Vol. 76/No. 5 6 de febrero de 2012
A continuación reproducimos la introducción del libro Las mujeres en Cuba: Haciendo una revolución dentro de la revolución por Mary-Alice Waters. El nuevo libro, publicado recientemente por la editorial Pathfinder, contiene entrevistas con Vilma Espín, Asela de los Santos y Yolanda Ferrer. Waters es la editora del libro, presidenta de Pathfinder y miembro del Comité Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores. Copyright © 2012 por Pathfinder Press. Se reproduce con autorización.
Este fenómeno de las mujeres en la revolución es una revolución dentro de otra revolución. Si nos preguntaran qué es lo más revolucionario que está haciendo la revolución, responderíamos que es precisamente esto: ¡la revolución que está teniendo lugar en las mujeres de nuestro país!
FIDEL CASTRO
9 de diciembre de 1966
La verdadera igualdad entre el hombre y la mujer solo puede convertirse en realidad cuando la explotación de ambos por el capital haya sido abolida, y el trabajo privado en el hogar haya sido transformado en una industría pública.
FEDERICO ENGELS
5 de julio de 1885
POR MARY-ALICE WATERS
Haciendo una revolución dentro de la revolución no es un libro sobre la mujer. O quizás sería más exacto decir que su punto de partida no es la mujer, ni podría serlo. Es un libro sobre la Revolución Cubana. Trata sobre los millones de trabajadores y agricultores —hombres y mujeres, de todas las edades— que han hecho esa revolución socialista, y cómo se transformaron a través de sus acciones al luchar por transformar su mundo.
No tenían ni “estructuras preconcebidas ni programas diseñados”, afirma aquí Vilma Espín. Solo contaban con el deseo de las mujeres de “participar en un proceso revolucionario que se planteaba transformar la situación de los explotados y discriminados y crear una sociedad mejor para todos”. Y la dirección de la revolución respondió.
Espín fue una combatiente legendaria del Movimiento 26 de Julio en la clandestinidad de Santiago de Cuba y en el Segundo Frente del Ejército Rebelde durante la guerra revolucionaria y la masiva lucha popular de los años 50 que derrocaron a la sangrienta dictadura militar de Fulgencio Batista. Después del triunfo del 1 de enero de 1959, ella llegó a ser la principal dirigente de la actividad revolucionaria que dio origen a la Federación de Mujeres Cubanas, y fue presidenta de la FMC hasta su fallecimiento en 2007.
La Revolución Cubana comenzó mucho antes de que las columnas del victorioso Ejército Rebelde entraran a Santiago de Cuba, Santa Clara y La Habana en los primeros días de enero de 1959, impelidas por insurrecciones populares y una huelga general de masas que se extendió por todo el país.
Comienza con la vanguardia de los hombres y mujeres que se unieron después del golpe militar de Batista del 10 de marzo de 1952, decididos a resistirlo a toda costa. Comienza con su rechazo incondicional de un sistema político caracterizado por décadas de corrupción endémica y subordinación a los dictados del coloso yanqui imperialista del norte. Comienza con la voluntad de entretejer los hilos de continuidad de la larga historia cubana de luchas por la soberanía nacional, la independencia y profundas reformas sociales.
La trayectoria de la revolución pasa por los asaltos del 26 de julio de 1953 al cuartel militar Moncada en Santiago de Cuba y al cuartel Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, dirigidos por Fidel Castro y Abel Santamaría, acciones que señalaron el inicio de la lucha revolucionaria. Pasa por los años de organización paciente de una amplia campaña de masas por la amnistía de los combatientes del Moncada y otros presos políticos. Abarca la labor a nivel nacional para difundir el programa popular revolucionario presentado por Fidel Castro en La historia me absolverá, su alegato judicial en defensa de los moncadistas, que se convirtió en el fundamento del Movimiento 26 de Julio.
El cauce de la revolución pasa por la expedición del Granma, que dio inicio a la guerra revolucionaria a fines de 1956. Pasa por las acciones del bisoño Ejército Rebelde, que iba consolidando apoyo entre los campesinos y trabajadores de la Sierra Maestra y otras partes de Cuba oriental en 1957 y 1958. Por su accionar al empezar a dirigirlos en la práctica hacia las nuevas relaciones económicas y sociales que el pueblo trabajador pronto crearía a nivel nacional.
