Las escaramuzas en los centros de trabajo, las huelgas, protestas públicas y otras formas de resistencia de los trabajadores y agricultores están creciendo en desafío a los ataques de los patrones y sus gobiernos contra nuestros empleos, salarios y condiciones. Los cierres forzados de puestos de trabajo y de la producción han resultado en el despido de más de 30 millones de trabajadores en solo unas semanas, acelerando bruscamente el declive durante varias décadas del sistema capitalista agobiado por crisis. Su única respuesta ha sido pasar más de la devastadora carga social y económica sobre nuestras espaldas, aquí y en todo el mundo.
La clase trabajadora tiene que estar en el trabajo para poder organizarse y usar nuestra fuerza colectiva para repeler la ofensiva patronal. Necesitamos luchar para poner fin a los despidos y exigir que el gobierno financie un programa masivo de obras públicas para crear empleos y construir cosas que necesitamos. De lo contrario, atrapados en casa, dejamos de ser una clase.
Se están desarrollando huelgas en las empacadoras de frutas en el Valle de Yakima en Washington, entre los recolectores de basura en Nueva Orleans, los mineros del cobre contra la campaña antisindical de Asarco y en otros lugares. Camioneros independientes han estacionado sus camiones en Washington, la capital, para exigir el fin de las tarifas impuestas por los agentes intermediarios y la burocracia del gobierno federal que les impide ganarse un sustento.
La gran mayoría de los 162 trabajadores de Johnson Controls en su planta de ensamblaje de sistemas de climatización en Albany, Missouri, pararon labores el 19 de mayo. Los trabajadores están siendo obligados a trabajar seis días a la semana, 10 horas al día.
“Los trabajadores están buscando alivio en los horarios flexibles para poder comenzar a trabajar para ganarse el sustento en vez de vivir solo para trabajar”, dijo a los medios Greg Chastain, del Local 2 del sindicato de obreros metalúrgicos.
Todas estas luchas merecen la solidaridad activa de los trabajadores.
Desde las tres grandes empresas automovilísticas hasta las tiendas de departamentos y restaurantes los patrones también quieren echar andar la producción.
Tienen esperanzas de poder aplastar a sus competidores —tanto a otras compañías como a potencias capitalistas rivales— en sus conflictos por mercados y ganancias. Esto está destrozando la Unión Europea y agudizando las tensiones entre Washington y Beijing. En los años venideros, a medida que se haga pedazos la ilusión de un mundo pacífico “globalizado” ante el aumento de los antagonismos nacionales y las crisis financieras, los conflictos comerciales y monetarios sacudirán al mundo, trayendo la amenaza de nuevas guerras.
El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, admitió el 18 de mayo que el desempleo podría alcanzar el 25 por ciento, una cifra comparable a la de los años 30. Estas cifras oficiales del gobierno enmascaran el verdadero nivel de desempleo.
Los meritócratas de clase media alta son los que más defienden los edictos arbitrarios de aislamiento social del gobierno, incluyendo no permitir que los trabajadores vuelvan al trabajo. Con desprecio miran a los trabajadores como una clase peligrosa transmisora de enfermedades, e ignoran el hecho de que sin la clase trabajadora no tendrán nada para comer. De hecho, la clase trabajadora es la única clase “esencial”.
Los patrones, sus medios y sus políticos promueven la falsa idea de que “estamos todos juntos en esto”, como parte de su campaña de miedo pandémico. No existe tal “nosotros”; más bien hay dos clases sociales fuertemente contrapuestas. Los patrones temen sobre todo que a medida que más y más trabajadores reconozcan esta verdad, lucharán para defender sus intereses y, a través de esas luchas, reconocerán su propio valor y sus responsabilidades históricas.
De la resistencia actual de los trabajadores y nuestros aliados surgirá la única solución para la creciente devastación del capitalismo.