La rebelión de los “gilets jaunes” — chalecos amarillos— que ya lleva más de tres semanas ha sacudido a los gobernantes de Francia.
Estos son trabajadores y pequeños propietarios de pueblos pequeños y áreas rurales que durante años han soportado la incesante carga de los efectos de la actual crisis de producción y comercio capitalistas.
Con la esperanza de aplacar las protestas, el presidente francés Emmanuel Macron anunció el 10 de diciembre un aumento en el salario mínimo y la revocación o reducción de algunos impuestos a los trabajadores y jubilados. Pero muchos de los manifestantes dijeron que era demasiado poco, demasiado tarde.
“Esto ha estado ocurriendo durante mucho tiempo, pero hizo erupción ahora porque Macron cree que somos tontos”, dijo Daniel Bensept, de 75 años de edad, un chaleco amarillo de Troyes, al Financial Times. “Cree que no valemos nada”.
Si bien las protestas en París han sido el enfoque de atención de los medios de comunicación capitalistas, cientos de miles se han movilizado en los pueblos pequeños y áreas rurales. Han acampado en las rotondas, montado barricadas en las carreteras para pedir apoyo y han ocupado las cabinas de peaje, dejando que los conductores pasen sin pagar.
Los chalecos amarillos irrumpieron en la escena el 17 de noviembre en oposición a un nuevo impuesto al combustible por encima de los precios del diesel que ya estaban en ascenso, para desalentar a las personas de manejar sus autos y de esa forma supuestamente combatir el “calentamiento global”. Las leyes en Francia exigen que los conductores mantengan chalecos amarillos en sus autos en caso de que tengan problemas. Más de un cuarto de millón de personas se unieron a las protestas, bloqueando el tráfico en más de 2 000 localidades ese día.
Para un parisino adinerado “nada de esto representa un problema, porque no necesita un automóvil”, dijo el 1 de diciembre el conductor de camiones y taxis Marco Pavan, de Besancon, una pequeña ciudad cerca de la frontera con Suiza, al Washington Post. “Vivimos en la ladera de una montaña. No hay ni autobús ni tren para llevarnos a ninguna parte. Tenemos que tener un coche”.
Para muchos, si no la mayoría de los chalecos amarillos, fue la primera vez que participan en una protesta. Se indignaron que el gobierno de Macron aumentó el impuesto al combustible, mientras que recortó los impuestos a los ricos. Llaman a Macron el “presidente de los ricos”.
Muchos trabajadores con empleos dicen que sus salarios no les permiten tomar vacaciones o ni siquiera poder salir a cenar de vez en cuando. Para muchos, sus ingresos se agotan antes del fin de mes.
‘Una crisis moral’
“Esta crisis es profunda y no es solo económica. Es moral “, dijo el 7 de diciembre Mathilde Pouzet, una trabajadora de cuidado infantil de Ville-neuve-la-Garenne, al norte de París, a Associated Press. Mientras que gran parte de la ira está dirigida contra Macron, los chalecos amarillos están asqueados de todos los partidos e instituciones capitalistas. “Ya no quería más a esta clase política completamente corrupta”, dijo Olivier Laurin, de 39 años y trabajador de jardinería de Montlucon, al Wall Street Journal.
El movimiento popular carece de un liderazgo u organización estructurada. Las discusiones, el debate y los actos de solidaridad están marcando a los pueblos y áreas rurales del campo francés.
Los ricos gobernantes y su gobierno meritocrata creen que París es lo único que cuenta en Francia, así que miles de chalecos amarillos convergieron en París el 24 de noviembre, el 1 y 8 de diciembre, donde fueron atacados por miles de policías con gas lacrimógeno y balas de goma y cañones de agua. El 4 de diciembre, el gobierno anunció que suspendía el aumento del impuesto sobre el combustible. Pero los chalecos amarillos siguieron llegando.
Las refinerías de petróleo fueron bloqueadas el 8 de diciembre, los centros comerciales cerraron y las cadenas de suministro quedaron interrumpidas por los tranques de carreteras en todo el país, a medida que las protestas continuaron sacudiendo el país. El gobierno cerró la Torre Eiffel, el Louvre y otros museos como parte de una campaña para acusar de violentos a los chalecos amarillos.
Las demandas de los manifestantes se han extendido y expresan el amplio descontento con un sistema que los ha arruinado a ellos y sus familias. El movimiento ha atraído a estudiantes de secundaria y universitarios. Las principales federaciones sindicales nacionales se han opuesto a las protestas, acusándolas falsamente de estar infiltradas e influidas por la extrema derecha. Pero algunas secciones sindicales locales se han sumado a las acciones de los chalecos amarillos.
Representantes de siete de las principales federaciones sindicales emitieron una declaración conjunta el 6 de diciembre haciéndose eco de las falsas acusaciones de los gobernantes contra los chalecos amarillos, rechazando “todas las formas de violencia en la expresión de demandas”. En cambio, pidieron un “diálogo social real” en “nuestro país”.
Estudiantes se unen a protestas
Los estudiantes de secundaria iniciaron protestas en unas 300 escuelas en apoyo de los chalecos amarillos y en contra de las “reformas” educativas discriminatorias introducidas por el gobierno de Macron, que hacen más difícil que los estudiantes de clase trabajadora y rural ingresen a las universidades.
Un video que muestra a 150 estudiantes de secundaria de Mantes-la-Jolie, un suburbio obrero de París, siendo obligados por la policía antimotines a arrodillarse con las manos detrás de la cabeza, provocó amplia indignación.
Los manifestantes de chalecos amarillos de todo el país se reunieron en las barricadas y en otros lugares para escuchar el discurso de Macron el 10 de diciembre. El presidente francés prometió que el gobierno financiaría un aumento de 100 euros (114 dólares) al salario mínimo mensual a partir del principio del año; que aboliría los impuestos sobre el pago de horas extras en 2019; y que “pediría” a las empresas rentables que otorguen una bonificación de fin de año libre de impuestos; y recortaría un aumento de impuestos sobre las pensiones pequeñas, que reconoció como algo “injusto”.
Pero el ex banquero inversionista nunca dijo las palabras “chaleco amarillo” una vez en su discurso.
Las protestas continúan.