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Vol. 80/No. 43      14 de noviembre de 2016

 
(portada, comentario)

Curso de FARC en Colombia un obstáculo para la clase trabajadora

 
POR MARK THOMPSON
La historia de la lucha de clases en Colombia plantea cuestiones cruciales para el pueblo trabajador sobre el tipo de liderazgo que es necesario en América Latina y otras partes para impulsar las luchas de los trabajadores y los agricultores contra los patrones, los terratenientes y sus gobiernos. El artículo publicado en inglés en la edición del 24 de octubre del Militante sobre la estrecha derrota del referéndum sobre el acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), no ayudó a aclarar estas cuestiones.

El pueblo trabajador de Colombia se ha visto duramente afectado por la crisis capitalista mundial. Enfrentan crecientes ataques de los patrones y del gobierno del presidente Juan Manuel Santos. El salario mínimo es de menos de un dólar por hora, uno de los más bajos en América Latina. La tasa oficial de desempleo es del 9 por ciento.

Cuando más de 50 mil choferes de camiones salieron en huelga en junio y julio, el gobierno utilizó soldados y policías para ayudar a romper la huelga, lo que resultó en la muerte de un partidario de la huelga.

Aproximadamente el 63 por ciento de las tierras agrícolas en Colombia son propiedad de un 0.4 por ciento de los propietarios de tierras, mientras que el 60 por ciento de los agricultores no tienen título sobre sus tierras. La vida económica se deforma aún más por la dominación imperialista. La deuda externa supera los 100 mil millones de dólares.

Los trabajadores y los agricultores también enfrentan el legado de cinco décadas de guerra entre el gobierno respaldado por Washington, paramilitares y las FARC y otros grupos guerrilleros de izquierda. El pueblo trabajador ha cargado con el peso de las consecuencias del conflicto. Al menos 220 mil personas han muerto, más del 80 por ciento de ellas civiles, y otros 7 millones de personas han quedado desplazadas, en su mayoría campesinos que huyen de las zonas rurales.

Poner fin a la guerra puede ayudar a abrir espacio para que los trabajadores y los agricultores se puedan organizar. Durante más de 30 años, la dirección revolucionaria de Cuba ha abogado por un fin al conflicto armado, y ha tomado iniciativas importantes para lograrlo.

Las acciones de las FARC han dañado la capacidad del pueblo trabajador para organizarse y ganar confianza para trazar un camino hacia la toma del poder político. Fidel Castro, basándose en la experiencia de la dirección de la Revolución Cubana, criticó agudamente los métodos de las FARC en su libro de 2008 La paz en Colombia.

Curso dañino de las FARC

Las FARC se formaron en la década de 1960 como un grupo guerrillero rural vinculado al estalinista Partido Comunista de Colombia. Su perspectiva era ejercer presión y obtener concesiones de los terratenientes y del gobierno a través de ataques dinamiteros, asesinatos y secuestros como parte de una “guerra prolongada”. En el mejor de los casos, esto relegó al pueblo trabajador al papel de espectadores.

Esta trayectoria dio al gobierno y a los terratenientes pretextos para lanzar ataques contra sindicalistas y agricultores y atacar los derechos políticos. El régimen movilizó a miles de fuerzas paramilitares para aterrorizar a la población. A medida que las FARC ganaron territorio en la década de 1990, Washington envió tropas, armas y fondos a Bogotá, bajo la excusa de la guerra contra el narcotráfico y el terrorismo. El Plan Colombia, firmado por el presidente Bill Clinton en 2000, asignó 10 mil millones de dólares para estos fines.

Tras la elección del presidente Álvaro Uribe en 2002, una ofensiva militar asestó enormes golpes a las FARC y su dirección. Frente a estos reveses, y un creciente debate internacional, incluyendo las contribuciones de Castro, las FARC entraron en negociaciones de paz con el gobierno de Santos, quien asumió el cargo en 2010.

El gobierno cubano jugó un papel decisivo en facilitar las negociaciones, que se iniciaron en La Habana en 2012. Un acuerdo de paz fue firmado en septiembre de este año y sometido a un referéndum el 2 de octubre. Las encuestas habían proyectado que pasaría por una gran mayoría, pero el 50.2 por ciento votó en contra.

Una declaración del 4 de octubre de la Juventud Comunista Colombiana reflejó una respuesta común en la izquierda. Describió los resultados de la votación como una victoria de la “ultraderecha, sectores conservadores y confesionales”, y dijo que la “población votante” se había confundido “con la campaña mentirosa y de odio de la ultraderecha”.

El artículo del 24 de octubre del Militant “Colombia ‘No’ Vote Reflects Discontent with Gov’t, FARC” (“El voto a favor del ‘No’ en Colombia refleja el descontento con el gobierno y las FARC”) no fue una respuesta adecuada a esta línea de la izquierda. Se refirió al “descontento” sin considerar clases sociales y destacó la campaña a favor del “No” dirigida por Uribe y la reducida participación del 37 por ciento, sugiriendo que la votación demostraba un cambio hacia la derecha y la apatía de la clase trabajadora.

Pero la razón por la que muchos trabajadores votaron “no” o se abstuvieron fue la profunda hostilidad hacia las FARC. Muchos pensaron que las condiciones del acuerdo eran demasiado generosas hacia los dirigentes de las FARC, que les garantizaban escaños en el congreso y amnistía para dirigentes acusados de crímenes mayores, entre otras cosas.

En los territorios que ocuparon las FARC emplearon la violencia para imponer control sobre el pueblo trabajador. Extorsionaron impuestos, incluyendo sobre la producción y transporte de drogas ilegales, y realizaron miles de secuestros para obtener recompensa. Impusieron toques de queda y controles sociales estrictos a los residentes, expulsando de sus casas y tierras a los que violaban sus reglas. Miles de campesinos murieron o quedaron mutilados como resultado de minas terrestres colocadas por las FARC.

Lo opuesto a la Revolución Cubana

Cuando una redada del ejército colombiano en 2008 liberó a 15 rehenes detenidos por las FARC, Fidel Castro se pronunció. Los liberados incluían a Ingrid Betancourt, quien había sido secuestrada seis años antes durante su campaña para la presidencia, 11 soldados y tres ciudadanos estadounidenses.

“Nos alegró la noticia de que Ingrid Betancourt, tres ciudadanos norteamericanos y otros cautivos habían sido liberados”, dijo Castro. “Nunca debieron ser secuestrados los civiles, ni mantenidos como prisioneros los militares en las condiciones de la selva. Eran hechos objetivamente crueles. Ningún propósito revolucionario lo podía justificar”.

La trayectoria seguida por las FARC, dijo Castro, fue la opuesta a la seguida por el movimiento revolucionario que llevó a los trabajadores y agricultores al poder en Cuba. El Partido Comunista de Colombia “estaba bajo la influencia del Partido Comunista de la URSS, no de Cuba”, dijo. Nunca “se propuso conquistar el poder con las armas”.

En Cuba el Ejército Rebelde dirigido por Castro veía a la clase trabajadora y a los agricultores explotados como los agentes del cambio revolucionario. Organizaron una reforma agraria, campañas de alfabetización y otras medidas revolucionarias en las zonas bajo el control de los rebeldes.

Cuando entablaron batallas con las fuerzas de la dictadura, siempre trataron de mantener a los civiles fuera de peligro. Los soldados que capturaban eran tratados con dignidad y eran liberados a la primera oportunidad.

La Habana ahora es sede de una nueva ronda de negociaciones entre funcionarios del gobierno colombiano y la dirección de las FARC. El alto el fuego ha sido extendido hasta el final del año.  
 
 
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