El día siguiente los malhechores ultraderechistas participaron en el “Mitin para Unificar a la Derecha” en Charlottesville, en el que participaron alrededor de 500 personas, supuestamente convocado para oponerse a la remoción de una estatua del general de la Confederación Robert E. Lee. Los organizadores dijeron que sería la más grande concentración de ese tipo en décadas. El gobernador de Virginia Terry McAuliffe declaró un estado de emergencia, pero malhechores derechistas y decenas de llamados combatientes anti-fascistas —ambos armados— marcharon y tuvieron varios enfrentamientos sangrientos. Después que la policía canceló el mitin, uno de los neonazis usó su auto como un arma y arrolló a un grupo de manifestantes contra derechistas, matando a Heather Heyer, y lesionando a otras 19 personas.
El Partido Socialista de los Trabajadores se opuso a las actividades racistas y se une a los que se oponen a sus perspectivas anti-obreras.
Los antirracistas superaron a las fuerzas supremacistas blancas por lo menos dos a uno. Pero entre los antirracistas habían grupos prominentes que promueven la perspectiva peligrosa y falsa de que el racismo y el fascismo puede ser detenido por grupos pequeños que confronten a los derechistas con las armas en la mano.
Al mismo tiempo, los medios capitalistas liberales, políticos demócratas y algunos republicanos, y la izquierda de clase media utilizaron las acciones de los ultraderechistas y la consiguiente violencia mortal para culpar al presidente Donald Trump —y especialmente a los trabajadores que lo eligieron— por lo sucedido. Ellos miran todo en la política bajo el prisma de cómo lograr que Trump sea enjuiciado o removido de la presidencia.
Dicen que los supremacistas blancos son la “base” de Trump, calumniando a la clase trabajadora, y en particular a los trabajadores caucásicos, como retrógrados, racistas y reaccionarios.
Solidarity Cville, una coalición basada en Charlottesville que incluye a religiosos y activistas radicales, había exigido que el consejo municipal prohibiera la protesta racista, y el consejo canceló el permiso del mitin en Emancipation Park, donde se encuentra la estatua de Lee, y le dijeron a los organizadores que la realizaran a una milla de allí. La ACLU desafió la decisión, calificándola de inconstitucional, por estar basada en la oposición a las ideas de los organizadores. La ACLU prevaleció.
Solidarity Cville convocó una contra protesta. A esta se sumaron radicales de clase media de todo el país y otras personas, incluyendo los llamados Antifa, una abreviación de anti-fascista, ¡Rechaza al Fascismo! y varias agrupaciones anarquistas que abogan por los ataques físicos para silenciar o desbaratar las actividades de los derechistas.
Había grupos armados con armas semiautomáticas, pistolas, aerosoles y otros armamentos en ambos lados de la calle.
Para las 10:30 de la mañana ya se estaban produciendo enfrentamientos. Luego alrededor de unos 20 antirracistas formaron una línea y utilizaron una barricada de madera grande para tratar de bloquear a un grupo de supremacistas blancos, armados con escudos y garrotes que se acercaban al parque. Cuando los racistas se toparon con un grupo similarmente organizado y armado irrumpió una pelea.
En respuesta a criticas por la inacción de la policía, el gobernador demócrata de Virginia Terry McAuliffe dijo que los manifestantes “tenían mejor equipo que el de nuestra policía estatal”.
Los antirracistas coreaban, ¡Váyanse a su p… casa!” y los derechistas respondían ¡Regrésense a la p… África!”
Isabella Ciambotti, estudiante de la Universidad de Virginia, participó en la contra protesta. “Lo que vi en Market Street no parecía resistencia”, escribió ella en el New York Times. “Parecía como que cada persona estaba desahogando sus temores y frustraciones contra la multitud”.
Ciambotti dijo que vio “como un antirracista arrancó un anaquel de periódicos del anden y se lo tiró a los manifestantes derechistas de alt-right”.
Le perturbó especialmente cuando “un hombre de mayor edad, que también estaba con alt-right, fue tirado al piso en el alboroto. Alguien alzó un palo sobre su cabeza y lo golpeó. Entonces fue cuando grité y corrí con otros desconocidos para ayudarlo a levantarse”.
Luego se unió a un grupo que le gritaba a los derechistas, “¡Váyanse de aquí!” mientras marchaban frente a ellos. Una mujer que estaba con los derechistas viró hacia a mi y me dijo mirándome a los ojos, ‘ojalá que te viole un negro’”.
Poco después, el neonazi James Alex Fields, utilizó su auto para matar a Heyer, miembro de la IWW, y lesionar a 19 personas más. Fields fue arrestado y ha sido acusado de asesinato.
Liberales culpan a trabajadores
Los liberales e izquierdistas meritocráticos le echan la culpa por lo que pasó al Presidente Trump y a los trabajadores que votaron por él. En una columna del 12 de agosto de Colbert King en el Washington Post titulada, “Esta es tu gente, Presidente Trump” una de las variantes en los medios liberales del punto de vista que los grupos racistas y derechistas son la “base” de Trump que se encuentra.
“Tenemos un multimillonario racista que se hizo presidente que ha hecho muy poco para la clase trabajadora blanca cuyo resentimiento alimentó su ascenso”, escribió Michael Eric Dyson en el New York Times del 12 de agosto. “El único remanente de este liderazgo al que tienen que aferrarse es el folklore del sentimiento nacionalista blanco, y la pasión xenofóbica, que les ofrece comodidad psíquica aunque muy poca estabilidad financiera”.
Pero simplemente no es cierto que haya un aumento en el racismo o el sentimiento anti-inmigrante y anti-musulmán dentro de la clase trabajadora en Estados Unidos.
