Vol. 81/No. 32 28 de agosto de 2017
La lucha revolucionaria, y la conquista del poder en enero de 1959, transformaron al pueblo trabajador cubano. Ellos tomaron las riendas del país y de su propio destino. Los trabajadores y agricultores cubanos empezaron a tomar control de las fábricas, decenas de miles se movilizaron para alfabetizar a los campesinos, los latifundios fueron liquidados y repartidos a agricultores sin tierra.
La Segunda Declaración de La Habana, pronunciada por Fidel Castro y adoptada en una asamblea de más de un millón de cubanos el 4 de febrero de 1962, preguntó, “¿Qué es lo que se esconde tras el odio yanqui a la Revolución Cubana?”
“Los une y los concita el miedo. Lo explica el miedo. No el miedo a la Revolución Cubana; el miedo a la revolución latinoamericana … el miedo a que los pueblos saqueados del continente arrebaten las armas a sus opresores y se declaren, como Cuba, pueblos libres de América”.
Tal como el período posterior a la Revolución Rusa de 1917, cuando trabajadores de temple revolucionario formaron partidos comunistas por todo el mundo, con el fin de emular el ejemplo de Vladimir Lenin y los bolcheviques, la Revolución Cubana conquistó a una nueva generación hacia la acción revolucionaria en América Latina y por todo el mundo. Incluso en Estados Unidos, donde muchos se unieron al Partido Socialista de los Trabajadores y a la Alianza de la Juventud Socialista.
Tres gigantes que se levantan
Por más de dos décadas, trabajadores y agricultores en América Latina intentaron seguir el ejemplo de la Revolución Cubana. Che Guevara, quien cayó en combate mientras dirigía a revolucionarios en Bolivia en una lucha para derrocar a la dictadura de René Barrientos, fue una inspiración para millones de personas.
En marzo de 1979 los trabajadores y agricultores tomaron el poder en la isla caribeña de Granada, bajo el liderazgo de Maurice Bishop y el Movimiento de la Nueva Joya. Fue la primera revolución en un país mayoritariamente negro de habla inglesa.
En julio de 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional dirigió a los trabajadores a una victoria contra la dictadura de Somoza la cual estaba respaldada por Washington.
Nuevas fuerzas se unieron a la lucha inspiradas por lo que Castro llamó los “tres gigantes” — Cuba, Nicaragua y Granada— “que se levantan para defender su derecho a la independencia, a la soberanía y a la justicia, en la puertas mismas del imperialismo”.
Pero este creciente movimiento fue interrumpido. En Granada, un grupo estalinista encabezado por Bernard Coard asesinó a Bishop y otros dirigentes del Movimiento de la Nueva Joya en octubre de 1983, puso a toda la población bajo arresto domiciliario, y destruyó la revolución, dándole al imperialismo un pretexto para invadir.
En Nicaragua, la dirección del FSLN, después de ganar la guerra contra los contras apoyados por Washington en 1988, desechó la oportunidad histórica y le dio la espalda a la lucha para derrocar la explotación y opresión capitalista, y en su lugar se orientó hacia forjar una alianza con los “productores patrióticos”.
“La oportunidad de extender la revolución socialista, la oportunidad de unirse a Cuba en la construcción del socialismo, se está perdiendo”, dijo el dirigente del PST, Larry Seigle, en un informe a una conferencia del partido en 1989.
Estas derrotas, junto con el asesinato de Thomas Sankara y la caída de su gobierno revolucionario popular en Burkina Faso en 1987, y la contrarrevolución que impidió que los trabajadores y agricultores de Irán llegaran al poder después de haber derrocado en 1979 al shah, quien también era respaldado por Washington, marcaron un momento decisivo.
Las más de dos décadas en las que trabajadores y jóvenes de mentalidad revolucionaria que buscaban emular a Cuba habían llegado a su fin —no porque los trabajadores y agricultores fueran incapaces de derrotar al imperialismo, sino por la falta de direcciones revolucionarias que trataran de hacer lo que los cubanos habían hecho.
Hugo Chávez y Venezuela
Es en el contexto de este repliegue en que Hugo Chávez ganó las elecciones para presidente en 1998, logrando el apoyo de trabajadores que buscaban una alternativa al pantano de los principales partidos burgueses. Chávez rechazó de manera explícita el camino de la Revolución Cubana y el poder obrero, diciendo que no estaba “ni por el capitalismo salvaje, ni por el socialismo, ni el comunismo”. Habló sobre la Revolución Bolivariana o del Socialismo del Siglo XXI, como una alternativa a Cuba.
Chávez —y después de su muerte su sucesor Nicolás Maduro— utilizaron las ganancias de la industria petrolera para financiar programas sociales e intentar administrar y regular al capitalismo para reducir su impacto negativo en el pueblo trabajador.
