“Toda lucha de clases es una lucha política”. Con estas palabras, inició su informe en una Conferencia Educativa Internacional Socialista en Oberlin, Ohio, el secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores, Jack Barnes. “Esta es una realidad con la que se está tropezando un número cada vez mayor de trabajadores en Estados Unidos en sus propias vidas y batallas”.
Barnes estaba citando del homenaje que el dirigente comunista V.I. Lenin le hizo a Federico Engels en 1895. Engels junto con Carlos Marx fundaron y dirigieron el movimiento obrero revolucionario moderno. En octubre de 1917, después de más de tres años de guerra imperialista y sus horrores, el Partido Bolchevique, bajo el liderazgo de Lenin, dirigió a la clase obrera y a los campesinos explotados de Rusia a la conquista del poder y el establecimiento del primer estado obrero de la historia. Fue la primera revolución socialista victoriosa del mundo.
El curso proletario internacionalista de Lenin, dijo Barnes, proporciona la base marxista de todo el trabajo de masas del PST. “Cuanto más nos involucramos en esta actividad junto con otros trabajadores y productores explotados”, dijo, “más dependemos de y utilizamos nuestra continuidad política comunista, nuestro programa, las experiencias de la historia de nuestro partido”.
Unas 330 personas asistieron a la conferencia celebrada del 13 al 15 de junio. Entre ellas habían miembros del PST en Estados Unidos y de las Ligas Comunistas en Australia, Canadá y el Reino Unido, además de partidarios e invitados de esos países, así como de Francia, Grecia, Islandia y Noruega.
Marx y Engels fueron los primeros en demostrar que la clase trabajadora —así como las demandas sociales y políticas por las que luchan los trabajadores— son producto del sistema capitalista, el cual “crea y organiza al proletariado”, como dijo Lenin en su artículo de 1895. Es la única clase con el poder social, la organización y la experiencia en lucha común para combatir eficazmente contra los patrones, sus partidos políticos y su estado. Es la única clase que no tiene ningún interés en la explotación o la opresión de ningún tipo, y que tiene el interés de clase de que los trabajadores desarrollen la confianza, la capacidad y la conciencia política para luchar contra el dominio capitalista y triunfar.
Cuanto más grande es la clase trabajadora, dijo Lenin, “mayor es su fuerza como clase revolucionaria, y más cercano y posible se vuelve el socialismo”. Por encima de todo, dijo Lenin, Marx y Engels enseñaron a esta nueva clase “a conocerse a sí misma y a ser consciente de sí misma”, a ser políticamente conscientes de “actuar como una fuerza social independiente”.
Esto sigue siendo cierto hasta hoy, enfatizó Barnes, llamando la atención a la pancarta al frente de la sala de la conferencia: “Por una ruptura política con los partidos de los patrones. Por un partido de los trabajadores. Promueva la campaña presidencial del Partido Socialista de los Trabajadores”.
Su informe armó y orientó políticamente a los participantes con el programa y la línea del PST para forjar un partido proletario revolucionario cuyos miembros y ramas participan activamente en la lucha de clases en Estados Unidos y en todo el mundo.
También hubo presentaciones plenarias de los dirigentes del partido Dave Prince y Mary-Alice Waters, así como clases y un evento la noche de clausura en el que hablaron los candidatos de la campaña presidencial del Partido Socialista de los Trabajadores en 2024: Rachele Fruit para presidente y Dennis Richter para vicepresidente.
Ya superamos el punto más bajo de la resistencia
El punto más bajo de la resistencia obrera y sindical en Estados Unidos ha sido superado. Esa fue la principal conclusión política de la convención del Partido Socialista de los Trabajadores en diciembre de 2022, dijo Barnes. Después de un repliegue en las luchas de los trabajadores y los oprimidos que había durado varias décadas, en los últimos años hemos visto una reanudación de las luchas y la actividad solidaria. Los miembros del partido han sido una parte integral de esta resistencia en los sindicatos y más ampliamente, junto con sus compañeros de trabajo y compañeros sindicalistas.
Durante los últimos cinco años, los trabajadores en Estados Unidos —ferroviarios, aeroespaciales, conductores de camiones y empleados de almacén, de puertos, enfermeras, trabajadores automotrices, taxistas y choferes de autos de alquiler, asistentes de vuelo, trabajadores agrícolas, de fábricas, minas y molinos, tanto grandes como pequeños— han organizado huelgas y otras luchas. Han participado en acciones comunes y protestas sociales en interés de la clase trabajadora y los oprimidos.
Ocurren mientras los capitalistas están intensificando sus ataques contra el pueblo trabajador. Es cada vez más difícil para los trabajadores, hombres y mujeres, de cualquier color de la piel y nación de origen, de las grandes ciudades, los pueblos pequeños y zonas rurales, formar y mantener una familia.
Los trabajadores están luchando contra la reducción de sus salarios reales, el alza de precios, la aceleración del ritmo de trabajo, horarios laborales que afectan la salud y la vida familiar, los recortes en el tamaño de la tripulación de los trenes, brotes de desempleo y la reducción de las oportunidades de empleo. Los trabajadores pagan con su vida por el uso de maquinaria y equipos defectuosos y peligrosos, tanto en el trabajo como en sus comunidades como en East Palestine, Ohio, víctimas de “accidentes” devastadores.
Estas condiciones en el seno de la clase trabajadora pesan aún más sobre la nacionalidad negra oprimida. El nivel de vida de la gran mayoría de los africano americanos está empeorando, aun cuando el tamaño de las capas profesionales y de clase media privilegiadas está creciendo. Dada la importancia de los negros y su historia de siglos en Estados Unidos, la cuestión nacional de los africano americanos es decisiva para la lucha de clases en Estados Unidos, dijo el dirigente del PST. Basta con observar “el papel de vanguardia y el peso de los trabajadores que son negros en las amplias luchas sociales y políticas con dirección proletaria en Estados Unidos”, señaló Barnes en su libro Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero.
