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Vol. 80/No. 38      10 de octubre de 2016

 
(portada)

La lucha de los presos de Attica hace 45 años sigue resonando hoy

Foto AP
Dirigentes de rebelión en cárcel de Attica —desde izq., Richard Clark con sus codos en la mesa, Carl El Jones, Herbert X Blyden, Frank Smith, Roger Champen y Elliot Barkley— negocian con el comisionado de prisiones Russell Oswald (esquina izq.), 9 de septiembre de 1971.
 
POR SETH GALINSKY
El 9 de septiembre de 1971, 1 281 trabajadores presos en la cárcel estatal de Attica, en Nueva York tomaron el cielo por asalto. Se sublevaron contra las condiciones abusivas y proclamaron: “Somos hombres; no somos bestias y no deseamos ser golpeados o tratados como tales”.

Las condiciones que denunciaban todavía existen en las cárceles de Estados Unidos. Es por eso que su rebelión, la sangrienta represalia de los guardias y la policía al retomar la prisión —incluyendo obvios asesinatos y tortura— y las mentiras y el encubrimiento del gobierno tienen resonancia hoy.

A principios de la década de los 70 la lucha por los derechos de los negros que se había extendido por todo Estados Unidos durante la previa década y el movimiento de masas contra la guerra en Vietnam, estaban aumentando la confianza del pueblo trabajador tras las rejas.

El 29 de julio de 1970, unos 450 reos en el taller de metales de Attica se declararon en huelga por dos días y ganaron un aumento de sueldo a un mínimo de 25 centavos y un máximo de un dólar al día.

A principios de noviembre los reos de la cárcel estatal de Auburn se rebelaron cuando las autoridades pusieron a 14 presos en confinamiento solitario por desafiar la prohibición de celebrar el Día de la Solidaridad Negra. Después de que los prisioneros se rindieron, los guardias los obligaron a correr entre dos filas de guardias mientras les golpeaban con porras.

En junio de 1971 un grupo de presos que se autodenominaron la Facción de Liberación de Attica enviaron una lista de demandas al comisionado de servicios correccionales, Russell Oswald, recién nombrado por el gobernador Nelson Rockefeller. Entre las 27 demandas se encontraban la atención médica adecuada; “el cese de la persecución política y la persecución racial” y de la censura de periódicos y libros; el enjuiciamiento de los carceleros que cometan “castigos crueles e inusuales”, y platos y utensilios para comer limpios.

Oswald, quien se consideraba un reformador liberal, respondió que iba a “estudiar” qué mejoras se podían hacer.

Solidaridad de los prisioneros

Las preocupaciones de los funcionarios de Attica aumentaron varios días después de que el bien conocido Pantera Negra, George Jackson, fue asesinado en la prisión estatal de San Quintín en California. El guardia Jack English le dijo al New York Daily News que los presos entraron a la cafetería el 22 de agosto de 1971, pero “nadie tomó ninguna comida. … Permanecieron mirando hacia el frente y nadie hizo un sonido. “Casi todos los prisioneros —negros, caucásicos y latinos— portaban brazaletes negros u otra cosa negra.

“Nos asustó porque una cosa así toma mucha organización, mucha solidaridad, y no teníamos idea de que estaban tan bien organizados”.

El 9 de septiembre de 1971, unos prisioneros, molestos por las palizas que habían recibido dos presos la noche anterior, rompieron un portón cerrado con llave y tomaron control de un ala de la prisión. Unos 40 guardias y empleados civiles de la prisión fueron tomados como rehenes.

Los presos se organizaron rápidamente para brindar cuidado medico para un guardia que había sido gravemente herido en el enfrentamiento inicial, pero murió a los pocos días.

