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Vol. 80/No. 28      1 de agosto de 2016

 
(especial)

¿Son ricos porque son inteligentes?

Clase, privilegio y aprendizaje en el capitalismo

 
POR STEVE CLARK
“La lucha por el poder obrero, y la transformación de las relaciones de propiedad que es necesaria para iniciar la transición al socialismo, son posibles solo cuando el pueblo trabajador comienza a transformarse y a transformar nuestras actitudes hacia la vida, hacia el trabajo y entre nosotros mismos. Solo entonces sabremos qué somos capaces de ser”.

—JACK BARNES

Cuando al presidente Barack Obama le preguntaron, durante una entrevista radial en diciembre de 2015, sobre las decenas de miles de trabajadores que concurrían a los mítines electorales del candidato presidencial Donald Trump, él lo atribuyó al hecho de que los “hombres de cuello azul [trabajadores] han tenido muchas dificultades en esta nueva economía, en la que ya no obtienen el mismo buen negocio que antes cuando iban a la fábrica y podían mantener a la familia con un salario único”.

“Se combinan esas cosas —agregó Obama— y el resultado es que puede haber rabia, frustración y miedo, lo cual en parte está justificado pero mal dirigido”.

Solo en un pasado imaginario han recibido jamás los obreros de fábrica en Estados Unidos un “buen negocio”. Los trabajadores resistieron —y nunca dejarán de resistir— el trato abusivo en el trabajo. Se unieron más y más ampliamente para organizar sindicatos, libraron huelgas contra los patrones y el gobierno, y ganaron lo que su fuerza les permitió obtener sin organizarse a nivel político, independientemente de los partidos de los patrones.

No obstante, lo más notable del lenguaje de Obama no es el tono condescendiente hacia los “hombres de cuello azul”. Es el miedo que existe a los niveles más altos del gobierno (y entre las capas “profesionales” bien remuneradas) sobre lo que se está gestando entre el pueblo trabajador en las ciudades, los pueblos y el campo. Es el miedo que está estremeciendo ambos partidos de las familias dominantes capitalistas.

“No se ha culpado suficientemente a los más responsables del ascenso [de Donald Trump]: sus electores”, escribe Charles Lane, columnista liberal del diario Washington Post. Estos trabajadores, dice, quieren “volar el sistema en pedazos y mandarlo al diablo”.

Desde un baluarte del ala conservadora de esta alianza antiobrera, el columnista Kevin Williamson de la revista National Review suelta su descarga, denunciando más explícita y crudamente la “disfunción de la clase obrera blanca”. Estas “comunidades de bajo nivel… merecen morir”, dice Williamson. “Económicamente son valores negativos. Moralmente son indefendibles… La clase baja blanca americana es esclava de una cultura despiadada y egoísta cuyos principales productos son la miseria y las jeringuillas de heroína desechadas. Los discursos de Donald Trump los hacen sentirse bien. Y el OxyContin también”.

Estamos viviendo la mayor crisis de los partidos capitalistas en la vida de cualquiera que lea estas páginas. En todo caso, es mayor el desorden en el Partido Demócrata que en el Republicano. Los millones que han acudido al llamado de Bernie Sanders, resucitando el fenómeno “Ocupa” con ropajes electorales burgueses, crean un obstáculo inesperado para la unción de Hillary Clinton como candidata demócrata en 2016 y, de ser nominada, para su elección.

Pero lo que está aflorando en las elecciones presidenciales no es inesperado ni tampoco inexplicable. Sus raíces se remontan unas décadas atrás. Si uno quiere comprenderlo, no hay mejor lugar para empezar que este libro.

¿Son ricos porque son inteligentes? Clase, privilegio y aprendizaje en el capitalismo contiene tres artículos de Jack Barnes, secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores, tomados de conferencias e informes que él dio ante públicos numerosos entre 1995 y 2009. Se han tomado en cuenta e incorporado directamente al texto estadísticas más recientes y sucesos posteriores que esclarecen las contradicciones económicas y sociales que atizan la actual turbulencia política. Esto le evita al lector la distracción de frecuentes notas al pie y texto entre paréntesis. Los artículos originales se pueden encontrar en los libros indicados en las notas bibliográficas.

El creciente desorden del sistema capitalista mundial se ha desarrollado a tropezones lo largo de los últimos 40 años: desde la recesión global de 1974-75, las oleadas de inflación alimentadas por la guerra de Vietnam y las crisis “energéticas” de esa época. Esos sacudones allanaron el camino para la caída de la bolsa de Wall Street en 1987, que —como animales nerviosos que presienten un inminente terremoto— presagió los efectos acumulativos del declive de las tasas de ganancia de los capitalistas y la contracción de la tasa de inversión en plantas, equipos y empleos que amplían la capacidad productiva.

