Vol. 71/No. 31 3 de septiembre de 2007
POR JAMES P. CANNON
Mientras no quedara definido el verdadero alcance de las disputas políticas y teóricas, el hablar sobre la cuestión organizativa solo contribuía, y no podía más que contribuir, a crear confusión. Pero ahora que los problemas políticos fundamentales están plenamente clarificados, ahora que los dos campos han tomado su posición de acuerdo a las líneas fundamentales, es posible y quizás factible abordar la cuestión organizativa para ser debatida en su debido contexto y su lugar correcto: como tema importante pero subordinado; como expresión en términos organizativos de las diferencias políticas, pero no para sustituirlas.
El conflicto fundamental entre el proletariado y las tendencias pequeño burguesas se expresa a cada paso como cuestiones de la organización del partido. Pero lo que entraña este conflicto secundario no son pequeños incidentes, quejas, fricciones personales y minucias similares que son rasgos comunes de la vida de toda organización. La disputa es más profunda. Estamos en guerra con Burnham y los burnhamistas en torno a la cuestión fundamental del carácter del partido. Burnham, completamente ajeno al programa y a las tradiciones del bolchevismo, no es menos hostil a sus métodos organizativos. Está mucho más cercano en su espíritu a Souvarine y a todos los decadentes, escépticos y renegados del bolchevismo que al espíritu de Lenin y su régimen terrible.
Burnham se preocupa ante todo de las garantías democráticas contra la degeneración del partido después de la revolución. A nosotros nos preocupa primero que nada la construcción de un partido que sea capaz de dirigir la revolución. La concepción de Burnham sobre la democracia del partido es la de una tertulia perpetua en la que los debates continúan sin parar y jamás se decide nada firmemente. (¡Ver la resolución de la Conferencia de Cleveland!) Contemplemos su nuevo invento: ¡un partido con dos órganos públicos distintos que defienden dos programas distintos y antagónicos! Al igual que las demás ideas independientes de Burnham, es sencillamente un plagio de fuentes foráneas. No es difícil reconocer en este brillante esquema de organización partidista una rehabilitación del fallido partido que abarca a todos de Norman Thomas.
Nuestra concepción del partido es radicalmente diferente. Para nosotros el partido debe ser una organización de combate que dirija una lucha resuelta por el poder. El partido bolchevique que dirija la lucha por el poder necesita no solo la democracia interna. Exige también un centralismo imperioso y una disciplina de hierro en la acción. Exige una composición proletaria que corresponde a su programa proletario. El partido bolchevique no puede ser dirigido por diletantes cuyos verdaderos intereses y verdaderas vidas están en un mundo distinto y ajeno. Exige un liderazgo profesional activo, compuesto de individuos escogidos democráticamente y controlados democráticamente, quienes dedican su vida entera al partido, y quienes encuentran en el partido y sus actividades multiformes, en un ambiente proletario, una satisfacción personal completa.
Para el revolucionario proletario el partido es la expresión concentrada del propósito de su vida, y está ligado al partido para la vida y la muerte. El predica y practica el patriotismo partidista, porque sabe que su ideal socialista no se puede realizar sin el partido. A sus ojos, el crimen de crímenes es la deslealtad o la irresponsabilidad hacia el partido. El revolucionario proletario está orgulloso de su partido. Lo defiende frente al mundo en toda ocasión.
El revolucionario proletario es un hombre disciplinado, pues el partido no puede existir como organización de combate sin disciplina. Cuando se encuentra en la minoría, se somete lealmente a la decisión del partido y lleva a cabo sus decisiones, mientras aguarda nuevos sucesos para verificar las disputas o nuevas oportunidades para debatirlas de nuevo.
La actitud pequeño burguesa hacia el partido, que representa Burnham, es lo opuesto de todo esto. El carácter pequeño burgués de la oposición se demuestra en su actitud hacia el partido, su concepción del partido, incluso en su método de reclamar y lloriquear acerca de las quejas, tan infaliblemente como en su actitud frívola hacia nuestro programa, nuestra doctrina y nuestra tradición.
El intelectual pequeño burgués, quien pretende instruir y guiar al movimiento obrero sin participar en él, apenas siente tenues lazos al partido y siempre está lleno de quejas contra él. El momento en que le pisan el pie, o que lo rechazan, se olvida completamente de los intereses del movimiento y recuerda solo que han herido sus sentimientos; puede que la revolución sea importante, pero la vanidad herida de un intelectual pequeño burgués es más importante. Está completamente a favor de la disciplina cuando les está dictando la ley a los demás, pero tan pronto se encuentra en una minoría, comienza a lanzar ultimatums y amenazas de escisión a la mayoría del partido.
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