Vol. 76/No. 43 26 de noviembre de 2012
POR DOUG NELSON
La verdad sobre los eventos de octubre de 1962, conocidos en Estados Unidos como la “crisis de los misiles cubanos”, es poco conocida entre los trabajadores fuera de Cuba.
El 50 aniversario de los eventos ha sido una ocasión para que los medios de comunicación capitalista en Estados Unidos repitan mecánicamente la narración oficial, en algunos casos incluyendo nueva información o nuevas “intuiciones”.
Pero la historia básica que presentan de los sucesos ha permanecido la misma por 50 años: Después de que Washington se enteró de un plan soviético secreto para instalar misiles nucleares en Cuba, el presidente John F. Kennedy salió al aire para prometer que haría todo lo posible para proteger al pueblo norteamericano de la amenaza comunista. Un par de semanas después, la firmeza militar de Kennedy y/o su diplomacia astuta prevalecieron y Moscú se vio obligado a retirar los misiles.
Pero los hechos verdaderos demuestran un papel bastante diferente de los tres actores de los sucesos. La administración Kennedy llevó al mundo al borde de la guerra nuclear. Las acciones egoístas de Moscú sirvieron de pretexto para la carrera guerrerista de los gobernantes norteamericanos. El factor decisivo que impidió la guerra fue el pueblo trabajador de Cuba revolucionaria, cuya determinación política y disposición combativa obligaron a Washington a reflexionar y luego a retroceder.
Raíces de la crisis
La raíz de la Crisis de Octubre, como se le conoce en Cuba, es el incesante odio y el temor a la Revolución Cubana de los gobernantes de Estados Unidos.La hostilidad de Washington comenzó cuando un movimiento popular revolucionario dirigido por Fidel Castro derrocó en 1959 la tiranía de Fulgencio Batista la cual contaba con el apoyo de Washington.
Lo peor de todo para los gobernantes norteamericanos fue que los trabajadores y agricultores de la isla no se conformaron con eso. Le arrancaron el poder político a los explotadores capitalistas y utilizaron ese poder para expropiar las tierras y otras propiedades burguesas de las familias gobernantes de Cuba y de Estados Unidos, transformaron las relaciones sociales para satisfacer las necesidades de la gran mayoría y avanzar los intereses de la clase obrera por todo el mundo. Para la gran desgracia de Washington, ellos continúan defendiendo su trayectoria revolucionaria hasta el día de hoy.
Washington respondió a la insurrección popular del 1 de enero de 1959 y a las medidas revolucionarias que se tomaron en los meses siguientes apoyando a grupos contrarrevolucionarios que llevaron a cabo actos de sabotaje y asesinato por toda la isla. Antes de que terminara el año empezaron los bombardeos aéreos norteamericanos y la CIA empezó a entrenar a fuerzas mercenarias de cubanos exiliados a comienzos de 1960 para preparar una invasión.
En Cuba, 1901 es conocido como el “Año de la Educación”, en el cual brigadas voluntarias que involucraron a un cuarto de millón de personas, en su mayoría jóvenes, eliminaron el analfabetismo.
A principios de ese mismo año Washington rompió relaciones diplomáticas con La Habana y empezó la preparación política y militar del pueblo cubano contra una invasión inevitable.
A mediados de abril, unos 1 500 mercenarios armados, entrenados, apoyados y desplegados por Washington arribaron cerca de la Bahía de Cochinos en las playas del sur de Cuba. La invasión fue aplastada en menos de 72 horas por una población armada que aun empezaba a organizar sus defensas militares. Como resultado de esto, los planes de una invasión norteamericana directa, la cual se había planeado como continuación de la llegada inicial de los mercenarios, tuvieron que ser descartados por el momento.
Cuando Washington describió su primera derrota militar en las Américas como un fiasco mal preparado, los gobernantes norteamericanos tuvieron que descubrir su verdadero error de juicio: no haber tomado en cuenta la determinación revolucionaria de la población que los llevó a subestimar enormemente el alcance y la eficacia de la respuesta de los trabajadores y agricultores cubanos.
Entonces, el gobierno norteamericano intensificó sus actividades contrarrevolucionarias asesinas, incluyendo intentos de asesinar a Fidel Castro y otros líderes centrales de la revolución y trazaron planes nuevos para derrocar a la revolución. Uno tras otro, complot y provocaciones, con nombres como Operación Patty y Liborio fueron desbaratados por el gobierno cubano.
