Vol. 80/No. 6 15 de febrero de 2016
RAMÓN LABAÑINO: Para entender el sistema norteamericano de justicia hay que partir del hecho de que es el sistema que el gobierno de Estados Unidos utiliza para que la minoría poderosa controle a una inmensa mayoría que es pobre y desposeída.
Casi el 40 por ciento de la población en las prisiones estatales y federales en Estados Unidos son afroamericanos y más del 20 por ciento son latinos. En algunos estados y algunas prisiones los porcentajes son aún más altos. Los blancos en las prisiones son pobres también. Te encuentras quizás algún que otro rico, algún que otro político, que cumple una condena mínima por crímenes “de cuello blanco” y que tiene todas las garantías del mundo. Cuando se trata de un pobre —negro, latino, nativo americano, blanco— enfrenta el salvajismo enorme de lo que llaman la justicia norteamericana.
Primero que todo, es una forma de sostener un sistema que no tiene solución para los pobres, ni en el presente ni en el futuro. Es una manera de separarlos de la sociedad, de impedir que se forme la revolución, que surjan las condiciones para una lucha revolucionaria verdadera.
En Estados Unidos el encarcelamiento es una forma de deshumanizar al ser humano. Una forma de aislarte de la sociedad, hasta de tu familia. Para que te sientas solo. Que te sientas deprimido. Que te sientas sin nadie a quien recurrir. …
RÓGER CALERO: En el sistema federal penitenciario es un requisito que los reos trabajen, ¿no?
RAMÓN LABAÑINO: Correcto. Estás obligado a tener un trabajo, de cualquier tipo. Yo hice de todo. Empecé como orderly, haciendo trabajos de limpieza. Di clases de español para personas que hablan inglés. Trabajé limpiando la lavandería. También trabajé un tiempo limpiando y organizando el área de deporte.
Los trabajos que mejor pagan son los de UNICOR. Es el nombre comercial de Federal Prison Industries, una empresa del gobierno que se remonta a los años 30. Más de la mitad de las prisiones federales tienen fábricas de UNICOR. A los presos les pagan entre 23 centavos y 1.15 dólar la hora.
Para el gobierno es un negocio redondo. Una mano de obra barata encerrada en una prisión, sin derecho a un sindicato, sin protección de salud e higiene. Nada.
En estas fábricas los presos producen uniformes, ropas, zapatos, muebles de oficina, incluso artículos militares. Les pagan una fracción del salario mínimo federal, que hoy es 7.25 la hora. Todo eso forma parte del sistema norteamericano de justicia.
MARY-ALICE WATERS: ¡Y da un vistazo de cómo funciona el capitalismo! Todos ustedes también tuvieron experiencia con ese tipo de explotación antes de ser arrestados. René trabajó en cuadrillas de construcción y de reparación de caminos. Antonio trabajó en la cocina de un restaurante, después en un hotel Days Inn, luego cavando zanjas y finalmente —a través de una agencia de empleos temporales— como conserje en la Estación Aeronaval de Boca Chica en Cayo Hueso, Florida. Hemos leído acerca de ese último trabajo porque los fiscales lo usaron como “evidencia” en su caso fabricado de conspiración para cometer espionaje.
RAMÓN LABAÑINO: En Tampa, cuando llegué a Estados Unidos en 1992, repartí periódicos en viviendas y vendí zapatos por catálogo. Cuando me orientaron que me mudara a Miami en 1996, terminé manejando un camioncito en el que distribuía medicinas y otras mercancías a farmacias. Ese fue el trabajo más estable que tuve. …
RÓGER CALERO: Y en los empleos que tuvieron en la prisión, ¿cuántas horas trabajaban al día?
RAMÓN LABAÑINO: Desde las 8 de la mañana hasta las 5 de la tarde, generalmente. Pero muchas veces se trabajaban horas extras. Cuando la guerra contra Iraq, por ejemplo, hubo mucha demanda para la ropa y las botas. La fábrica en la prisión de Beaumont, Texas, trabajaba prácticamente todo el día.
FERNANDO GONZÁLEZ: En la prisión federal en Oxford, Wisconsin, donde estuve cinco años y medio, la fábrica hacía componentes y sistemas electrónicos para cohetes, aviones de combate y tanques.
ANTONIO GUERRERO: Tienes que tener un trabajo pero a veces no lo encontrabas. Lo conseguías ya cuando otra gente lo dejaba. En la prisión nunca le quitas el trabajo a una persona que ya lo tiene. Nosotros nunca nos metimos en los que pagan un poquito más, porque son medios de ingreso para los otros presos y, por esa razón, una causa de conflictos. Por ejemplo, los trabajos en la cocina, donde la gente se robaba cosas.
En la penitenciaría de Florence, Colorado, donde estuve ocho años y medio, no había nadie para impartir las clases de matemáticas e inglés como segunda lengua, entonces yo las di.
En la prisión de Marianna, Florida, fui maestro. Algunos presos me pidieron que les ayudara a aprobar el examen para recibir el certificado del GED, el diploma de equivalencia de educación secundaria. Yo no estaba trabajando para la prisión; lo hacía por esas personas. Juntos me pagaban 15 dólares al mes. El curso que yo di ayudó a más estudiantes latinos a coger su certificado de GED que prácticamente en toda la historia de Marianna.
MARY-ALICE WATERS: Las prisiones en Estados Unidos están organizadas para tomar represalias, para castigar. Tratan de destruir la dignidad y el sentido de valor personal del individuo.
FERNANDO GONZÁLEZ: Precisamente.
GERARDO HERNÁNDEZ: El camino a la rehabilitación no existe en el sistema penitenciario estadounidense.
RAMÓN LABAÑINO: ¿Qué pasa cuando entras en el sistema carcelario? Lo primero que hacen es aislarte: de la sociedad, de la familia.
Mucha gente en las prisiones federales pierde contacto con su familia después de unos meses. La mayoría de las familias no tienen recursos económicos para apoyar a una persona en la prisión. Hay familias que superan estos obstáculos, por supuesto, pero muchas no pueden.
Sin el apoyo de la familia, sin más dinero que la miseria que ganas en la cárcel, te vas aislando. Te “institucionalizas”, según lo llaman. Cometiste un error en tu vida, o por lo menos te condenaron por eso, pero ahora no tienes más opción que coger el ritmo de la prisión. La prisión se convierte en tu mundo.
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