Un número creciente de trabajadores inmigrantes enfrenta condiciones de vida y de trabajo miserables. Son cínicamente usados por la clase patronal y sus representantes: los Partidos Demócrata y Republicano. Los capitalistas abren o cierran el flujo de la inmigración para cubrir su demanda de mano de obra barata. Sacan beneficio del estatus de paria de estos trabajadores e intensifican la competencia y las divisiones en la clase trabajadora.
Los avances hechos por las mujeres con su incorporación a la fuerza laboral en números cada vez mayores por varias décadas durante y después de la Segunda Guerra Mundial —incluso en empleos que antes solo ocupaban hombres— comenzaron a estancarse hace un cuarto de siglo. Ante el creciente costo del cuidado infantil, la educación, los alimentos, el alquiler y los precios de hipotecas y otras necesidades, las mujeres son las que cargan con el mayor peso de las presiones contrapuestas en sus familias. ¿Conseguir un trabajo para obtener más ingreso? ¿O abandonar la fuerza laboral para reducir los gastos del cuidado infantil?
Usando los sindicatos para resistir
A medida que los trabajadores, sindicalizados y no sindicalizados, buscan maneras de resistir, dijo Barnes, los que están afiliados a sindicatos están encontrando maneras de utilizar estas organizaciones básicas de nuestra clase para defender los salarios y las condiciones y para movilizar la solidaridad con otros que están participando en luchas contra los patrones. Entre los que no son miembros de sindicatos, que siguen siendo la gran mayoría, más de ellos están abiertos a unirse a un sindicato o a organizarse junto con otros trabajadores para lograr reconocimiento sindical y un contrato.
Los trabajadores están aprendiendo a trabajar juntos a través de los sindicatos para fortalecerlos, ganándose respeto mutuo y confianza por su disciplina como luchadores. En una reunión de dirección del PST unas semanas después de la conferencia, Barnes recordó una discusión que tuvo con un miembro del partido que, como parte de su actividad política comunista durante décadas, ha realizado un trabajo efectivo en su sindicato organizando solidaridad con huelgas con trabajadores de todo el país. En los diversos trabajos industriales y sindicatos en los que ha participado, le dijo a Barnes, se ha atenido a dos normas:
Primero, trabaja siempre de manera segura, sin importar la presión que ejerzan los patrones sobre ti y tus compañeros de trabajo.
Segundo, no actúes por tu cuenta ni “estalles” de ira o frustración con los patrones o supervisores. Ponerte en el centro de atención hace más difícil el organizar la fuerza colectiva del sindicato y luchar juntos de manera eficaz. Le da a la empresa una herramienta arbitraria para debilitar al sindicato y victimizarte o despedirte a ti y a otros trabajadores.
Barnes señaló otra norma importante en su informe, una que es especialmente decisiva a medida que se abren las oportunidades para el trabajo de masas. Las tentaciones ultraizquierdistas, dijo, pueden ser nuestro mayor obstáculo: el impulso de “hacer que surjan las oportunidades”, en lugar de responder a las oportunidades y actuar sobre ellas junto con otros trabajadores.
Organizar la resistencia y la solidaridad no solo requiere conciencia y determinación, dijo Barnes, sino también tiempo y recursos. Los trabajadores necesitan viajar para llevar solidaridad a huelgas en otras partes del país y participar en reuniones y actividades de su sindicato y del movimiento obrero, tanto locales como regionales y nacionales.
Trabajadores individuales y sus familias no pueden asumir todos estos costos y las posibles penalizaciones por faltar al trabajo. Para eso son los permisos remunerados para actividades sindicales: para eliminar esos obstáculos y fortalecer la actividad sindical. Los recursos sindicales se pueden usar de manera efectiva para construir el movimiento obrero, incluida la organización de los no sindicalizados.
La convención del PST de 2022, dijo Barnes, aumentó la disposición del partido de aprovechar al máximo la “brisa sobre nuestras espaldas” que sienten los trabajadores que comienzan a luchar. Entre otros pasos, los delegados reforzaron las múltiples generaciones de trabajadores-bolcheviques representadas en el Comité Nacional del partido eligiendo a varios cuadros que han demostrado su eficacia en el trabajo de masas del partido.
No se ve fin al desorden capitalista
A principios de los años 90, con el colapso de los regímenes estalinistas en la Unión Soviética y en Europa central y oriental, hubo un estallido de triunfalismo entre las clases dominantes de Estados Unidos y otras potencias imperialistas. El capitalismo y la “democracia” —el imperialismo democrático— reinarían ahora supremos. Era “El Fin de la Historia”, en las palabras de un best seller mundial.
Este breve júbilo se vio reforzado a principios de 1991, cuando una coalición militar organizada por Washington derrotó rápida y brutalmente al régimen de Saddam Hussein en Iraq, que había invadido y ocupado el vecino Kuwait. Esta “victoria” se produjo a costa de la vida de decenas de miles de soldados y civiles iraquíes, kuwaitíes, kurdos y otros.
El Partido Socialista de los Trabajadores dijo “¡No!”. El imperialismo norteamericano ha perdido la Guerra Fría, no la ha ganado. La caída de los aparatos estalinistas eliminó una muleta de colaboración de clases en la que se habían apoyado los gobernantes imperialistas durante más de seis décadas para socavar las batallas nacionales y de clase en todo el mundo y bloquear la extensión de la revolución socialista.
En cuanto a la “victoria” asesina de Washington en la primera Guerra del Golfo, el resultado no fomentó la paz en el Medio Oriente ni en ningún otro lugar, dijo el PST. Representó los “cañonazos iniciales de la Tercera Guerra Mundial”.
Como Lenin polemizó durante la Primera Guerra Mundial con sus oponentes en el movimiento socialista que abogaban por la colaboración de clases, explicando que en la época imperialista las clases dominantes nacionales rivales ya no ofrecen ningún futuro para la humanidad. Las potencias imperialistas rivales recurren a conflictos comerciales y guerras para repartirse el mundo, con el fin de maximizar sus ganancias explotando a cientos de millones de trabajadores y otros explotados en todos los rincones de la tierra.
Hoy en día, las crisis imperialistas están proliferando: guerras y posibilidades de más guerras; colapsos globales de la producción, las finanzas, el comercio y las “cadenas de suministro”; rivalidades económicas y militares entre los gobiernos burgueses y las clases dominantes. Mientras algunas voces de la política capitalista lanzan racionalizaciones autocomplacientes sobre la restauración de la “estabilidad global”, otras son más francas. Barnes señaló el ejemplo de Richard Haass.
