Vol. 80/No. 43 14 de noviembre de 2016
• “Acabar con la asistencia social tal como la conocemos”
• Raíces de la crisis financiera mundial de 2008
• Cómo los Clinton maquillaron las cuentas
A continuación publicamos la introducción al libro de Steve Clark, miembro del Comité Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores. Copyright © 2016 por Pathfinder Press. Reproducido con autorización.
Este libro trata sobre esos millones y otros semejantes a nosotros en todo el mundo. Aborda por qué hoy estamos al centro de la política, y estaremos cada vez más al centro en los meses y años después de que tome posesión la nueva administración norteamericana el 20 de enero de 2017.
Las actitudes tan arraigadas de Clinton, que ella dejó escapar en uno de esos raros momentos en que se salió del guión ante partidarios adinerados durante un evento para recaudar fondos en Manhattan, revelaron lo que ya saben muy bien millones de personas entre el pueblo trabajador. Durante más de dos décadas los trabajadores y nuestras familias hemos vivido las consecuencias del primer inquilinato de los Clinton en la Casa Blanca, de 1993 a 2001, cuando convirtieron en su emblema la brutal campaña para acabar con la “asistencia social tal como la conocemos”. Y cuando impulsaron la aprobación de leyes como la grotescamente denominada “Ley de Antiterrorismo y Pena de Muerte Eficaz”, que tuvo un impacto devastador en familias obreras, especialmente las de africano-americanos.
El historial antiobrero de los Clinton: Por qué Washington le teme al pueblo trabajador, por Jack Barnes, secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores, reúne en un mismo lugar este y otros capítulos de los últimos 25 años de la trayectoria, impulsada por el afán de lucro, de los Clinton y otros sirvientes políticos de la clase gobernante capitalista en Estados Unidos.
Barnes describe el costo humano que ha significado para el pueblo trabajador en Estados Unidos, incluso cómo ha sido devastada la exigua “red de protección social” conquistada por la clase trabajadora en Estados Unidos en reñidas batallas a lo largo de las décadas. Explica lo que un creciente número de trabajadores ya percibe que nos está pasando, por más que lo nieguen los ricos y poderosos. Estamos viviendo una contracción económica y crisis financiera a fuego lento: una crisis capitalista global como nunca hemos visto.
Y es el pueblo trabajador en todo el mundo el que lleva el mayor peso de esa calamidad social cada vez más grande.
Según revelan las palabras de Clinton, por primera vez en muchas décadas, los capitalistas estadounidenses y su gobierno han empezado a temerle a la clase trabajadora. No porque ya se estén dando masivas luchas obreras como las que forjaron los sindicatos industriales en los años 30, o las batallas de base proletaria por los derechos de los negros en los años 50 y 60 que derrotaron la segregación y el terror del sistema Jim Crow. Aún no existe una amplia politización de la clase trabajadora en Estados Unidos.
Nos temen porque reconocen que un mayor número de trabajadores están empezando a ver que los patrones y sus partidos políticos no tienen “soluciones” que no aumenten el costo —monetario y humano— de la crisis de su sistema que recae sobre nosotros. Desde el derrumbe financiero y la contracción económica de 2008–09, más y más trabajadores y agricultores ya están participando en discusiones amplias y airadas sobre esta realidad capitalista. Aunque nadie puede prever cuándo sucederá, los capitalistas financieros y profesionales bien remunerados a su servicio perciben que nos esperan crecientes luchas: luchas de clases.
Ni Washington ni Wall Street dispone de un curso político que pueda contener las explosivas consecuencias internacionales de las contradicciones financieras y bancarias del capitalismo. Y ninguno de sus aliados o rivales capitalistas, desde Londres a Berlín y Tokio, dispone de dicho curso.
Ninguno de ellos sigue políticas que puedan dar marcha atrás a la caída de la producción y del comercio capitalista y de la contratación, situación que está asolando la vida y el sustento de los trabajadores, los pequeños agricultores y nuestras familias. Ninguno de ellos puede revertir la actual reducción de la clase trabajadora activa, la creciente edad a la cual los jóvenes empiezan una vida productiva independiente y el retraso en la formación de familias capaces de mantener un techo sobre sus cabezas y poner comida en la mesa.
