Vol. 76/No. 28 30 de julio de 2012
A continuación publicamos la segunda mitad de una entrevista a Olga Salanueva sobre sus experiencias como trabajadora inmigrante en Estados Unidos, donde vivió y trabajó cuatro años antes de ser deportada a Cuba. Su esposo, René González, es uno de los cinco revolucionarios cubanos que fueron encarcelados bajo cargos amañados por el gobierno norteamericano y que luchan por su libertad (ver recuadro en esta página).
En la primera parte, publicada en el número de la semana pasada, Salanueva relató cómo llegó a Miami en 1996 y obtuvo la residencia permanente. Describió sus primeros empleos —en un hogar de ancianos y en un telemercadeo para una casa funeraria— y sus experiencias directas con el sistema de salud bajo el capitalismo norteamericano.
La entrevista fue realizada el 27 de febrero de 2012 en La Habana por Mary-Alice Waters, Róger Calero y Martín Koppel.
MARY-ALICE WATERS: ¿Cuáles fueron tus otros empleos?
OLGA SALANUEVA: Ya cuando René fue arrestado en septiembre de 1998, yo ya no trabajaba vendiendo propiedades de cementerio y servicios de cremación. Ivette había nacido cuatro meses atrás, y yo perdí un mes de trabajo y me despidieron. En esa compañía no daban licencia de maternidad.
Primero empecé vendiendo hipotecas por teléfono. Después conseguí un telemercadeo para vender programas de inglés a inmigrantes de habla hispana.
WATERS: ¿Trabajabas desde la casa?
SALANUEVA: Yo trabajaba en la oficina desde las 12 del mediodía hasta después de las 11 de la noche, de lunes a viernes. Los sábados a veces me llevaba las cosas para la casa para llamar.
La compañía ponía unos insertos con la propaganda del programa de inglés en los periódicos gratuitos en español. Si mandabas la tarjetica de vuelta, te enviaban un “diccionario” gratis. Nosotros llamábamos a las personas que enviaban la tarjeta y les explicábamos que con un diccionario de inglés no iban a aprender inglés, sino que era necesario tener un programa, profesores y libros. Que tenían una gran suerte de haberse conectado con este programa de inglés, bla, bla, bla. Y ahí tratábamos de vendérselo.
El diccionario era muy pequeño, un panfleto. Cuando se lo mandé a René en la cárcel, él me dijo, “Es la primera vez en la vida que yo recibo un diccionario donde me sé todas las palabras. Esto no sirve para nada. Por eso es gratis”.
En la compañía te daban técnicas de venta, te enseñaban cómo manipular a los clientes hasta que cayeran. Te enseñaban qué palabras decir y no decir, qué tono de voz usar y no usar.
Nos pagaban una comisión una vez que el cliente hacía el primer pago. Pero si después no cumplía con las mensualidades, te quitaban la comisión. Tenías que llamar al cliente y convencerlo de que pagara porque si no, te lo descontaban.
Tenías que preguntarle a la gente el nombre, la dirección, de dónde era. Nos decían que si uno sabe el lugar de dónde es la gente, te das cuenta si le vas a poder vender o no.
Aprende sobre vida de trabajadores
Yo terminé aprendiendo mucho sobre la vida de la gente. Por ejemplo, aprendí cómo los inmigrantes centroamericanos y mexicanos habían cruzado la frontera. Cómo vivían a veces muchos en un apartamentico. Cuáles eran sus sueños, sus problemas, por qué habían inmigrado: era siempre para ayudar a su familia, mandarles un dinerito.El programa completo eran los audios, los videos y una grabadora. El audio era lo más barato. Cuando yo oía las cosas que me decían de su situación, yo les decía, “Mire, compre este con el audio, en definitiva el video usted no tiene tiempo ni para verlo”.
Yo me decía: Si me cogen diciendo eso, ¡me van a botar! Pero era un crimen convencer a gente que gana un salario mínimo a comprar ese programa. No servía: nadie aprendía inglés con ese programa.