Los presos salieron al patio D al aire libre. Roger Champen, un veterano de la guerra de Corea y respetado “abogado de la cárcel”, agarró un megáfono. “Tenemos que unirnos”, dijo. Pronto se formó un comité multirracial de liderazgo. Entre los que se ofrecieron para ser parte de este estaban Herbert X Blyden, un veterano de la rebelión el año anterior en la casa de detención de Manhattan; Don Noble y Frank Lott, dos de los autores de las demandas de la Facción de Liberación de Attica; el Pantera Negra Tommy Hicks, que había estado en la rebelión de Auburn; el líder de los Young Lords Mariano González; el abogado carcelero Jerry “el judio” Rosenberg; y Elliot “L. D.” Barkley.

Excavaron letrinas, ya que la autoridades carcelarias habían cortado el agua a los inodoros. Improvisaron un sistema de sonido. Establecieron una fuerza de seguridad racialmente integrada y aseguraron de que no les pasara nada a los rehenes. Establecieron un puesto de asistencia médica. Cocinaron comida y distribuyeron colchones y sábanas, dándole prioridad a los rehenes. Prohibieron el uso de drogas.

Esperando que los presos se rindieran a cambio de pequeñas concesiones, Oswald permitió que la prensa entrara al patio D. Con las cámaras de televisión grabando, Barkley leyó el manifiesto y las demandas.

Tom Wicker, un editor asociado del New York Times que llegó al día siguiente, quedó impresionado con “aspectos de esa extraña sociedad —su organización sorprendentemente eficaz, su intenso radicalismo político, el ahogamiento de la animosidad racial por la solidaridad de clase”.

Informó que mientras un prisionero negro hablaba de “las desventajas sufridas por los negros en Estados Unidos, un preso con un fuerte acento puertorriqueño le gritó: ‘¡No olvides a nuestros hermanos blancos! Están en esto también’”.

Una orgía de terror

Oswald y Rockefeller afirmaron que aceptarían todas las demandas por mejores condiciones, excepto las dos de más importancia para los prisioneros: amnistía por los supuestos “crímenes” vinculados a la rebelión y la remoción del odiado director de la prisión Vincent Mancusi.

Cuando los presos se negaron a aceptar inmediatamente, el 13 de septiembre Rockefeller ordenó el asalto que habían estado preparando desde el primer día. Se convirtió en una orgía de terror.

Bajo el mando de Mancusi y un funcionario de bajo rango de la policía estatal, más de mil policías estatales, locales y guardias de la prisión comenzaron el ataque, junto con la Guardia Nacional. Estaban armados con escopetas y rifles con balas expansivas.

Tan pronto como un helicóptero dejó caer debilitantes gases lacrimógenos CS, abrieron fuego indiscriminadamente. Para el final del día, 29 presos y 10 rehenes estaban muertos.

Las autoridades estatales inmediatamente publicaron una flagrante mentira. Dijeron que los rehenes habían sido degollados y que varios de ellos habían sido castrados por los presos. Pocos días después se supo la verdad: todos los rehenes habían muerto por los disparos. Los presos no tenían una sola arma de fuego.

El terror continuó por días.

Los reos fueron obligados a arrastrarse boca abajo a través de cristal roto. Los desnudaron y los hicieron correr entre filas de guardias que los golpeaban. Los mantuvieron desnudos en las celdas durante días. Los soldados obligaron a los presos a quitarse sus prótesis dentales y lentes, y los destrozaron.

Los supuestos líderes fueron especialmente maltratados por los soldados y guardias. Los médicos de la Guardia Nacional dijeron haber escuchado a soldados y guardias decirle a los prisioneros caucásicos cuando los golpeaban, “Esto te pasa por andar con niggers”.

“Las cárceles de este país existen por una sola razón —para tratar de aterrorizar a la gente para que acepte un sistema social inhumano e irracional basado en el mantenimiento de los ‘derechos’ de los pocos contra los de la mayoría”, escribió Mary-Alice Waters en el folleto Attica: ¿Por qué los presos se están rebelando?, el cual fue ampliamente distribuido por el Partido Socialista de los Trabajadores para divulgar la verdad sobre la rebelión. Hasta que eso cambie, “casi con toda seguridad habrán más Atticas”.

 
 
 
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