El hilo conductor de esa historia —que se conoce ampliamente en Cuba y otros países— recorre este libro. Lo que se desprende de estas páginas con una nueva agudeza y claridad es algo menos conocido. Es un cuadro de la revolución social que el Ejército Rebelde dirigió en las sierras durante los dos años de la guerra revolucionaria, y cómo esa revolución preparó y educó a los que se vieron influidos por ella.
En los relatos de primera mano que nos brindan Asela de los Santos y Vilma Espín, vemos la interacción entre los combatientes del Ejército Rebelde y los explotados campesinos y trabajadores agrícolas sin tierra en esa región. Vemos las maneras en que se transforman entre sí y juntos llegan a ser una fuerza revolucionaria más fuerte y consciente.
A través de estos relatos, observamos la creciente confianza que el Ejército Rebelde se gana entre los pobres del campo, quienes por primera vez son tratados con respeto y dignidad. Vemos cómo el incipiente ejército proletario responde a esa aceptación y desarrolla cada vez más confianza, claridad y conciencia de clase al luchar juntos para ampliar la enseñanza y la atención médica y cumplir otros sueños muy abrigados por el pueblo trabajador, aún en medio de una guerra. Y vemos la creciente participación de las mujeres, tanto en las filas como en la dirección.
El Ejército Rebelde derrotó en agosto de 1958, después de tres meses de combates, lo que el régimen de Batista había ilusamente denominado una operación para “arrinconar y aniquilar”. Esta victoria abrió paso a su contraofensiva estratégica, la cual culminó con la desbandada y el derrumbe de la tiranía unos meses más tarde. La reciente publicación en dos tomos del recuento de Fidel Castro sobre las acciones del Ejército Rebelde desde mayo hasta diciembre de 1958 —La victoria estratégica y La contraofensiva estratégica— hace más asequible que nunca una comprensión de esos meses decisivos de la guerra revolucionaria.1
Al retirarse las tropas abatidas de Batista de grandes extensiones de las regiones montañosas de la provincia de Oriente —que se extendían al norte y al este de Santiago hacia Guantánamo, Baracoa y más allá— las fuerzas revolucionarias ganaron el tiempo y el espacio necesario para consolidar lo que se conocía como el Segundo Frente Oriental Frank País. Los mortíferos bombardeos y ametrallamientos por parte de la fuerza aérea batistiana continuaron en toda esa región, la cual estaba bajo el control de las fuerzas del Ejército Rebelde comandadas por Raúl Castro. Pero en esos últimos meses de la guerra revolucionaria, los soldados de infantería del enemigo, mayormente desmoralizados, ya salían menos y menos de los cuarteles.
Con un amplio apoyo popular, el naciente gobierno en armas del Ejército Rebelde fue desplazando las estructuras desintegradas del régimen capitalista en la región y organizó al pueblo trabajador para que fuera tomando control del cuidado médico, la educación, la justicia, la agricultura, la construcción y la recaudación de impuestos, al tiempo que establecieron su propia estación de radio y otras formas de diseminar noticias y orientaciones. Los trabajadores y campesinos en el territorio del Segundo Frente empezaron a poner en práctica el programa delineado en La historia me absolverá.
Se convirtió prácticamente en “una república”, según afirma Vilma Espín en el libro. Una república dotada de un nuevo carácter de clase.
El Ejército Rebelde organizó un congreso de campesinos en armas en septiembre de 1958. La reforma agraria se codificó por decreto militar en los territorios liberados, y se entregaron títulos a los que trabajaban la tierra.
Se abrieron más de 400 escuelas primarias, organizadas por el departamento de educación del Ejército Rebelde encabezado por Asela de los Santos. Llenas de entusiasmo, familias campesinas realizaron un censo infantil, buscaron locales adecuados para las aulas, hallaron libros y armaron escritorios y bancas. Los mismos locales servían a menudo para los combatientes que estudiaban en clases nocturnas.
