Vol. 77/No. 42 25 de noviembre de 2013
Reuters/Erik De Castro |
Pueblo de Palo en las Filipinas el 12 de noviembre, cuatro días después del tifón. El gobierno no intentó evacuar a la gente de antemano y está llegando muy poca ayuda a los damnificados. |
No se hizo ningún intento de evacuar a cientos de miles de trabajadores en las Filipinas —en particular los que viven en las zonas bajas más vulnerables. Los dejaron abandonados a su suerte frente al poderoso tifón Haiyan que azotó la nación archipiélago el 8 de noviembre. Se han reportado más de 2 300 muertos, una cifra que se espera suba dramáticamente dados los miles de desaparecidos. Más de 600 mil personas perdieron sus hogares según informes del gobierno, y el 30 por ciento de las provincias del país están sin electricidad.
Las áreas más afectadas fueron las tierras bajas cerca de las costas y las orillas de los ríos, ambas más propensas a las inundaciones. Como de costumbre, la tierra en estas regiones es de poco valor y esta densamente habitada por trabajadores, agricultores y pescadores que viven en casas de madera y otros materiales ligeros. En Tacloban, “los barrios pobres fueron especialmente afectados, donde virtualmente ninguna estructura queda en pie, a excepción de los edificios del gobierno”, escribió el New York Times el 11 de noviembre. En 1991, una tormenta tropical menos potente mató a 5 mil personas en muchas de las mismas áreas.
“Evacuemos nuestros hogares si nos encontramos en zonas peligrosas”, dijo el presidente Benigno Aquino en un discurso televisado un día antes del tifón, pero no proporcionó ni los medios ni los lugares donde cientos de miles de personas a ir. Muchas escuelas, gimnasios y otros edificios designados como centros de evacuación en las zonas más afectadas fueron destruidos.
Cientos de miles de personas atrapadas en áreas donde los caminos están intransitables o han quedado destruidos en su totalidad padecen de graves escaseces de agua, comida, medicamentos y de condiciones insalubres.
“Yo conozco la increíble resistencia del pueblo filipino y estoy seguro que el espíritu de Bayanihan los ayudará a superar esta tragedia”, dijo el presidente Barack Obama en una declaración el 10 de noviembre. Dijo que el gobierno norteamericano “ya está proporcionando ayuda humanitaria considerable” —la cual, según informes de prensa, consiste en 100 mil dólares de la embajada norteamericana y un avión de carga militar enviado desde Manila con un contingente de marines, agua embotellada, generadores, una carretilla elevadora y dos camiones.
El Departamento de Defensa anunció en un comunicado de prensa el 11 de noviembre que estaba enviando el portaaviones USS George Washington con “una serie de aviones diseñados para realizar operaciones de socorro, así como otras funciones”, para “apoyar los esfuerzos en curso dirigidos por el gobierno y los militares filipinos”. Se espera que las naves lleguen el 13 o 14 de noviembre. “El Departamento de Defensa sigue trabajando estrechamente con el gobierno de Filipinas para determinar cuáles medios adicionales, si acaso algunos, se requieren”, informó el Pentágono.
Dos días después del tifón el presidente Aquino declaró un “estado de calamidad”, que, según el Times, representa “un primer paso en la entrega de dinero de emergencia”. Pero, dijo el Times, otros desastres han “agotado” los fondos de emergencia, en particular el gran terremoto que sacudió el centro del país el mes pasado. Mientras tanto, se han desplegado cientos de policías y soldados a Tacloban en respuesta a “temores crecientes de un colapso de la ley y el orden después de informes de saqueos generalizados”.
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