Vol. 78/No. 12 31 de marzo de 2014
En febrero se publicó la traducción al español de Los cosméticos, las modas y la explotación de la mujer, el cual ya está disponible para ser leído y usado por primera vez en este idioma en Estados Unidos y en cualquier otro lugar en el que se distribuyen libros de la editorial Pathfinder.
El libro —por Joseph Hansen (1910-1979), Evelyn Reed (1905-1979) y Mary-Alice Waters, tres dirigentes centrales del Partido Socialista de los Trabajadores— fue publicado en inglés en 1986. La edición en español incluye un nuevo prefacio por Waters, la directora de Pathfinder, y una charla de Isabel Moya, dirigente de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y directora de su casa editora, Editorial de la Mujer. La presentación de Moya tuvo lugar en una actividad en 2011 en la que se lanzó una edición del libro publicada y distribuida en Cuba.
El nuevo libro ha sido actualizado con fotos e ilustraciones adicionales y un glosario de los términos relacionados con el origen de la opresión de la mujer que se utilizan en el libro. A continuación presentamos el prefacio de Waters y uno de los capítulos del libro. Copyright ©2014 por Pathfinder Press. Reproducido con autorización.
POR MARY-ALICE WATERS
La belleza no tiene identidad con la moda. Pero sí tiene identidad con el trabajo. Aparte del reino de la naturaleza, todo lo bello ha sido producido por el trabajo y por trabajadores.
EVELYN REED
Hace medio siglo, un semanario socialista basado en Nueva York que proclama con orgullo ser “publicado en defensa de los intereses del pueblo trabajador” sacó un artículo —con sentido de humor pero al mismo tiempo serio— que exponía los planes del sector cosmético de la “industria de la moda” para volver a elevar sus ventas y márgenes de ganancia. Era el negocio capitalista de siempre, informó el Militant en 1954. Los mercaderes de la “belleza” estaban desarrollando una nueva campaña de publicidad destinada a convencer a las mujeres trabajadoras de que simplemente tenían que poseer una nueva línea de productos para sentirse felices, seguras, contratables y sexualmente deseables para los hombres.
Algunos lectores del periódico respondieron con cartas airadas al director del Militant, Joseph Hansen, en las que atacaban al autor del artículo, Jack Bustelo. Lo acusaban de burlarse de las mujeres de la clase trabajadora y de atacar su “derecho” a buscar “un poco de encanto y belleza en su vida”. Resultó que “Bustelo”, una marca de café tostado oscuro muy popular en Nueva York entre los puertorriqueños y cubanos, y muy del gusto del director del periódico, era el seudónimo bajo el cual el propio Joseph Hansen había redactado el artículo.
La animada polémica que se produjo, primero en las páginas del Militant y a continuación en un boletín de discusión del Partido Socialista de los Trabajadores, se convirtió en un libro de texto sobre los fundamentos del marxismo. Artículos que se habían impreso primero en el boletín, tal como “El fetiche de los cosméticos” de Hansen, ofrecieron una introducción popular a la crítica más abarcadora de la economía política que existe, El capital de Carlos Marx. Hizo comprensible el aparente misterio del “fetichismo de la mercancía”.
En respuestas claras y pedagógicas a los críticos de Bustelo, Evelyn Reed se sumó al debate. Ella explicó cómo las normas de la belleza y la moda son, ante todo, cuestiones de clase que no se pueden desligar de la historia de la lucha de clases. Ella explicó cómo y por qué las normas siempre cambiantes de la “belleza” y la “moda” que se imponen a la mujer —y al hombre— forman parte integral de la perpetuación de la opresión de la mujer. Explicó cómo, hace milenios, cuando surgieron la propiedad privada y la sociedad de clases mediante luchas sangrientas, la mujer se vio reducida a una forma de propiedad. Se convirtió en el “segundo sexo”.
Hoy día la lucha para erradicar la condición subordinada de la mujer no puede reducirse simplemente a una “cuestión femenina”, explicó Reed. Forma parte integral de la lucha obrera por el poder, de la batalla por el socialismo.
La “controversia Bustelo”, según se llegó a conocer la polémica, encontró terreno fértil en la relativa prosperidad de los años después de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos. Fue una época de repliegue obrero así como una ofensiva envalentonada de la clase gobernante capitalista destinada a domesticar a los sectores combativos del movimiento sindical que surgieron de las batallas obreras de los años 30 y mediados de los 40.
Sin embargo, escasos años después del asunto Bustelo, el escenario político había cambiado rotundamente.
El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 brindó pruebas renovadas de la capacidad del pueblo trabajador común y corriente de tomar el poder y empezar a transformar el mundo que heredó. Además, ofreció muestras irrebatibles de la vulnerabilidad de los gobernantes norteamericanos.