Y se ganó el imperecedero odio del imperialismo estadounidense al proveer a Cuba petróleo a precios reducidos y por colaborar con la dirección revolucionaria de Cuba en la construcción de alianzas antiimperialistas en América Latina y el Caribe. Estas medidas aislaron a Washington cada vez más, llevando eventualmente a los gobernantes norteamericanos a reanudar relaciones diplomáticas con Cuba en 2015 y buscar nuevas tácticas para su incesante esfuerzo para derrocar la revolución.
Los envíos de petróleo de Venezuela fueron clave para que Cuba superara el “período especial” iniciado tras el colapso de la Unión Soviética, y cuando Cuba perdió cerca del 85 por ciento de su comercio prácticamente de la noche a la mañana.
Decenas de miles de voluntarios cubanos se unieron a misiones en Venezuela que continúan hasta hoy prestando atención médica, realizando campañas de alfabetización y otros programas sociales populares.
Los trabajadores y los agricultores aprovecharon la elección de Chávez para impulsar sus propias demandas, incluyendo por la tierra, por un mayor control obrero de la seguridad y las condiciones de trabajo, por el acceso a la educación, la salud, el agua, la electricidad y la vivienda.
Nada de esto le gustó a los gobernantes capitalistas en Venezuela o en Washington, los cuales respaldaron un golpe de estado contra Chávez en 2002. Cuando miles de obreros y agricultores salieron a las calles, los líderes golpistas retrocedieron y Chávez regresó al poder.
Los más comprometidos entre los luchadores revolucionarios de Venezuela tenían sed de un conocimiento más amplio de la Revolución Cubana y de la historia de los movimientos revolucionarios populares modernos.
Un reflejo de esa sed fue un foro organizado durante la Feria Internacional del Libro de Venezuela del 2007 en Caracas sobre “Estados Unidos: Una revolución posible”, en la cual Mary-Alice Waters, una dirigente del Partido Socialista de los Trabajadores en Estados Unidos, fue invitada a iniciar la discusión.
Surgieron muchas preguntas durante el intercambio que se extendió por cinco días, incluyendo si una revolución socialista es necesaria, o si hay una manera de hacer que el capitalismo sirva los intereses de la clase trabajadora; y si la Revolución Cubana ha sido superada por un “tercer camino” entre la revolución socialista y el dominio capitalista. Waters señaló que Cuba era “el único territorio libre de América”. Es indiscutible, dijo, que “el equivalente venezolano de la insurrección de masas del pueblo trabajador de Cuba que culminó con el triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959 nos queda por delante, no en el pasado”. Eso sigue siendo el caso hoy.
Contradicciones del capitalismo
Pero las contradicciones de intentar administrar el capitalismo quedaron de manifiesto de manera clara cuando la crisis capitalista mundial estalló en 2008 y, más aun, cuando el precio del petróleo cayó de 100 dólares por barril a menos de 50. Los intentos del gobierno de Maduro de imponer controles de precios y acabar con el mercado negro han resultado contraproducentes. La inflación se disparó, ahora estimada en más del 700 por ciento al año. La escasez de alimentos y medicinas ha alcanzado niveles críticos. La corrupción es desenfrenada.
Muchos trabajadores se han desmoralizado o se han alejado de la política debido a la falta de perspectiva ofrecida por el gobierno, junto con la abrumadora necesidad de encontrar formas de sobrevivir bajo las condiciones de crisis.
La oposición pro imperialista, agrupada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD) —que ganó la mayoría de la Asamblea Nacional en diciembre de 2015— se ha aprovechado de la crisis para acelerar sus esfuerzos para derrocar a Maduro y su Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Desde abril MUD ha intensificado las manifestaciones provocadoras, que a menudo son respondidas con gases lacrimógenos y balas de goma de la policía y la guardia nacional. Más de 120 personas han muerto, tanto opositores y partidarios del gobierno. Pero la oposición sigue dividida. No tiene un programa que enfrente el impacto de la crisis económica que no haga que los trabajadores en Venezuela paguen el precio.
Maduro ha respondido mediante decretos presidenciales y la Corte Suprema, nombrada por Chávez, para omitir a la legislatura. Y a pesar del boicot de la MUD, Maduro procedió con las elecciones del 30 de julio para una Asamblea Constituyente de 545 miembros. Celebró su primera reunión el 4 de agosto, eligiendo a la canciller Delsy Rodríguez como su presidente.
Ninguna de estas medidas apunta hacia un camino para que los trabajadores tomen el poder y acaben con la explotación y la opresión capitalistas.
Washington ha impuesto sanciones a más de una decena de altos funcionarios del gobierno, del ejército y de la compañía petrolera estatal, y después de que su gobierno llevara a cabo las elecciones para la Asamblea Constituyente, a Maduro.
El Partido Socialista de los Trabajadores se opone a la injerencia de Washington en la soberanía del pueblo venezolano. Decimos: ¡Washington fuera de Venezuela!
El peligro más grande para los trabajadores en Venezuela hoy no es una inminente invasión de Estados Unidos, sino que la batalla entre el gobierno de Maduro y la oposición pro imperialista se salga de control causando un conflicto aún más sangriento.
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