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Vol. 74/No. 26      12 de julio de 2010

 
El movimiento comunista
y los panafricanistas
 
POR STEVE CLARK  
El debate que se dio en la reunión sobre la Cultura e Historia Afroamericanas que tuvo lugar en la biblioteca de investigación de la avenida Auburn el 27 de mayo, reportado en la página anterior, solo superficialmente abordó las profundas diferencias entre el curso del movimiento proletario comunista y el del movimiento panafricanista y su socialismo.

Ni tampoco contestó adecuadamente las afirmaciones de Sobukwe Shukura —un dirigente central del partido All-African People’s Revolutionary Party (Partido Revolucionario de Todos los Pueblos Africanos)— sobre los puntos de vista presentados por el autor, Jack Barnes, en el libro Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero, publicado este año. De hecho, algunas de las declaraciones de Shukura, fueron más allá de la distorsión y representan una abierta representación falsa.

Shukura dijo que le “preocupaba que Barnes descarta al panafricanismo como una idea vaga que no merece ser presentada al público”. Shukura aparentemente se refería al siguiente pasaje del libro:

A veces la trayectoria de Malcolm durante estos meses finales se denomina una nueva forma de panafricanismo, y Malcolm mismo usó ese calificativo. Pero “panafricanismo” no capta ni la envergadura ni el carácter político revolucionario del internacionalismo y antiimperialismo de Malcolm.

Por supuesto, Malcolm reconocía los aspectos compartidos de la opresión que enfrentan las personas de origen africano… y de su resistencia a esa opresión. Debido al legado combinado del colonialismo y la esclavitud, los negros compartían muchos de esos elementos, ya fuera que vivieran y trabajaran en áfrica misma, el Caribe y América Latina, Europa, o lo que Malcolm, al parafrasear esa frase maravillosa de Elijah Muhammad, llamaba “esta selva de Norteamérica”.

Shukura insistió en que Malcolm X iba “en camino al panafricanismo” cuando fue asesinado. Para valorar tal opinión, vale la pena considerar la organización panafricanista más prominente, el Congreso Panafricanista (PAC) de Sudáfrica. El PAC fue fundado en 1959 como resultado de una escisión del Congreso Nacional Africano (ANC) y en oposición explícita a la Carta de la Libertad del ANC, la cual para luchar contra el sistema de supremacía blanca del apartheid promovió la consigna de que “Sudáfrica pertenece a todos los que viven en ella, negros y blancos.”

En cambio, el PAC —bajo la dirección de Robert Sobukwe— popularizó la consigna, “Un colono, una bala”.

Es difícil imaginar una divergencia más clara entre semejante demagogia del PAC y la declaración de Malcolm en uno de los últimos días de su vida que yo señalé en mi ponencia en la reunión en Atlanta. “Creo que al final habrá un choque entre … los que quieren libertad, justicia e igualdad para todos y los que quieren continuar los sistemas de explotación”, dijo Malcolm. “Creo que se dará ese tipo de choque —pero no creo que se basará en el color de la piel”.

O las palabras de conclusión de Malcolm en su discurso a la juventud en diciembre de 1964 en la Universidad de Oxford en el Reino Unido, donde dijo que hacer una revolución era una cuestión central que enfrentan “la joven generación de blancos, negros, morenos y demás… Por mi parte, me uniré a quien sea, no me importa del color que seas, siempre que quieras cambiar esta situación miserable que existe en esta Tierra”.

Hay numerosas declaraciones similares en los discursos y en las entrevistas de Malcolm en los últimos días de su vida, muchas de las cuales son citadas por Barnes en Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero.

En la reunión de Atlanta, Shukura declaró que Barnes “a propósito minimiza ciertos aspectos de la evolución de Malcolm” —sí, a propósito— tales como el apoyo de Malcolm a las luchas de liberación en Africa y su impacto en los negros en Estados Unidos. él implicó que Barnes reduce la importancia de los esfuerzos de militantes afroamericanos para limpiar al mundo de las mentiras prejuiciadas sobre Africa y la historia africana las cuales se utilizan para racionalizar la opresión racista. Pero no hizo ningún intento de respaldar estos alegatos.