Durante dos administraciones en la Casa Blanca, entre 1989 y 2003, Haass fue un alto asesor de política exterior y evangelista de la primera (1990) y la segunda (2003) Guerra del Golfo. Luego, durante dos décadas, fue presidente de la institución de la clase dominante norteamericana, el Consejo de Relaciones Exteriores. A finales de esos años, la bravuconería anterior de Haass se había desinflado. Un mundo en desorden fue el título que le dio a un libro publicado en 2017. El año pasado el Wall Street Journal le preguntó que título le daría hoy a una secuela. Haass respondió: Desorden sobre zancos.
Mientras tanto, a pesar de sus catastróficas predicciones sobre el cambio climático y sus alarmas sobre el resurgimiento de la “extrema derecha” en Estados Unidos y Europa, la izquierda de clase media, incluidas las corrientes estalinistas con ropaje maoísta o de otro tipo, promueven sus propios mitos de “estabilidad” global. Como dicen en su jerga que ignora las clases sociales, “nosotros” necesitamos un “mundo multipolar” más pacífico.
Muchos de ellos apuestan especialmente a favor de los gobiernos de la República Popular China, la Federación Rusa y, cada vez en mayor medida, la República Islámica de Irán. Tienen sus ojos puestos en el “Sur Global”, el “BRICS” (un “bloque” de países débilmente atado entre sí compuesto por Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y otros) y el “eje de resistencia” de Teherán, conglomerados de gobiernos capitalistas y milicias armadas que los radicales pequeñoburgueses pretenden que son un “contrapeso” al imperialismo norteamericano.
Sin embargo, un número creciente de trabajadores en Estados Unidos percibimos, basándonos en nuestras propias vidas y experiencias, que ningún gobierno capitalista ni partido político, en ninguna parte del mundo, tiene soluciones para las guerras y las crisis que amenazan a la humanidad. Estas crisis son producto del funcionamiento del capitalismo, y no son aliviadas por los gobiernos imperialistas o las alianzas burguesas.
El Partido Socialista de los Trabajadores, explicó Barnes, ha señalado durante décadas el desarrollo de esta crisis imperialista mundial y explicado sus inevitables consecuencias. Por encima de todo, el PST explica pacientemente un programa y un curso de acción revolucionarios para la clase trabajadora: lo que el pueblo trabajador puede hacer para combatir la marcha incesante del imperialismo hacia el fascismo y la guerra mundial, una marcha mortal que en el siglo 20 y los primeros años del 21 ha costado la vida a cientos de millones de personas.
“Explicamos y actuamos según la línea de marcha de la clase trabajadora hacia el poder obrero y un mundo socialista”, dijo Barnes.
Los títulos mismos de las resoluciones, artículos y libros de Jack Barnes y otros dirigentes del PST publicados en las décadas recientes ofrecen una guía para esa alternativa para la clase trabajadora: “El imperialismo norteamericano ha perdido la Guerra Fría”, “El desorden mundial del capitalismo”, “Los cañonazos iniciales de la tercera guerra mundial”, “Ha comenzado el invierno largo y caliente del capitalismo”, “Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero”, “El historial antiobrero de los Clinton”, “¿Son ricos porque son inteligentes? Clase, privilegio y aprendizaje en el capitalismo”, “El viraje a la industria: Forjando un partido proletario”. Y, más recientemente, “Ya superamos el punto más bajo de la resistencia del pueblo trabajador” y “La lucha contra el odio antijudío y los pogromos en la época imperialista: Lo que está en juego para la clase trabajadora internacional”.
En el siglo pasado ocurrieron dos grandes revoluciones socialistas, dijo Barnes. La primera fue la revolución bolchevique dirigida por Lenin en 1917. La otra fue la revolución socialista de Cuba, que triunfó bajo el liderazgo de Fidel Castro a principios de la década de 1960.
“Cuando los trabajadores y campesinos cubanos demostraron su disposición a ser dirigidos”, dijo Barnes, “Fidel escuchó y demostró, tanto en palabras como en hechos, que él y otros en la dirección de esa revolución responderían organizando a los trabajadores y campesinos para que lucharan por sus propias demandas y las ganaran.
“La dirección comunista forjada por Fidel ganó la confianza de millones de trabajadores y campesinos, que se convencieron —al ser organizados y liderados en la lucha revolucionaria— de que esta era su revolución y que solo ellos la podían hacer. Era su revolución socialista.
“Esa es la única prueba que cuenta para una dirección revolucionaria, una dirección proletaria”, dijo Barnes. Es el único camino que hace posible una revolución socialista. Y cambió el curso de la historia y de la lucha de clases desde entonces.
Forjando un partido obrero
La clase trabajadora de Estados Unidos necesita romper con los partidos y candidatos demócratas, republicanos y de otros partidos capitalistas, dijo Barnes. “A través de la experiencia en la lucha, necesitamos forjar nuestro propio partido político, un partido obrero, basado en los sindicatos que nos organizará para dirigir a la clase obrera en su conjunto, así como a otros productores y nacionalidades explotadas y oprimidas.
“No estamos hablando de una máquina electoral”, enfatizó Barnes. “Aunque un partido obrero presentará candidatos en las elecciones para cargos federales, estatales y locales contra los representantes de los patrones y hará campaña por un programa de la clase trabajadora.
“Los trabajadores y nuestros aliados necesitamos un partido de acción política independiente de la clase trabajadora —clase contra clase— en las fábricas y otros lugares de trabajo, en los cuarteles del ejército y en los barrios, pueblos y calles donde el pueblo trabajador vive y trabaja”.
Esto está al centro de lo que la fórmula presidencial del PST de Rachele Fruit y Dennis Richter está explicando en el ámbito electoral de 2024.
