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Vol. 77/No. 47      30 de diciembre 2013

 
La revolución en Sudáfrica:
Victoria histórica de la clase obrera
(especial)
 
Nelson Mandela, el dirigente central del Congreso Nacional Africano y de la revolución democrática que derrocó al sistema de supremacía blanca en Sudáfrica e inspiró a los trabajadores por todo el mundo, falleció el 5 de diciembre a los 95 años de edad.

Los medios capitalistas de todo el mundo, incluyendo en Sudáfrica, han usado sus tributos a Mandela para falsificar la historia de esa lucha intransigente, cómo es que se ganó, el papel de la mayoría trabajadora en esa lucha y sus consecuencias para el desarrollo y la organización de la clase trabajadora.

Para abordar algunos de estos temas presentamos aquí extractos de un discurso que dio Jack Barnes, secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores, en 1985, en una reunión del Comité Nacional del PST. Se publicó en inglés en el número 5 de New Internacional, una revista de política y teoría marxistas y en español en el folleto Sudáfrica: La revolución en camino. El propósito del discurso fue armar a los miembros del partido para que ampliaran su trabajo en la lucha por una Sudáfrica libre, sobre todo en el movimiento obrero. Derechos de autor ©1985 por New International. Reimprimido con permiso.

¿Cuál es el carácter histórico de la revolución en Sudáfrica?

Es una revolución destinada a derrocar el estado del apartheid y a destruir el sistema del apartheid.

Es una revolución destinada a abrir las puertas al proceso que forjará —por primera vez— un estado-nación no racial en Sudáfrica.

Esta nueva nación incorporará al pueblo africano de diversos orígenes tribales, a los descendientes de aquellos que vivieron ahí y trabajaron la tierra antes de la llegada de los colonizadores blancos: a la gran mayoría de la población actual de Sudáfrica. Incorporará a aquellos que el sistema del apartheid clasifica como mestizos e indios, quienes, junto con los africanos, constituyen la oprimida población negra. Y también incorporará a aquellos blancos que acepten vivir y trabajar como ciudadanos con igualdad de derechos —ni más, ni menos— en una Sudáfrica democrática.

Es una revolución que busca conquistar el derecho de la mayoría negra a poseer, trabajar y desarrollar la tierra de la que fue expulsada por el régimen del apartheid; conquistar el derecho de los africanos a ser agricultores libres, produciendo cosechas para un creciente mercado doméstico; y llevar a cabo una auténtica reforma agraria que ponga la tierra en manos de los que quieran trabajarla.

Es una revolución para abolir todas las restricciones al derecho de los sudafricanos negros a vivir, trabajar y viajar donde se les antoje; establecer la plena igualdad en el mercado laboral; y garantizar plenamente los derechos sindicales y obreros.

Es una revolución que busca reemplazar el estado de la minoría blanca con una república democrática, basada en el sufragio universal. Tiene como fin —según las palabras del Congreso Nacional Africano— una sola Sudáfrica unitaria, no racial y democrática.

Es una revolución en la que el pueblo trabajador busca reemplazar el dominio minoritario del apartheid con el dominio del pueblo trabajador, de la gran mayoría. El pueblo trabajador entonces ejercerá este nuevo poder revolucionario para asegurarse de que no quede intacto ni un solo ladrillo del sistema del apartheid, y que se cumpla el programa democrático de la revolución.

Desde el punto de vista histórico, la revolución sudafricana actual es una revolución democrático-burguesa para el cumplimiento de estos objetivos. Es una revolución democrática, una revolución nacional. El pueblo trabajador se esfuerza por conducirla hasta la victoria y crear por primera vez un auténtico estado-nación sudafricano.

La revolución actual en Sudáfrica no es una revolución anticapitalista. Abrirá el camino para la transición a una revolución anticapitalista. Pero nadie puede predecir cuán largo —o cuán corto— será ese camino. Esto lo decidirá la correlación de fuerzas de clases —en Sudáfrica y a nivel internacional— que resultará del derrocamiento revolucionario del estado del apartheid….

La clase trabajadora está dando grandes pasos para conducir la revolución nacional y democrática y derrocar el estado del apartheid, y para reemplazarlo con una dictadura democrática de los obreros y campesinos sudafricanos. Esta revolución democrática no puede llevarse a cabo exitosamente bajo la dirección de ningún ala de la clase capitalista o de las fuerzas políticas liberales.

El mismo desarrollo del capitalismo sudafricano le ha impuesto a la clase obrera este papel de dirección. Gracias a las formas especiales de opresión con las que el sistema del apartheid moviliza la fuerza de trabajo, los capitalistas sudafricanos y extranjeros han extraído superganancias de la mano de obra de los trabajadores negros. Pero al mismo tiempo han creado una grande y poderosa clase obrera sudafricana, la vanguardia de las fuerzas que van a sepultar al apartheid….

El ANC ha conquistado —en la lucha— su papel como la organización de vanguardia de la revolución democrática en Sudáfrica. Los revolucionarios en Estados Unidos y por todo el mundo deben obrar partiendo de este hecho al participar en la lucha contra el apartheid….

La lucha nacional y democrática que se desarrolla en Sudáfrica también es decisiva para poder forjar una dirección comunista en ese país. El ANC no es una organización comunista, ni busca serlo. Es una organización democrática revolucionaria, la vanguardia política de la revolución nacional y democrática en Sudáfrica.

Sin embargo, a través de la lucha revolucionaria dirigida por el ANC se forjará y se pondrá a prueba una creciente vanguardia comunista sudafricana. Esto ocurrirá a medida que surjan fuerzas más jóvenes en la lucha, a medida que surjan más y más dirigentes de las filas de la clase obrera. Y al fortalecerse una dirección comunista en Sudáfrica, se fortalecerá su convergencia con fuerzas comunistas a nivel mundial.

El avance de la revolución sudafricana y de su dirección constituye otro cambio objetivo en las posibilidades y las necesidades para la construcción de una vanguardia de la revolución mundial. Marca otro paso más que se aleja de lo que Lenin —refiriéndose a la putrefacta Segunda Internacional— llamaba una Internacional de la raza blanca. Es un paso más hacia el tipo de dirección revolucionaria verdaderamente mundial que la Internacional Comunista buscó construir en la época de Lenin. Y esto tiene un efecto importante sobre la cuestión decisiva de la construcción de direcciones comunistas en todos los países donde es esencial el desarrollo de partidos proletarios multinacionales de combate: desde Brasil hasta Canadá, desde Nueva Zelanda hasta Gran Bretaña, y, por supuesto, aquí en Estados Unidos.  
 
 
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