En un intento de posponer un colapso demoledor, las familias dominantes de Estados Unidos y sus rivales recurrieron a una renovada orgía de endeudamiento, esta vez a nivel mundial y aun más colosal que la bonanza de préstamos de los años 80. Se han esforzado tenazmente en bajar los salarios, ampliar el ejército de reserva de mano de obra desempleada, intensificar el ritmo de producción a expensas de la salud y la vida, y debilitar aún más los sindicatos. Han hecho todo lo posible para fomentar competencia y conflictos entre los trabajadores. Los patrones esperan crear las condiciones necesarias para inducir una nueva ola de acumulación de capital y de expansión sostenida de la producción y del comercio, y de hacerlo antes de enfrentar un creciente desafío de la clase trabajadora y del movimiento obrero a su inhumano sistema de explotación.

Este libro se publica durante el octavo año de lo que Washington registra como una “recuperación económica”. Para el pueblo trabajador en Estados Unidos, desde las grandes ciudades hasta las regiones agrícolas, esa “mejoría” ha significado aumentos de alquileres y ejecuciones hipotecarias de casas, la caída del ingreso familiar medio y niveles históricamente bajos en el porcentaje de los trabajadores que realmente tienen empleo (no obstante las cifras generales de desempleo ofrecidas por el gobierno).

Las tasas de interés están en su punto más bajo en la historia del mundo imperialista. En Estados Unidos, año tras año las tasas a corto plazo se han acercado a cero, y en algunas partes de Europa y en Japón las tasas de interés han bajado a niveles negativos: un impuesto a la burguesía dictado por el capital financiero con el ilusorio objetivo de facilitar el crecimiento de alguna manera. Para la clase trabajadora y las clases medias bajas, tanto las tasas de cero como las negativas son un impuesto ruinoso para quienes dependen de una pensión o de una cuenta de “ahorros” para subsistir.

En resumen, el capitalismo se encuentra enfrascado en una depresión global a fuego lento.

Además, los gobernantes de Estados Unidos han realizado incesantes guerras y operativos militares desde el comienzo del milenio (sin mencionar la sangrienta Guerra del Golfo de 1991 y el conflicto bélico en la antigua Yugoslavia durante los mandatos de George H.W. Bush y Bill Clinton: la primera guerra en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial). Solo desde el 11 de septiembre de 2001, las administraciones del republicano George W. Bush y del demócrata Barack Obama han librado guerras o ataques aéreos, bombardeos, asaltos de drones teledirigidos y operativos de Fuerzas Especiales en Iraq, Afganistán, Pakistán, Libia, Yemen, Siria y otros países.

Cientos de miles de trabajadores y campesinos en esos países han resultado muertos o lisiados, víctimas de todas las partes contendientes en conflictos militares desde 2001. Millones han quedado sin techo, hambrientos y desposeídos. Casi 7 mil soldados norteamericanos han muerto y más de 52 mil han sido heridos: desproporcionadamente hombres y mujeres jóvenes de zonas rurales y de barrios obreros urbanos, quienes han sufrido un escandaloso abandono al regresar a casa.

Todo lo arriba mencionado figura entre las razones por las que tanta gente trabajadora sale a escuchar y a votar por Donald Trump. Y explica además muchos elementos de por qué otros trabajadores, aunque en menor número, están escuchando también a Bernie Sanders.

Al contrario de lo que propagan insistentemente los medios corporativos, esta crisis en los partidos capitalistas no tiene nada que ver con un inexistente auge de racismo en una inexistente “clase trabajadora blanca”. En Estados Unidos hay una clase trabajadora. Entre otras cosas, estos trabajadores son negros, latinos, asiáticos, africanos y (por ahora y en las décadas venideras) una mayoría es caucásica. Además, un número cada vez mayor son de raza mixta. El racismo y los actos racistas han sido echados atrás gracias a las conquistas de la lucha por los derechos de los negros —una lucha de masas con base proletaria— incluso entre el creciente número de trabajadores y trabajadoras de diversos colores de piel, lenguas maternas y naciones de origen que trabajan juntos, día tras día y hombro a hombro, en las fábricas y otros centros de trabajo.