Yo odiaba esos telemercadeos. Por toda esa experiencia, odio los teléfonos y no me gusta llamar por teléfono.
Muchos de los que llamábamos trabajaban en labores agrícolas. Nunca se me olvida una de las respuestas. Yo les preguntaba, entre otras cosas, “¿Usted trabaja? ¿Cuál es su posición?”
Y esta señora contesta, “Bueno, la posición mía es agachada”. Recogía fresas, agachada todo el día. ¡Ella pensaba que eso era lo que yo le estaba preguntando!
A veces preguntábamos si habían ido a la escuela. Recuerdo que las respuestas eran, por lo general: “No, pero sí estudié un poco”. “Mis hermanos no tuvieron la oportunidad, pero yo sí”. “Llegué hasta el tercer grado de primaria”.
Me enteré de que iban empresarios norteamericanos a México a buscar trabajadores con contratos de seis meses para trabajar en la agricultura. Los ponen en un campamento donde no pueden salir. En algunos casos no les pagan dinero, les pagan en fichas, y con esas fichas tienen que comprar en las tiendas de los patrones. Eso yo lo recuerdo en la historia en los centrales azucareros de Cuba antes de la revolución. ¡Pero a estas alturas!
Le pregunté a uno de ellos, ¿Usted cómo se enteró de este programa de inglés?
Él dijo, “Un día me llevaron al mercado y lo encontré anunciado en un periódico. Necesito aprender inglés”. Me preguntó, “¿Usted que cree que haga?
Yo no pude evitar decirle lo que realmente pensaba. “Si usted quiere mi consejo, váyase, escápese de ahí. Es mejor ser un indocumentado que un esclavo”.
Algunos indocumentados tenían documentos “chuecos”, por supuesto. Les decíamos que solo les queríamos vender el programa y que nos podían dar el número de Seguro Social que tuvieran, y así inclusive podían abrirse un crédito en los bancos, que era otro de los ganchos.
Cuando cogieron presos a René y a los demás compañeros, el gobierno norteamericano hizo tanto lío de que algunos de ellos tenían documentación falsa. Les echaron unos años más a sus sentencias por tener documentación falsa.*
Pero hay millones de personas en Estados Unidos con documentación falsa. Lo que pasa es que a ellos les conviene tener a latinos indocumentados para trabajar en Estados Unidos. Hacen trabajos físicos duros, trabajan horas largas y con salarios bajos. Y cuando no les hace falta tantos, como ahora, por la situación económica, los deportan por determinados pretextos.
Arrestada por la migra
WATERS: ¿Qué pasó después del arresto de René?SALANUEVA: A René lo llevaron al Centro de Detención Federal, donde estuvo 17 meses en el “hueco” [confinamiento solitario].
Al principio no dejaban que lo visitaran las niñas. Los demás presos en las celdas de castigo podían bajar al salón de visitas cuando venían sus hijos. Pero a René no lo dejaban. Permitieron la primera visita solo después de nueve meses, cuando Ivette ya tenía 13 meses.
En febrero del 2000 sacaron a René del hueco, y entonces lo pude visitar una hora a la semana, hasta el 13 de agosto. En esa visita —el día de su cumpleaños— me habló de una carta que le había propuesto la fiscalía que firmara. Si él se declaraba culpable y participaba como testigo de la fiscalía, no lo llevarían a juicio y le darían una sentencia más corta. La carta le recordaba que yo tenía el status de residente permanente y que lo podían revocar. Por supuesto, René se negó a firmarla.
Tres días después, el 16 de agosto, me arrestaron. Lo hicieron para presionarlo antes del juicio.
Se presentaron en mi casa dos agentes del Servicio de Inmigración y Naturalización y uno del FBI. Me quitaron el documento de residencia y me trasladaron al edifico de inmigración, donde me tomaron las huellas digitales y me tiraron fotos. Después me metieron en un carro para llevarme a la cárcel.
