Vol. 78/No. 12 31 de marzo de 2014
Director:
Agradezco la crítica de Louise Manning a mi artículo “Líneas de cosméticos demacradas buscan un lifting facial” que apareció en el Militant de la semana pasada. Plantea allí algunas cuestiones de interés e importancia que trascienden lo que me propuse en mi comentario del número fechado 26 de julio sobre la caída de las ventas de cosméticos y lo que se proponen hacer los mercachifles al respecto.
Hay un punto, sin embargo, sobre el cual debo discrepar con ella. No creo que “la belleza la monopolizan predominantemente los ricos” y que “los ricos son bellos porque los trabajadores son miserables”.
Me parece que ambas afirmaciones equivaldrían a decir que “la moral la monopolizan predominantemente los ricos” y que “los ricos son virtuosos porque los trabajadores son inmorales”.
Si se intentara demostrar con algunos ejemplos que los ricos son bellos, de inmediato surgirían ciertas dificultades. En el seno de la burguesía, ¿qué época se elegiría? ¿La época de su ascenso, cuando el mezquino avaro y el economista puritano constituían los modelos a seguir? ¿O la época de la expansión imperialista, cuando el modelo es el oficial de pecho inflado que se pavonea con sus cintas y sus medallas de guerra? ¿O una época de ostentosa riqueza, en que el modelo es el accionista reclinado en la cubierta de un yate? Es obvio que resulta difícil encontrar la belleza absoluta en el seno de la sociedad burguesa. El ideal parece cambiar.
En busca de una norma de belleza más estable, podríamos trascender los límites de la sociedad capitalista y comparar sus conceptos de belleza con los de otras sociedades. Por ejemplo, el ideal burgués americano del busto hermoso durante la posguerra —el pecho forrado, levantado con un corsé de varillas de acero (o el pecho plano recientemente decretado por Christian Dior para reemplazarlo)— sería un tema interesante para un estudio comparativo con, digamos, el ideal imperante en Bali, donde las mujeres prefieren llevar los senos libres de ropa.
En el campo de los cosméticos, podríamos comparar la máscara rígida del neurótico burgués fanático de la moda con el hombre primitivo que se embellece afilándose los dientes, atravesándose la nariz con un hueso, adornándose las orejas con platos y haciendo seductor su cabello con mantequilla rancia. Y realmente, ¿es uno más hermoso que el otro?
Incluso en lo referido a los pies resulta difícil encontrar una norma absoluta que trascienda lo social. El ideal burgués de nuestros días en ese departamento —una mujer que hace equilibrios sobre unos tacones de punta de lápiz— quizás es mejor que el del rico mandarín chino cuya esposa, por devoción a la belleza, se vendaba los pies. Pero, ¿cómo compararlas a ambas con las mujeres que usan sandalias? ¿O con las que andan descalzas?
Desde el punto de vista materialista, las normas de belleza, al igual que las normas morales, son funciones de la sociedad. Aunque la relación pueda ser remota, en última instancia las determina la clase dominante. Las normas difícilmente son fijas. Y cuando se produce una revolución, a menudo son destituidas con pasmosa rapidez.
Creo que cuando la sociedad capitalista dé paso al socialismo y las nuevas generaciones evalúen lo que han heredado, descubrirán que no hay mucho que resulte útil en el cuarto de trastos de la moral y belleza burguesa.
Probablemente la nueva sociedad al inicio estará mucho más interesada en la verdad, sobre todo en la verdad sobre la mente humana, su infraestructura física, sus dotes, sus relaciones con otras mentes, sus potencialidades y cómo convertirlas en realidad.
Del estudio de esas tendencias en la fraternidad mundial de bienestar y paz duradera surgirán —si me permiten una predicción— esferas totalmente nuevas e insospechadas en las cuales los grandes artistas del futuro reexaminarán la cuestión de la belleza a un nivel cualitativamente diferente.
El énfasis en los cosméticos por parte de nuestra sociedad infeliz y superficial será visto entonces como lo que realmente es: una de las señales de la barbarie de la época. Creo que los amantes de la belleza en la nueva sociedad no sentirán la necesidad de engalanar lirios.
En cuanto a la sensación que expresa Louise Manning de que describo a “las mujeres como un poco ridículas” a pesar de mis buenas intenciones, no sé muy bien cómo responderle. No niego que el inconsciente puede jugarnos malas pasadas, pero confío en que solo se me pedirá cuentas por las cosas de las que era consciente.
Creo que la mayoría de las costumbres y normas de la sociedad capitalista son ridículas y hasta perversas, incluso las costumbres y normas de las burguesas ricas. En lo que respecta a las llamadas mujeres comunes, sean amas de casa o trabajadoras, creo que son bellas, por más curtidas que estén por el trabajo o la experiencia, porque son las que estarán en la vanguardia de la lucha por la construcción de un mundo nuevo y mejor.
Serán admiradas en el futuro como hoy admiramos a las robustas pioneras americanas que esgrimían el hacha, porque su belleza radica en su carácter y no se manifiesta en los cosméticos que se dan el lujo de consumir, sino más bien en las obras que realizan.
Jack Bustelo
Nueva York
16 de agosto de 1954