“Yo nunca he votado y no estoy aquí representando el Partido Republicano. Francamente, me importan un bledo los republicanos”, dijo el ex entrenador de básquetbol Bobby Knight ante una clamorosa ovación, cuando presentó a Trump a unas 12 mil personas que asistían a un mitin electoral el 28 de abril en Evansville, Indiana. “También los demócratas me importan un bledo”.

Al menos en cuanto a este doble “me importa un bledo”, Knight se hacía eco del sentir de crecientes millones en la clase trabajadora y las clases medias más golpeadas por todo Estados Unidos.

¿Son ricos porque son inteligentes? pone de relieve las crecientes desigualdades de clase en Estados Unidos, y especialmente la expansión relativamente reciente y acelerada de una capa de profesionales bien remunerados y de clase media alta en la sociedad capitalista norteamericana.

Este “autonombrada ‘meritocracia ilustrada’ ” —de millones, si no decenas de millones, dice el autor— está compuesta en su abrumadora mayoría de los que siguen “carreras en las universidades, los medios, ‘tanques pensantes’, [así como] supervisores, empleados o abogados muy bien remunerados [de] fundaciones, ‘grupos de apoyo’ (advocacy groups), ONGs, organizaciones caritativas y otras instituciones ‘sin fines de lucro’ ”.

Están empeñados en “embaucar al mundo con el mito de que el progreso económico y social de sus miembros es la recompensa justa por su inteligencia, educación y ‘servicio’ individual. Sus miembros realmente creen que su ‘brillantez’, su ‘presteza’, sus ‘aportes a la vida pública’… les dan el derecho de tomar decisiones, de administrar y ‘regular’ la sociedad para la burguesía: en nombre de lo que alegan ser los intereses ‘del pueblo’ ”, de un “nosotros” ficticio y sin clases.

Precisamente durante la semana cuando se preparaba este libro para ir a la imprenta, dos artículos —uno en el diario liberal Washington Post, otro en el conservador Wall Street Journal— captaron perfectamente las actitudes de clase, tanto abiertas como tácitas, de muchos de los que integran esta capa meritocrática.

“Nunca han habido tantas personas con tan pocos conocimientos que han tomado tantas decisiones trascendentales para el resto de nosotros”, escribió David Harsanyi en una columna del Washington Post del 20 de mayo con el encabezado, “Debemos depurar del electorado a los americanos ignorantes”.

Dos días después, en el Journal, Andy Kessler escribió: “No obstante las películas de Hollywood, el capitalismo no tiene que ver con codicia. Es un sistema que separa las ideas estúpidas de las inteligentes”. Habría sido impolítico que Kessler dijera abiertamente que es un sistema que “separa a las personas estúpidas de las personas inteligentes”, pero tanto las personas “estúpidas” como las “inteligentes” saben leer.

Como señala Barnes, esta capa social ocupa un papel especial en la supervisión de uno de los cambios que marca la evolución del estado imperialista norteamericano desde las últimas décadas del siglo XX: la centralización de los poderes —que la Constitución de Estados Unidos inicialmente reservaba para la rama legislativa del gobierno (la Cámara de Representantes y el Senado, así como su equivalente a nivel de los estados)— en una rama ejecutiva cada vez más dominante (la Casa Blanca y sus agencias “reguladoras” y sus “administradores”, que se van multiplicando).

No hay manera que la clase trabajadora pueda tomar el poder a través del voto o de las leyes, o que por esas vías realice la expropiación revolucionaria de las familias propietarias gobernantes y la transición al socialismo. Pero la creciente concentración de poderes en manos de la presidencia —incluido el poder de facto de declarar la guerra, y de evitar la promulgación de leyes y el debate emitiendo decretos ejecutivos— es un peligro (en última instancia una amenaza bonapartista) para los intereses de los trabajadores, los pequeños agricultores y el movimiento obrero.

Hoy incluso existe en la Casa Blanca una Oficina de Información y Asuntos Reguladores, creada por una Orden Ejecutiva en 1993 durante la administración Clinton. El director de la agencia durante el primer mandato de Obama, Cass Sunstein, acuñó un término para expresar esta aspiración de los meritócratas de clase media que pretenden administrar y regular la vida del populacho, en el cual no se puede confiar para saber lo que beneficia nuestros propios intereses. Bautizó este término con un libro titulado Un pequeño empujón (nudge): El impulso que necesitas para tomar las mejores decisiones en salud, dinero y felicidad (o sea, hacer que hagamos lo que ellos consideran “lo mejor para nosotros,” sin que tengamos voz en el asunto, y sin que sepamos que ellos están tratando de manipularnos).

