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Vol. 80/No. 18      9 de mayo de 2016

 
(especial)

‘Motivados por solidaridad, no intereses materiales’

 
A continuación publicamos extractos mayores de las palabras de Abel Prieto en el lanzamiento de Zona Roja: La experiencia cubana del ébola, realizado el 12 de febrero durante la Feria Internacional del Libro de La Habana. El libro, de Enrique Ubieta, fue publicado en La Habana por la Casa Editora Abril. Prieto, actualmente asesor del presidente cubano Raúl Castro, fue presidente de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba (UNEAC) y ministro de cultura durante muchos años. Prieto y Ubieta hablaron junto con Jorge Delgado, Carlos Castro y Juan Carlos Dupuy, jefes de las brigadas médicas cubanas en Sierra Leona, Guinea y Liberia, respectivamente. Los subtítulos son del Militante.

POR ABEL PRIETO
Ubieta me dice que están aquí los doctores Jorge Pérez —director del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, y responsable del entrenamiento en Cuba de la brigada— y Félix Báez, el único cubano que enfermó de ébola.

Jorge viajó a Ginebra al hospital donde estaba ingresado Félix. Habló con él por teléfono a través de un cristal, y Félix le dice: “Profe, yo regreso a Sierra Leona”. Y se curó y regresó.

Ese es el ejemplo que han dado estos tres hermanos y los otros compañeros que están presentes acá de la brigada de la batalla contra el ébola.

Yo quiero empezar confesándoles que Ubieta me pidió que presentara el libro en la feria e inmediatamente le dije que sí, por supuesto. Pero se lo dije en medio de la locura cotidiana, pensando que el libro era un libro informativo, que iba a darme más datos, más información, mejor organizada, de algo que ya conocía a través de la prensa y de reportajes del propio Ubieta.

Pero el libro a mí me estremeció, porque es mucho más. Lo decía muy bien el Dr. Delgado. Es un libro de testimonios, pero es mucho más que eso. Aquí esta el drama de África. Está el tema que Ubieta ha tratado en muchos de sus ensayos, el tema de la colonización cultural. Es un acercamiento integral a la epopeya de Cuba contra el ébola.

Debe promoverse entre los jóvenes

Zona Roja trata de personas, de hechos, de procesos, de situaciones que en realidad yo no conocía. De eso me di cuenta leyendo el libro, y creo que va a provocar una reacción similar en muchos otros lectores. Es un libro que debemos promover en especial entre los jóvenes.

Aquí están descritas la abnegación, los principio y las convicciones que sostienen los médicos y enfermeros cubanos. Comienza con una cita de Fidel [Castro] de un discurso nada menos que del 17 de octubre de 1962, cuando se inauguraba la Escuela de Medicina Playa Girón:

“Conversando hoy con los estudiantes, les planteabamos que hacen falta 50 médicos voluntarios para ir a Argelia. … Y estamos seguros que esos voluntarios no faltarán”.

Estamos hablando de 1962. Ubieta cuenta cómo al triunfo de la revolución se fueron la mitad de los médicos de Cuba: 3 mil de los 6 mil [que habían en el país].

“Dentro de 8 ó 10 años no se sabe cuántos [podremos mandar]”, dijo Fidel. “Y a nuestros pueblos hermanos podremos darles ayuda”.

El 18 de octubre del 2014, Fidel comentaba en una de sus Reflexiones, cuando los voluntarios cubanos daban inicio a la misión del ébola: “El personal médico que marcha a cualquier punto para salvar vidas, aun a riesgo de perder la suya, es el mayor ejemplo de solidaridad que puede ofrecer el ser humano, sobre todo cuando no está movido por interés material alguno”.

