Vol. 81/No. 36 2 de octubre de 2017
Hazhar Majeed, dueño de la librería y casa editorial Endese, de esta ciudad en el sureste del Kurdistán, habló con nosotros el 24 de julio sobre la resistencia del pueblo kurdo contra los ataques del ex dictador iraquí Saddam Hussein entre 1986 y 1991. Los más de 40 millones de kurdos en el Medio Oriente son el pueblo más grande del mundo sin un estado-nación —lo cual les ha sido negado hasta ahora desde el final de la Primera Guerra Mundial por los vencedores de esa inmensa carnicería. Siguen divididos hasta el día de hoy por fronteras arbitrarias, sobre todo entre Iraq, Irán, Turquía y Siria.
“La división que existe es una división política que se nos fue impuesta”, dijo Hazhar. “De lo contrario, los kurdos nunca se hubieran separado. Incluso con la división, los kurdos siguen manteniendo vínculos culturales, sociales y políticos muy estrechos”.
Durante nuestra estancia de tres días en Solimania, Hazhar coordinó para que visitáramos la antigua sede regional, prisión y cámara de torturas de la policía secreta de Saddam: la Amna Suraka (Seguridad Roja). Ahora un museo enfocado en dos capítulos de ese régimen, que por un cuarto de siglo impuso un reinado de terror.
El primero es la campaña Anfal de Saddam en 1988; una campaña de exterminio y expulsión de los kurdos que tuvo lugar durante las últimas etapas de la guerra de ocho años de Bagdad contra Irán. Los visitantes de la Amna Suraka entran por un pasillo cubierto con un mosaico hecho con 182 mil fragmentos de espejos rotos, para recordar el número de kurdos sacrificados de las maneras más horribles durante la Anfal. El pasillo está tenuemente iluminado por 4 500 bombillas para indicar el número de aldeas kurdas que fueron destruidas en la operación.
El segundo tema del museo es el levantamiento en el Kurdistán en marzo de 1991 contra ese odiado régimen, captado en las murallas de la guarnición llenas de huecos de balas y proyectiles, la cual fue liberada por los kurdos el 7 de marzo de ese año. El museo también relata el subsecuente éxodo masivo de ciudades, pueblos y aldeas, cuando los helicópteros artillados del régimen intentaron ahogar la rebelión en sangre.
Anfal
Hazhar Majeed nació y se crió en la región del Kurdistán de Irán, antes de trasladarse a Solimania en Iraq cuando era joven en 1998. “A pesar de que la frontera estaba estrictamente controlada durante los años de Saddam, y era difícil físicamente pasar de un lado al otro, hubo mucho contacto entre los kurdos”, dijo Hazhar. “En muchas familias, el padre puede ser iraquí y el hijo iraní. Lo mismo con tíos, tías, primos y así sucesivamente. Las subdivisiones políticas no pudieron separar a los kurdos unos de otros”.
Eso ya era cierto “antes de que surgieran los grandes medios de comunicación”, dijo. “Ahora, con tantos medios de comunicación, la solidaridad entre los kurdos en los cuatro países —Irán, Iraq, Turquía y Siria— se ha consolidado aún más. En este momento, los kurdos de Irán e Iraq están luchando contra ISIS en Siria junto con los kurdos de allí. La solidaridad está creciendo”.
En cuanto a las atrocidades de Saddam durante la Anfal, Hazhar dijo: “En esa época todavía estaba al principio de mi adolescencia, así que no recuerdo mucho. Pero te diré lo que sí recuerdo, así como lo que he leído y escuchado de familiares, amigos y otros”.
Durante la Anfal, unos 100 mil kurdos de Iraq se refugiaron en Irán. Una misma o aún mayor cantidad de kurdos fueron desplazados de sus hogares por varios gobiernos iraquíes durante la década anterior. “Los kurdos en Irán los consideraban hermanos y hermanas, no refugiados”, dijo Hazhar.
“Cuando llegaron a Irán”, dijo, “muchos simplemente se dividieron entre familias en Kurdistán, o mezquitas y escuelas locales”. Luego, el 16 de marzo de 1988, Bagdad bombardeó la ciudad de Halabja con armas químicas, durante lo cual unos 5 mil hombres, mujeres y niños kurdos murieron horriblemente. Este fue el ataque más mortífero, pero es lejos de ser el único en que Saddam ordenó el usó armas de destrucción masiva contra los kurdos, a través de su primo, el general Ali Hasan al-Majid, conocido como “Ali el Químico”.
“Recuerdo muy bien que cuando los refugiados de Halabja pasaban a través de nuestra ciudad en Irán, el gobierno en Teherán dijo que estaban contaminados con químicos y no los dejó desembarcar, como lo había hecho antes”, dijo Hazhar. “Pero la gente de toda la ciudad se puso en una hilera en el camino —y yo estaba allí— con mantas, comida, tiendas de campaña, todo lo que teníamos en nuestras casas. Lo subimos todo a los camiones del gobierno que los transportaba. Aún me emociono cuando lo recuerdo”.
Había tantos refugiados, que muchos no podían ser alojados con personas en los pueblos y ciudades en Irán. Así que el gobierno autorizó que un par de organismos internacionales establecieran campamentos.
Washington, el cual respaldó la guerra de Bagdad contra Irán aunque profesaba la “neutralidad”, mantuvo en gran medida la boca cerrada sobre la Anfal hasta que la historia de esta catástrofe humana se volvió útil en 1990-91 para justificar la guerra de Washington contra Iraq. Los principales medios de comunicación repitieron las versiones del gobierno estadounidense.