Las energías y los recursos de los trabajadores y los sindicatos no deberían desviarse para financiar y “movilizar el voto” para candidatos que hablan y actúan en nombre de los capitalistas y sus proyectos legislativos, ya sea que se presenten como “amigos de los trabajadores”, “creadores de empleos” o lo que sea. Los sindicatos deben actuar políticamente en su derecho propio —en los lugares de trabajo y en las calles, no sólo en las urnas— para luchar eficazmente y mantener los logros hechos por los trabajadores con tanto esfuerzo.
No existe en la sociedad y la política capitalistas un “nosotros” que abarca todo, afirmó Barnes. Por un lado, están las familias capitalistas dominantes y una gran capa de profesionales y de clase media alta que sirven y justifican el sistema de lucro de las familias capitalistas. Por el otro, está la inmensa mayoría de los trabajadores, otros productores explotados y los pequeños propietarios rurales y urbanos. Los intereses de clase de ambos bandos están en conflicto incontenible; son polos opuestos.
Los miembros del Partido Socialista de los Trabajadores explican —en las puertas de las casas de trabajadores, en las líneas de piquetes, en el trabajo y en otros lugares— a necesidad urgente de romper con la otra clase y les explicamos por qué deben enlistarse como partidarios de la formula del PST de Fruit y Richter para 2024. El interés que estamos encontrando en las perspectivas de un partido obrero, dijo Barnes, se manifiesta, entre otras formas, en los que quieren tomar una posición, firmar una tarjeta de apoyo y obtener más información sobre el programa revolucionario de la clase trabajadora del PST.
Un partido obrero, dijo Barnes, trazaría una política de la clase trabajadora tanto doméstica como externa. Se relacionaría con los trabajadores y los productores explotados de otros países como hermanos de clase, no como enemigos.
Será un partido que busca quitarle a los gobernantes capitalistas el poder de hacer la guerra, que siempre incluye la amenaza de la aniquilación nuclear.
Un partido que ponga fin para siempre a la campaña económica y militar de más de seis décadas de los gobernantes imperialistas norteamericanos para destruir y borrar la revolución socialista de Cuba.
Un partido que se suma a la lucha internacional contra el odio antijudío y los pogromos, desde el Medio Oriente hasta Estados Unidos y otros países de todo el mundo.
Un partido que defiende el derecho de los ucranianos, kurdos, palestinos, puertorriqueños y otros pueblos oprimidos a la autodeterminación nacional.
Un partido que se une a la lucha global por la liberación nacional y para establecer estados obreros que cooperen en la batalla para erradicar la explotación y la opresión en todas sus formas, en el camino hacia un mundo socialista.
Malcolm X y el poder obrero
Hubo un destacado líder de la lucha de clases en Estados Unidos a finales del siglo XX, dijo Barnes, cuya trayectoria política convergió con ese rumbo proletario, internacionalista y de clase obrera independiente: Malcolm X.
A través de su evolución política durante el último año de su vida, Malcolm se convirtió en “el rostro y la voz auténtica de las fuerzas de la revolución norteamericana venidera”, explica Barnes en Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero. Malcolm no sólo fue el líder destacado de la nacionalidad negra oprimida en Estados Unidos, sino también un líder revolucionario de la clase trabajadora. Un líder de los explotados y oprimidos de todo el mundo.
Malcolm X fue ganado a este curso proletario, dijo Barnes, por los avances en la revolución mundial y su atracción política hacia ellos. Como dijo Malcolm ante un gran público en febrero de 1965, pocos días antes de ser asesinado: “Es incorrecto clasificar la revuelta del negro como un simple conflicto racial de los negros contra los blancos, o como un problema puramente norteamericano”. Más bien, dijo, “lo que contemplamos es una rebelión global de los oprimidos contra los opresores, de los explotados contra los explotadores”.
Malcolm X rechazó las perspectivas políticas de colaboración de clases de Martin Luther King y otras figuras destacadas del movimiento por los derechos de los negros en la década de 1960. Malcolm rechazó públicamente sus llamados a los negros, así como a los opositores a la guerra de Washington contra el pueblo vietnamita, a subordinar sus luchas en las calles a las necesidades electorales de los partidos imperialistas.
Malcolm desenmascaró la pretensión del Partido Demócrata de ser otra cosa que uno de los dos partidos norteamericanos del racismo, el capitalismo y la guerra imperialista. Respondió a la ilusión promovida por los gobernantes entre los oprimidos, de que la liberación de los negros se puede lograr bajo el capitalismo. Dejemos de intentar escapar del lobo huyendo hacia el zorro, dijo; ninguno de los dos es el “mal menor”.
Barnes recordó a los participantes de la conferencia que una razón decisiva para la ruptura de Malcolm con la Nación del Islam a principios de 1964 fue su repulsión moral y política ante la explotación sexual de mujeres jóvenes por parte del líder de la Nación, Elijah Muhammad. La defensa cada vez más abierta por parte de Malcolm de la importancia de promover la emancipación de la mujer en Estados Unidos, África y otros lugares sentó un ejemplo para los luchadores de todo el mundo.
Remodelando el ‘bipartidismo’
Aunque no se ve fin a la inestabilidad y el desorden del capitalismo, la agitación conexa en el seno de los dos partidos imperialistas dominantes está empezando a estabilizarse. Los cambios en los partidos Demócrata y Republicano —registrados especialmente desde la elección de Barack Obama en 2008 y luego de Donald Trump en 2016— están reconfigurando aspectos del sistema bipartidista capitalista. Ambos partidos de la clase dominante están ahora en mejor forma en 2024, dijo Barnes.
La administración Obama, como explicó Barnes en su libro ¿Son ricos porque son inteligentes? Clase, privilegio y aprendizaje en el capitalismo, publicado en 2016, marcó un alejamiento de la imagen autoproclamada por el Partido Demócrata de ser el partido de la clase trabajadora y los sindicatos. Esas pretensiones —reforzadas de manera oportunista por la cúpula sindical, el Partido Comunista estalinista, los Social Demócratas y los liberales burgueses durante décadas— se remontan a las administraciones del “Nuevo Trato” de Franklin Roosevelt durante la Gran Depresión de los años 30. El objetivo de clase de los demócratas, compartido por sus rivales republicanos, era rescatar al capitalismo estadounidense en crisis mediante su incorporación a la segunda matanza imperialista mundial y salir vencedores —tanto contra las potencias enemigas como de las aliadas— militar y económicamente.