¿Por qué? Porque no existen esas políticas. Lo que acontece en el mundo de hoy no es el resultado de “fracasos” de las políticas de la Casa Blanca, del Congreso, de la Reserva Federal o de una Corte Suprema cada vez más miserablemente politizada y engreída. Es el resultado del funcionamiento mismo del capitalismo. Y es contra ese objetivo que debemos dirigir nuestro fuego y no contra chivos expiatorios que los demagogos reaccionarios usan para desviar nuestras energías.
Reducciones en las tasas de interés a casi cero (o por debajo de cero). La compra de enormes cantidades de valores públicos (y, más adelante, de acciones y bonos corporativos). Nuevos “reglamentos” para ponerles frenos a los bancos y las industrias. Un gran aumento en los gastos deficitarios. Y hasta enormes desembolsos para la guerra, como los 5 billones (millones de millones) de dólares que ya se han gastado en las operaciones militares norteamericanas en Iraq, Afganistán y otros países desde 2001. Estas políticas quizás puedan aplazar o amortiguar temporalmente las consecuencias del próximo descalabro, pero no pueden ni podrán prevenirlo. Ni mucho menos “estimular” el crecimiento económico y la contratación.
El capitalismo se convirtió en un sistema global hace mucho tiempo. Las familias gobernantes estadounidenses y sus rivales en Europa y el Pacífico hacen intentos incesantes de maximizar sus propias ganancias a nivel mundial. El resultado son crecientes matanzas y el despojo de millones de seres humanos. De Afganistán a Iraq, Siria y Yemen; de Somalia a Sudán, y en grandes extensiones de África y otras regiones. El planeta se ha convertido en un mar de refugiados, cuyos números y privaciones no se han visto desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Es un mundo donde la superexplotación imperialista engendra y perpetúa no solo el analfabetismo y aplastantes niveles de mortalidad infantil y materna, sino aterradoras epidemias de enfermedades prevenibles. La crisis del ébola en África occidental en 2014, del cólera en Haití en 2010 y nuevamente en 2015 y 2016, del virus del zika por toda América Latina y el Caribe, incluida la colonia norteamericana de Puerto Rico, esclavizada por las deudas. Estos son apenas las más recientes. El imperialismo deja a centenares de millones sin agua potable, sistemas de saneamiento, electricidad y alimentación, desde Guatemala hasta Bangladesh, Nigeria y Filipinas.
En medio de esta creciente pesadilla nacional e internacional, los políticos de los dos principales partidos capitalistas, así como los medios de comunicación burgueses, se dedican a propagar la campaña difamatoria según la cual números masivos entre el pueblo trabajador de Estados Unidos son “racistas, sexistas, homofóbicos, xenófobos, islamofóbicos, lo que quieran”, como dijo Hillary Clinton en su discurso para recaudar fondos en septiembre de 2016. No solo son “deplorables”, dijo. Aún más importante, “son irredimibles”.
Pero lo que la campaña electoral de 2016 ha registrado —de formas parciales y distorsionadas, como sucede con todos los fenómenos electorales burgueses— tiene poco que ver con la vulgar y humillante denigración por parte de Donald Trump de las mujeres, los inmigrantes, los musulmanes y otros. Esa no es la razón por la cual un número importante de los que Hillary Clinton considera “irredimibles” han votado por él. En realidad, un número aún mayor se ha rehusado a votar por ella o por él.
Lo que se ha registrado es algo diferente: el sistema bipartidista burgués, durante tanto tiempo, no ha ofrecido nada más que esperanzas aplastadas. En 2016, millones están emitiendo un voto por lo que esperan que pudiera ser un cambio. Muchos otros, disgustados, ya han decidido simplemente abstenerse esta vez, por lo menos en la parte superior de la boleta.