En Estados Unidos, la amplia radicalización de los años 60 —que se expresó en la lucha proletaria de masas para tumbar el sistema de segregación racial Jim Crow en el Sur, y en las manifestaciones de millones de personas contra la guerra de Washington para impedir la unificación del pueblo vietnamita y negarle la soberanía— también dio lugar a un creciente movimiento por la liberación de la mujer. Fue movimiento que se tomó las calles, luchando para despenalizar el aborto y asegurar el acceso a este como derecho de la mujer, para ampliar los círculos infantiles públicos y lograr una mayor igualdad en el trabajo y en las oportunidades de empleo.
A fines de los 60, al comenzar a propagarse mundialmente esta explosión de la “segunda ola” de la lucha moderna de las mujeres para librarse de las cadenas de su condición de segunda clase, el “debate sobre cosméticos” fue una potente herramienta educativa, frecuentemente solicitada. Ejemplares —desgastados por el uso— del boletín mimeografiado, con los artículos y cartas que aparecen aquí en Los cosméticos, las modas y la explotación de la mujer, se pasaron de mano en mano entre cientos y hasta miles de mujeres —y hombres— jóvenes que buscaban explicaciones de la opresión de la mujer y de cómo luchar para ponerle fin. El enfoque intransigentemente histórico y la perspectiva obrera que hallaron en estas páginas les ayudó a muchos a hacerse comunistas, o a hacerse mejores comunistas. Les ayudó a comprender que la lucha para acabar con la opresión de la mujer es inseparable de la lucha por reemplazar la dictadura del capital, y su consiguiente fetichismo universal de las mercancías, con el poder político de la clase trabajadora y sus relaciones de propiedad transformadas.
El “debate sobre cosméticos” inició su tercera vida cuando se publicó en su forma actual en 1986, hace casi 30 años. Ya para entonces se había desacelerado la expansión capitalista nacida de la victoria brutal de Washington en la Segunda Guerra Mundial, y se veía en peligro la relativa prosperidad de los años de posguerra. Habían comenzado a manifestarse las raíces de la prolongada crisis desgastante que ahora ha estallado a nivel internacional. Ante la caída de las tasas de ganancia, muchos de los avances de la mujer conquistados en las batallas de los 60 y 70 fueron atacados por los patrones y su gobierno.
Condado por condado, estado por estado, se estaba restringiendo el acceso a servicios de aborto médicamente seguros, y el derecho exclusivo de la mujer a decidir si tener o no hijos y cuándo tenerlos: la precondición más fundamental de la emancipación de la mujer. Se estaba echando atrás los programas de acción afirmativa que reducen las divisiones en la clase trabajadora, convirtiéndose estos programas en una fuente de privilegios ejecutivos, profesionales y académicos que acrecentaban las divisiones de clases.
Se estaba montando una campaña ideológica—una “guerra cultural”—contra las mujeres trabajadoras, las cuales habían ingresado al mercado laboral en números históricamente inauditos durante las tres décadas anteriores: especialmente las que habían estado a la vanguardia de integrarse a oficios anteriormente considerados dominios masculinos. El objetivo no era expulsarlas permanentemente de la fuerza laboral, sino de hacerlas más vulnerables, más explotables, más prescindibles: para reducir el precio de su fuerza de trabajo. Los medios masivos de difusión que sirven los intereses del capital llenaban sus páginas de artículos tratando de convencer a los lectores de que la acción afirmativa es injusta hacia los hombres, especialmente hacia los hombres negros, que las exclusiones de ciertos empleos y las diferencias salariales entre hombres y mujeres son justificables y de esperar. Después de todo, la biología sí es el destino de la mujer, y su principal responsabilidad social, y fuente de “autorrealización”, es el hogar y la familia.
Frente a esta contraofensiva sistemática, las diversas fuerzas de clase que habían integrado el movimiento ascendente por la liberación de la mujer se fragmentaron y desmovilizaron. Fue una fuga en desbandada, la cual reflejó lo que sucedía en el movimiento obrero organizado.
La introducción a la primera edición de Los cosméticos, las modas y la explotación de la mujer —que se incluye aquí— puso estas crecientes presiones en un marco histórico y de clase más amplio. Una mirada a la semejante ofensiva económica, política e ideológica de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial —y a la promoción de la “mística femenina”, según se le denominó— ayudó a aclarar qué era lo que pesaba sobre las mujeres y los hombres, incluidos los de mayor conciencia política, en las últimas décadas del siglo XX. Entre estas filas de vanguardia estaban muchas mujeres que habían encabezado los esfuerzos por penetrar e incorporarse a empleos industriales en las minas de carbón, acerías, fábricas, ferrocarriles y oficios de la construcción: empleos de los cuales las mujeres tradicionalmente se habían visto excluidas.