Se crearon clínicas y hospitales de campaña que atendían tanto a los combatientes como a los pobladores y a los soldados enemigos heridos. Era la primera vez en su vida que la mayoría de los campesinos habían recibido atención médica.
Con la participación de todos, se repararon caminos y se abrieron nuevas carreteras.
Se recolectaron impuestos de los dueños de los centrales azucareros, las compañías mineras y las haciendas cafetaleras. Los trabajadores sabían exactamente cuánto se había producido y vendido.
Se resolvieron disputas y se oficiaron matrimonios.
Se fue organizando una revolución popular, una revolución proletaria incipiente, en las montañas orientales, a medida que los trabajadores y campesinos se movilizaron para empezar a transformar las relaciones sociales. Esta revolución se propagó por toda Cuba con el triunfo el 1 de enero de 1959.
“Cuando se produce una revolución profunda, la mujer, que ha estado oprimida por siglos, por milenios, quiere participar”, nos recuerda Asela de los Santos en estas páginas.
La creciente participación de las mujeres fue parte íntegra de este estremecimiento revolucionario. Forjada al fragor de las movilizaciones populares en los primeros meses de 1959, lo que llegó a ser la Federación de Mujeres Cubanas surgió de la decisión resuelta de las mujeres de participar en la revolución, y no al revés. Según lo describe Vilma, las mujeres insistieron en organizarse, y en ser organizadas, para integrarse a las tareas más apremiantes de la revolución. A través de ese proceso forjaron una organización que les permitiría hacer precisamente eso.
Muchos años después, una periodista del diario cubano Granma le preguntó a Vilma Espín si ella había anticipado todo esto cuando estaba combatiendo en las sierras orientales de Cuba. ¿Se había imaginado que estaría tan implicada e identificada con el proceso de hacer —según lo expresara Fidel Castro— una revolución dentro de la revolución? La respuesta espontánea de Espín fue:
¡Ni remotamente! No se me había ocurrido ni siquiera remotamente que debería existir una organización femenina. No lo pensé siquiera. Yo me incorporé a la lucha en un grupo, donde había muchachas y muchachos, y no se me ocurrió pensar en que con las mujeres tendríamos que hacer un trabajo especial…
Cuando me plantearon lo de crear una organización femenina, para mí fue una sorpresa…Al poco tiempo de creada la organización, me di cuenta que sí, que era imprescindible…era una fuerza enorme, muy revolucionaria.
La segunda parte de Haciendo una revolución dentro de la revolución nos permite ver cómo “Nace la Federación de Mujeres Cubanas” a través de las entrevistas con Vilma Espín y Yolanda Ferrer.
Lo que más llama la atención del lector en el relato de Espín es la ausencia de dogmas y esquemas, la ausencia de jerga política densa. Había una sola guía: abrir paso a la incorporación de las capas más amplias de mujeres —con organización, eficacia y disciplina— en las luchas que se desarrollaban y en la construcción de un nuevo orden social.
Al principio estuvo el acto. Los dirigentes eran los que dirigían.
“Aprender por la mañana y enseñar por la tarde” llegó a ser una popular consigna revolucionaria y una realidad. En muchos casos significaba hacerlo bajo el fuego —literalmente— cuando Washington hacía fallidos intentos, una y otra vez, de organizar y armar a cuadros contrarrevolucionarios. Al igual que en los demás frentes de la revolución que iba avanzando, la forma siguió al contenido, y las estructuras organizativas se fueron codificando en tanto lo permitían las condiciones de lucha.
No hay nada que capte mejor este fenómeno que la imagen de la escuela para muchachas del campo, donde se capacitaban para trabajar en círculos infantiles, cuando fue ametrallada y bombardeada por aviones provenientes de Estados Unidos en abril de 1961, unos días antes de la invasión organizada por Washington por Playa Girón. “Nadie quiso volver para su casa”, señala Espín. “Todas se mantuvieron allí”.
