sido la forma en que ellos pensaban, en el medio de su esquema, su prejuicio.
 
 
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