Vol. 80/No. 4 1 de febrero de 2016
ANTONIO GUERRERO
febrero de 2015
El 12 de septiembre de 1998, en redadas de “shock y pavor” efectuadas antes del amanecer por la policía federal de la administración de Clinton, el gobierno norteamericano arrestó a 10 cubanos que vivían y trabajaban en el sur de Florida. Anunciaron al mundo que habían capturado una red de “espías de Castro”. Cinco de los arrestados no tardaron en aceptar un arreglo para colaborar con sus carceleros y desaparecieron de la historia.
Los otros cinco, a partir de ese momento, comenzaron a escribir un nuevo capítulo en la historia de la Revolución Cubana. Un nuevo capítulo en la lucha de la clase trabajadora internacional y de las masas populares para liberarse de la opresión imperialista y la explotación capitalista.
Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González son conocidos hoy en todo el mundo como los Cinco Cubanos, y en Cuba como los Cinco Héroes.
Frente a las intensas presiones de los fiscales de Washington, cada uno de los Cinco rehusó volverse traidor a sí mismo y a la revolución que defendía. Ellos desdeñaron las amenazas, los alicientes y su destierro de 17 meses en el “hueco”. Se negaron a declararse culpables de los cargos fabricados por el gobierno norteamericano contra ellos o a “negociar sentencias” con los fiscales. Defendieron con orgullo el trabajo que estaban haciendo para proteger a su pueblo contra ataques terroristas librados impunemente desde suelo estadounidense por enemigos cubanos de la revolución. Explicaron cómo y por qué sus acciones también beneficiaban los intereses de la gran mayoría del pueblo de Estados Unidos.
Con inquebrantable dignidad y confianza, los Cinco se enfrentaron al pleno “salvajismo” del sistema de justicia capitalista que describen en estas páginas.
Enjuiciados y declarados culpables de cargos falsos que incluían conspiración para cometer espionaje y, en el caso de Gerardo Hernández, conspiración para cometer asesinato, los Cinco pasaron más de 16 años ayudando a dirigir —con su conducta y su ejemplo tras las rejas— al “jurado de millones” a nivel internacional que se formó en torno a la lucha por su libertad.
El 17 de diciembre de 2014, esa batalla culminó con una victoria. El gobierno estadounidense conmutó las sentencias de Gerardo, Ramón y Antonio, los tres que permanecían presos. Fueron recibidos en su país con una explosión espontánea de alegría por parte de millones de cubanos que se volcaron a las calles. “A partir de ese instante”, dijo Antonio, “todo ese tiempo de prisión se borró”.
El año desde su excarcelación ha sido tiempo para compartir la alegría de reunificarse con sus familias: una victoria “contra todo el ensañamiento del imperio más poderoso de la historia” que pretendía “separarlas, destruirlas, dividirlas y humillarlas”, según las palabras de René. También ha sido un año de “bajar a la tierra”, como ha expresado Ramón, de aprender directamente de los pueblos de Cuba y del mundo al ir “aterrizando y actualizándonos”, dejando atrás los años de muros y barrotes.
Para Cuba la liberación de los Cinco fue una precondición para responder a un cambio más amplio en la política de Washington, mantenida durante 55 años, de negarse a reconocer la legitimidad del gobierno y de las instituciones creadas por la victoriosa revolución socialista cubana. El día que los Cinco se volvieron a unir en suelo cubano, el presidente Raúl Castro de Cuba y el presidente Barack Obama de Estados Unidos anunciaron que se reanudarían las relaciones diplomáticas entre los dos países, que Washington rompió en 1961.
Al hacer ese anuncio, Obama reconoció que la trayectoria política aplicada por 11 administraciones, tanto demócratas como republicanas, no había logrado los objetivos de los gobernantes norteamericanos. A pesar de décadas de estrangulación económica, intentos de aislamiento diplomático, calumnias políticas y provocaciones por parte de Washington —sin mencionar los años de operaciones terroristas, intentos de asesinato, una fallida invasión y hasta la amenaza de la aniquilación nuclear— el pueblo trabajador cubano aún rehusaba someterse a sus dictámenes. Era hora de intentar métodos diferentes.
Son los pobres quienes enfrentan el salvajismo del sistema de “justicia” en EE.UU.: Los Cinco Cubanos hablan sobre su vida en la clase trabajadora norteamericana no es un relato que mira atrás hacia las duras condiciones del presidio o a la batalla que logró su libertad. Más bien mira hacia el futuro, abordando algo aún más importante.
¿Qué hizo posible que los Cinco Cubanos pudieran actuar como lo hicieron durante esos 16 años? ¿Qué fue lo que los preparó para dar el ejemplo que dieron?
