Los resultados finales de las elecciones en Francia fueron un “golpe inesperado” para la “extrema derecha”, dijo el Washington Post el 7 de julio, declarando el resultado como “uno de los mayores reveses políticos en la historia reciente de Francia”.
Como muchos de los medios capitalistas, el Washington Post había previsto una victoria sin precedentes para la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, a la que califican de “extrema derecha”. El partido de Le Pen obtuvo la mayor proporción de los votos en la primera vuelta, mientras que un bloque de partidos que respaldaron al presidente Emmanuel Macron quedó en un distante tercer lugar.
Tras la derrota de Macron en la primera vuelta, los partidos de izquierda del Nuevo Frente Popular formaron una alianza con Macron. Juntos retiraron candidatos de unos 200 escaños en los que habían quedado en tercer lugar para crear un bloque anti-Le Pen.
El Nuevo Frente Popular incluye al Partido Socialista, el Comunista y el Verde, junto con el Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon y grupos más pequeños de extrema izquierda. Estas fuerzas tienen poco en común, aparte de un ferviente deseo de unirse contra la “extrema derecha”. Obtuvieron la mayor cantidad de escaños en el Parlamento en la segunda vuelta, 182, pero muy por debajo de los 289 necesarios para obtener una mayoría. La coalición Juntos de Macron quedó en segundo lugar con 168 escaños y el grupo de Le Pen en tercer lugar con 143, por arriba de los 88 que ocupaba anteriormente.
Vista a través del prisma de la política capitalista actual, la cobertura mediática de las elecciones ignoró en gran medida la profunda crisis que enfrenta el pueblo trabajador en Francia, la única forma real de explicar los resultados.
Alejamiento de la gente con los partidos gobernantes ocurrieron en Francia y en el Reino Unido, y los resultados en las elecciones al Parlamento Europeo en junio castigaron a los partidos en el poder. Estos resultados reflejan el deseo de decenas de millones de trabajadores de deshacerse de los partidos que han ocupado el poder durante años mientras que los trabajadores han tenido que enfrentar aumentos ruinosos de precios, regulaciones asfixiantes impuestas bajo la rúbrica del “cambio climático”, una creciente incertidumbre sobre el futuro y crecientes amenazas de nuevos conflictos armados y una tercera guerra mundial.
Pero las únicas opciones ofrecidas fueron las de partidos capitalistas con diferentes matices. Los nuevos gobiernos que se están formando garantizan la continuidad del dominio de las familias capitalistas. La crisis que enfrentan los trabajadores no es producto de los enfrentamientos entre la izquierda y la derecha de la política capitalista. Es engendrada por la explotación capitalista y las guerras. La única salida es una alternativa obrera que construya y fortalezca los sindicatos, promueva la solidaridad de la clase trabajadora y, lo más importante, rompa con todos los partidos de los patrones y construya un partido obrero. Este partido organizaría a decenas de millones de trabajadores para luchar para defender nuestros intereses de clase y tomar el poder político en nuestras manos.
Los gobernantes capitalistas rivales de Europa y de todo el mundo están inmersos en una dura lucha entre sí por mercados y para defender sus intereses en medio de una creciente inestabilidad del mundo imperialista. El único camino que tienen los gobernantes para apuntalar sus ganancias es intensificar sus esfuerzos para hacer que los trabajadores paguen por la crisis.
Tras la invasión de Ucrania por Moscú, todas las clases dominantes del continente se han visto obligadas a transformar sus dilapidadas fuerzas militares y buscar nuevas alianzas. A pesar de los recientes aumentos en el gasto militar, el tamaño de las fuerzas armadas de las principales potencias imperialistas de Europa —Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido— sigue reduciéndose.
Crisis golpea a trabajadores franceses
El año pasado, la tasa de inflación oficial en Francia alcanzó su nivel más alto en 40 años, y los salarios reales cayeron un 7.6% en 2022. El número de personas que dependen de ayuda alimentaria está ahora entre 2 y 4 millones. Como en el resto del mundo imperialista, es más difícil para los trabajadores formar familias. La tasa de natalidad en Francia en 2023 fue casi un 20% más baja que en 2010.
Nada de esto disuadió a Macron de imponer el año pasado un aumento en la edad de jubilación de 62 a 64 años. En respuesta, las federaciones sindicales francesas realizaron paros laborales de un día y manifestaciones a las que se sumaron cientos de miles.
Bajo estas condiciones, la Agrupación Nacional de Le Pen atrajo votos en todo el país, incluso en zonas rurales donde los servicios vitales han cerrado y donde la atención médica es cada vez más difícil de encontrar.
A finales de 2018, decenas de miles de trabajadores de zonas rurales y ciudades —conocidos como los chalecos amarillos— salieron a las calles durante meses, enfadados por el desdén que les mostró el gobierno de Macron.
Le Pen ha transformado la Agrupación Nacional de sus orígenes en la ultraderecha francesa a un partido parlamentario que compite por el poder contra sus rivales capitalistas.
Las afirmaciones de los liberales y los grupos de izquierda de clase media de que Agrupación Nacional es “fascista” son falsas y peligrosas. Así como lo son las afirmaciones similares sobre el ex presidente Donald Trump en Estados Unidos.
La historia muestra que los grupos fascistas pueden crecer significativamente cuando sectores de los gobernantes recurren a estos grupos cuando sienten que su dominio está amenazado por una creciente lucha revolucionaria. Los matones fascistas son financiados y lanzados para atacar al movimiento obrero y convertir a los judíos, comunistas y otros militantes en chivos expiatorios. Pero esto no está ocurriendo hoy en ningún país imperialista.
Los liberales y la izquierda utilizan los términos “fascista” o “extrema derecha” como epítetos para los partidos conservadores. Instan a la colaboración con partidos capitalistas “no fascistas” —como el de Macron— para evitar que los trabajadores obtengan confianza en nosotros mismos y que nos organicemos independientemente de los partidos de los patrones.
Para lograr la unidad de la clase trabajadora es fundamental que combatamos el antisemitismo, incluidos los crecientes ataques contra judíos en Francia. Los principales protagonistas de estos ataques no son las bandas fascistas, sino los partidarios del sangriento pogromo de Hamás el 7 de octubre contra los judíos en Israel.
Este curso antiobrero está ejemplificado por Mélenchon. Francia Insumisa calificó el pogromo del 7 de octubre de Hamás como “una ofensiva armada de las fuerzas palestinas” causada por la “política de ocupación de Gaza” de Israel, en lugar de la masacre de odio antijudío que realmente fue.
Para avanzar los trabajadores tendremos que adquirir experiencia en la lucha de clases, desarrollar una conciencia de clase y estudiar las grandes revoluciones del siglo 20, encabezadas por Lenin y los bolcheviques en Rusia y Fidel Castro en Cuba.
Al frente de los retos que enfrentan los trabajadores en Francia —al igual que los trabajadores en Estados Unidos y otros lugares— está la necesidad de establecer un partido propio de la clase trabajadora.