En noviembre de 1961 el gobierno de Kennedy empezó a organizar la Operación Mangosta, un enfoque multifacético para derribar la revolución. El general Maxwell Taylor, presidente de los jefes del Estado Mayor Conjunto, preparó un esquema para el plan, que fue predicado en la suposición de que “al asumir la tarea de causar el derrocamiento de un gobierno…el éxito final requerirá una intervención militar norteamericana decisiva”.
Para llevar a cabo una invasión, explicaba el documento, será necesario fabricar un pretexto suficiente. En marzo se puso en marcha un plan de acción básico de seis etapas programado a culminar con el derrocamiento del gobierno cubano a fines de octubre por la fuerza.
Entretanto Cuba reforzó su defensa nacional, la columna vertebral de la cual siempre ha sido la preparación para una “guerra de todo el pueblo”. En esto ayudaron unos 200 millones de dólares en material de guerra que proveyó la Unión Soviética, como parte de acuerdos entre las dos naciones realizados a mediados de 1961.
El 3 de febrero de 1962 Kennedy impuso un embargo comercial total contra Cuba. Unos cinco meses después los gobiernos de la Unión Soviética y Cuba finalizaron un pacto para implementar la Operación Anadyr. A cambio de la cancelación de unos 67 millones de dólares en deudas contraídas por Cuba por los acuerdos armamenticios del año anterior, La Habana accedió al pedido de Moscú de instalar misiles de alcance medio e intermedio bajo el control militar soviético, que llevó a la transferencia de unas 42 mil tropas soviéticas a la isla.
Como explicó Fidel Castro en una entrevista para NBC en 1992 y en otras ocasiones, el gobierno cubano aceptó los misiles no para su propia defensa, sino como “una obligación inevitable” de solidaridad con la Unión Soviética, que enfrentaba un incremento en el estacionamiento de armamentos nucleares de Estados Unidos en Turquía y otras partes.
“A nosotros no nos gustaban los cohetes”, dijo Castro en la Conferencia Tripartita de La Habana sobre la Crisis de Octubre, que tuvo lugar en enero de 1992. “Si de nuestra defensa exclusiva se hubiese tratado, nosotros no hubiésemos aceptado los proyectiles. Pero no vayan a pensar que era por el temor a los peligros que pudieran sobrevenir de los proyectiles aquí, sino por la forma en que eso dañaría la imagen de la revolución y nosotros éramos muy celosos con la imagen de la revolución en el resto de América Latina; y que la presencia de los proyectiles, de hecho, nos convertía en una base militar soviética y eso tenía un costo político alto para la imagen de nuestro país”.
Los gobiernos de Cuba y de la Unión Soviética discrepaban sobre cómo se debería conducir la instalación de los misiles.
Castro lo veía como una cuestión política, argumentando que se debería explicar y proclamar públicamente al mundo en base al derecho soberano de Cuba para defenderse a sí misma. Asimismo, argumentaban los dirigentes cubanos, si Washington descubriera los misiles antes de que estuviesen listos para funcionar, se aprovecharía de la situación.
Pero el primer ministro soviético Nikita Jruschov hizo caso omiso de estas preocupaciones e insistió en que se mantuviera en secreto total, y le dijo repetidamente a los gobernantes cubanos que se “relajaran”. El plan del gobierno soviético, impulsado por un interés mezquino y sin importar el bienestar de Cuba, y mucho menos como avanzar la perspectiva revolucionaria en el continente americano, era anunciar la operación después de que los misiles estuvieran en condiciones de ser operados, lo que obligaría al gobierno norteamericano a aceptarlos. Las autoridades soviéticas negaron repetidamente los rumores sobre la presencia de los misiles en Cuba y no contaban con un plan en el caso de que fuesen descubiertos.
La conducta del gobierno soviético le dio a Washington justamente el pretexto que buscaban.
Washington parpadea
Un avión espía norteamericano captó las primeras imágenes de los sitios para los misiles el 14 de octubre. Washington comenzó a preparar su respuesta mientras que las autoridades soviéticas continuaban negando la existencia de los misiles.El 22 de octubre Kennedy dio un discurso televisado desde la Casa Blanca en el que anunció que Moscú estaba instalando secretamente misiles nucleares en Cuba. Dijo que esto era una “amenaza explícita a la paz y la seguridad de todo el continente americano”. Se presentó así mismo como alguien a quien los gobernantes soviéticos habían engañado y comparó el carácter clandestino de la operación en Cuba con la operación nuclear de Washington en Turquía y otros lugares las cuales habían sido proclamadas abiertamente.
Anunció un bloqueo naval, el cual de manera eufemística llamó “cuarentena”, contra cualquier buque que llevara armas ofensivas hacia Cuba. El plan del gobierno era expandir el bloqueo para que incluyera todos los productos del petróleo, gasolina y lubricantes.
