Vol. 81/No. 26 17 de julio de 2017
Minutos después, Hodgkinson había disparado unas 50 veces con su fusil y 10 veces con su pistola, hiriendo gravemente al congresista Steve Scalise, el tercer republicano de mayor rango en la Cámara de Representantes, y a otros cuatro. Los escoltas asignados a Scalise debido a su puesto como líder de la bancada republicana, dispararon y mataron a Hodgkinson antes de que pudiera matar a otros políticos republicanos. Los senadores Jeff Flake, Rand Paul y otros tres miembros de la Cámara de Representantes también estaban participando en el juego.
El ataque tuvo lugar en el contexto de un frenesí de demagogia contra Donald Trump en la prensa liberal, círculos del Partido Demócrata, la izquierda de clase media, y desde Broadway hasta Hollywood y más allá. “Es hora de destruir a Trump”, Hodgkinson mismo había escrito recientemente en Facebook.
El tiroteo refleja la profundización de la crisis política de los gobernantes capitalistas de Estados Unidos que fue revelada y a la vez acelerada por los resultados de las elecciones de 2016. Tanto el Partido Demócrata como el Republicano están sufriendo profundas divisiones. Ninguno de los dos, ni el sistema bipartidista a través del cual las familias capitalistas de Estados Unidos han mantenido su dominio y protegido sus ganancias, serán los mismos de nuevo.
Tras la histeria anti-Trump está el temor que los trabajadores que votaron por Trump provocan en la clase capitalista. Ellos esperaban “drenar el pantano” de la política capitalista en Washington y de alguna manera detener la creciente calamidad social, económica y humana que ellos y millones de otros trabajadores enfrentan. La clase capitalista y sus representantes en ambos partidos temen que los resultados de las elecciones auguren una creciente lucha de clases.
El presentador de noticias de CBS Scott Pelley incluso justificó los intentos de asesinato culpando a las víctimas republicanas. “Es hora de preguntar”, dijo, si el ataque “fue a hasta cierto punto, auto-infligido”. Y Phil Montag, copresidente del comité de tecnología del Partido Democráta de Nebraska, fue captado en YouTube diciendo que estaba “contento” que Scalise fuera balaceado, “Me hubiera gustado que el hijo de p… muriera”.
Cacería de brujas sin tregua
La cacería de brujas de los liberales contra el presidente Donald Trump continúa sin cesar. Esperan que la “investigación” del fiscal especial y ex director del FBI Robert Mueller, justificada inicialmente para investigar las supuestas “conexiones rusas” con la campaña de Trump de 2016, dañe al presidente y/o a los que lo rodean lo suficiente como para invalidar de algún modo los resultados de las elecciones, o que conduzca a un “impeachment”.Los 12 años que Mueller sirvió como el policía de mayor rango del gobierno federal lo equipan bien para dirigir una cacería de brujas. Desde principios del siglo 20, el FBI ha funcionado como la policía política de Washington. Ha espiado, acosado, y ha tratado de destruir la actividad política y sindical de los trabajadores de vanguardia, miembros del Partido Socialista de los Trabajadores, luchadores por la liberación de los negros y otros opositores de las políticas imperialistas de Washington.
Como fiscal especial, Mueller tiene autoridad sin reservas para obligar a testigos a declarar y arrastrarlos ante un jurado a puerta cerrada, donde no tienen derecho a un abogado. Los fiscales federales —ya sea si su blanco son luchadores obreros, figuras del “crimen organizado”, dirigentes sindicales o sus propios colegas y rivales en el sistema capitalista de ambos partidos— siguen un modelo notorio. Vierten agentes y recursos con el fin de encontrar algo, lo que sea, para acusarte, sin importar si es algo real o fabricado. “Donde hay humo, debe haber fuego”. Luego utilizan todos los medios para lograr una condena o un acuerdo de culpabilidad.
En el caso de Donald Trump, los liberales y sus periódicos y redes de televisión están más que encantados en servir como agentes que impulsen el caso amañado. Dispensando con cualquier pretensión de presunción de inocencia, el columnista del New York Times, Charles Blow, escribió sobre Trump en la página de opinión el 19 de junio, “en la corte de la opinión pública él ya es culpable”.
Mueller ha nombrado un equipo de abogados que incluye a varios donantes del Partido Demócrata, así como un antiguo abogado de la Fundación Clinton. Mueller es también amigo cercano del ex director del FBI James Comey.
