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   Vol. 70/No. 2           16 de enero de 2006  
 
 
Cómo el imperialismo atizó la guerra en Yugoslavia
(especial)
 
POR ARGIRIS MALAPANIS  
En los últimos dos meses, en torno al décimo aniversario del comienzo de la ocupación de Bosnia por fuerzas de la OTAN y del anterior acuerdo de “paz” de Dayton diseñado por Washington, políticos y comentaristas en Estados Unidos afirmaron una y otra vez que la benevolencia del gobierno norteamericano dio fin a la guerra asesina en Yugoslavia.

La verdad es todo lo contrario.

Al describir el historial de la intervención militar de la OTAN en Bosnia en la década anterior, un artículo en la última edición del Militante explicaba que el objetivo de los gobernantes norteamericanos y de sus aliados no consistía ni en cesar la “limpieza étnica” ni en establecer la “democracia”. Más bien, pretendían derrocar el estado obrero, establecido en ese país mediante una revolución de trabajadores y campesinos, y crear las condiciones para la restauración del capitalismo. Una de las metas de Washington era también fortalecer su supremacía en Europa.

Esta semana nos enfocamos en cómo el imperialismo norteamericano y sus aliados atizaron esta guerra.

La matanza en Yugoslavia en la década de 1990 fue producto de la descomposición del orden mundial capitalista y de crecientes conflictos entre las burguesías rivales en los países imperialistas y los aspirantes a capitalistas en los estados obreros deformados.

La guerra en Yugoslavia también demostró con sangre que los liderazgos estalinistas no pueden unificar a largo plazo al pueblo trabajador de diferentes nacionalidades para formar una creciente federación de repúblicas soviéticas que colaboren para construir el socialismo.

Unos años después de la revolución rusa de octubre de 1917, los bolcheviques, bajo la dirección de Lenin, formaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como federación voluntaria de repúblicas de trabajadores y campesinos. Los bolcheviques en los tiempos de Lenin eran una vanguardia obrera revolucionaria que luchaba intransigentemente por el derecho de las naciones oprimidas a la autodeterminación, por la igualdad plena de las naciones y nacionalidades, y contra todo vestigio de privilegio, arrogancia y chovinismo nacionalistas. Desempeñaron un papel dirigente al hacer de esta perspectiva internacionalista la esencia del programa y de la práctica de la Internacional Comunista.

Como parte de la contrarrevolución política realizada por la casta social pequeñoburguesa cuyo portavoz era José Stalin, esta trayectoria proletaria internacionalista fue desplazada por el retorno del chovinismo gran ruso.  
 
Dirección estalinista
El estado obrero federado de Yugoslavia, que los imperialistas y las pandillas rivales estalinistas hicieron todo lo posible por destruir, fue una gigantesca conquista de la revolución yugoslava de 1942-46. Los trabajadores y campesinos de origen serbio, croata, bosnio y de otras nacionalidades forjaron la unidad para expulsar a las fuerzas de ocupación nazis y a sus colaboradores nacionales, para llevar a cabo una reforma agraria radical y para expropiar a los explotadores capitalistas. Así establecieron un estado obrero. Fue una de las grandes revoluciones del siglo XX, una revolución socialista proletaria.

La dirección estalinista del Partido Comunista Yugoslavo, encabezada por Josip Broz (Tito) impidió que sobre la base de sus conquistas los trabajadores de distintas nacionalidades consolidaran firmemente la federación. La revolución yugoslava nació deformada.

Las bases para la guerra en Yugoslavia se crearon más de una década antes de la disolución de la federación en 1991-92. La economía ya se encontraba en crisis por los métodos antiobreros de planificación y administración del régimen de Tito.