Barnes insistió en su charla de marzo de 1965 en Nueva York en tributo a Malcolm X —una charla que ha estado disponible desde que fue publicada hace 45 años, y está incluida en su totalidad en el nuevo libro— a los negros “los despojaron sistemáticamente de su lengua, su cultura, su historia, sus nombres, su religión y todo vínculo con sus hogares en áfrica: su identidad. Los llamaron negros, significando esta falta de identidad y esta negación de su origen africano.”

En su introducción de octubre de 2009 a Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero, Barnes señala el hecho de que durante el ascenso de la lucha de los negros en los años 1950 y 60, “una amplia vanguardia de africano-americanos percibió sus luchas como parte íntegra de los movimientos victoriosos por la liberación nacional después de la Segunda Guerra Mundial que se extendieron por áfrica, Asia y el Caribe”, y que esto “echó atrás el racismo, elevó la confianza entre los africano-americanos y sentó las bases para una mayor unidad en la lucha entre trabajadores que son negros, blancos y de otros orígenes raciales o nacionales”.

¿Dónde dice Barnes lo contrario, y mucho menos “a propósito”?

Shukura enfatizó que durante los dos viajes que Malcolm hizo a Africa en 1964, se reunió con dirigentes panafricanistas como Kwame Nkrumah y Sekou Toure —los primeros presidentes de Ghana y de Guinea después de que estos países obtuvieron su independencia— así como también con el presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser. Lejos de “minimizar a propósito” tales reuniones, Barnes pone de relieve en el libro de manera prominente la entrevista de Malcolm con la revista Young Socialist en 1965 en la que Malcolm señaló a tales discusiones como “el punto culminante” de sus viajes.

¿Pero que lecciones pueden aprenderse del ejemplo de un demagogo burgués nacionalista como Nasser para impulsar hoy las luchas del pueblo trabajador contra la opresión y explotación en el Medio Oriente, Africa, Estados Unidos o cualquier otro lugar del mundo? Ninguna. Nkrumah y Toure fueron dirigentes de luchas exitosas que pusieron fin a la dominación imperialista británica y francesa de Ghana y Guinea, respectivamente. Pero ninguno de ellos dirigió gobiernos de trabajadores que organizaron a los obreros y campesinos de esos países hacia una trayectoria revolucionaria para romper lazos con sus clases explotadoras y los intereses imperialistas que ellas servían.

Es importante, en este respecto, que Shukura no haya mencionado el ejemplo del único liderazgo en el continente africano durante la vida de Malcolm que siguió tal trayectoria —el de Argelia. Barnes, por otro lado, subraya la importancia de esa experiencia revolucionaria en su introducción al libro. Escribe:

[Malcolm] Apreciaba mucho a los combatientes que con mucho sacrificio habían entablado batallas para derrocar a regimenes coloniales por toda áfrica y Asia. Se sentía especialmente atraído a la dirección revolucionaria del gobierno laico de Argelia, muchos de los cuales, como señaló Malcolm, eran “blancos”, y pocos de los cuales seguían practicando la religión musulmana. Bajo la dirección de Ahmed Ben Bella, el gobierno de trabajadores y campesinos en Argelia, a diferencia de otras naciones recientemente independizadas en áfrica y el Medio Oriente, estaba organizando al pueblo trabajador para impugnar no solo el poder y los privilegios de sus ex colonizadores franceses, sino de los terratenientes y capitalistas argelinos.

Convergencia en lucha por el poder
¿Y qué del rechazo de Shukura de lo que dice es la afirmación de Barnes en Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero, de que Malcolm iba “camino al comunismo”? ¿De que Barnes especule sobre el rumbo político que Malcolm hubiera tomado “si hubiera vivido más, no dónde estaba cuando falleció”? Esto, también, es totalmente falso. Barnes escribe:

Desde el día que Malcolm fue asesinado en febrero de 1965, nadie puede probar cuál habría sido su próximo rumbo político. Pero los de mi generación y otros miembros de la dirección del Partido Socialista de los Trabajadores estábamos convencidos por la trayectoria de Malcolm de que él iba rumbo a hacerse comunista. Políticamente estaba convergiendo con la Revolución Cubana, con el gobierno popular revolucionario en Argelia dirigido por Ahmed Ben Bella (y con la trayectoria del PST), es decir, con la marcha histórica de la clase trabajadora hacía el poder a nivel mundial.