“Cuando yo hablo de la creación de la Federación”, dice Espín,
siempre recalco el hecho de que en aquel momento nosotros no hablábamos ni de liberación de la mujer, ni de la emancipación de la mujer, ni de la lucha por la igualdad. Nosotros ni usábamos esos términos en aquel momento. De lo que sí hablábamos era de la participación. Las mujeres querían participar…
A diario se daban pruebas reales de que la revolución ya no era una de esas historias o de esos cuentos que habían contado los politiqueros hasta aquel momento. Esta revolución sí era cierta, y las mujeres querían participar y hacer algo. En la medida en que las leyes revolucionarias hacían más fuerte esa convicción, más las mujeres demandaban, y más ganaban en conciencia de la necesidad de su contribución.
Cuba en los años 50 era uno de los países más desarrollados económicamente de América Latina; no era de los más pobres. Aun así, en 1953 solo el 13.5 por ciento de las mujeres trabajaban fuera de sus casas, muchas sin remuneración. Ya para 1981, apenas 20 años después del triunfo de la revolución, esa cifra había subido al 44.5 por ciento, y para 2008 había alcanzado el 59 por ciento.
En 1953, de las mujeres que formaban parte de la fuerza laboral “por o sin paga”, la categoría más grande —un total de más de 70 mil— eran sirvientas domésticas, de las cuales una gran proporción eran negras. Esto representaba casi el 30 por ciento de todas las mujeres que tenían empleos. Algunas trabajaban por salarios de apenas 20 centavos al día, o solo a cambio de techo y comida, lo cual podría significar un tapete para dormir y las sobras de los platos de sus patrones.
La dinámica social de los primeros años de la revolución se capta de manera impresionante en las escuelas nocturnas para antiguas domésticas, organizadas por la FMC. Estas mujeres habían quedado abandonadas sin forma de ganarse el sustento cuando sus acaudalados patrones se marcharon del país. Se recapacitaron para toda una gama de oficios —desde choferes de taxi y mecánicas de auto hasta empleadas bancarias, secretarias, trabajadoras de círculos infantiles y avicultoras— y empezaron nuevas vidas, con confianza y orgullo.
La misma dinámica fue esencial en una de las campañas más extensas de la FMC en los primeros años de la revolución: la creación de la Escuela Ana Betancourt para jóvenes campesinas. Entre 1961 y 1963 unas 21 mil jóvenes llegaron a La Habana, con el consentimiento de sus padres, para participar en un curso intensivo de seis meses en el cual se alfabetizaron, aprendieron corte y costura y adquirieron los fundamentos de la higiene y la nutrición. Algunas también se capacitaron en habilidades básicas de trabajo de oficina.
Una de las acusaciones contra la Revolución Cubana que han hecho sus opositores en otros países —a menudo mujeres que provinieron de algunas de las organizaciones feministas de los años 60 y 70— es que la FMC, al enseñarles a las mujeres a confeccionar ropa para sus familias y para sí mismas, reforzó los estereotipos tradicionales de la mujer. Apuntaló la opresión de la mujer en vez de promover su liberación, según alegan. En la entrevista de Granma citada antes, le preguntaron a Espín si todavía pensaba que habían hecho lo correcto.
“Pienso que sí”, fue su respuesta inmediata, “porque en aquellos momentos eso fue lo que nos permitió sacar a las mujeres de sus casas. Y lo que hizo que las muchachas de zonas del Escambray o de Baracoa, donde la contrarrevolución estaba trabajando intensamente con las familias campesinas, vinieran a la capital, supieran qué cosa era la revolución y se convirtieran… en los primeros cuadros de la revolución en aquellas zonas.
“Y eso fue importante, no solo para luchar contra la contrarrevolución, sino en aras de la formación de las mujeres como cuadros… Lo que hicimos fue partir de lo que la mujer era, para elevarla a otros niveles”.
La revolución que se obró en la condición social, económica y política de la mujer no fue un fenómeno paralelo al avance revolucionario del pueblo trabajador de Cuba. Se enmarcó en ese avance.
Al hablar en una reunión de dirección de la Federación de Mujeres Cubanas en diciembre de 1966, el primer ministro cubano Fidel Castro subrayó los prejuicios contra la mujer que predominaban en la Cuba prerrevolucionaria, al igual que en toda la sociedad de clases a nivel mundial. Son “prejuicios que tienen, no voy a decir años, ni siglos, sino prejuicios que tienen milenios”, dijo.
