Vol. 81/No. 29 7 de agosto de 2017
González se dirigió al público en inglés. La traducción al español es del Militante.
No importa cuánto tiempo había estado en una oficina, siempre fue un guerrillero. Y siempre seguirá siendo un guerrillero.
En 1987 yo tenía 24 años. Acababa de graduarme de la universidad después de seis años de estudiar relaciones internacionales, y había leído muchos libros sobre el colonialismo. Con esa inocencia que uno tiene al salir de la universidad, yo creía que lo sabía todo, que tenía todo el conocimiento que necesitaba.
Yo era un joven teniente en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y vine a África, a Angola. Fue entonces que me di cuenta que no sabía nada del colonialismo. Por más libros hubiera leído, esta fue la verdadera experiencia: ver los efectos del colonialismo en África, pero también ver a los pueblos del continente que luchaban contra el legado del colonialismo y que luchaban para superar el colonialismo mismo.
Aprendí de mis compañeros de lucha. Aunque yo era joven, algunos eran aún más jóvenes. Aprendí de los combatientes de las FAPLA [Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola), de su capacidad de lucha, de sus sacrificios, y aprendí también de los combatientes del PLAN [Ejército Popular de Liberación de Namibia]: experimentados combatientes de las FAPLA y del PLAN. Llevaré conmigo esas lecciones hasta el fin de mi vida.
Más tarde, cuando estaba preso en Estados Unidos, esas lecciones me ayudaron a resistir. Me ayudaron a comprender y soportar cualquier dificultad.
Sabía que nada podía ser más difícil que los sacrificios hechos por el pueblo cubano durante nuestra lucha por la independencia y la revolución que triunfó en 1959. Nada podía ser más difícil que los sacrificios hechos por los pueblos de África, por los pueblos de Angola y Namibia en su lucha contra el colonialismo.
Menciono Angola y Namibia porque son los países que conozco mejor, pero estoy seguro que se podían haber aprendido esas mismas lecciones en muchos otros países de África.
Durante todos los años que estuve preso, nunca me sentí más orgulloso como cubano que cuando recibí una carta de uno de nuestros compatriotas que se encuentran trabajando alrededor del mundo como médico, maestro o constructor. Esas cartas me recordaban cuando estuve en Angola dos años, y me recordaban las razones por las cuales valía la pena resistir cualquier situación en la cárcel.
La gente nos pregunta a veces, a cualquiera de los cinco, ¿qué les permitió resistir? Solo para dar un ejemplo, les hablo del día que estaba sentado en mi litera en la cárcel para el conteo de las cuatro. El conteo de las cuatro es sagrado en todo el sistema penitenciario. Lo hacen todos los días, no importa lo que esté pasando. Puede haber un terremoto y aún así van a hacer un conteo a las cuatro.
Una vez que termina el conteo, un oficial entrega el correo.
Un día yo estaba sentado en mi litera con toda la correspondencia que había recibido, seleccionándola para decidir el orden en que la iba a leer. Vi una carta con un sobre diferente. Y el sello no lo había visto antes. Así que la aparté y me dije, “Voy a empezar con esta”. La abrí y era una carta de un médico cubano que escribía desde Nauru.
Aquí estaba yo, graduado en relaciones internacionales, y tuve que ir a buscar dónde estaba Nauru, una pequeña isla en el Pacífico con 10 mil habitantes. ¡Y Cuba tenía ahí un equipo médico!
Para mí, esa es razón suficiente para resistir. Para soportar lo que sea. Una revolución capaz de hacer esas cosas: vale la pena morir por ella.
La verdad es que la historia de esa solidaridad de Cuba empezó antes de que yo naciera. Empezó en Argelia en 1961, en los primeros años de la revolución. Como dijo Fidel, sin ese concepto de internacionalismo y solidaridad, no se puede comprender la Revolución Cubana. Es lo que somos.
La solidaridad no es dar lo que nos sobra. Es compartir lo que tenemos, aunque no sea mucho. Esa es la diferencia entre la caridad y la solidaridad.
Cuando me remonto a la época en que yo estuve en Angola y a las lecciones que aprendí, me doy cuenta de lo mucho que le debemos a África, porque como especie humana vinimos de este continente y después nos esparcimos por todo el mundo.
Pero puede que los cubanos tengamos una deuda aún más grande con África: le debemos a África quiénes somos, nuestro propio sentido de nacionalidad, nuestra propia identidad. Pero además, es lo que África ha hecho, lo que los africanos nos han enseñado con su espíritu de lucha, su búsqueda de la independencia, de la soberanía, todas esas lecciones que aprendí estando en Angola. Debe todo eso a África.
Siento una gran cercanía a estos países, a los pueblos de África. Todos los cubanos tenemos este sentimiento especial.
Para nosotros es un deber, y para mí es un deber, ahora, como presidente del ICAP, continuar la labor de los que me precedieron y seguir fortaleciendo los lazos solidarios entre África y Cuba y nuestros pueblos. Seguir apoyándonos en todas partes y en todos los momentos posibles, en todas las causas que enfrentemos juntos, con todos los retos en este mundo complejo en que vivimos.
No quiero extenderme. Quiero agradecerle a África y a Namibia y quiero agradecerle al presidente y a las autoridades de este país por hacer posible este evento.
Muchas gracias.