Ya sean los miles de millones de Trump, o los centenares de millones acumulados por los Clinton y por su fundación en los 15 años desde que hicieron una pausa en su inquilinato de la Casa Blanca, la riqueza de ambos candidatos de los partidos burgueses depende de las relaciones sociales capitalistas que ellos promueven con orgullo. Y las ganancias que sacan dependen de la competencia y las divisiones entre los trabajadores. Despidos y desempleo. Convenios con múltiples escalas salariales y trabajos combinados. Discriminación racista. La condición de segunda clase de las mujeres. El temor constante a la brutalidad policial. Las condiciones de paria de los trabajadores inmigrantes y refugiados. Sangrientas guerras y operaciones militares para proteger los intereses del imperialismo norteamericano en ultramar. Sin las despiadadas relaciones de clase inherentes al capitalismo, miles de millones de dólares en ganancias que se embolsan los patrones, año tras año, se evaporarían.
Se enriquecen explotando nuestra mano de obra y manteniéndonos divididos. Es el funcionamiento normal y reglamentado de la producción y distribución capitalista —y del poder estatal que defiende la explotación y la opresión— que corroe la solidaridad obrera.
Eso es lo deplorable.
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Independientemente del resultado de las elecciones presidenciales y congresionales en 2016, la estabilidad del sistema partidista burgués en Estados Unidos ha sufrido un duro golpe. No se ha visto nada comparable desde que se consolidó la dominación de los partidos Demócrata y Republicano en la política capitalista durante el ascenso de la nueva potencia imperialista hace más de un siglo.
Para que el sistema bipartidista funcione efectivamente para la clase gobernante, tiene que existir un "mal menor". Y los males menores tienen que alternarse: un demócrata por unos cuantos mandatos, luego un republicano, turnándose. Así ha funcionado durante décadas como válvula de escape muy eficaz para desahogar la rabia entre el "electorado".
Pero eso no es lo que sucedió en 2016.
Nunca antes se había visto que los candidatos presidenciales de ambos partidos capitalistas principales provocaran tanta desconfianza, disgusto y rechazo entre el pueblo trabajador, los jóvenes y amplias capas de la clase media baja. Una caricatura reciente lo dice todo. Muestra los patios delanteros de dos casas vecinas, cada cual con un cartel: Uno que dice, “Ella es peor”, y el otro que dice “Él es peor”. ¡Ambos carteles atinan perfectamente! No existe un mal menor.
Y las condiciones de crisis que han producido esta sacudida del sistema bipartidista burgués no van a desaparecer. Están empeorando.
Lo inédito de 2016 es cómo ha quedado expuesto algo que la clase dominante norteamericana ha logrado opacar en gran medida durante muchas décadas. Se ha demostrado en la vida que el sistema electoral burgués en Estados Unidos está amañado: sí, amañado a favor de los propietarios gobernantes y su extensa meritocracia cobradora de rentas. La gran mayoría de las familias gobernantes —que a menudo son catalogadas erróneamente como “el establishment” o la “élite política” por quienes pretenden ocultar su carácter de clase— dejaron claro unos meses antes de los comicios de noviembre que se habían propuesto usar la televisión, la prensa y cualquier garrote que pudieran encontrar para garantizar la derrota de Trump.
Cuando el reto que Bernie Sanders presentó contra Hillary Clinton en las elecciones primarias fue aplastado, las nuevas generaciones de trabajadores y jóvenes ya habían recibido una muestra de lo que las poderosas fuerzas burguesas pueden hacer y harán cuando han decidido de antemano el resultado de una nominación o elección.
Las capas dominantes y los altos círculos a su servicio se guían por diferentes reglas y normas morales. El apodo “Hillary mentirosa” es incorrecto solo porque deja libre de culpa a muchísimos otros, de ambos partidos capitalistas. Tanto Sanders como Trump denunciaron el sistema “amañado”, cuyo juego ellos mismos han jugado y aprovechado complacidamente durante muchos años, y lo seguirán haciendo. Pero a millones de trabajadores se les han abierto los ojos, no a misteriosas conspiraciones, sino al funcionamiento cotidiano de la política burguesa en Estados Unidos, y de una forma u otra, en todo el mundo.
