Los presidente Donald Trump y Xi Jinping de China se reunieron el 1 de diciembre después de la clausura de la cumbre de los G-20 en Buenos Aires, Argentina. Acordaron una tregua de 90 días en su disputa comercial, incluyendo la suspensión temporal de nuevos aranceles de Washington sobre importaciones chinas.
El anuncio de Washington fue recibido con alivio en círculos gobernantes capitalistas desde Europa hasta Asia, en un momento en que la producción y comercio capitalistas mundial continua desacelerándose. La pausa en cualquier incremento de lo que a menudo se refiere de manera superficial y errónea como una “guerra comercial”, o incluso de manera exagerada como una nueva “Guerra Fría”, hizo que los mercados de valores subieran momentáneamente.
La declaración de la Casa Blanca dijo que a cambio de la pausa la delegación china acordó abordar el déficit comercial mediante la compra de “una cantidad muy importante de productos agrícolas, energéticos, industriales y otros productos de Estados Unidos”. Al día siguiente, Trump anunció que el gobierno chino había acordado “reducir y eliminar” sus aranceles de represalia sobre los autos importados desde Estados Unidos.
La Casa Blanca dijo que Xi se había comprometido a discutir “cambios estructurales en la transferencia forzosa de tecnología, la protección de la propiedad intelectual, las barreras no arancelarias, las intrusiones y los robos cibernéticos, los servicios y la agricultura”.
Para el 4 de diciembre, la prensa controlada por el gobierno en China no ha mencionado la mayor parte de esto. Tampoco ha informado sobre la única concesión de la delegación encabezada por Trump, la suspensión de nuevos aranceles durante 90 días. Debido a las diferencias en lo que los dos gobiernos han o no han dicho, los mercados de valores han subido y bajado. Los liberales anti-Trump han subestimado el acuerdo.
La administración Trump ha estado manejando los aranceles, y el aún mayor tamaño y peso de la economía capitalista de Estados Unidos, como arma punitiva en su competencia estratégica con Beijing. Washington, aunque debilitado, sigue siendo la primera potencia capitalista del mundo. Y el poderío militar de Washington aún supera con mucho la de los gobernantes chinos. Pero el ascenso de China es de manera creciente un desafío a la dominación norteamericana, desde Asia a América Latina y África.
“Estamos negociando desde una posición de gran fuerza, pero China también tiene mucho que ganar si se llega a un acuerdo”, dijo Trump. Beijing es más vulnerable en el duelo actual, dado que las exportaciones chinas al mercado estadounidense sobrepasan las que se mueven en sentido contrario.
Washington ya ha cobrado 250 mil millones de dólares en aranceles de mercancías chinas (aproximadamente la mitad de sus exportaciones), mientras que Beijing reaccionó con aranceles adicionales sobre 110 mil millones de dólares en productos de Estados Unidos. La Casa Blanca estaba preparada para aumentar sus aranceles del 10 al 25 por ciento a principios de 2019. Ahora le toca a China tomar medidas que satisfagan las demandas de Washington.
El G-20, una reunión de personalidades políticas que supuestamente representan a las 20 economías más grandes del mundo capitalista, es otra institución multilateral que está sufriendo divisiones por las tensiones a medida que la crisis del capitalismo agudiza la competencia y las rivalidades nacionales entre los gobernantes.
Estas instituciones, creadas después que Washington surgiera victorioso en la Segunda Guerra Mundial imperialista (la OTAN, la Unión Europea, el Banco Mundial, los G-20 y otras) se están desmoronando. Y la administración de Trump, que se basa en la convicción de que negociaciones bilaterales son la mejor manera de obtener acuerdos que reflejen el peso que los gobernantes norteamericanos todavía tienen en el mundo, está intensificando la presión.
Al final del primer día de la reunión, no estaba claro si se llegaría a un acuerdo sobre una declaración conjunta. En un momento, los funcionarios estadounidenses cuestionaron si la declaración tenía que decir que el Fondo Monetario Internacional está “al centro” del sistema financiero mundial. Se mantuvo después de que el negociador de la Unión Europea respondiera: “Sí, está en Washington”.
El comunicado oficial emitido al final de la cumbre “enterró sus diferencias en un lenguaje oscuro”, dijo Thomas Bernes, un ex funcionario del FMI y del Banco Mundial, al periódico Australian el 2 de diciembre. “La cuestión es si estamos enterrando al G-20 en el proceso”.