Durante las elecciones de 2016, como parte del esfuerzo de la administración Obama para proteger la campaña de Hillary Clinton, Comey usurpó la autoridad del Departamento de Justicia al aparecer en la televisión para decir que el FBI había decidido no recomendar que se presentaran cargos en contra de Clinton. Posteriormente, después de que el presidente Trump lo despidiera, testificó ante el Congreso a principios de junio que había “filtrado” (a través de un amigo) un memorándum del FBI que él había escrito “porque pensé que podría inducir” al nombramiento de un fiscal especial.
“No es necesario ser partidario de Trump para preocuparse por la dirección a la que va todo esto”, dijo el Wall Street Journal en un editorial el 16 de junio (y los directores de este periódico claramente no son “partidarios de Trump”). “Gran parte de Washington ve con claridad al Sr. Mueller como el agente que puede librar al país de un presidente que desprecian. Todo incentivo político y social en esa ciudad presionará al Sr. Mueller para que cumpla”.
Pero, todo intento de deponer —impeach— a Trump enfurecerá a millones de trabajadores y a otros que votaron por él, y también a muchos que no lo hicieron. “La política estadounidense ya está suficientemente plagada de divisiones y es disfuncional”, advirtió el editorial del Journal. “Imagínense cómo sería si millones de norteamericanos llegan a la conclusión de que las elecciones presidenciales están siendo anuladas por el consenso de una élite” de los principales periódicos y cadenas de televisión.
Un número creciente de trabajadores ya sabe que algo apesta en estas “investigaciones” y en la orgía mediática a la que son sometidos en la mañana, al mediodía y en la noche. Esto no se debe a que están convencidos de que la administración de Trump ha hecho algo para promover los intereses de los trabajadores. Ninguno de los grandes partidos capitalistas puede o quiere. El presidente Trump, al igual que sus predecesores demócratas y republicanos, gobierna para promover los intereses de los gobernantes capitalistas y su explotación motivada por las ganancias y la opresión del pueblo trabajador.
Hoy en día menos trabajadores se identifican o identifican los intereses de sus familias con ninguno de los partidos, los demócratas (los autoproclamados durante mucho tiempo “amigos de los trabajadores”) o los republicanos. Ellos ven que los dirigentes y los partidarios del Partido Demócrata, así como sectores del Partido Republicano, están decididos a revertir el resultado de una elección con el cual estos burgueses y capas de clase media no pueden reconciliarse.
Los demócratas liberales lamentan lo que consideran la “estupidez” y la “ignorancia” de los trabajadores y agricultores que votaron por Trump y que a mediados de 2017 aún siguen siendo incapaces de “descubrir” el peligro de tenerlo en la Casa Blanca, en lugar de Hillary Clinton o algún otro demócrata. Sin embargo, excepto que se de otra crisis financiera abrupta o una profunda recesión capitalista, la mayoría de estos trabajadores esperarán a dar su veredicto mientras estén convencidos de que los demócratas están decididos a obstaculizar que la nueva administración haga algo.
Partidos capitalistas se fracturan
La fractura del Partido Demócrata se profundizó después de la derrota del candidato Jon Ossoff, aspirante al puesto de congresista por el sexto distrito de Georgia el 20 de junio. Los demócratas habían inyectado más de 31 millones de dólares para lograr derrotar al contrincante republicano saliente. Esta fue la cuarta vez este año que las esperanzas de los demócratas en elecciones especiales se habían desvanecido, mordiendo el polvo de las elecciones en Kansas, Montana y Carolina del Sur.Estas derrotas han agravado las luchas políticas entre los “regulares” del Partido Demócrata —aquellos que siguen a los Clinton, Barack Obama, o a aspirantes como el actual gobernador de Nueva York Andrew Cuomo— y los que se agrupan alrededor de Bernie Sanders. Sanders y los partidarios de su “revolución política” insisten cada vez más en que incluso si el Partido Demócrata pierde algunas elecciones, esas derrotas tienen valor si ayudan a retomar y remodelar al partido como lo que ellos pintan falsamente como un partido de la “clase trabajadora” y los “progresistas”.
En cuanto al Partido Republicano, sus divisiones se ven claramente, entre otras cosas, por su incapacidad —a pesar de sus considerables mayorías parlamentarias, especialmente en la Cámara de Representantes— de aprobar una sola ley sustancial desde la apertura del Congreso y la inauguración presidencial en enero. Su fracaso tanto en la Cámara como en el Senado para “derogar y reemplazar” la erróneamente denominada Ley del Cuidado de Salud Asequible (Obamacare) es un ejemplo claro.
La profundidad de la crisis del Partido Republicano, sin embargo, se revela en otra cuestión. Ese es el hecho de que están atados a un presidente, el jefe de facto del partido, que no fue elegido como republicano. Y alguien que realmente no lo es.
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