A pesar de los esfuerzos de la cúpula sindical durante décadas para mantener a los trabajadores firmemente atados a los demócratas, al final de los dos mandatos de Obama en 2016, su promesa de “¡Cambio!” sonaba cada vez más hueca para decenas de millones de trabajadores y sus familias que habían sido los más afectados por tanta devastación social. La sustitución de Joseph Biden este año por Kamala Harris como candidata presidencial demócrata ha profundizado el cambio de imagen del partido.
Tanto Harris como Obama son producto de lo que Barnes describió en su libro ¿Son ricos porque son inteligentes? como “el crecimiento explosivo” de “una nueva capa de mentalidad burguesa de profesionales e individuos de clase media —de todos los matices de la piel— en ciudades, suburbios y pueblos universitarios por todo el país”. Una capa social interesada, ante todo, en avanzar en sus propias carreras individuales y en sus recompensas monetarias.
Los que se consideran parte de esta autonombrada “meritocracia ilustrada”, escribe Barnes, “realmente creen que su ‘brillantez’, su ‘presteza’, sus ‘aportes a la vida pública’… les dan el derecho de tomar decisiones, de administrar y ‘regular’ la sociedad para la burguesía: en nombre de lo que según ellos son los intereses ‘del pueblo’”.
Cada vez más trabajadores, incluidos los negros, entienden la creciente brecha social y moral entre la clase trabajadora y esta meritocracia.
Cuando Joseph Biden fue repentinamente retirado de la boleta electoral por los líderes del Partido Demócrata el 21 de julio, él obedientemente cedió a la designación de Harris como sucesora. Al igual que Jim Clyburn, el congresista de Carolina del Sur que rescató la flácida candidatura del actual presidente en 2020 a mitad de las primarias de ese año, Biden es un vestigio desechado de la maquinaria política demócrata asociada con las promesas sociales del Nuevo Trato del partido.
Pero fue con la llamada telefónica grabada en video de Barack Obama el 26 de julio —“Parece que la gente cree firmemente que tú necesitas ser nuestra candidata”— que Harris fue realmente “consagrada”. El príncipe heredero de la meritocracia, quien ya no es elegible para el trono, había decidido la sucesión.
Las mismas razones por las que millones de trabajadores no votaron por Hillary Clinton en 2016 también llevaron a muchos a votar por Donald Trump ese año o a no ir a las urnas del todo. Trump, un millonario promotor inmobiliario de Nueva York, presentó demagógicamente su campaña a los trabajadores y a los de las clases medias más desfavorecidas, incluidos una cantidad importante de los que habían votado por Obama en 2008 y 2012. Trump fue auxiliado por los comentarios de Clinton sobre de que al menos “la mitad” de los que estaban considerando votar por Trump eran “deplorables” e “irredimibles”.
Trump ha tratado de relegar a un segundo plano la antigua imagen de los republicanos como un partido en gran medida “orientado a las empresas”, de aranceles bajos, de inmigración de “mano de obra barata”, de enemigos de los “derechos sociales” y de belicistas bipartidistas. Los republicanos, dice Trump, son ahora el “verdadero partido de los trabajadores”, decididos a revertir la (muy real) “carnicería” que enfrenta el pueblo trabajador tanto en las regiones industriales como en las rurales. Ha redoblado su apuesta en ese discurso en 2024, entre otras formas, eligiendo como su compañero de fórmula a J.D. Vance, nacido en el sur de Ohio, e invitando al presidente de un importante sindicato, Sean O’Brien de los Teamsters, a dirigirse a la convención nacional republicana en julio.
A pesar de estos pasos hacia la estabilidad en los dos partidos imperialistas y de un cambio en los “males menores” particulares sobre los que cada uno hace campaña, un número creciente de trabajadores se pregunta si alguno de los dos partidos ofrece algo más que apretarse el cinturón, sacrificios y guerras, para los que trabajan para ganarse la vida.
Precios altos y las familias
Dos de los mayores flagelos actuales para la clase trabajadora y otros trabajadores, dijo Barnes, son el aumento de los precios, por un lado, y la disminución del trabajo estable con salarios dignos, por el otro. Ambos son la causa de la creciente dificultad que enfrentan las familias de clase trabajadora para cubrir los costos de alimentación, vivienda, atención médica y otras necesidades.
Los patrones, su gobierno y sus medios de comunicación parlotean sobre “controlar la inflación” o “tomar medidas enérgicas contra los especuladores de precios”. Mistifican la verdad de clase de que el aumento de los precios es un resultado necesario de la producción con fines de lucro y del gobierno capitalista. Son un producto derivado de las promesas capitalistas.
Los liberales se comprometen a resolver las crisis económicas y sociales de su sistema mediante grandes gastos gubernamentales y déficits presupuestarios. Ambos partidos patronales manipulan las tasas de interés y la “política monetaria”, y derraman enormes cantidades para la burocracia estatal y el gasto bélico del imperialismo.
La inestabilidad económica capitalista, dijo Barnes, se ve agravada, no “resuelta”, por la enorme deuda gubernamental. Estas políticas, el sello distintivo de los liberales del Partido Demócrata y sus partidarios colaboracionistas de clase en el movimiento sindical, resultan en aumentos de precios que recaen sobre la clase trabajadora y sus familias. Estas políticas del gobierno, dijo Barnes, citando las palabras de un columnista financiero de Wall Street, “abaratan intencionalmente el poder adquisitivo” de los salarios de los trabajadores y “roban latidos al corazón humano”.
Los trabajadores comunistas —a través de las campañas electorales del PST en favor de un partido obrero, a través de su prensa y de su trabajo de masas— deben responder a las mistificaciones burguesas sobre “inflación”, “política monetaria” y “política fiscal”, dijo Barnes.
“Explicamos que los gobernantes capitalistas, su gobierno y sus partidos son la causa de los altos precios. Para combatir sus consecuencias desastrosas para los explotados y oprimidos en la ciudad y el campo, los sindicatos deben luchar por escalas móviles de salarios que cubran en su totalidad el alza del costo de la vida para proteger tanto los salarios como las prestaciones del gobierno como la Seguridad Social, entre otras”.