Al contrario, hay menos racismo, intolerancia o sexismo entre los trabajadores en Estados Unidos hoy que en cualquier momento en la historia de este país. Las conquistas históricas del movimiento por los derechos de los negros de los años 1950, 1960 y los inicios de la década de 1970 asestaron un golpe contundente a la segregación Jim Crow, detuvieron al racismo y cambiaron a Estados Unidos para siempre.
El Presidente Trump no fue electo por trabajadores racistas del sur enfurecidos porque quieren quitar estatuas de Robert E. Lee. Fue electo por trabajadores en Wisconsin, Pennsylvania, Virginia del Oeste, Ohio, Michigan y otras regiones de la llamada “Rust Belt” (zona oxidada) que votaron por Barack Obama en 2008 y 2012, en busca de un cambio del desastre social que les está ahogando como resultado de la crisis del capitalismo. En 2016, se aliaron a Trump, a su promesa de “drenar el pantano” en Washington, a su desdén por lo “políticamente correcto” y su promesa de promover los intereses de la clase trabajadora. ¿Acaso los que apoyaron a Obama se convirtieron repentinamente en racistas?
Los comentaristas meritocráticos insisten en que Trump ayuda a la ultraderecha. “Trump da a los supremacistas blancos un impulso inequívoco”, declaraba un titular del Washington Post del 15 de agosto.
Después de los enfrentamientos armados de algunos de ambos lados de la protesta, Trump condenó “en los términos más fuertes posibles esta exhibición atroz de odio, fanatismo y violencia de muchos lados”. La Casa Blanca complementó esto poco después, diciendo, “por supuesto, esto incluye a los supremacistas blancos, el KKK, los Neo-Nazis y todos los grupos extremistas”.
Sin embargo, artículo tras artículo, en opiniones editoriales una tras otra, el Times, el Post, los políticos anti-Trump de ambos partidos y otros insisten que está ligado a reaccionarios de toda índole.
Los ataques constantes contra Trump no son porque él es una amenaza al dominio capitalista. Es un millonario capitalista que busca defender los intereses de su clase. Son resultado del hecho que los liberales meritocráticos ven en los trabajadores que lo eligieron las batallas de clase por venir.
Mirando las cosas a través del lente de cómo tumbar a Trump, los héroes más recientes de la izquierda son los ejecutivos multimillonarios y los banqueros de inversiones que dimitieron de la mesa redonda de negocios de la Casa Blanca.
Antifa peligro para clase trabajadora
Algunos de los grupos involucrados en las protestas antirracistas presentaron un curso de acción que combina bravuconadas irresponsables con menosprecio hacia la clase trabajadora.
El New York Times publicó una fotografía de varios miembros de un grupo llamado Redneck Revolt que tenían armas en la contra protesta.
El grupo emitió un “Llamado a las armas por Charlottesville” que concluía diciendo “A los fascistas y a todos los que los apoyan, los veremos en Virginia”. Ellos afirman que “dejar que los fascistas se organicen públicamente sin ser desafiados equivale a estar parado haciendo guardia mientras ellos preparan una bomba”.
La idea de que un pequeño grupo radical puede aplastar al racismo y al fascismo en estado embrionario confrontándolos físicamente no es algo nuevo. Pero es peligroso para la lucha contra la violencia racista y para la clase trabajadora.
La única forma de enfrentar el veneno del racismo y el fascismo es movilizando a la clase trabajadora. La estrategia de Antifa, Redneck Revolt y otros grupos similares es sustituir a la clase trabajadora, lo cual es una receta para el desastre. No solo convierte a los trabajadores en espectadores en vez de participantes de su propia liberación, sino que le da al gobierno y a la policía una mano libre para atacar los derechos políticos que son muy cruciales para que la clase trabajadora pueda discutir, debatir y actuar.
El aventurismo es una trampa mortal para el movimiento obrero. Quizás esta vez la policía estaba “menos armada” pero podemos estar seguros que no lo estarán en el futuro.
De hecho, el peligro más grande para los derechos políticos de la clase trabajadora en Estados Unidos hoy día no proviene de pequeños grupos de supremacistas blancos o fascistas. Como se demostró en Charlottesville, fueron incapaces de movilizar a más de unos cuantos cientos de personas. Sus perspectivas antirracistas, antiobreras y su matonería prácticamente no tienen apoyo alguno dentro del pueblo trabajador.
Más bien, el peligro para los derechos de los trabajadores proviene de los liberales y de los radicales de clase media que hoy día están llamando al combate armado contra los reaccionarios. Y de aquellos cuyos esfuerzos para prevenir que se realicen eventos en las universidades —desde Berkeley a Seattle a Burlington, Vermont— le han brindado a los administradores de las universidades y a la policía una oportunidad de oro. Piden que tiremos por la ventana los derechos que la clase trabajadora ganó con un alto costo.
En un artículo publicado el 17 de agosto en el New York Times, K-Sue Park, de los Estudios Críticos sobre Raza de la facultad de derecho de la Universidad de California de los Angeles, censuró a la ACLU por haber desafiado la prohibición de la protesta derechista en Charlottesville.
Miles de personas, incluyendo muchos estudiantes, molestos por las protestas de los supremacistas blancos, por la muerte de Heyer, y por los aventurismos ultraizquierdistas, participaron en una vigilia en la Universidad de Virginia el 16 de agosto, que fue promovida de boca en boca. Fue muchas veces más grande que cualquiera de las acciones realizadas los días anteriores.
Siguieron la ruta de la marcha en la que los supremacistas blancos coreaban, “no seremos sustituidos por judíos”. Uno de los participantes publicó una foto de la vigilia con un texto que decía: “Los sustituimos a ustedes”.
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