Desde que se publicó por primera vez, este libro se ha vendido extensamente en el mundo de habla inglesa, con ventas totales que superan los 10 mil ejemplares. Se ha vendido más de 5 mil ejemplares de una edición en persa, publicada en Teherán en 2002, de la cual ya se ha hecho una tercera tirada. En 2010 la editora Ciencias Sociales publicó una edición en español en Cuba. Las palabras de Isabel Moya, una dirigente de la Federación de Mujeres Cubanas, en el lanzamiento de este título en la Feria Internacional del Libro de La Habana en febrero de 2011 se incluyen en esta primera edición en español publicada por Pathfinder, la cual ahora pone el libro al alcance de un público aún más amplio a nivel mundial. La excelente traducción es obra de Esther Pérez, editora de Caminos, revista publicada por el Centro Martin Luther King en La Habana.
Según nos recalcan con mayor nitidez las noticias de cada día, actualmente estamos atravesando los primeros años de lo que serán décadas de convulsiones económicas, financieras y sociales y batallas de clases a nivel mundial. La expansión cualitativa, en el último medio siglo, de la participación de la mujer en la fuerza de trabajo en prácticamente todo el mundo indica que las mujeres trabajadoras asumirán más responsabilidades de dirección que nunca antes en las futuras batallas revolucionarias y luchas basadas en la clase obrera.
Los cosméticos, las modas y la explotación de la mujer ha iniciado su cuarta vida… y en buena hora.
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Vale la pena considerar dos preguntas que han formulado lectores atentos desde que salió la edición inicial de Los cosméticos, las modas y la explotación de la mujer.
La respuesta a la primera pregunta se pone de relieve en la pregunta retórica que Hansen plantea en “El fetiche de los cosméticos”. En toda la historia del capitalismo, dice, “¿ha cultivado la burguesía el fetiche de las mercancías de una forma más premeditada que los capitalistas americanos?”
Los recursos que las empresas capitalistas dedican a la publicidad y la creación de mercados, lejos de ser cosa del pasado, han aumentado de manera estratosférica en el último medio siglo, a medida que la clase trabajadora se ha visto empujada a la “necesidad” de tenerlo todo: desde el obligatorio teléfono celular hasta el auto de último modelo, los pantalones jeans agujereados de 500 dólares, una explosión de diversos tipos de cirugía “cosmética”, bolsos de diseño exclusivo y los cosméticos- diseñados-para-dar-la-apariencia-de-que-no-usas-cosméticos. Todo esto y mucho más le tratan de imponer, sin tregua, al infeliz “consumidor”. La presión para “estar de moda” —o sea, de ser “contratable”, y resultarle atractiva a un posible esposo— ha calado aún más hondo en la clase trabajadora. La televisión y la internet intensifican enormemente estas intrusiones omnipresentes.
La compulsión fabricada de “ir de compras”, con la que se manipula las inseguridades emocionales de las mujeres y los adolescentes ante todo, no ha hecho más que ahondarse y extenderse. El “mercadeo” del que tanto se burla Hansen en los años 50 parece de aficionado comparado con las tácticas de venta que se emplean hoy día. La expresión Shop till you drop (Compra hasta morir), de una exageración humorística se ha convertido en la descripción de una condición social real que hunde a un número creciente de familias obreras en más y más deudas con tasas usureras.
El impacto de la “industria” capitalista de publicidad del siglo XXI, en todo caso, es aún más insidioso, propagándose a regiones del planeta que antes estaban, hasta cierto punto, protegidas del mercado imperialista mundial. En extensas zonas de África, Asia y América Latina, deformadas por el subdesarrollo agrícola e industrial reforzado por el imperialismo, así como en países que antes integraban el ya extinto bloque comercial y económico dominado por la Unión Soviética, el canto de sirena del fetichismo de las mercancías es un arma imperialista sin igual.
Según las palabras elocuentes del Manifiesto Comunista, “Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada con la que [la burguesía] derrumba todas las murallas chinas…Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: crea un mundo a su imagen y semejanza”.
Como deja patente la no tan anticuada polémica de los años 50, en períodos de repliegue de la clase trabajadora como el que hemos vivido durante el último cuarto de siglo —un período de repliegue mucho más prolongado y devastador que el intervalo relativamente breve después de la Segunda Guerra Mundial— la “artillería pesada” del capitalismo cobra su precio más alto, incluso entre las capas con mayor conciencia política.
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La respuesta a la segunda pregunta es igualmente importante.