De repente, en septiembre de 1998, no solo eran revolucionarios cubanos que vivían y trabajaban en Estados Unidos en condiciones precarias y temporales como otros trabajadores inmigrantes, al mismo tiempo que realizaban una labor importante en defensa de su patria. En un solo día se convirtieron en revolucionarios y comunistas cubanos que estaban profundamente inmersos en la clase trabajadora estadounidense.
Como millones de otras personas, vivieron en carne propia el significado de la “justicia” capitalista en Estados Unidos, lo que Ramón llama “una maquinaria enorme para moler hombres”. En Estados Unidos, el país con la mayor tasa de encarcelamiento del mundo, hoy día unos 7 millones de hombres y mujeres —cifra que equivale a casi dos tercios de la población de Cuba— viven entre rejas o están sometidos a alguna forma de libertad vigilada o condicional bajo supervisión judicial.
“Vivíamos en un micromundo del mundo exterior”, subraya Gerardo. “Conocimos problemas de muchísimos lugares”.
A través de estos años los Cinco aprendieron desde adentro sobre la lucha de clases en Estados Unidos. Y entre otras cosas descubrieron, para su sorpresa, según escribe Ramón, el impacto que ha tenido la victoriosa Revolución Cubana entre segmentos importantes de trabajadores y jóvenes en Estados Unidos.
Son los pobres quienes enfrentan el salvajismo del sistema de “justicia” en EE.UU. habla de las realidades de las relaciones de clases sin exageraciones o distorsiones. Los Cinco recurren a sus propias experiencias con un excepcional grado de comprensión, objetividad y sentido de humor.
“Cualquiera puede escribir un poema”, dice Antonio a los estudiantes de la principal universidad de ciencias y tecnología en La Habana. “Pero pasar 17 meses en el hueco y 16 años de prisión y que no haya una sola obra que destile el mínimo odio… Eso es producto de nuestra formación como revolucionarios. Es algo que pudimos hacer gracias a la revolución”.
Las palabras de Antonio expresan una de las cosas más importantes que el lector hallará en estas páginas. Como explican Antonio y René a los estudiantes, lo único que los preparó para esa mañana en septiembre de 1998 fue la propia Revolución Cubana y la trayectoria seguida por la dirección revolucionaria desde el comienzo. Lo que los preparó fue la formación y los valores (la formación y los valores proletarios internacionalistas, diría yo) que habían interiorizado desde jóvenes en Cuba.
“Vamos a poner el ejemplo de la situación en la que nos encontramos cuando nos arrestaron en 1998”, dice Antonio.
Te ponen delante un tipo que te está pidiendo reconocer una cosa que no hiciste. Te dice que si “cooperas”, tienes la opción de volver a tener todas las cosas materiales que tenías, de no perder tu vida normal.
Si no, te dice el hombre, “te vamos a dar una sentencia tan larga que te vas a morir en la cárcel”.
Entonces tienes que estar preparado. Tienes que haber formado ya dentro de ti ese ser que sabe lo que debe hacer en ese momento determinado. Una vez que pasas la prueba y dices no, te empiezas a dar cuenta que eres más feliz que los que te rodean. La gente te ve y dice: “Oye, ¿por qué tú todos los días te ríes? ¿Por qué estás tan feliz?”
Las prisiones de las clases dominantes no son terreno desconocido para los trabajadores que luchan por defender sus intereses. Ese hecho está plenamente confirmado por los casos fabricados y encarcelamientos de masas que han marcado las batallas huelguísticas, insurrecciones, luchas de liberación nacional y revoluciones proletarias por todo el mundo durante más de un siglo. Sin embargo, la manera en que se comporta un revolucionario, un comunista, es siempre una nueva prueba. Figuras de la talla del dirigente revolucionario sudafricano Nelson Mandela y del líder cubano Fidel Castro son ejemplos, como también lo es Malcolm X desde una trayectoria diferente.
El relato a continuación nos ofrece una ventana por la cual vemos la vida política de los Cinco tras las rejas. El ejemplo que nos brindan merece ser estudiado y emulado.
En estas páginas no se romantiza la vida carcelaria, no se pretende que las instituciones penales norteamericanas son otra cosa que irreformables instrumentos de castigo y represalia de clase. No se pretende que son otra cosa que una reproducción grotescamente magnificada de las relaciones sociales, los valores y las “prácticas empresariales” capitalistas de “sálvese quien pueda” que han engendrado el sistema de “justicia” norteamericano. Esto incluye la promoción controlada de la violencia, las pandillas, el narcotráfico y el racismo para “organizar” la vida carcelaria y doblegar el espíritu de los seres humanos que están recluidos.