El general Taylor consideró que no se podía garantizar que un bombardeo aéreo destruiría todos los misiles, y eso convenció a la Casa Blanca de que no intentaran esa medida.
La administración Kennedy movilizó una fuerza masiva para preparar una invasión: un personal de 85 mil tropas de la Armada, incluyendo 40 mil infantes de marina, 183 buques de guerra, incluyendo 8 portaaviones; 2 142 aviones; y 100 mil tropas del ejército.
Los medios que los gobernantes norteamericanos estaban dispuestos a emplear no excluían un holocausto nuclear.
“Tenemos que considerar la posibilidad que el enemigo utilice armas nucleares para rechazar la invasión”, escribió el general Taylor en un memorandum fechado el 2 de noviembre de 1962, que salió a la luz recientemente. “Pero si las autoridades cubanas tomaran este paso insensato, responderemos inmediatamente con una fuerza nuclear masiva”.
La administración Kennedy discutió enviar una fuerza inicial de 90 mil tropas, la cual sería precedida de intensos bombardeos aéreos para “comenzar la cosa” según las palabras del general Taylor en grabaciones que salieron a la luz en 1997. Mientras tanto, Washington estaba considerando lo mejor que podía la preparación militar y la moral del pueblo cubano.
Hemos tomado las medidas necesarias no solo para resistir sino para repeler, escúchenlo bien, repeler cualquier agresión de Estados Unidos, le dijo Castro al pueblo cubano en un discurso televisado el 23 de octubre. Nos amenazan con un ataque nuclear, pero no nos asustan. Ya veremos si los congresistas norteamericanos, los banqueros, poseen la misma calma que nosotros. Nos calma el conocimiento que si nos atacan el agresor será exterminado.
El entusiasmo de la Casa Blanca por la invasión comenzó a palidecer a medida que las autoridades militares comenzaron a evaluar lo que verdaderamente enfrentaban. El 26 de octubre el Estado Mayor Conjunto presentó un cálculo de 18 484 bajas norteamericanas en los primeros 10 días de combate, unas 4 462 solo en el primer día. Personal militar cubano calificado ha dicho que esta cifra fue altamente subestimada.
Los gobernantes de Estados Unidos comenzaron a darse cuenta que se encaminaban a una situación políticamente devastadora. La invasión sería una de las batallas más sangrientas en la historia de Estados Unidos, con un promedio diario de bajas comparado al de la “Batalla de Bulge”, la batalla más sangrienta para Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, la cual involucró a medio millón de soldados. Entonces los gobernantes norteamericanos parpadearon.
Kennedy y Jruschov llegaron a un acuerdo secreto para retirar los misiles norteamericanos de Turquía a cambio del retiro de los misiles soviéticos de Cuba. El gobierno cubano se enteró que la Unión Soviética iba a retirar sus misiles el 28 de octubre, cuando Jruschov lo anunció por Radio Moscú.
Queríamos una solución, pero una solución honorable, dijo Castro en la entrevista a la NBC en 1992. No sabíamos que Jruschov estaba preparando dar concesiones incondicionales. “En la forma en que la crisis se solucionó nos dejaron aquí todo: nos dejaron el bloqueo, nos dejaron la guerra sucia, nos dejaron la Base de Guantánamo”.
El acuerdo entre las dos “super potencias” incluía el retiro de los misiles “bajo la observación y supervisión apropiadas de Naciones Unidas”.
El gobierno cubano rechazó esta estipulación como una ofensa a su soberanía y mantuvo la postura que Castro había anunciado en el discurso del 23 de octubre, en el que dijo que cualquiera que trate de hacer inspecciones en Cuba tendrá que llegar listo para el combate. Castro explicó en la entrevista de 1992 que dada su experiencia con los titubeos soviéticos, si tuviera que hacerlo de nuevo no aceptaría los misiles. Desde entonces, la postura política de la dirección cubana ha sido en total oposición a las armas nucleares, químicas y biológicas como parte de su continua oposición a cualquier acción que cause la muerte de civiles inocentes.
“Nosotros nunca nos hemos planteado la cuestión de la fabricación de armas nucleares”, dijo Castro en un discurso en la Universidad de La Habana en 2005. “Nosotros poseemos otro tipo de armas nucleares, son nuestras ideas; nosotros poseemos armas del poder de las nucleares, es la magnitud de la justicia por la cual luchamos; nosotros poseemos armas nucleares en virtud del poder invencible de las armas morales”.
Portada (este número) |
Página inicial |
Página inicial en versión de texto