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Vol. 76/No. 9      5 de marzo de 2012

 
El capitalismo es la fuente de
la violencia, no de su declive
Libro sirve de excusa para brutalidad del imperialismo
(reseña)
 

The Better Angels of Our Nature. Why Violence Has Declined (Los mejores ángeles de nuestra naturaleza. Por qué ha disminuido la violencia.) por Steven Pinker, 802 páginas. Penguin Group. $40. En inglés.

POR NAOMI CRAINE  
El sistema capitalista, con su “monopolio del uso de la fuerza” por parte del estado, el “comercio gentil” y su “cosmopolitismo”, ha producido la época menos violenta de la historia de la humanidad. Así lo afirma el profesor de Harvard Steven Pinker en Los mejores ángeles de nuestra naturaleza.

El tomo de Pinker, de 800 páginas, profesa rastrear a través de la historia humana una tendencia general hacia la disminución de la violencia —que para él incluye todo, desde la guerra hasta comer carne— a fin de presentar al actual sistema de dominación capitalista como el sistema social más avanzado posible, que lleva a un mundo cada vez más pacífico y progresista. Entre los problemas fundamentales del análisis histórico del autor es que hace caso omiso de la lucha entre las clases explotadas y las explotadoras, lo que Karl Marx explicó es la fuerza motriz de la historia.

Pinker describe etapas anteriores de la sociedad humana que han sido superadas, incluyendo el canibalismo, los sacrificios humanos, la esclavitud, los aparatos de tortura medievales, etcétera. Continúa con esta línea de pensamiento para describir los avances que se han dado en las últimas décadas contra el racismo, la discriminación de la mujer y otras formas de opresión.

Estos avances innegables son por encima de todo victorias de la humanidad trabajadora: nuestro trabajo social, que ha hecho posible el aumento de la productividad y el desarrollo de la cultura, así como las luchas de las clases trabajadoras contra la opresión durante milenios de la sociedad de clases.

Pinker se las arregla para escribir una decena de páginas bajo el título “Los derechos civiles y la disminución de los pogromos y linchamientos raciales” mencionando sólo de pasada el masivo movimiento proletario que derrotó la segregación Jim Crow. No es de extrañar: la lucha por los derechos de los negros fue una lucha contra el poder estatal de la clase capitalista, sus leyes, su policía, sus tribunales y políticos. Un componente necesario fue la auto-defensa armada contra la violencia organizada y sancionada por el estado. Esa lucha fortaleció a la clase obrera y su capacidad para luchar contra los patrones y su gobierno.

Pinker atribuye el progreso social al surgimiento del estado, y en particular de los modernos estados capitalistas democráticos de Europa occidental y Norteamérica y las ideas de la Ilustración —las ideas científicas y filosóficas que se desarrollaron como parte del surgimiento del capitalismo en los siglos XVII y XVIII. Alaba las “instituciones del proceso civilizador, es decir, un gobierno y cuerpo de la policía competentes y una infraestructura fiable para el comercio”.

La tendencia general ha sido una reducción de la violencia, dice Pinker, que se extiende “no sólo hacia la escalas socioeconómicas más bajas, sino horizontalmente por toda la escala geográfica, desde un epicentro europeo-occidental”—una frase que captura su visión antiobrera y pro-imperialista.

El desarrollo temprano de las “instituciones del proceso de civilización” está bien explicado en El capital, donde Marx describe cómo el capitalismo tomó forma “chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza”. Las leyes “civilizadoras” contra la vagancia ayudaron a empujar a los trabajadores rurales desposeídos de su tierra a las fábricas y las minas, bajo horarios y condiciones de trabajo que excedían los límites de la resistencia humana.

El mérito es de la clase trabajadora

La expansión masiva de la clase obrera hereditaria a escala mundial durante el último siglo, involucrando a personas de todos los continentes, ha aumentado los hábitos proletarios de confianza mutua, tolerancia y solidaridad de clase que el pueblo trabajador aprende en el curso de luchas comunes. Como resultado del desarrollo acelerado y de estas luchas, hoy se acepta menos, por ejemplo, la tortura, y la violencia racista y anti-mujer. Sin embargo, el mérito de esto le pertenece a la clase revolucionaria de la sociedad, el proletariado, no a los gobernantes capitalistas, la fuente de la violencia y la opresión.

Pinker hace gimnasia intelectual para explicar los horrores de las dos enormes matanzas imperialistas del siglo XX, las cuales parecerían contradecir su tesis. Sostiene que los 15 millones de muertos en la primera guerra mundial y la cifra sin precedentes de 55 millones en la segunda guerra mundial en realidad no son tantos, si uno considera el porcentaje que representan de la población mundial, y se comparan con las conquistas mongolas durante el curso de siete décadas en el siglo XIII y la caída del imperio romano en los siglos III y V, algo que muchos trabajadores instintivamente encontrarán moralmente repugnante.