Al mismo tiempo, ante el azote del desempleo que acompaña al capitalismo, la clase trabajadora y los sindicatos deben luchar por una semana laboral más corta, sin reducción de salario. Y por un programa masivo de obras públicas financiado por el gobierno para proporcionar empleos con salarios a escala sindical en la construcción de viviendas, escuelas, hospitales, guarderías, desarrollo rural y otras cosas que los trabajadores necesitan.
Protecciones constitucionales
“La defensa y ampliación de las libertades protegidas por la Constitución de Estados Unidos está al centro de la lucha de clases hoy día”, dice la primera oración de la resolución política de 2022 del PST. “Los trabajadores y agricultores debemos organizarnos y tomar acción para impedir la arremetida del gobierno federal contra estas libertades, que hemos ganado en batallas de clases a lo largo de casi dos siglos y medio”.
Dos años después esa valoración es más cierta que nunca, dijo Barnes. Los liberales del Partido Demócrata a nivel federal, estatal y local están empeñados en silenciar, criminalizar, procesar y encarcelar a sus oponentes políticos. El principal blanco inmediato es el contrincante de los demócratas en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Donald Trump —“un delincuente convicto”, corean sin cesar— así como otros a quienes los liberales y los radicales de clase media intentan meter en el mismo saco.
“Bajo las condiciones del régimen burgués”, nos recordaba el líder bolchevique León Trotsky en 1939, “toda supresión de la libertad y los derechos políticos, no importa contra quién se dirija al comienzo, al final caerá inevitablemente contra la clase trabajadora, especialmente contra sus elementos más avanzados.
“Esa es una ley de la historia”.
La Casa Blanca y el departamento de “justicia” de Biden, junto con sus partidarios en los ayuntamientos y las cámaras estatales, han desatado redadas por la policía política, presentando cargos y dando poderes a “fiscales especiales” inconstitucionales. Todo esto resalta lo que está en juego para la clase trabajadora, el movimiento sindical y todos los oprimidos en la defensa de las salvaguardas constitucionales que nos protegen contra el estado imperialista estadounidense.
La separación de poderes establecida por la Constitución, entre la Casa Blanca, el Congreso y la Corte Suprema —una protección importante para la clase trabajadora— está ahora bajo fuego por parte de la administración Biden y otros demócratas. La mira apunta principalmente a la Corte Suprema, con las propuestas planteadas por Biden de revocar el nombramiento vitalicio de los jueces establecido en la Constitución e imponer límites a los mandatos. La congresista Alexandria Ocasio-Cortez ha presentado en el Congreso artículos para un juicio político contra dos de los nueve magistrados de la corte.
Además, cada vez hay más ataques a las 10 primeras enmiendas de la constitución. A menudo llamadas la Carta de Derechos, fueron conquistadas por los trabajadores a raíz de la victoriosa Primera Revolución Norteamericana, que derrotó el dominio colonial británico y estableció la primera república moderna del mundo.
Están creciendo los esfuerzos para eliminar las protecciones de la primera enmienda, como “el libre ejercicio” de la religión y la libertad de expresión, prensa y de asamblea. En los últimos años, estos esfuerzos están siendo impulsados desde la izquierda burguesa y pequeñoburguesa. La Primera Enmienda, dicen sus detractores, está siendo “convertida en un arma”. En palabras simples, dijo Barnes, quieren que sea más fácil “cancelar” o “silenciar” a cualquiera que no esté de acuerdo con sus criterios sobre cualquier cuestión importante para la lucha obrera.
Al mismo tiempo, añadió, los participantes de la conferencia deberían acoger con agrado la decisión de la corte suprema de mayo de 2024 que anuló los intentos del estado de Nueva York para amordazar el apoyo al “derecho del pueblo a poseer y portar armas” de la Segunda Enmienda. Los derechos de la Primera Enmienda quedarían indefensos de ser suprimidos, concluyó el dirigente del PST, sin el derecho a protegernos a nosotros mismos, a nuestros sindicatos y a otras organizaciones de masas de la violencia “legal” y “extra legal” de los gobernantes capitalistas.
La defensa de las tres enmiendas constitucionales conquistadas tras la victoria en la Segunda Revolución Norteamericana —o sea, la Guerra Civil y la Reconstrucción Radical después de la guerra— es también una cuestión de vida o muerte para la vanguardia de la clase trabajadora.
Las tres —las enmiendas 13, 14 y 15— fueron más que simples adiciones a la Constitución. Cambiaron todo el documento, en formas de fundamental importancia para las clases trabajadoras, dijo Barnes. La Constitución y la Carta de Derechos habían garantizado en gran medida sólo libertades y protecciones contra el gobierno federal, no contra los gobiernos estatales o locales. Incluyeron decisiones relativas a las instituciones de la esclavitud y el trabajo en servidumbre, así como el derecho y las cualificaciones de los ciudadanos estadounidenses para votar, asuntos cuyas decisiones y cumplimiento estaban antes de las tres nuevas enmiendas reservadas para los estados por separado.
Eso cambió con las tres “Enmiendas de la Reconstrucción”, que acabaron con la esclavitud “dentro de Estados Unidos” o en cualquier lugar sujeto a su jurisdicción (Enmienda 13); declararon que ningún estado privará a “ninguna persona bajo su jurisdicción de la igual protección ante la ley” (14); y prohibieron a los estados negar a cualquier ciudadano el derecho al voto “por motivos de raza, color o condición previa de servidumbre” (15).
Al codificar estos derechos en una constitución burguesa —una constitución cuyo objetivo principal era legitimar y afianzar la dictadura del capital— lo cual costó mucho ganar, esas enmiendas también lograron algo más, dijo Barnes. Independientemente de las intenciones de sus autores, esas protecciones contra el estado tienen un propósito político y educativo, un propósito muy útil para la clase trabajadora.
“Ayudan a exponer lo que es una sociedad dividida en clases”, dijo Barnes.