Cuando Ubieta y su equipo llegan a Guinea y se encuentran con el hijo y con la viuda de[l primer presidente de la antigua colonia francesa, Ahmed] Sékou Touré, hablan de la primera visita de Fidel a Guinea y de su relación con el líder guineano. Mohamed Touré, el hijo de Sékou Touré subraya: “Si vamos a hablar de los grandes líderes históricos de África, tenemos entonces que empezar por Fidel Castro Ruz, quien es para nosotros un africano, un cubano, un hombre del mundo, un héroe de la lucha de liberación de África”.

Medio siglo de solidaridad en África

“En Guinea”, dice Ubieta, “acabé de comprender que si quería escribir sobre la hazaña internacionalista de nuestros médicos en el combate contra el ébola, tendría que mencionar como antecedente el medio siglo de acciones solidarias de Cuba en África”.

Jorge Lefebre, el embajador concurrente de Cuba en Sierra Leona y Liberia, aquí presente también, evoca la llamada telefónica que recibió de Raúl: “Hemos valorado todo. Vamos a ayudar a África. Necesitamos que te comuniques con los presidentes de Sierra Leona y Liberia porque mañana vamos a hacer pública nuestra decisión”.

“Te estoy hablando de la segunda quincena de septiembre”, dijo Lefebre, “y el 2 de octubre estaba aterrizando el primer avión en Sierra Leona”.

Entre descripciones, testimonios y relatos muy impactantes, Ubieta va trazando el trama de África en toda su estremecedora magnitud.

Así nos dice al llegar a Monrovia: “Vivimos cargados de imágenes falsas que la televisión y el cine, y más recientemente Internet, introducen de contrabando en nuestra retina y predeterminan lo que miramos. No es que sean falsas del todo, es que conforman estereotipos infranqueables.

“Quiero dar con los seres humanos que habitan la ciudad. Para entender al médico, hay que entender al paciente. En las calles, muchos protestan si intentamos sacar la cámara. Al africano le molestan los fotógrafos impertinentes, los extranjeros que vienen a retratar la pobreza y convierten en paisaje a los seres humanos que habitan su continente, una y otra vez saqueado y humillado. Están cansados de ser objetos exóticos para viajeros indiferentes”.

Más adelante se referirá a una iniciativa patética —supuestamente solidaria— de unos músicos famosos de Europa y de Estados Unidos, que en noviembre de 2014 “se unieron para grabar una canción de ‘solidaridad’ con los enfermos del ébola. Pero no indagaron mínimamente en la cultura de los pueblos que padecían la epidemia”, dice Ubieta. El título de la canción ¿Saben qué es la Navidad?, era fatal para conectar con una población que en dos de los tres países infectados [Sierra Leona y Guinea] son mayoritariamente musulmanes. Y la letra, lejos de ser educativa, resultaba inexacta en la descripción de la epidemia e infundía miedo a los europeos”. En África, la canción “solidaria” lo que provocó fue rechazo”.

Y cita a una estudiosa liberiana que dice: “Preguntar si sabemos qué es la Navidad… pues sí lo sabemos, pero no la celebramos”.

Eso es la filantropía de los famosos, que los lleva a comprar niños del Tercer Mundo y adoptarlos y arrancarlos de su tierra, de sus raíces culturales.

Barreras del colonialismo cultural

Las barreras del colonialismo cultural aparecen también en extranjeros que han ido allí, pero nunca en los cubanos. Hay un instinto que lo da la formación revolucionaria y solidaria de los cubanos que los hace estar absolutamente ajenos de toda relación paternalista o colonial con esas personas que están sufriendo.

Ubieta cita a un antropólogo de Senegal que dice: “Se estableció una absurda y dañina puja entre los pobladores y las autoridades, en la que los primeros se las arreglaban para burlar las medidas sanitarias que los segundos establecían. Enfadados, frustrados y asustados por esa enfermedad que los estaba matando y por recomendaciones que chocaban con sus sistemas de creencias. Se sentían incomprendidos y abandonados por el mundo entero”.

Hasta esos obstáculos culturales tuvieron que sortear las brigadas cubanas. Y según se revela en este libro, lograron hacerlo eficazmente, gracias a su entrega y a la solidaridad real —palpable por los pacientes, por las comunidades— que sostenía sus empeños.