El prejuicio de considerar que las mujeres solo eran aptas para fregar, lavar, planchar, cocinar, limpiar la casa y tener hijos. El prejuicio milenario que situaba a la mujer, dentro de la sociedad, en un estrato inferior; prácticamente no se puede decir ni siquiera en un modo de producción.
En el capitalismo, agregó, la gran mayoría de las mujeres son “doblemente explotadas o doblemente humilladas”.
Una mujer pobre, como perteneciente a la clase trabajadora o familia de trabajadores, era explotada simplemente por su condición humilde, por su condición de trabajadora. Pero, además, dentro de la propia clase y dentro de su propia situación de mujer trabajadora, era a su vez subestimada, explotada y menospreciada por las clases explotadoras. Pero es que dentro de su propia clase la mujer era vista a través de un sinnúmero de prejuicios…
Hay dos sectores del país, dos sectores de la sociedad que, aparte de las razones económicas, han tenido otras razones para ver con simpatía y con entusiasmo la revolución. Esos dos sectores son la población negra del país y las mujeres del país.
La claridad política y el liderazgo firme que Fidel Castro, el dirigente central de la Revolución Cubana por más de medio siglo, ha brindado a la lucha por la igualdad de la mujer es una de las medidas más justas del carácter proletario de esa revolución y del calibre de su dirección. Así ha sido desde los primeros días de la lucha contra la dictadura de Batista. Esa misma claridad y firmeza ha sido garantía de una alianza revolucionaria de los trabajadores y agricultores en Cuba a lo largo de esas décadas.
En cada etapa de la lucha participaron mujeres en la vanguardia y su dirección. Mujeres como Haydée Santamaría y Melba Hernández, que se sumaron al asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953. Mujeres como Celia Sánchez, principal organizadora del Movimiento 26 de Julio en Manzanillo, la primera mujer en incorporarse al Ejército Rebelde como combatiente, y miembro de su estado mayor. Mujeres como Vilma Espín, cuya historia usted leerá en las páginas a continuación.
La Revolución Cubana se distingue de todas las anteriores en la historia del movimiento obrero moderno, entre otras cosas, por el número de mujeres que ocuparon un papel central, día a día, en su dirección.
Por otra parte, la rapidez de los avances económicos y sociales que la mujer cubana ha logrado en el espacio de los 30 años entre 1960 y 1990 —avances que pueden medirse en términos de educación, empleo, tasas de mortalidad infantil y materna, así como otros índices— le permitieron conquistar un grado de igualdad que a las mujeres en Estados Unidos y otros países capitalistas industrializados les tomó más de un siglo y medio.
Pero nada de esto fue automático o inevitable.
“Cuando se j uzgue a nuestra revolución en los años futuros”, dijo Fidel Castro en el segundo congreso de la FMC en 1974, “una de las cuestiones por las cuales nos juzgarán será la forma en que hayamos resuelto en nuestra sociedad y en nuestra patria los problemas de la mujer”.
Sin la perspectiva clara trazada por Fidel así como otros dirigentes centrales —entre ellos Abel Santamaría, Frank Pais y Raúl Castro, quienes el lector llegará a conocer mejor en las páginas de este libro— el historial de la lucha revolucionaria cubana habría sido mucho menos ejemplar. Espín destaca, por ejemplo, el liderazgo de Frank Pais, observando que él “tenía una concepción de la mujer que posibilitó que la mujer pudiera trabajar exactamente igual que los hombres en el Movimiento 26 de Julio” en Santiago de Cuba.
La voluntad política de Fidel Castro de impugnar los prejuicios anti-mujer que tenían algunos de los mejores cuadros del movimiento se demostró en la lucha que él libró en 1958 para organizar el Pelotón Femenino Mariana Grajales del Ejército Rebelde: lo que Espín señala como “un momento extraordinario en la historia de la participación femenina en la revolución”.