Por supuesto, la expansión del estado imperialista va mucho más allá y es más invasivo en la vida del pueblo trabajador que un simple “empujón”. Según las propias cifras de Washington, actualmente existen unos 510 departamentos y agencias federales; ninguno de ellos es electo, y su toma de decisiones nunca se ve por CSPAN o en ninguna parte.

Es más, con el pretexto de “la seguridad nacional” y “la lucha contra el terrorismo” (ahora con la enorme ayuda de las tecnologías de los “medios sociales”), los tentáculos de la vigilancia policiaca a nivel federal, estatal y local han penetrado más y más en todos los aspectos de nuestras vidas y han erosionado derechos arduamente conquistados que nos protegen contra el estado. Este masivo espionaje se ha convertido en un emblema —un emblema detestado— del imperialismo norteamericano en todas partes del mundo.

Aún no hay en Estados Unidos un movimiento social obrero en ascenso como respuesta a los asaltos contra nuestros salarios, condiciones de vida y derechos políticos. Pero en los últimos años sí se han dado huelgas y resistencia contra cierres patronales por parte de miembros de los sindicatos del acero (United Steelworkers), de telecomunicaciones (Communications Workers of America), de los camioneros (Teamsters), organizaciones de trabajadores agrícolas y otros sindicatos. Trabajadores de comida rápida y otros trabajadores mal remunerados están reclamando un salario mínimo de 15 dólares la hora.

Decenas de miles de personas han salido a las calles para condenar asesinatos y brutalidad por la policía y para exigir el arresto y enjuiciamiento de los policías responsables. Trabajadores y sus familias están alzando la voz contra el masivo sistema penal en Estados Unidos, con sus sentencias draconianas, reclusión solitaria brutalizadora y barbaridades oficiales. Trabajadores inmigrantes y sus partidarios han organizado denuncias contra las deportaciones, los despidos mediante el sistema E-Verify y otras indignidades. Los crecientes ataques al derecho de la mujer de elegir el aborto continúan provocando protestas.

Ante todo, se constata una creciente confianza y receptividad entre los trabajadores en todas partes en Estados Unidos para debatir las cuestiones sociales y políticas más amplias, incluida la importancia para la clase trabajadora de organizar a los no sindicalizados y de reconstruir nuestros sindicatos como instrumentos de solidaridad y lucha.

Estas oportunidades políticas no son una impresión desde fuera de la clase trabajadora. Son la conclusión práctica de media década de trabajo por parte de los miembros y partidarios del Partido Socialista de los Trabajadores que van de puerta en puerta en barrios obreros de todo tipo a través del país, conversando e intercambiando experiencias y opiniones con otros trabajadores.

Lo esencial de estos intercambios —sea en un pórtico, a la puerta de un apartamento, en un piquete de huelga o una protesta social o en el transcurso cotidiano del trabajo— no es nunca una simple discusión sobre “cuestiones”, ni siquiera sobre cuestiones políticas de gran importancia para la clase trabajadora. Es sobre el camino a seguir. Es sobre lo que señala Jack Barnes en el artículo final de este libro: cómo “preparar a la clase trabajadora para la mayor de todas las batallas en los años venideros: la batalla para librarnos de la imagen propia que nos inculcan los gobernantes, y para reconocer que somos capaces de tomar el poder y organizar la sociedad”.

Esa es la conclusión decisiva hoy día para los trabajadores en todas partes. Que debemos responder a la necesidad —a medida que adquirimos confianza y experiencia luchando hombro a hombro— de que la clase trabajadora reconozca nuestra humanidad, nuestras capacidades y las tradiciones que nuestra clase ha forjado durante más de un siglo y medio de luchas, incluyendo batallas y victorias revolucionarias. Que necesitamos “ampliar nuestra visión”, descubrir “nuestro proprio valor”, como explicaba siempre Malcolm X.

“El aprendizaje como experiencia de por vida”, según lo expresa el autor en estas páginas: ¿qué mejor razón para hacer una revolución socialista? “¿Qué mejor razón para librarnos del estado capitalista y utilizar el estado obrero para empezar a transformar a la humanidad, para empezar a forjar la solidaridad humana? Y tenemos el ejemplo vivo de la Revolución Cubana para demostrar cómo es posible emprender ese camino”.

Estas son las cuestiones que están en juego y que se abordan en ¿Son ricos porque son inteligentes? Clase, privilegio y aprendizaje en el capitalismo.

30 de mayo de 2016

Copyright © 2016 Pathfinder Press. Reproducido con autorización.  
 
 
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