CALERO: ¿Ibas esposada?
SALANUEVA: Sí, sí. Una mujer policía me acompañó en el carro. Ella hacía el papel de “policía buena”. Me dijo que sabía el trabajo que yo había pasado los últimos dos años. “Una mujer sola, que acaba de tener un bebé, con una niña más grande. ¿Ha pasado mucho trabajo?” ¡Imagínense! Claro, ellos lo sabían todo.
Entonces la policía dijo, “Pero usted sabe que estas cosas se pueden arreglar, que los cargos se pueden reducir. Pero su esposo no ha querido colaborar”.
Me preguntó si yo quisiera ver a René. Me di cuenta de que me estaba tratando de manipular. Pero pensé: Esta es mi oportunidad de ver a René. “Le dije, “Sí, yo lo quiero ver”.
Primero me llevaron hasta la cárcel estatal en Fort Lauderdale, como a 30 millas al norte de Miami. Ahí me pusieron uniforme de preso, todo sucio y manchado, y me metieron en una celda. No pasaron ni 15 minutos y me volvieron a sacar. Me metieron en el carro y me llevaron de vuelta a Miami, al Centro de Detención Federal, donde estaba René. Solo querían que él viera como yo iba a estar en la cárcel.
Me vistieron así con uniforme de preso de color naranja para impresionar a René.
Trajeron a René a un salón y nos pusieron frente a frente, con todos los agentes del FBI ahí. Cuando lo vi, me entró sentimiento, porque pensé que iba a ser la última vez que lo veía en mucho tiempo. Y así fue.
René me abrazó y me dijo, “Qué linda te ves con el color naranja”.
Cuando le dije que me arrestó inmigración, él dijo, “Entonces probablemente te deporten, porque van a hacer cumplir la amenaza en esa carta que me entregaron. Tenemos que prepararnos para eso”.
WATERS: ¿Cuánto tiempo pasaste en la cárcel de Fort Lauderdale?
SALANUEVA: Tres meses. Es una cárcel estatal, pero tiene dos celdas que rentan al gobierno federal. Las usan para inmigrantes y para gente que va a la corte federal. Ahí mandan de castigo a presos de Krome, el centro de detención de inmigración en Miami.
Mi celda no tenía ventanas. Estaban encendidas las luces las 24 horas, y había una cámara grabándote las 24 horas. La celda tenía cuatro literas, una mesa, la taza del baño, el lavamanos y una ducha con cortina.
En la celda coincidí con cubanas, con una colombiana, con unas haitianas, que se llevaron bastante bien conmigo.
Durante esos tres meses René y yo nos escribimos. Las cartas que él me mandaba sí me llegaban. Pero las cartas que yo le escribía a René no se las entregaban.
CALERO: ¿Cuál fue la respuesta de tus compañeras de trabajo? No hubo una que ayudó a que tú y René se pudieran comunicar mientras estabas presa?
SALANUEVA: Sí, esa fue Marina. Era una compañera peruana, muy trabajadora. Nos cogimos aprecio. Ella era muy religiosa; ella sabía que yo no era creyente. Cuando me arrestaron, me visitó en la cárcel. Me decía que tuviera calma, y me regaló una Biblia, que todavía la conservo, con una dedicatoria muy bonita.
Una vez que me visitaba me preguntó si yo había hablado con René. Le expliqué que no se permitía llamar de cárcel a cárcel.
Ahora, en la empresa de telemercadeo nos daban una grabadora cuando hacíamos llamadas para las ventas. Le pedíamos que el cliente nos dijera su nombre, sus datos y que estaba de acuerdo con el contrato, y se grababa.
Marina dijo, “Acuérdate que yo tengo mi grabadora en la casa. Entonces que René me llame, yo acepto la llamada y le grabo a René un mensaje para ti. Después tú me llamas, yo te grabo y entonces cuando René llama por segunda vez, yo pongo la grabadora para que escuche tu mensaje. Y cuando tú llamas por segunda vez, tú podrás escuchar el mensaje de René”.