“Algunos de nuestros compañeros eran todavía muy machistas”, dijo Fidel en un encuentro en junio de 1988 para despedir una batería del Primer Regimiento Femenino de Artillería Antiaérea de Guantánamo que partía para Angola el día siguiente. Las mujeres se habían ofrecido como voluntarias para cumplir una misión internacionalista defendiendo pistas aéreas recién construidas en el sur de Angola contra ataques de la fuerza aérea del régimen sudafricano del apartheid. A ese encuentro también se había invitado a embajadores de países africanos acreditados en Cuba. Fidel dijo:
Algunos…dijeron, “¿Cómo les van a dar esos fusiles a esas mujeres mientras nosotros estamos desarmados?”
A mí me daba realmente rabia aquella reacción. Y le dije a uno de ellos, “Te voy a explicar por qué les vamos a dar estos fusiles a estas mujeres: porque son mejores soldados que tú”. No les argumenté más nada.
Vivíamos en una sociedad de clases, una sociedad donde tenía que producirse una revolución, una sociedad donde las mujeres estaban siendo discriminadas y debían ser liberadas, una revolución en que las mujeres debían mostrar su capacidad y sus méritos.
¿Cuál era el objetivo estratégico de aquella idea? planteó Fidel.
Primero…creíamos en la capacidad de las mujeres, en la valentía de las mujeres, en su capacidad de luchar; y segundo…sabíamos también que aquel precedente tendría una enorme importancia en un futuro, cuando llegara el momento de plantear los problemas de la igualdad en nuestra sociedad.
El historial de combate del Pelotón Femenino Mariana Grajales resultó ser uno de los más sobresalientes en la guerra revolucionaria. Y el precedente que sentó nunca se perdió.
Al dirigirse a los invitados del cuerpo diplomático que asistían a la despedida del regimiento antiaéreo femenino, Fidel Castro bromeó diciendo, “Quizás puedan preguntarse nuestros invitados esta noche si es necesario que vaya una batería de mujeres para el sur de Angola, si… ya no hay más cubanos que mandar allá y tenemos que acudir a las mujeres cubanas para cumplir esa misión internacionalista. En realidad no es así”.
La movilización de la batería femenina de artillería antiaérea a Angola “no es una necesidad militar”, les dijo Fidel. “Es una necesidad moral, es una necesidad revolucionaria”.
Lo que descubrirá el lector en estas páginas es la trayectoria consecuente de la dirección revolucionaria de Cuba respecto a la lucha por la igualdad de la mujer durante más de medio siglo. Y una continuidad que se remonta a Carlos Marx y Federico Engels, fundadores del movimiento obrero moderno.
Las tres autoras de este libro, quienes se conocieron y trabajaron juntas a lo largo de unas cinco décadas, reflejan dos generaciones distintas en la dirección de la “revolución dentro de la revolución”.
Espín y De los Santos fueron amigas de por vida y compañeras de combate desde sus primeros días de estudiantes en la Universidad de Oriente en Santiago de Cuba. Después del golpe militar del 10 de marzo de 1952, que llevó a Batista al poder, fueron de los primeros en incorporarse a la lucha contra esta dictadura, más y más brutal, que gozaba del apoyo de Washington. Trabajaron hombro con hombro en la clandestinidad de Santiago y en el Segundo Frente Oriental del Ejército Rebelde. Después del triunfo de 1959, De los Santos participó junto a Espín, de 1960 a 1966, en la dirección de la recién formada Federación de Mujeres Cubanas; fue su primera secretaria general.
Yolanda Ferrer, actual secretaria general de la Federación de Mujeres Cubanas, narra la historia de los tremendos avances que lograron las mujeres en los primeros años de la revolución desde otra óptica. Ella formó parte de una nueva generación, demasiado joven para haber participado en la lucha contra la dictadura, que se lanzó de lleno a las grandes batallas sociales que impelieron a la revolución. Esas jóvenes, apenas adolescentes, se integraron a las primeras milicias y ayudaron a forjar la organización de jóvenes comunistas. Fueron la columna vertebral de la histórica campaña nacional que en 1961, en una movilización de un solo año, eliminó el analfabetismo entre la población adulta, el 23 por ciento de la cual, en su mayoría mujeres, no había tenido antes la oportunidad de aprender a leer y escribir.