Los artículos de Evelyn Reed —“El marxismo y la cuestión de la mujer” y “La antropología: ¿marxista o burguesa?”— son dos de los primeros que ella escribió sobre estos temas. Fueron en efecto los “primeros borradores” de la obra que continuó corrigiendo y ampliando, y sobre la que siguió escribiendo y dando conferencias durante otro cuarto de siglo más. De hecho, esta edición en español de Los cosméticos, las modas y la explotación de la mujer incorpora las correcciones que hizo Reed a “El marxismo y la cuestión de la mujer” cuando preparó ese artículo en 1969 para incluirlo en Problems of Women’s Liberation (Problemas de la liberación de la mujer). Esa obra, junto con Sexism and Science (El sexismo y la ciencia), Is Biology Woman’s Destiny? (¿Es la biología el destino de la mujer?) y el libro extensamente aclamado Woman’s Evolution (La evolución de la mujer), se han publicado en ediciones por todo el mundo en más de una docena de idiomas.
El enfoque de la fuerte polémica en Los cosméticos, las modas y la explotación de la mujer es lo que Reed a menudo llamaba “La Guerra de los 100 Años de la Antropología”. En este escrito, como en otros, Reed defiende el materialismo histórico de Lewis Morgan, un antropólogo del siglo XIX cuya obra Carlos Marx y Federico Engels utilizaron extensamente en sus escritos sobre este tema, y del continuador de Morgan en el siglo XX, Robert Briffault.
Como señala Reed, una de las principales líneas de combate en esta guerra de más de un siglo en torno al materialismo histórico ha sido la siguiente interrogante: ¿Algo parecido al “sistema patriarcal de relaciones matrimoniales y familiares se remonta al reino animal”? O más bien, ¿lo que a menudo se denomina “patriarcado”, y la condición de segunda clase de la mujer, surgieron en tiempos relativamente recientes (a escala de la evolución) como piedra angular de las sociedades divididas en clases?
A medida que se desarrolló la agricultura y la cría de animales, a medida que aumentó la productividad del trabajo humano, a medida que se hizo posible un excedente de alimentos más allá de lo necesario para la mera supervivencia, ¿no sucedió que la propiedad privada, y no la comunal, llegó a dominar todas las relaciones sociales, incluidas las relaciones entre hombres y mujeres? En ese complejo proceso histórico, repetido muchas veces en diferentes partes del planeta, ¿no surgió por primera vez un pequeño número de hombres como clase dominante, subyugando en un conflicto sangriento a otros hombres y, en este proceso también, a las mujeres?
Tras este debate, explica Reed, hay “una cuestión de lucha de clases y de ideología de clase”.
Si la sociedad de clases y —lo que le acompaña— la condición subordinada de la mujer representan solo una etapa pasajera de la historia humana, etapa que surgió en una determinada coyuntura histórica por razones específicas, entonces se podrán eliminar en una futura coyuntura histórica por otras razones específicas.
Si ha ocurrido una evolución de las relaciones sociales, pasando por etapas definidas de la prehistoria e historia de la sociedad humana, determinadas por niveles crecientes de productividad del trabajo y relaciones de propiedad cambiantes, y acompañadas por enormes y prolongados conflictos violentos, entonces el capitalismo no es más permanente que las relaciones sociales y de propiedad que le precedieron.
Los que hoy día estudian y escriben sobre el desarrollo del trabajo social y las etapas más tempranas de la organización social pueden recurrir a un conjunto más grande y nutrido de investigaciones que los primeros antropólogos, o incluso más que los de la generación de Reed. De eso no queda duda. Se continuará arrojando luz sobre las complejidades y la variedad de la evolución social humana. Pero como señala Reed, el reconocimiento de esta diversidad “no nos exime de indagar en la historia social y explicar la evolución de la sociedad humana en su avance a lo largo de las eras”.
El argumento de que se hallan diversas formas matrimoniales en las reliquias de grupos primitivos por todo el mundo, y que por lo tanto “no hay sino que pagar la entrada y elegir una de ellas”, explica Reed, es como decir “que como todavía existen vestigios de relaciones de clase feudales y hasta esclavistas, no hubo una secuencia histórica de esclavitud, feudalismo y capitalismo; que solo existe una mera ‘diversidad de formas’ ”.
La guerra de los 100 años de la antropología está muy lejos de haber concluido. En todo caso, el actual predominio de los ideólogos “políticamente correctos”, cómodos en sus santuarios académicos y profesionales de clase media, quienes disuelven las cuestiones difíciles de la historia y las formas de la lucha de clases en el bálsamo tranquilizador de la “diversidad cultural”, no hace más que agudizar el debate.
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“La lucha de clases es un movimiento de oposición, no de adaptación, subraya Reed. “Y no solo en el caso de los trabajadores en las fábricas, sino de las mujeres, tanto trabajadoras como amas de casa”. Esta nueva edición de Los cosméticos, las modas y la explotación de la mujer se ofrece como aporte a ese movimiento y a esa lucha.
Como lo expresó Reed en su dedicatoria a La evolución de la mujer, “A las mujeres, en camino a la liberación”.
diciembre de 2013