No obstante su afirmación de independencia nacional frente al régimen soviético de José Stalin, el liderazgo de Tito se formó fundamentalmente en el molde estalinista. Mantenía la política de una casta burocrática privilegiada que vivía a expensas de la clase obrera. En vez de seguir una política externa internacionalista a favor de los intereses del pueblo trabajador, buscaba acomodarse con el imperialismo. Solo dos ejemplos de esto son las declaraciones de Belgrado a favor de la neutralidad durante la invasión imperialista de Corea a principios de los años 50 y su falta de solidaridad con los combatientes vietnamitas de liberación en los 60.

El régimen yugoslavo había abierto su economía al capital financiero internacional y a préstamos de instituciones imperialistas como el Fondo Monetario Internacional (FMI), mucho antes que otros regímenes de Europa oriental. Incluso ya desde los años 50 el gobierno de Tito había introducido medidas del mercado capitalista en la economía planificada, que denominó “autogestión obrera”.  
 
‘Capitalismo empresarial’
“Las empresas compiten entre sí dentro del mercado nacional como una entidad privada capitalista”, subrayó Ernesto Che Guevara, dirigente central de la revolución cubana, después de su visita a Yugoslavia en 1959.

“Se podría decir a grandes rasgos, caricaturizando bastante, que la característica de la sociedad yugoslava es la de un capitalismo empresarial con una distribución socialista de la ganancia, es decir, tomando cada empresa no como un grupo de obreros sino como una unidad, una empresa funcionaría aproximadamente dentro de un sistema capitalista, obedeciendo las leyes de la oferta y la demanda”.

Con estas medidas se puso al país en una situación más vulnerable al mundo capitalista y a sus males sociales: inflación, desempleo y mayor diferenciación salarial entre fábricas y entre regiones. Estas políticas fomentaron las divisiones nacionales y ayudaron a los que empezaban a ser partidarios de la restauración del capitalismo.

En los años 60 y 70, por ejemplo, algunos sectores de la burocracia gobernante en Croacia propusieron que los ingresos de la lucrativa industria turística en la costa de Dalmacia fueran asignados completamente al gobierno croata y no al gobierno federal. Se resistían a usar estos recursos para reducir las desigualdades en Yugoslavia con programas de “acción afirmativa” para las zonas menos desarrolladas. Los gobiernos de algunas provincias y repúblicas cerraron sus mercados los unos a los otros, aspirando cada una a ser autosuficientes. Esto perjudicó sobre todo a las regiones menos desarrolladas, especialmente donde vivían las nacionalidades oprimidas como los albaneses en Kosova. Cuando azotó la recesión mundial en 1974-75, también fue afectado el pueblo trabajador yugoslavo, pero de manera diferenciada, agudizando las divisiones nacionales.  
 
Capital financiero atiza nacionalismo
Luego llegó el infame plan de “estabilización” del FMI, mediante el cual las instituciones financieras imperialistas se robaron una parte de la riqueza producida por el pueblo trabajador yugoslavo. Durante la década de 1970, el régimen de Tito había acumulado una gran deuda externa. El FMI exigió, para seguir otorgando préstamos, medidas de austeridad que Belgrado puso en práctica en los años 80: levantó los controles de precios para muchos bienes de consumo, eliminó muchos empleos en empresas estatales y congeló las inversiones en la infraestructura y en los servicios sociales.

Por consiguiente, la inflación se fue por las nubes. El desempleo subió a un promedio del 14 por ciento en Yugoslavia, aún más en las regiones menos desarrolladas: un 23 por ciento en Bosnia, 27 por ciento en Macedonia y 50 por ciento en Kosova.

Esta realidad indicó las consecuencias de haber cambiado políticas anteriores que impulsaban el crecimiento en las regiones subdesarrolladas.

Ya para 1990 la tasa de crecimiento económico era negativa, reduciéndose en un 11 por ciento. En el primer semestre de ese año, la inflación excedía el 70 por ciento y los salarios reales habían decaído en un 41 por ciento.

