Vol. 71/No. 14 9 de abril de 2007
Los decretos fueron la respuesta a las intervenciones de fábricas que los trabajadores cubanos estaban llevando a cabo por toda la isla. Con la victoria del derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista, que contaba con el respaldo de Washington, el 1 de enero de 1959, todavía fresca y provocados por actos de agresión imperialista y sabotaje económico, millones de trabajadores cubanos estaban tomando en sus manos el poder de decisión generalmente considerado una prerrogativa de los patrones.
Las lecciones políticas de este proceso para el pueblo trabajador del resto del mundo hoy día están claramente resumidas en el prefacio de Mary-Alice Waters a La primera y segunda declaración de La Habana, recientemente publicado por la editorial Pathfinder. La forma en que el pueblo cubano realizó tales intervenciones fue descrito con bastante detalles en un artículo de la semana pasada (ver De cómo trabajadores cubanos establecieron un estado obrero en la edición del 2 de abril del Militante).
La descripción precisa del desarrollo del control obrero de la producción ha sido una de las piedras angulares de la generalización de las experiencias de la clase trabajadora y sus aliados en la lucha revolucionaria para tomar el poder de las manos de la clase capitalista y transformar la sociedad en una basada en la solidaridad humana.
Escrito más de dos décadas antes del triunfo de la revolución cubana, El programa de transición para la revolución socialista redactado por León Trotsky, uno de los dirigentes de la revolución de octubre de 1917 dirigida por los bolcheviques en Rusia, brega con el control obrero sobre la industria basado en las experiencias del movimiento obrero internacional hasta ese entonces.
El estado más elemental [del control obrero] es simplemente el entendimiento ganado por los obreros a través de experiencias tales como la guerra, el desempleo, el caos de la sociedad capitalista, las arbitrariedades de los patrones, etc., de que deben empezar a ejercer su propio control de las fábricas, escribió el dirigente del Partido Socialista de los Trabajadores, Joseph Hansen, en su introducción a el Programa de transición. Hansen se apoya en los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, cuando era dirigida por V.I. Lenin y otros dirigentes bolcheviques, para acentuar el control obrero como la lucha por el control de la producción, y no un plan para la organización burocrática de la economía nacional.
Como lo describió el artículo de la semana pasada, desde 1959 en adelante, Washington atacó a la revolución cubana tanto por medios legales como ilegales. Entre ellos se incluyen los intentos de paralizar la economía cubana. Además de cortar la cuota de importación de azúcar, el principal producto de exportación que el país vendía a Estados Unidos, los gobernantes estadounidenses y sus amigotes entre los capitalistas cubanos recurrieron al sabotaje económico. En enero y febrero de 1960, por ejemplo, aviones procedentes de Estados Unidos bombardearon cañaverales por toda Cuba, quemando más de 268 mil toneladas de caña. También fueron saboteados ferrocarriles, estaciones de tratamiento de agua potable y otros centros económicos.
Experiencias tan extremas ayudaron activar a los elementos más combativos del proletariado para ejercer el control sobre sus plantas, escribió el dirigente del PST, George Novack, en su introducción al Programa de transición.
El 2 de julio de 1960, el New York Times informaba que Texaco, Esso y Shell se habían rehusado refinar petróleo que Cuba había comprado a la Unión Soviética en sus refinerías en Cuba porque de hacerlo dañaría el principio de su gestión de control. Esa decisión realmente dañó el control de la patronal: los trabajadores de las refinerías intervinieron, tomando sus propias decisiones sobre cual petróleo sería refinado y previniendo el sabotaje de los sorprendidos administradores capitalistas. El gobierno cubano les respaldó y posteriormente nacionalizó las refinerías.
La resolución Sobre la cuestión de tácticas del Tercer Congreso de la Internacional Comunista de 1921, citado por Hansen en su introducción al Programa de transición, explica cómo el control obrero sobre la industria, a medida que progresa, toma un aspecto evidentemente político que requiere dirección política. Mientras tanto, los cada vez más frecuentes casos de tomas de fábricas, y a la vez la imposibilidad de administrarlos sin deshacerse del aparato financiero, pone claramente ante los trabajadores el problema de tomar control del sistema financiero y, a través de él, de toda la industria.
A través de las intervenciones de fábricas, los trabajadores iniciaron un curso que culminaría en una confrontación de las masas insurgentes con los gobernantes capitalistas y la organización de un poder alterno, escribió Novack. Los trabajadores cubanos tenían una dirección política que les ayudó a avanzar por ese camino.
Lejos de ser un decreto emitido por el gobierno desde la cima hasta la base, las nacionalizaciones de la tierra, la industria y los bancos en Cuba igual que en la revolución rusa de octubre de 1917 fueron la respuesta de una dirección revolucionaria consciente a las iniciativas que millones de trabajadores estaba tomando. Estas y otras experiencias llevaron a la clase trabajadora en Cuba a la confrontación inmediata y decisiva con la burguesía descrita por la Comintern.
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