Ubieta habla un poquito del antecedente devastador que fue la guerra de más de 10 años entre Liberia y Sierra Leona, que desarticuló todas las estructuras sanitarias de esos dos países. Explica cómo los llamados conflictos interétnicos los creó el colonialismo.

“Los colonialistas se repartieron en África los territorios como quien se reparte una torta. Cada cual con el pedazo de ‘naturaleza’ (entiéndase ‘recursos naturales’) mayor, o el más apetitoso o el posible, dividiendo culturas, lenguas y tradiciones autóctonas.

“Para el colono era más importante mantener la unidad de una mina de oro o de diamantes que una cultura. Ello también facilitaba la dominación. Usaron unos grupos étnicos contra otros.

Allí está el análisis que hace Ubieta de los conflictos étnicos que en realidad echan un velo sobre la tragedia social, la tragedia económica, la desigualdad.

Ubieta le dedica un capítulo a las mujeres cubanas. Habla de una médico que estaba allí de ayudante del Plan Integral de Salud e hizo una carta [al gobierno cubano] protestando que ellas, las médicos y las enfermeras, querían quedarse allí para sumarse al combate contra el ébola.

Ubieta concluye que “el mayor agente productor y trasmisor de enfermedades letales es la pobreza, con todas sus consecuencias sociales y culturales. Y la pobreza africana es hija de la modernidad, es decir, del capitalismo. El capitalismo engendra pobreza, armas biológicas, ansias de lucro y catástrofes ecológicas”.

Carencia de estructura sanitaria

Uno de los médicos entrevistados por Ubieta es Graciliano Díaz, santiaguero, que está acá hoy. Yo he estado metido en los testimonios de ustedes sin verles el rostro.

Graciliano le dice a Ubieta sobre Guinea: “No hay estadísticas, no hay datos, es difícil hablar de cuadro higiénico-sanitario en el país. No hay conciencia higiénico-sanitaria en ninguno de los niveles y eso ha permitido la propagación de la enfermedad.

Estamos hablando hoy del ébola, dice Graciliano, pero ya desde antes estaba el paludismo, la meningoencefalitis, el cólera, la fiebre tifoidea, la tuberculosis y el SIDA. ”

Ubieta añade algunos datos aterradores. [Ver el recuadro en esta página.]

Según le contó el embajador Lefebre a Ubieta, cuando llegó la brigada médica del Programa Integral de Salud a Sierra Leona, la ministra de salud le hizo una confesión que a uno se le encoge el corazón cuando lee eso. “Usted no se imaginará cuánto nosotros apreciamos esta ayuda médica que Cuba nos está dando”, dice ella. “Porque en todos los países del mundo, el hecho de que una mujer salga embarazada es motivo de felicidad para la familia. En mi país, es un motivo de profunda tristeza. Significa que al final del embarazo, uno de los dos fallece: o la madre o el hijo. Ustedes nos van a ayudar a que eso no sea así”.

El canciller de Liberia le dice a Ubieta: “En los meses de septiembre y octubre [de 2014] Liberia parecía un infierno… Nuestra gente moría masivamente… Cuba nos envió a su personal médico y ellos compartieron ese riesgo con nosotros. Decían que eran hermanos que venían desde el otro lado del océano para ayudarnos. … Cuando se cuente la historia de cómo logramos vencer esta enfermedad, un capítulo importante estará dedicado a Cuba y al papel de los médicos cubanos”.

En Zona Roja, no hay retórica. El heroísmo de los médicos y enfermeros cubanos se va dando a partir de sus testimonios y de sus actos. Yo escuchaba al doctor Juan Carlos, que habló del carácter estrictamente voluntario de la misión. Para muchos de los internacionalistas entrevistados, el momento más difícil no fue decidir ir a la misión. Fue cuando tuvieron que hablarle a la familia. Ubieta recoge varios testimonios en ese sentido.