Raíces nazis de Hamás
En las presentaciones de resumen en la última tarde, Barnes habló sobre el libro recién publicado por la editorial Pathfinder para que trabajadores comunistas lo usen para hacer campaña, La lucha contra el odio antijudío y los pogromos en la época imperialista: Lo que está en juego para la clase trabajadora internacional, de los dirigentes comunistas V.I. Lenin, León Trotsky, Farrell Dobbs, James P. Cannon, Dave Prince y Barnes.
La portada destaca dos fotografías en las que varios oradores centraron la atención.
Una es de 1943 de tropas de asalto nazis deteniendo a niños, mujeres y hombres judíos en Varsovia, Polonia, para deportarlos al campo de exterminio de Treblinka. Unos 7 mil judíos acababan de ser masacrados en Varsovia, cuando los nazis aplastaron un levantamiento que duró un mes en el ghetto judío de la ciudad. Fue la primera gran rebelión urbana en Europa contra la ocupación imperialista alemana.
La otra foto, tomada en Gaza el 7 de octubre de 2023, es de un video de una “bodycam” de Hamás de una joven judía brutalizada y tomada como rehén en Israel ese mismo día. El pogromo más mortífero desde la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto ocurrió ese día.
Políticamente, dijo Barnes, esa es la única portada que este libro podría haber tenido. “La yuxtaposición de las dos fotos dice la verdad: que las raíces de Hamás se encuentran en la organización del Holocausto nazi. El odio antijudío no fue algo que Hamás agregó a su programa reaccionario. Está en el corazón de quiénes son”. Al igual que los nazis, Hamás es un enemigo mortal de los judíos en todo el mundo, así como de todos los explotados y oprimidos, incluidos los palestinos.
La portada nos recuerda que en la época imperialista el carácter y el peso social del odio antijudío cambia. Se vuelve más virulento y desarrolla un alcance global; es una parte integral de las convulsiones sociales del imperialismo.
Ante sus propias crisis irresolubles, sectores de las clases dominantes tratan de desviar la ira de la pequeña burguesía insegura o arruinada, así como de un pequeño número de trabajadores desanimados, para que no vean que el capitalismo es la fuente de sus problemas. Los gobernantes señalan a los judíos con un dedo acusador, promoviendo el odio a los judíos como bandera de la reacción internacional.
Fomentan pandillas de lumpen desclasados, desatando matones contra los judíos, atacando otras organizaciones de los oprimidos y movilizándolos para destruir sindicatos y organizaciones comunistas. Los partidos burgueses “tradicionales”, el cuerpo de oficiales de las fuerzas armadas, la jerarquía eclesiástica, los empresarios, sectores del propio Partido Nazi y muchos otros son el blanco de sus ataques. El objetivo principal es dividir y deshumanizar —para convertir en parias a sectores de los trabajadores— desmoralizando así a un número cada vez mayor de trabajadores que buscan unirse y liderar una lucha para establecer el dominio de la clase trabajadora, como en Rusia en 1917 y en Cuba a principios de los años 60.
La cuestión judía es una cuestión nacional que no puede resolverse bajo el imperialismo. Al igual que otras cuestiones nacionales puestas en primer plano por la agonía del capitalismo, incluidas las aspiraciones nacionales de los palestinos, sólo se resolverán cuando los trabajadores de todas las religiones y orígenes étnicos de la región se unan en luchas revolucionarias para tomar el poder estatal y poner fin al dominio capitalista.
“Es incorrecto decir que las raíces de Hamás están en el fascismo, ya que no todos los fascistas terminan organizando una Solución Final”, dijo Barnes. “Fue el Partido Nazi y el régimen imperialista de Hitler los que, durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, decidieron y llevaron a cabo ese esfuerzo masivo para aniquilar al pueblo judío”.
Barnes describió la colaboración entre los nazis y Amin al-Husseini en Alemania, durante la guerra. Al-Husseini no solo fue un notorio precursor de Hamás, sino el organizador de repetidos pogromos en Palestina desde 1921 y presidente del Comité Superior Árabe durante su guerra en 1948 para liquidar el recién establecido estado de Israel. El nuevo libro describe esa colaboración con detalle, incluido el plan que fracasó en última instancia de los nazis y al-Husseini para extender la Solución Final en Europa a la aniquilación total de los judíos en todo el norte de África y el Medio Oriente.
Más de 75 años después de la Solución Final planeada por los nazis, las atrocidades del 7 de octubre anunciaron la intención de Hamás (y la del régimen burgués de Teherán) de llevar a cabo ese objetivo: ¡Arrojar a los judíos al mar! ¡Exterminar a todos y cada uno de ellos!
Estalinistas glorifican la violencia
La glorificación de la matanza de Hamás por parte de los radicales de clase media constituye una amenaza más amplia para la clase trabajadora en Estados Unidos y en todo el mundo, enfatizó Barnes.
Corrientes políticas en Estados Unidos han atacado casas de judíos y otras personas que se relacionan con Israel, manchando paredes y puertas con sangre falsa y pintando triángulos rojos invertidos, el símbolo utilizado por los escuadrones de la muerte de Hamás para señalar a sus objetivos. Sinagogas han sido objeto de ataques vandálicos y personas judías han sido acosadas y atacadas en las calles, restaurantes y otros lugares públicos.
“Estamos viendo un retorno de la violencia brutal ejercida por fuerzas políticas similares en los años 60 y 70”, dijo Barnes.
“Tenía raíces profundas en grupos maoístas y otras agrupaciones estalinistas de la época, que fomentaban cultos juveniles agresivos”, dijo. Emularon a los Guardias Rojos desatados durante la llamada Revolución Cultural en China para humillar y aplastar a los oponentes políticos del líder del culto Mao Zedong. Dieron origen a grupos terroristas, como los Weathermen en Estados Unidos, la Facción del Ejército Rojo en Alemania Occidental, Sendero Luminoso en Perú y los Pol Potistas en Kampuchea, todos surgidos y dirigidos por jóvenes estudiantes y profesionales de clase media.
