La movilización en Washington, y la protestas en San Francisco y otras ciudades el mismo día, son una respuesta necesaria a la importante escalada de la guerra imperialista en Iraq que el presidente Bush anunció por televisión nacional al cierre de esta edición.

Las familias gobernantes multimillonarias de Estados Unidos no tienen la menor intención de abandonar los estratégicos intereses económicos, políticos y militares que significarían el triunfo de su guerra en Iraq. No tienen alternativa a un aumento a largo plazo en el nivel de tropas en Iraq y a la ampliación de sus objetivos militares.

Ellos están enfrentándose directamente contra los escuadrones armados chiítas y suníes que obstaculizan las metas de Washington: la estabilización de un régimen burgués sometido a sus intereses. Y esta vez, según destacó Bush, “las fuerzas iraquíes y americanas tendrán una luz verde” para cazar a milicias como las del dirigente chiíta Moktada al-Sadr.

No se trata de una “oleada” temporal de tropas, sino de la mayor escalada de la guerra en Iraq desde la invasión de marzo de 2003. Va acompañada de una importante concentración naval en el Golfo Arábigo-Pérsico, lo que Bush describió como “el envío de un grupo de ataque de portaaviones adicional a la región”.

La única alternativa real sería la retirada inmediata, la cual no propone ninguna voz influyente de uno u otro partido de la clase gobernante. El plan de la mayoría demócrata en el Congreso de celebrar una “votación simbólica” contra la nueva movilización es una farsa. También lo es la retórica de algunos demócratas que amenazan con imponer límites al número de tropas o con limitar los fondos para más tropas. Según lo expresó el senador Joseph Biden, Ya que el Congreso votó a favor de la invasión, hay que dejarle al comandante en jefe la conducta de la guerra. Tomar otro camino, dijo Biden, ¡sería inconstitucional!

También las promesas del senador Edward Kennedy de recortar los fondos para más tropas norteamericanas son pura retórica. Ni los demócratas ni los republicanos han reducido jamás el presupuesto militar estadounidense durante una guerra. Al contrario, los demócratas han apoyado la guerra de Iraq en cada coyuntura importante desde la votación a favor de la invasión en 2003.

La escalada en Iraq, al igual que la actual ocupación de Afganistán y las recientes operaciones militares de las Fuerzas Especiales norteamericanas en Somalia, son parte de la “guerra larga” de Washington contra el “terrorismo”. Bajo ese lema, los gobernantes norteamericanos encabezan a sus aliados imperialistas en un conflicto de décadas cuyo blanco es el pueblo trabajador y todo gobierno que no ceda a sus dictámenes.

La crisis subyacente no es coyuntural. No radica en políticas específicas de un determinado presidente o Congreso. Es producto de la tendencia descendiente de las tasas de ganancia de los patrones desde principios de los 70, y de la creciente competencia económica y conflictos políticos entre las potencias imperialistas por la repartición de los mercados mundiales.

La intensificada guerra imperialista tiene el mismo origen que los ataques de los capitalistas contra los trabajadores aquí: las redadas de inmigración, la brutalidad policíaca, la “campaña de productividad” que causó la muerte de 48 mineros del carbón el año pasado. Los trabajadores que resisten estos ataques tienen un interés en oponerse a las guerras de los patrones.

Urge divulgar la marcha entre estudiantes, trabajadores y otras personas cuyos intereses son antagónicos a la guerra de los gobernantes aquí y en el extranjero. Llenemos el mayor número de buses y autos para aumentar al máximo la concurrencia a las marchas del 27 de enero para demandar: ¡Que regresen las tropas a casa ya!
 
 
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