Gente que quieres a tu lado

Allí Kike [Dr. Ángel Enrique Betancourt], que ya lo cité, cuenta: “Me llamaron, y entonces mi esposa me pidió que no dijera que sí. …pero yo tenía una historia. Si mi papá se murió en aquel momento, ¿por qué no voy a poder ir?” El padre de Kike era médico de[l presidente de Mozambique] Samora Machel y murió en 1986 en el atentado que hizo que el avión presidencial se estrellara, y quedó claro que fueron los sudafricanos. Y dice Kike: “Yo tengo que cumplir”.

Esa es la gente que uno quisiera tener al lado en el combate, de los combates más duros.

Un licenciado en enfermería, Eduardo Almora Rodríguez, entrevistado por Ubieta en Monrovia, dice: “Mi mamá se puso terrible cuando me oyó decir que venía. Se puso a llorar, me repetía, ‘por favor, cuídate’. Pero en ningún momento dijo, ‘No, no vayas’“.

El licenciado en enfermería Rogelio Labrador Alemán recibió el apoyo de sus hermanos, y uno de ellos fue combatiente internacionalista en Angola. “Pero a mi mamá, que entonces cumplía 93 años, le dije que iba a Haití a dar clases”, dice él. “Al finalizar la misión, mi mamá ya se había enterado dónde estaba yo realmente. Cuando regresé, muy emocionada, fue a esperarme a la Dirección Provincial de Salud… Desde varios días antes se estaba preparando para recibirme. El viaje se demoró más de lo previsto y la gente le decía: ‘Espérelo en la casa’. ‘No’, decía ella, ‘hoy llega mi hijo héroe’ “.

Cuando el hijo del Dr. Félix Báez supo por la nota del Ministerio de Salud Pública que la prueba diagnóstica del ébola realizada a su padre había dado positiva, circuló un mensaje que sirvió de título a un capítulo de este libro: “Papá, sé fuerte, todo va a estar bien”.

Alejandro —creo que así se llama el hijo de Félix— después hizo un segundo mensaje, “Sí, mi papá enfermó, pero eso no quiere decir, como muchos dicen, que no debió ir. Yo digo que es todo lo contrario. Mi papá estaba allí porque él se sintió en el deber de ayudar a quienes más lo necesitaban, poniendo su vida en riesgo … Lo que nos hace humanos es poner el bien común por encima del personal y ser capaces de darlo todo por ayudar a quien necesita una mano”.

Eso lo dice el hijo de un médico nuestro enfermo de ébola cuyo destino no se sabía. Y ustedes ven lo que él le dijo al Dr. Pérez en aquel hospital donde estaban tratando de salvarlo, cuando todavía no se veía muy claro cuál iba a ser la evolución de la enfermedad.

El Dr. Iván Rodríguez Terrero, entrevistado por Ubieta para [la popular revista mensual cubana] La Calle del Medio, cuando estaba entrenándose en el Instituto Pedro Kourí, dice: “Soy consciente de que es una misión de la que no podemos garantizar el retorno. Tus hijos están dolidos, pero se sienten orgullosos. Tu esposa está triste … pero a la vez se siente orgullosa”.

El enfermero y babalawo [sacerdote de la santería] Orlando O’Farril Martínez explica: “Era una misión de la patria, pero tenía que consultar con mis orishas [dioses de la santería] y me dieron el permiso”.

O sea que los orishas están con nosotros. No solo el papa [ortodoxo ruso] Kiril y el papa Francisco; los orishas también están con nosotros.

Monrovia, Liberia, cuando llegaron los colaboradores cubanos, nos dice Ubieta, era “una ciudad fantasma”. Luego, en la medida en que la epidemia va cediendo, la ciudad revive, vuelve a llenarse de gente.