Deportada a Cuba
Así fue que nos despedimos, porque ya estaban a punto de deportarme.Me deportaron el 22 de noviembre del 2000, a cinco días del comienzo del juicio a los Cinco.
WATERS: ¿Con qué argumentos te deportó el gobierno norteamericano?
SALANUEVA: En la corte de inmigración no sacaron ningún documento que me implicara en nada. El fiscal dijo que yo sabía de las actividades de mi esposo. El juez pidió que mostraran las pruebas de que yo pertenecía a ese grupo de espías que habían arrestado o de que yo sabía lo que estaban haciendo.
El fiscal le contestó, “Bueno, el juicio no ha comenzado. Yo solo le puedo decir que ella forma parte de esto y que las hijas también”.
El juez preguntó, “¿Cómo que las hijas? ¿Qué edades tienen?”
“Sí, sí, las hijas. Una tiene 14 años y la otra tiene 2”.
“¿Pero cómo usted va a decir que las hijas también sabían?”
“Bueno, ahora no, pero en el futuro puede ser”, dijo el fiscal.
Fue tremendo. Entonces, a partir de allí nosotros le dijimos a Ivette la “bebe espía”.
El juez dijo, “Bueno aunque no veo la evidencia, yo tengo la facultad, por suposiciones, de revocar su condición de residente y deportarla”. Y así lo hizo.
Después de la vista yo pedí ver a René. Me dijeron que no. Irmita ya estaba en Cuba; ella había venido aquí de vacaciones antes de que me arrestaran. Entonces le pedí al juez de inmigración que ellos me llevaran a Ivette al aeropuerto para yo poder llevármela a Cuba.
Me dijeron que no, que Ivette era ciudadana norteamericana y que ellos no podían deportarla.
Yo pregunté, “¿Y cómo va a poder quedarse a vivir en Estados Unidos, si a mí me deportan y René está en una cárcel”?
Dijeron que tendríamos que buscar un familiar y darle un poder legal. Casualmente, la mamá de René, Irma [Sehwerert], había recibido una visa para visitar a René. Entonces Ivette regresó a Cuba con Irma un día después de llegar yo.
‘Muchos en Cuba deben oír esto’
MARTíN KOPPEL: Tengo entendido que Irmita recibió apoyo de algunas de sus amigas en la escuela.SALANUEVA: Sí, eso fue al final del juicio. Irmita ya estaba viviendo en Cuba nuevamente, y viajó a Miami y fue a las vistas de sentencia en diciembre de 2001.
Las amiguitas la vieron en los periódicos y la televisión. Algunas desafiaron toda la propaganda hostil, y fueron a la corte para verla y apoyarla.
Yo estuve cuatro años en Estados Unidos. En esos breves años aprendí un poco lo que es vivir y trabajar en ese país como una trabajadora más. Estas son mis experiencias, pero hay millones de historias de inmigrantes en Estados Unidos.
En Cuba mucha gente tiene que oír estas cosas, tanto las personas de mi generación —yo nací en 1959— como la gente joven de hoy.
Estas son cosas en Cuba solo se leen en los libros o se oyen de los abuelos. Uno podría pensar que eso fue antes. Que hoy el capitalismo ya no es así. Pero son experiencias prácticas como las que yo viví las que te enseñan más que cualquier lectura sobre la vida en la sociedad capitalista. Muestran por qué realmente fue necesaria la revolución en Cuba.
Cuando se vive estas experiencias es cuando más se valora todo lo que se ha logrado en nuestro país. Todo lo que no podemos dejarnos arrebatar. Los logros a los que jamás podemos renunciar.
Eso es lo que están defendiendo los Cinco; es por eso que los tienen presos. Y es por eso que jamás dejaremos de luchar por su libertad.
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