La anterior estabilidad del fraudulento juego bipartidista no volverá a establecerse.
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Los primeros ocho años de los Clinton en la Casa Blanca, de 1993 a 2001, dieron inicio a la trayectoria antiobrera que continuó con administraciones demócratas y republicanas de dos mandatos, las de George W. Bush y Barack Obama. El historial presagia lo que le depara al pueblo trabajador durante lo que según esperan los Clinton será su segundo período de dominio de ocho años.
El ejemplo más patente de esta trayectoria fue la "reforma de la asistencia social" de la administración Clinton en 1996, que redujo el porcentaje de las familias debajo del nivel oficial de pobreza que recibían beneficios en efectivo del gobierno: de casi el 70 por ciento en aquel entonces al 23 por ciento en 2015. Hillary Clinton, quien dice "que la reivindicación de los niños y las familias ha sido la causa de mi vida", continúa defendiendo esta ley cruel hasta el día de hoy.
Los Clinton y sus partidarios prometieron empleos en vez de asistencia social. Pero los empleos se han escurrido y la “red de protección” desapareció.
El ex senador estadounidense Daniel Patrick Moynihan dijo hace 20 años que la administración Clinton pasaría “a la historia como la que abandonó, y abandonó con entusiasmo, el compromiso nacional con los niños dependientes". No podía estar más acertado.
Las tarifas del seguro médico bajo la Ley de Cuidado de Salud in-Asequible de la administración Obama se van a disparar en 2017 en muchos estados —con alzas que varían entre el 30 y el 60 por ciento— y unos 1.5 millones de trabajadores perderán los planes que los cubren actualmente. No obstante, tanto Clinton como Trump continúan oponiéndose a la atención médica universal financiada por el gobierno. Trump dice que desechará totalmente el “Obamacare”, lo cual aumentaría mucho la cifra de 30 millones de personas que no tienen seguro médico de ningún tipo, mientras que Clinton promete “arreglar lo que no funciona”. Pero fue la “Ley de Seguridad de la Salud” de 1993 de los mismos Clinton, derrotada por un Congreso controlado por los demócratas, la que sirvió de modelo. Así se ha mantenido el cuidado médico de los trabajadores a la merced de las ganancias de las enormes empresas farmacéuticas y las compañías de seguros y hospitales —que están más y más entrelazadas— y sujeto a los drásticos aumentos de precios en todos los aspectos de la atención médica.
Los años de los Clinton se caracterizaron, entre otras cosas, por el aumento más grande en la población penal estatal y federal de cualquier presidencia de dos mandatos (un alza del 60 por ciento entre 1993 y 2001). Su administración presidió el mayor número anual de deportaciones en la historia de Estados Unidos (1.8 millones). Leyes apoyadas y promulgadas por la Casa Blanca de los Clinton ampliaron enormemente el número de delitos federales sujetos a la pena capital, una medida defendida tanto por Hillary Clinton como por Donald Trump.
Ninguna persona que vio la máquina de los Clinton organizar a los delegados en la convención demócrata de 2016 para que clamaran “¡USA! ¡USA!” en un intento de acallar a los delegados que coreaban ¡No más guerras! se sorprendería de saber que fue la Casa Blanca de los Clinton la que acuñó la descripción chauvinista del USA imperialista como “la nación indispensable”. (Ni tampoco se sorprenderá de que la primera figura de la administración Clinton que anunció esa mentira en los años 90 fuera su secretaria de estado Madeleine Albright, quien durante las elecciones primarias de 2016 advirtió que “hay un lugar especial en el infierno” para las mujeres que no apoyan a Hillary Clinton).
Clinton ha hecho repetidos llamamientos a crear una “zona de exclusión aérea” sobre Siria, una política que solo puede ser implementada si Washington está dispuesto a derribar los aviones de combate de Moscú: un conflicto militar directo con Rusia. Esta postura coincide con su apoyo a la cadena de guerras y operaciones militares que se ha extendido durante un cuarto de siglo: desde Libia hasta Iraq, Afganistán y Pakistán. En estos conflictos que no dejan de propagarse —incluyendo las campañas de bombardeos y “operaciones especiales” que los Clinton organizaron en Iraq, Yugoslavia y Somalia entre 1993 y 2001— ya han muerto o sufrido lesiones paralizantes centenares de miles de personas, de todos los bandos. Y se avizora una mayor expansión.