Pinker descarta estas conflagraciones mundiales como casualidades de la historia, rechazando la posibilidad de que se de otra guerra entre las potencias imperialistas. Ve el crecimiento de “organizaciones intergubernamentales” tales como Naciones Unidas y la Unión Europea como factores que limitan el riesgo de una guerra.

En realidad estos son algunos de los instrumentos principales que utilizan Washington y otras potencias imperialistas hoy en día para mantener su dominio sobre el mundo, sus recursos y su mano de obra. Ciertamente no ha sido una “larga paz” para el pueblo trabajador de Corea, Vietnam, el Congo, Iraq, Afganistán, Yugoslavia, Haití e innumerables otros países sometidos a la intervención militar imperialista, a menudo en nombre del “mantenimiento de la paz”. Y a medida que se extiende la crisis capitalista mundial, la presión hacia mayores conflictos continuará aumentado.

Como explicó el líder bolchevique V.I. Lenin en 1916, “Las alianzas pacíficas [entre las potencias imperialistas] preparan el terreno para las guerras y, a su vez, surgen de las guerras”. La “alianza pacífica… de todas las potencias para la ‘pacificación’ de China” un día cambia hacia el “conflicto no pacífico de mañana, que preparará el terreno para otra alianza general ‘pacíficadora’ para la partición pasado mañana, de Turquía por ejemplo”. Las “hienas civilizadas”, como Lenin las llamó una vez, no han cambiado sus manchas durante el último siglo.

El desprecio de Pinker hacia el pueblo trabajador se vuelve a exponer cuando dirige su atención hacia Estados Unidos. Bajo el título “Re-civilización en la década de 1990”, analiza una caída en las estadísticas de homicidios en las últimas dos décadas. Entre los factores a los que lo atribuye: “el Leviatán [el estado] se ha hecho más grande, más inteligente y más eficaz”. La tasa de encarcelamiento se multiplicó por cinco y el número de policías creció enormemente.

Lo “inteligente” que es esto depende de la perspectiva de clase de cada uno. Son los barrios obreros, y en particular las comunidades negras y latinas, las que la policía usa como blanco para su acoso de alto y cacheo, sus casos fabricados, sus detenciones arbitrarias y condenas de prisión draconianas.

Esta es una forma de violencia que Pinker y sus colegas apoyan, aunque se avergüenzan de reconocerlo y nunca lo han experimentado por sí mismos. El profesor de Harvard es parte de un sector de la clase media que ha crecido hasta incluir millones de personas en los últimos 20 años —catedráticos y administradores universitarios bien situados, directores de organizaciones benéficas y fundaciones, abogados y cabilderos— que en gran medida no están directamente involucrados en la producción, reproducción o la circulación de la riqueza social.

Este sector, a veces descrito como una “meritocracia”, actúa como porristas bien pagados de los gobernantes capitalistas. Se ven a sí mismos como más inteligentes y más ilustrados, y temen a los trabajadores de todo el mundo como una “clase peligrosa”. Y por lo tanto aceptan, a menudo con una leve crítica o un arrepentimiento fingido, que Estados Unidos deba tener la tasa de encarcelamiento más alta del mundo como el precio necesario de la “civilización”.

Pinker profesa que una mayor capacidad de razonamiento abstracto, medida por el coeficiente intelectual, conduce a una violencia menor. Las personas más inteligentes son más liberales, según él, más educadas, más morales. Algo de esta sagacidad ha goteado sobre el resto de nosotros, las masas plebes —aunque menos sobre los menos ilustrados “estados rojos” del sur de Estados Unidos. Esto es el epítome de una auto justificación, empaquetado como un trabajo académico erudito.

El desarrollo del capitalismo ha creado por primera vez la capacidad productiva que pueda satisfacer las necesidades materiales de toda la humanidad. La contradicción es que esta capacidad productiva está monopolizada por una pequeña minoría, cuya dominación se mantiene a través de la violencia y cuya acción competitiva y afán de ganancias producen las explosiones más violentas. Esta contradicción sólo puede resolverse si la clase obrera toma el poder político.

Para obtener una visión de las fuerzas sociales que en realidad pueden poner fin a las contradicciones violentas del capitalismo, yo recomendaría la lectura del libro recién publicado por la editorial Pathfinder, Las mujeres en Cuba: Haciendo una revolución dentro de la revolución. Este libro describe cómo el pueblo trabajador, hombres y mujeres, construyeron un ejército revolucionario cuyo objetivo no era eliminar al enemigo, sino tomar el poder con el menor derramamiento de sangre posible. Describe cómo en el curso de la guerra revolucionaria y después de su victoria, los campesinos y los trabajadores de Cuba, se transformaron a sí mismos y a la sociedad, sin esquemas preconcebidos, mostrando el camino a seguir para la humanidad.  
 
 
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