Barnes recordó los golpes asestados a las luchas obreras y a los militantes sindicales en las minas de carbón y otras industrias en los años 70 por la conducta ultraizquierdista y violenta de grupos maoístas como el Partido Comunista Revolucionario y el Partido Comunista de los Trabajadores. La notoriamente provocadora manifestación del PCT en Carolina del Norte en noviembre de 1979, bajo el lema “Muerte al Klan” terminó con la muerte a tiros de cinco de sus miembros además de varios heridos. Hizo mucho daño tanto a las luchas por la liberación de los negros como a la defensa de las protecciones constitucionales.
Barnes también señaló el furor que existía en aquel momento entre los estalinistas y otros radicales hacia la “violencia terapéutica” promovida por el psiquiatra Franz Fanon, cuyos escritos están siendo resucitados y citados hoy para justificar los asesinatos y crímenes sexuales de Hamás. “La violencia es una fuerza limpiadora”, escribió Fanon en Los condenados de la tierra. “Libera a los colonizados de su complejo de inferioridad, de su actitud pasiva y desesperanzada”.
La conducta de los manifestantes pro-Hamás en Estados Unidos, el Reino Unido y otros lugares hoy día no es producto de su juventud, dijo Barnes. Es una consecuencia deseada del curso político contrarrevolucionario de los líderes de varios partidos estalinistas y otras corrientes políticas históricas que atraen y entrenan a estas fuerzas.
Esto es lo opuesto al curso político y la moral proletaria de la dirección comunista de la revolución socialista de Cuba, liderada por Fidel Castro. Desde los orígenes de la lucha revolucionaria en los años 50, Fidel insistió en el principio de que ninguna dirección revolucionaria puede realizar acciones “en las que puedan perecer personas inocentes”.
Tampoco nunca se asesinó, torturó, ni se dejó sin atención médica a prisioneros enemigos bajo el liderazgo y mando de Fidel. “Eso es una ética de principios de nuestras fuerzas armadas que Fidel ha exigido que se cumpla inviolablemente desde el principio de la lucha revolucionaria”, dijo José Ramón Fernández, comandante de las fuerzas revolucionarias que derrotaron la invasión mercenaria apoyada por Washington en Bahía de Cochinos en 1961 y más tarde general de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba y vicepresidente de Cuba.
Ese principio es lo que llevó a Fidel en 2008 a condenar públicamente la conducta de la dirección de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia por tomar civiles como rehenes y mantenerlos, a veces durante años, en severas condiciones. “Eran hechos objetivamente crueles”, escribió Fidel ese año. “Ningún propósito revolucionario lo podía justificar”.
¿Cómo se puede contrarrestar y aislar el ultraizquierdismo maligno y el culto a la violencia entre quienes aclaman a Hamás como luchadores por la liberación nacional? Eso ocurrirá, dijo Barnes, a medida que se amplíe la lucha de clases y los sindicatos y las organizaciones de masas de los oprimidos adquieran mayor peso en la dirección de estas batallas políticas. Ocurrirá a medida que la mano estabilizadora de la clase trabajadora y su vanguardia comunista pasen a primer plano en las luchas revolucionarias.
Forjar partidos proletarios
“La composición de clase del partido debe corresponder a su programa de clase”, escribió León Trotsky en 1940. Tras la muerte de Lenin a principios de 1924, Trotsky lideró la batalla política mundial para continuar el curso internacionalista proletario del movimiento comunista que fue invertido por la contrarrevolución estalinista en la Unión Soviética y la Internacional Comunista.
Desde mediados de la década de 1930, explicó Barnes, Trotsky había librado un esfuerzo político en el nuevo movimiento mundial que él había ayudado a lanzar para ganar a los dirigentes de este para que hicieran un viraje hacia la construcción de partidos a través del trabajo de masas en la clase obrera y los sindicatos industriales. La composición de la mayoría de estos partidos en sus orígenes era sustancialmente de clase media. El principal aliado de Trotsky en esta batalla política fue la dirección del Partido Socialista de los Trabajadores.
Los cuadros del PST en esos años habían ayudado a liderar masivas huelgas y campañas de sindicalización en Minnesota y en todo el Medio Oeste que incorporaron a cientos de miles de trabajadores al sindicato de camioneros Teamsters. Habían sentado un ejemplo con la organización de una guardia de defensa sindical y movilizaciones para combatir la actividad antisindical de grupos fascistas nacientes. Explicaron en los sindicatos y más allá la necesidad apremiante de un partido obrero, independiente de los partidos demócrata y republicano de los patrones y de formaciones aliadas como el Partido de los Agricultores y Trabajadores de Minnesota. Y encabezaron la campaña política a nivel nacional contra el empeño de los gobernantes estadounidenses de impulsar sus intereses de clase con su entrada a la Segunda Guerra Mundial de los imperialistas.
La lucha internacional por un partido proletario dirigida por Trotsky llegó a un punto crítico a finales de 1939, cuando una minoría pequeñoburguesa en el Comité Nacional del PST —doblegándose ante las presiones patrióticas belicistas de los gobernantes imperialistas estadounidenses— trató de arrojar por la borda el programa marxista del partido, sus fundamentos teóricos y sus normas organizativas. Trotsky sugirió a los dirigentes del PST que el partido solo podría derrotar políticamente este desafío fundamental si todos sus cuadros y dirigentes son dirigidos a ir aún más hacia el seno de la clase trabajadora y sus organizaciones de clase. Y eso fue lo que hicieron.
La lucha en el PST dirigida por Trotsky en 1939-40, y la victoria de ella, dijo Barnes, están registradas en el libro En defensa del marxismo, del cual la dirección del partido está preparando una nueva edición que se publicará a final de este año.
Esa base programática, esa lucha por un partido proletario, se ha adoptado desde entonces. Es el curso político de las generaciones ganadas al Partido Socialista de los Trabajadores y su dirección en los años 60 y 70 bajo el impacto de la Revolución Cubana, la lucha para acabar con la segregación racial y poner fin a la guerra de Washington contra el pueblo vietnamita. Sigue siendo el curso político del movimiento comunista en Estados Unidos e internacionalmente hoy en día.
Sobre esta línea de marcha histórica, dijo Barnes, es que un partido proletario puesto a prueba será forjado en batallas de clase, capaz de organizar y dirigir a la gran mayoría de la clase trabajadora en Estados Unidos en un movimiento revolucionario de masas que decidirá qué clase gobernará.