Para ese punto en el libro Barnes ya ha presentado con gran detalle los hechos de la evolución política de Malcolm en 1964 y a principios de 1965, y en las propias palabras de Malcolm:

Basándose en estos ejemplos y muchos otros, Barnes escribe en la sección final del libro:

Malcolm iba rumbo a hacerse comunista. ¿Por qué habríamos de concluir algo diferente? ¿Qué pruebas nos impelerían a hacerlo? ¿Por qué habríamos de imponerle limitaciones a Malcolm —¡sobre todo a Malcolm!— que no le impondríamos a nadie más?

Pero al contrario de lo que declara Shukura, Barnes nunca dice que Malcolm se convirtió en un comunista cuando su vida política la cortó la bala de un asesino. Como se vió antes, Barnes afirma que, “Desde el día que mataron a Malcolm en febrero de 1965, nadie puede probar el camino político que tomaría después”. Y luego en el libro, Barnes escribe que “para disminuir los malos entendimientos sobre los puntos políticos que necesitamos aclarar, permítanme recalcar que no estoy cuestionando las declaraciones de Malcolm hasta los últimos días de su vida que él seguía siendo un musulmán”.

Además, Barnes les recuerda a los lectores que cuando Malcolm explicó en su entrevista a Young Socialist por qué por un tiempo había dejado de hablar de su perspectiva política como “nacionalismo negro”, añadió que “aún me resultaría muy difícil dar una definición específica de mi filosofía global” —el programa, la estrategia— “que yo considero necesaria para la liberación del pueblo negro en este país”. Este programa, dice Barnes, “cuando Malcolm fue asesinado … era todavía en gran parte una obra en curso. Era todavía más táctica que estrategia. Se prestaba a distintas interpretaciones. Todavía no brindaba a los que acudían a Malcolm una perspectiva mundial coherente o un ritmo político constante de actividades disciplinadas, de cosas que hacer para impulsar esas perspectivas”.

Y Barnes concluye:

Lo esencial para entender a Malcolm X es que podemos ver el hecho —no la esperanza, no la fe, sino el hecho— que, en la época imperialista, el liderazgo revolucionario de la más alta capacidad política, valentía e integridad converge con el comunismo, no solo se encamina hacia el movimiento comunista…

Lo que resulta de esta convergencia … es un movimiento del proletariado y sus aliados combativos … que se hace más inclusivo, más diverso en su experiencia, amplitud cultural, comprensión social, inteligencia y competencia política y —sobre todo— capacidad combativa. Un movimiento capaz de dirigir al pueblo trabajador para conquistar la dictadura del proletariado y usarla a fin de acabar con la opresión nacional y todas las demás consecuencias de siglos de sociedades de clase.

El artículo del Militante sobre la reunión en Atlanta informa sobre un intercambio entre Shukura y un participante sobre el tema de la divergencia entre los caminos políticos de Malcolm X y Martín Luther King que yo había mencionado durante mi presentación. El participante señaló que mientras que King había hablado en contra de la guerra en Vietnam, Malcolm había apoyado la victoria de la revolución vietnamita. Yo me declaré a favor de este punto luego en la discusión.

Aunque esto es cierto, deja a un lado algo de mayor importancia.

Martin Luther King instó a los afroamericanos y a otros trabajadores a dar apoyo político a uno de los dos partidos de los opresores capitalistas y guerreristas imperialistas en Estados Unidos, el Partido Demócrata. Al contrario, Malcolm X se oponía incondicionalmente a ambos partidos imperialistas, los republicanos y los demócratas. Durante la campaña electoral de 1964, cuando el republicano Barry Goldwater se presentó contra el presidente demócrata Lyndon Baines Johnson (cuya administración estaba escalando la guerra asesina de Washington en Vietnam), casi todas las corrientes políticas en Estados Unidos que decían hablar por los intereses de los trabajadores y los oprimidos —con la excepción del Partido Socialista de los Trabajadores y de Malcolm X— estaban a favor de derrotar a Goldwater, presentando a Johnson como el “candidato de la paz”.

En julio de 1964, cuando King y otros dirigentes de las organizaciones de defensa de los derechos civiles hicieron un llamado por la suspensión de las protestas por la liberación de los negros hasta que tuvieran lugar las elecciones de noviembre, Malcolm dijo a la prensa que estos malos dirigentes “se habían vendido y se habían convertido en administradores de la campaña de Lyndon B. Johnson en la comunidad negra”. Y unos meses después, tras la reelección de Johnson, Malcolm declaró que los capitalistas “saben que la única manera que vas a correr hacía el zorro, es si te muestran un lobo… los que se declaran enemigos del sistema estaban de cuclillas esperando que Johnson resulte electo, por que se suponía que era un hombre por la paz. Pero ¡en ese momento tenía tropas invadiendo el Congo y el sur de Vietnam”!