El Dr. Leonardo Fernández compara la Monrovia que vio a su llegada con esta que va renaciendo: “Encontramos una ciudad desierta. No había casi automóviles en las calles, ni personas. No se veía a nadie … Y ahora, lo veníamos comentando, ¡señores, qué diferencia! Entonces uno se va con ese orgullito: yo puse algo para que esta ciudad estuviera otra vez llena de gente”.

En Kerry Town, Sierra Leona, se instaló una Unidad de Tratamiento del Ébola donde trabajaron juntos nuestros médicos y enfermeros y personal de distintas procedencias.

Cubanos, el corazón de la respuesta

Andy Mason, el director británico, al despedir a la brigada cubana, dice: “Aquí estuvimos Save the Children, [una ONG británica], la brigada cubana, el Ministerio Británico de Salud … y los hermanos y hermanas de Sierra Leona. Pero la parte central de esta capacidad de respuesta era la brigada cubana. Ellos eran el corazón de la respuesta aquí”.

“Tengo la confianza”, continuó diciendo, “de que nuestras cifras van a demostrar … cómo ha bajado la mortalidad. Eso no hubiese sido posible sin un cuidado esmerado de los pacientes. Y nuestros colegas cubanos fueron fundamentales en ese cuidado”.

En Maforki–Port Loko, también en Sierra Leona, “se ubicaron 42 brigadistas”, reporta Ubieta. “Durante la estancia de los cubanos se atendieron a 499 pacientes … y se salvaron 132 vidas. ‘Más de tres vidas salvadas por colaborador’, me dijo con orgullo el Dr. Manuel Seijas Glez”. Él está aquí; fue el coordinador del equipo cubano en esa unidad”.

El Dr. Rotceh Ríos Molina, jefe del equipo cubano en la Unidad de Tratamiento del Ébola del hospital ADRA de Waterloo, Sierra Leona, hace un balance de la misión:

“Lo primero que me deja es la gran satisfacción de haber salvado tantas vidas…

“Lo segundo fue el hecho de la competencia intelectual, de saberse un médico internacional… Se habla de un médico de Harvard, o que trabaja en tal o cual clínica inglesa. No, no le debemos nada a esa gente. Estamos al mismo nivel. Tenemos una formación profesional que no tiene nada que envidiarle a ninguno de los médicos de esos países.

“Y tercero es el espíritu de solidaridad, el compañerismo, la hermandad, que yo creo que fue lo que nos trajo a todos para acá sanos y salvos, excepto los dos que perdimos”.

Esos dos casos no fueron por ébola, como saben ustedes. Murieron de paludismo.

Este libro nos deja un extraordinario saldo ético.

Leonardo Fernández, ¿no sé si está aquí? El Dr. Leonardo Fernández, de 63 años, prácticamente de mi generación. Un roquero con el que yo me sentía identificado. ¡Debemos encontrarnos en un Submarino Amarillo! Pero bueno…

El Dr. Fernández estuvo en Nicaragua, en Pakistán, en Timor Leste, en Haití, en Mozambique. “Cuando hablan de voluntarios”, dice, “levanto mi mano y después pregunto para qué”.

Solo cumplimos con nuestro deber

Sobre la batalla contra el ébola, él piensa que “el impacto mediático de esta misión… ha hecho que algunos de nosotros… nos asumamos como héroes. Yo pienso que nosotros hemos cumplido con un deber, con una ética revolucionaria y con una ética médica… Yo había oído hablar del ébola. Conozco África, había atacado fiebres hemorrágicas en Mozambique y levanté la mano, y acá estoy. Nada del otro mundo. Es la vida”, dice él. Le quita toda importancia a esa muy heroica decisión.

La naturalidad con que este médico se refiere a su vocación de servicio tantas veces probada es algo que aflora constantemente de los testimonios recogidos por Ubieta. Son héroes, por supuesto, dignos de la mayor admiración, pero se refieren a las más angustiosas experiencias con sencillez y parquedad.