La vasta red de prisiones por todo Estados Unidos no es más que el precursor de los horrores impuestos en tierras de otros pueblos: sitios cuyos nombres se han vuelto tristemente célebres, tales como Guantánamo, Abu Ghraib, Bagram.
Una de las secciones más impactantes del libro relata las historias de otros cubanos que los Cinco conocieron en la cárcel, no pocos de los cuales también habían cumplido condenas en Cuba. “En las prisiones de EE.UU. buscan deshumanizarte; en Cuba un preso es un ser humano más”: eso resume las relaciones sociales y los valores de clase completamente opuestos que ellos describen.
Entre los muros de prisión en Estados Unidos, los Cinco también se ganaron solidaridad y respeto gracias a sus actos de respeto y solidaridad hacia los demás. Este relato está lleno de ejemplos. Muchos lectores se asombrarán al leer que, según señala René, “todos logramos cumplir la condena sin problemas, ni con los oficiales ni con los presos”. Pero eso no estaba garantizado de antemano. Era una expresión de las normas sociales que ellos habían interiorizado y que ponían en práctica como revolucionarios cubanos.
En Cuba “es normal que el hombre ayude al hombre, que la gente coopere entre sí”, dice Ramón. “No se trata de una ‘buena política’. Es una realidad”. Es el resultado de una revolución que derrocó el salvaje orden social capitalista y de una dirección que durante décadas ha mantenido esta trayectoria contra viento y marea.
Ese es el ejemplo que Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René trajeron y que formó parte de su vida en el seno de la clase trabajadora en Estados Unidos.
A diferencia de los revolucionarios encarcelados por acciones políticas en muchos países, los Cinco no tuvieron el lujo de cumplir sus condenas juntos. Como ilustra la pintura de Antonio en la cubierta, fueron enviados a “cinco distantes prisiones”. Después de recibir sus sentencias draconianas —incluyendo tres cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional— Gerardo y René nunca vieron a sus hermanos. Antonio, Ramón y Fernando compartieron apenas un breve tiempo en el Centro Federal de Detención en Miami en 2009 cuando fueron trasladados allí para las audiencias de resentencia.
El hecho de que cada uno estuvo solo durante tantos años —y sin embargo actuaron al unísono— es una muestra más de la solidez de sus hábitos políticos y de su estatura moral.
Fernando explica que en la prisión se propuso “usar el tiempo en beneficio propio. Me propuse salir de allí estable, con salud física… Yo leía muchísimo… Yo me decía constantemente que, a pesar de pasar por la prisión, no tenía que convertirme en ‘presidiario’”.
“Los carceleros quieren destruirte. Quieren quebrar tu integridad física, moral, mental”, apunta René. “Aprendes el primer día que tienes que resistir eso, y que la medida de la victoria va a estar en salir en mejor forma que cuando te metieron en la cárcel. Cada cual, según sus características, adoptó su propia estrategia para lograrlo”.
Y es exactamente lo que lograron. No se convirtieron en “presidiarios”. Nunca se sintieron derrotados. Dirigieron la mirada con orgullo y confianza hacia el mundo más amplio dentro y fuera de la cárcel. Traspasaron los barrotes de la prisión, nutriendo su libertad a través de la lectura y el estudio, el arte y la poesía, escribiendo y dibujando, corriendo y jugando handball, ajedrez y parchís. Intercambiaron correspondencia con sus decenas de miles de partidarios en toda Cuba y hasta los cuatro rincones del mundo.
Ante todo, tendieron la mano —con respeto, con solidaridad, con su propio ejemplo— a otros trabajadores tras las rejas, a los seres humanos con quienes compartieron la vida y las luchas cotidianas durante buena parte de sus años de adulto.
Hoy, dice René a los estudiantes en La Habana, esa historia “ahora es pasado. Nosotros somos cinco cubanos como cualquiera de ustedes. Ocuparemos una trinchera. Y como todos ustedes, seremos juzgados por el trabajo que hagamos”.
Cualquiera que sea el futuro, los Cinco no solo han escrito una nueva página en la historia de la Revolución Cubana. También han aportado una página inmensamente importante a la historia de la clase trabajadora norteamericana: otro entrelazamiento más de las luchas de clases en nuestros dos países.
Por eso les agradecemos a ellos y al pueblo cubano que ejemplifican. En todo sentido, su ejemplo dará fruto.
7 de enero de 2016Copyright © 2016 por Pathfinder Press. Reproducido con autorización.
Portada (este número) |
Página inicial |
Página inicial en versión de texto