Fue la unión entrelazada de estas dos generaciones en las tareas de la revolución lo que aseguró la energía y disciplina de las campañas que definieron el carácter de la FMC en su inicio. A través de los relatos de las tres autoras podemos constatar —de primera mano— el impacto de las luchas revolucionarias que las transformaron a ellas y a millones de otras mujeres cubanas en la lucha por edificar una sociedad en la cual, según lo expresara Federico Engels hace más de 125 años, haya sido abolido la explotación por parte del capital y “la verdadera igualdad entre el hombre y la mujer pueda convertirse en realidad”…si es que la lucha no se para.
Haciendo una revolución dentro de la revolución no habría sido posible sin la extensa colaboración ofrecida por la dirección de la Federación de Mujeres Cubanas a través de varios años, incluida la ayuda de sus cuadros en ciudades desde La Habana hasta Santiago de Cuba y Holguín.
Corresponde un agradecimiento especial a Yolanda Ferrer, secretaria general de la FMC, y a Asela de los Santos por las muchas horas que dedicaron leyendo borradores, corrigiendo errores y explicando aspectos de la historia de la Revolución Cubana que, de otra manera, habrían quedado sin esclarecer.
Carolina Aguilar, cuadro fundadora y dirigente por mucho tiempo de la FMC, e Isabel Moya, directora de la Editorial de la Mujer, la casa editorial de la FMC, ofrecieron su tiempo, sugerencias, colaboración y aliento a cada paso, peinando los archivos en busca de fotos, documentos y publicaciones agotadas desde hace años.
Iraida Aguirrechu, encargada de política actual en la Editora Política, la casa editorial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, brindó su irrestricto apoyo, ayuda y pericia editorial, como siempre.
La Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, a través de su director, Eugenio Suárez, y Elsa Montero, organizadora de su archivo de fotos (y además mensajera del Ejército Rebelde a los 14 años y combatiente del Tercer Frente bajo el mando de Juan Almeida) ofreció una ayuda valiosísima al brindar numerosas imágenes históricas reproducidas en este libro y al identificar a individuos, sitios, fechas y circunstancias de muchas otras fotos.
Los directores de los archivos fotográficos de Bohemia y Granma, Magaly Miranda Martínez y Alejandro Debén, fueron generosos con su tiempo al ayudar a buscar muchas otras fotos que captan momentos y sucesos específicos en la historia de la revolución.
Por último, pero no menos importante, expresamos nuestro reconocimiento a la familia del fotógrafo Raúl Corrales por permitir la reproducción —gratuita para esta edición— no solo de tres fotos que aparecen en este libro, sino de la foto evocativa de una unidad de milicias obreras que figura en la portada.
Las empleadas de una tienda por departamentos con sus armas y sus vestidos blancos de trabajo —marchando hombro con hombro con sus compañeros de una cervecería el Primero de Mayo de 1959: cada cual dispuesto o dispuesta a dar la vida para defender su revolución— capta una imagen indeleble de la vanguardia de la clase trabajadora cubana en ese momento decisivo de la lucha de clases. Lo hace con una perspicacia que pocos fotógrafos pudieron lograr como lo logró Raúl Corrales.
El oficio de vendedora en tiendas por departamentos era uno de los pocos que se consideraba apropiado para una mujer cubana en la década de 1950. Y tenían muy buenas razones para estar armadas. Dos de las acciones más destructivas de la contrarrevolución fueron las bombas incendiarias que se colocaron en dos famosas tiendas por departamentos en el centro de La Habana: El Encanto y La Época. Una miliciana —como las que se ven en la portada de este libro— que estaba de guardia en El Encanto murió cuando volvió a entrar a la tienda, en medio de las llamas, para tratar de recuperar los fondos que los trabajadores habían recaudado a fin de construir un círculo infantil allí. Solamente en los años 1960 y 1961, nueve tiendas por departamentos en La Habana fueron objeto de estos ataques.
Se dedica Haciendo una revolución dentro de la revolución a las nuevas generaciones de mujeres y hombres, tanto en Cuba como a nivel mundial, para quienes una historia exacta de la Revolución Cubana —y de cómo se hizo— es y será un arma indispensable en las tumultuosas batallas de clases cuyas escaramuzas iniciales ya estamos viviendo.
Enero de 2012