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Fue durante los dos primeros mandatos de los Clinton en la Casa Blanca que se tomaron algunas de las medidas más severas para intensificar los intentos —que los gobernantes imperialistas norteamericanos han llevado a cabo durante décadas— de derrocar la revolución socialista en Cuba. Esa trayectoria también se detalla en El historial antiobrero de los Clinton.
La brutal guerra económica que Washington libra contra el pueblo cubano se intensificó con la aprobación de las medidas conocidas como las leyes Torricelli y Helms-Burton. Esto ocurrió justo cuando desaparecieron abruptamente las relaciones que Cuba había mantenido durante décadas con la URSS y Europa Oriental, cuando la Revolución Cubana enfrentó —y superó— la mayor prueba en su historia.
La administración Clinton hizo la vista gorda ante las provocaciones de contrarrevolucionarios basados en Florida que sobrevolaban la isla, violando el espacio aéreo con la esperanza de inducir acciones defensivas del gobierno cubano que Washington pudiera usar como pretexto para lanzar represalias, incluyendo actos bélicos. Washington no hizo nada para detener estos repetidos atentados contra la soberanía cubana. Al mismo tiempo, el Departamento de Justicia de los Clinton fabricó acusaciones falsas y encerró en prisiones federales a cinco revolucionarios cubanos residentes en Florida que trabajaban para el gobierno cubano a fin de prevenir estas provocaciones y actos violentos contra el pueblo cubano. A tres de ellos les impusieron cadena perpetua.
Los gobernantes norteamericanos le temen al historial de la revolución socialista cubana por la misma razón que le temen a la clase trabajadora estadounidense. Siembran mentiras y calumnias contra Cuba por la misma razón que lo hacen contra nosotros. Ante todo, temen a los trabajadores y agricultores que hicieron y que defienden la revolución socialista en Cuba, y a su dirección comunista, por el ejemplo que han sentado. El ejemplo que demuestra que nosotros podemos superar las divisiones que ellos siembran entre nosotros, de que podemos hacer una revolución socialista y establecer un gobierno que actúe a favor de nuestros intereses de clase. De que podemos solidarizarnos activamente con las luchas del pueblo trabajador en todo el mundo. De que los trabajadores podemos y vamos a transformarnos, cambiando lo que somos capaces de hacer al tomar el poder y transformar la sociedad.
Para tomar el ejemplo de una de las conquistas más conocidas de la Revolución Cubana, no es solo la prestación de atención médica lo que cambiará, con acceso universal a las clínicas, los hospitales y los medicamentos. Aún más importante, los que prestan esa atención —los que se capacitaron como médicos, enfermeras y otro personal de la salud— se convertirán en seres humanos diferentes, a medida que vayamos desarraigando las relaciones sociales capitalistas de “sálvese quien pueda”, de la explotación de un ser humano por el otro. Solo eso hará posible la transformación del cuidado médico.
Ese ejemplo es lo que más temen los gobernantes norteamericanos de la Revolución Cubana.
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Durante las elecciones norteamericanas en 2016, el Partido Socialista de los Trabajadores ha llevado a cabo una campaña obrera, postulando a Alyson Kennedy para presidente y Osborne Hart para vicepresidente, y a candidatos para gobernador y el Senado federal por todo el país desde California hasta Washington, Nueva York y Florida. Al contrario de Hillary Clinton, Donald Trump, Bernie Sanders y otros candidatos capitalistas —todos quienes abordan al pueblo trabajador como objetos de la política del gobierno y no como creadores del cambio político revolucionario— Kennedy, Hart y sus partidarios han hecho campaña junto a otros trabajadores. Lo han hecho en marchas y mítines contra policías asesinos, en líneas de piquetes y otras acciones sindicales, y sobre todo —día tras día y de región en región— en pórticos y puertas en barrios obreros por todo Estados Unidos y Puerto Rico.