A principios de esa década, la clase trabajadora en Yugoslavia se había debilitado, por dos razones. Primero, porque las décadas de maldirigencia estalinista habían enajenado al pueblo trabajador de la vida política. Segundo, porque el auge revolucionario en Europa a fines de los 60 y en los 70 había mermado a raíz de la maldirigencia de los partidos estalinistas y socialdemócratas que dominaban el movimiento obrero. El pueblo trabajador en Europa occidental no había logrado cambiar la correlación de fuerzas de clases en detrimento de las potencias imperialistas y ayudar así a sus compañeros de clase en Yugoslavia.

Cuando estallaron conflictos entre los sectores rivales de la casta pequeñoburguesa que gobernaba Yugoslavia, todos recurrieron a la demagogia nacionalista para justificar el mantener bajo su control tanto territorio y recursos económicos como pudieran a fin de perpetuar sus privilegios y su existencia parásita. Estos aspirantes a capitalistas —siendo los principales culpables el régimen de Milosevic en Serbia y el gobierno de Croacia encabezado por Franjo Tudjman— lograron vencer la incipiente resistencia obrera y arrastraron a las masas trabajadoras a la guerra.

En el centro de esta resistencia estaban los mineros y otros trabajadores en Kosova que a fines de los 80 habían llevado a cabo masivas huelgas y manifestaciones contra la austeridad y por la unidad obrera, respaldando los derechos nacionales de la mayoría albanesa en Kosova. Fue entonces que el régimen de Milosevic comenzó sus diatribas nacionalistas para dividir al movimiento obrero y justificar la represión por parte de Belgrado.

Pero era el capital financiero internacional el que había atizado las llamas de la guerra.  
 
‘Que se desangre’
Para empezar, la clase gobernante alemana dio un fuerte impulso a la guerra. Reconoció inmediatamente a Croacia y Eslovenia como estados independientes, y acto seguido les envió diplomáticos, asesores militares y armamentos a esos regímenes, dirigidos por ex dirigentes de la Liga de los Comunistas Yugoslavos.

Al principio Washington adoptó la política de “que se desangre”. La idea era dejar que continuaran los bombardeos asesinos de las zonas civiles por parte de los regímenes rivales de Yugoslavia y dejar que las potencias capitalistas en Europa se enfrascaran primero, fomentando una guerra civil mediante la intervención militar disfrazada de misión “pacificadora”.

Al mismo tiempo, la Casa Blanca garantizó que cierta cantidad de armamentos llegara a Bosnia durante el embargo de armas de la ONU apoyado por Washington. Sin embargo, a fin de prolongar la guerra, Washington se aseguró a la vez de que no le llegara suficiente artillería pesada al ejército bosnio para que le permitiera una victoria absoluta sobre Belgrado.

La administración Clinton también prometió que respaldaría las “iniciativas de paz” de París, Berlín u otros gobiernos, al tiempo que las saboteó todas. Así los gobernantes norteamericanos humillaron a sus aliados en Europa para fomentar la idea de que solo el Tío Sam puede salvar la situación.

Al acumularse los fracasos de los “pacificadores” europeos en Bosnia y las iniciativas diplomáticas, Washington logró efectuar exitosos ataques aéreos y bombardeos navales y terrestres contra las fuerzas serbias.

Tras cobrarle una fuerte cuota de sangre al pueblo de Yugoslavia, Washington hizo que los representantes de las fuerzas serbias, croatas y bosnias se encaminaran a la base aérea Wright-Patterson cerca de Dayton, Ohio, y les dictó los nuevos acuerdos de “paz”, que allanaron el camino a la ocupación de Bosnia por la OTAN.

Durante toda la década de 1990, muchos trabajadores y campesinos en Yugoslavia —bosnios, serbios, croatas, o de otras nacionalidades— resistieron los horrores que les impusieron las pandillas rivales de burócratas desprendidas del aparato estalinista en ruinas así como la intervención imperialista.

Como se indicó en el artículo anterior, solo el fin de las ocupaciones de la OTAN y de la ONU le dará al pueblo trabajador la oportunidad de encontrar nuevamente el camino para defender sus intereses.  
 
 
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