El Dr. Rotceh, que ya mencioné, dice: “Cuando llegamos el día 9 de octubre [de 2014] y entramos a una sala de ébola, aquello parecía un almacén de enfermos, no un hospital. Muchos tirados en el piso. No se les canalizaba una vena, no se les ponía un medicamento. Entonces tuvimos que cambiar esa idea de que a los enfermos no se le podía tocar. Los empezamos a tratar y empezaron a sobrevivir más enfermos”.

El licenciado en enfermería Juan Carlos Curbelo, en esa misma Unidad de Tratamiento del Ébola de Waterloo ADRA, habla acerca de “una embarazada con diagnóstico de ébola que necesitaba una transfusión y el hospital no contaba con los recursos para comprar las bolsas de sangre”. Entonces entre los cubanos se hizo “una ponina para comprar las bolsas de sangre, que cada cual diera lo que tuviese en ese momento.

“La jefa de enfermeras del hospital nos decía que aquello era inútil, que de todos modos se iba a morir. Pero no podíamos dejar de hacer lo posible por salvarla. Al cabo de los días la mujer falleció, pero estábamos tranquilos con nuestra conciencia”, dice ese compañero.

Otro licenciado en enfermería, Víctor Lázaro Guerra, “el brigadista cubano más joven de los tres países”, cumplió 26 años en la misión. Él habla de “un niño que necesitaba una canalización de vena urgente y había que transfundirlo. Ningún familiar quería donar la sangre para el niño y la familia no tenía dinero para pagar la transfusión. Entonces nosotros reunimos un dinerito… y buscamos la bolsa de sangre. Gracias a lo que hicimos se salvó”.

Ubieta define en síntesis a todos estos héroes: “Sin trajes especiales son indiferenciables del resto de los mortales. Tocan la muerte con las manos, pero llegan haciendo chistes que distienden el ánimo propio, el de los enfermos y colegas de otras nacionalidades. Sienten miedo, pero se sobreponen a él, hasta que lo olvidan y se tornan temerarios”.

En ellos —en ustedes que están aquí hoy— ha estado todo el tiempo presente ese componente sustancial de la resistencia de Cuba: el humor. Y no podía ser de otra manera. En muchas páginas de Zona Roja, en medio del horror de la epidemia, en medio de la muerte, aflora el choteo, la broma, la risa cubana. Colaboradores de distintas provincias rivales en la pelota, se dan “chucho” mutuamente. Otros ponen música en un móvil para los pacientes salvados que van a recibir el alta, y esos pacientes bailan con sus salvadores. Otros opinan que los entrenadores que debían asesorarlos en Freetown eran como karatecas cinta negra, quinto dan, que nunca habían entrado al tatami [la estera para practicar karate].

Lo que hicieron en términos éticos y morales los cubanos que enfrentaron la epidemia del ébola contrasta con este mundo envilecido del siglo XXI. Su lucha, paciente por paciente, para vencer a la muerte y salvar a seres humanos indefensos, contrasta escandalosamente con el drama de los emigrantes que naufragan día a día en las costas de Europa o que son rechazados por alambradas, muros, tropas armadas y el egoísmo más cruel.

Hoy, cuando en medio de las dificultades cotidianas hablamos tanto de los valores que se han deteriorado entre nosotros, necesitamos que alguien nos ponga delante las hazañas que recoge Zona Roja. No es un libro que habla de remotas páginas de la historia. No revive los épicos años 60. Sus protagonistas están aquí y ahora en Cuba, algunos en este mismo salón, otros cumpliendo alguna misión internacionalista en otros países.

Algunos tienen menos de 30 años; otros, 10 ó 20 más. En todos ellos, a pesar de los avances y retrocesos que hemos vivido, de las carencias y las contradicciones, hay una prefiguración indudable de aquel “hombre nuevo” de que hablaba el Che. Son portadores ejemplares de los más puros ideales de la Revolución Cubana. Llegue a ellos también, a ustedes, los que nos acompañan aquí, nuestra admiración y nuestro homenaje.
 
 
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