Hacer campaña de manera indiferenciada entre la clase trabajadora no es algo que el Partido Socialista de los Trabajadores hace principalmente en épocas de elección. Es algo que hacemos durante todo el año. Conversamos con otros trabajadores sobre un curso de lucha revolucionaria y los acompañamos en manifestaciones, huelgas, eventos políticos y otras actividades, tanto pequeñas como grandes. Subrayamos que la política del resentimiento es un callejón sin salida, reaccionario y autodestructivo. Discutimos sobre cómo nuestra clase puede emprender un curso de acción política a partir de nuestros intereses de clase, y no los de nuestros patrones capitalistas, su gobierno y sus partidos, y por qué necesitamos nuestro propio partido para lograr eso. A todos les decimos: nuestro partido es su partido, si está de acuerdo, únase a nosotros para luchar por este futuro.
Una cosa sí es impresionante por su amplitud y profundidad: desde los embates del colapso financiero de 2008–09, hay entre el pueblo trabajador una creciente receptividad para intercambiar y debatir sobre las más amplias cuestiones políticas y sociales que enfrentan nuestra clase, nuestros sindicatos y nuestros aliados. En todas partes, los trabajadores buscan una explicación del declive desgastante y destructivo del capitalismo y, aún más importante, de cómo trazar un camino para combatir las consecuencias de este declive.
Es por eso que libros como El historial antiobrero de los Clinton tienen una importancia especial. Cuando uno lo lee, se asombra una y otra vez porque los tres artículos en este libro se publicaron en versiones anteriores hace más de ocho años, en la edición no. 8 de la revista Nueva Internacional. Uno de ellos está basado en una charla que Jack Barnes dio hace más de 15 años. ¡Pero sus palabras parecen como si las hubiera dicho hoy!
Las fotos, ilustraciones, gráficos y otros datos nuevos que se incorporaron actualizan tendencias que ya eran evidentes desde la década de los 90.
Este libro es uno de los tres publicados por la editorial Pathfinder este año electoral para ayudar al pueblo trabajador a abordar los transcendentales problemas políticos ante los cuales nosotros y otros trabajadores necesitamos respuestas para poder luchar más efectivamente y ganar. Este título se sitúa junto a ¿Son ricos porque son inteligentes? Clase, privilegio y aprendizaje en el capitalismo, también por Jack Barnes, y ¿Es posible una revolución socialista en Estados Unidos? Un debate necesario entre trabajadores, por Mary-Alice Waters, dirigente del PST. Los tres libros se fundamentan políticamente en otra obra de Barnes: Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero, publicado en 2009 en el momento álgido de la paralizante crisis financiera.
Además de las traducciones al español y al francés que se podrán utilizar a nivel mundial, estos libros están siendo traducidos en Irán al idioma farsi (persa). Serán distribuidos ampliamente en librerías y bibliotecas de Irán y más allá de sus fronteras. Su amplia difusión muestra que el alcance y la explosividad de la crisis capitalista, y la respuesta del pueblo trabajador a sus consecuencias, son verdaderamente de envergadura mundial.
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Cuando se fundó la primera organización comunista moderna en 1847, los trabajadores de Alemania, Gran Bretaña y otros países que la iniciaron reclutaron a dos jóvenes revolucionarios que se llamaban Carlos Marx y Federico Engels. Les pidieron que ayudaran a redactar un programa de fundación (que conocemos hoy como el Manifiesto Comunista) así como un conjunto de reglas organizativas que consideraban esenciales para librar una lucha exitosa por la realización de ese programa. La segunda de las condiciones para ser miembro era tener "energía y entusiasmo revolucionario en la propaganda".
El propósito de El historial antiobrero de los Clinton y sus dos títulos complementarios es de brindar nuevas herramientas políticas a los trabajadores que —en medio de las crecientes crisis, y las oportunidades para forjar un partido obrero— los leerán, los compartirán yendo de puerta en puerta en barrios obreros y los usarán en la lucha, con precisamente esa energía y entusiasmo.
23 de octubre de 2016
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