Esta fue la verdadera medida de la brecha que existía entre el internacionalismo proletario de Malcolm X y la perspectiva socialdemócrata pro capitalista de Martin Luther King.  
 
Forjando una vanguardia proletaria
En su presentación Shukura expresó su desacuerdo con uno de los puntos centrales del libro Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero, que se repite desde la primera página, hasta la cubierta final. En un párrafo al principio de la introducción —al que yo hice referencia en mi presentación— Barnes declara que el libro “trata del último siglo y medio de la lucha de clase en Estados Unidos —desde la Guerra Civil y la Reconstrucción Radical hasta el día de hoy— y las pruebas irrebatibles que ofrece de que los trabajadores que son negros integrarán una parte desproporcionadamente importante de las filas y de la dirección del movimiento social de masas que harán una revolución proletaria”.

Esta observación está “equivocada”, dice Shukura. Los negros participarán en las luchas de la clase trabajadora, pero “no se convertirán en carne de cañón” de las luchas revolucionarias hasta “que la clase trabajadora europea en Estados Unidos” —es decir “blanca”— se ponga al frente de estas batallas. Y en sus palabras de clausura, Shukura dijo que “la izquierda blanca” debería dedicarse a combatir el racismo dentro de la “clase trabajadora blanca”, en lugar de “buscar organizar a los trabajadores negros”.

Hay tantas declaraciones erróneas —y falsas— en esta declaración, que para debatirlas, primero hay que desenredarlas.

Primero, los comunistas en este país y el resto del mundo, incluyendo al Partido Socialista de los Trabajadores, no son parte de “la izquierda”, de cualquier color de piel. Como explica el Manifiesto Comunista, el comunismo no es una lista de principios, “del ala izquierda” o de cualquier otra. No es una doctrina preconcebida de ningún tipo. En la medida en que se pueda considerar como una “teoría”, un grupo de ideas, es solo la generalización política del curso de la clase trabajadora hacia la toma del poder, el cual “nace de la lucha de clases existente, un movimiento histórico que se esta desarrollando frente a nuestros propios ojos”. El comunismo son las lecciones políticas generalizadas de las luchas del pueblo trabajador y de los oprimidos del mundo por más de ciento cincuenta años.

Segundo, el Partido Socialista de los Trabajadores no es una organización “blanca”. “Blanco” es una forma de identidad falsa que los gobernantes pretenden imponerle a una parte de la clase trabajadora y a capas de clase media para impedir el desarrollo de una conciencia y acción política revolucionaria proletaria. El PST es un partido revolucionario proletario cuya membresía, como dice su constitución, está abierta a “toda persona que acepta el programa del partido y acepta someterse a su disciplina y a participar activamente en su labor”. De hecho, esto es cierto de toda organización comunista que merezca este nombre, en cualquier parte del mundo.

Finalmente, el Partido Socialista de los Trabajadores no pretende ni ha pretendido “organizar a los trabajadores negros”. Como explica Jack Barnes en la introducción a Malcolm X, la liberación de los negros y el camino al poder obrero, la tarea de la cual depende el futuro de la humanidad en el siglo veintiuno es forjar “una vanguardia de la clase trabajadora dotada de conciencia de clase y organización política” —una fuerza de millones de personas— sin importancia de su color. Una vanguardia de clase trabajadora capaz de dirigir la conquista revolucionaria del poder estatal y el establecimiento de la propiedad estatal proletaria en la industria y el comercio.

Ese nuevo poder estatal, explica Barnes, “proporciona al pueblo trabajador el arma más poderosa posible para librar la batalla en curso para acabar con la opresión de los negros y todas las formas de explotación y degradación humana heredadas a través de milenios de una sociedad dividida en clases”.

La historia de las luchas populares revolucionarias en Estados Unidos —desde la Guerra Civil y la Reconstrucción Radical, a los movimientos que crearon los sindicatos industriales y derrumbaron el sistema de segregación Jim Crow— sugieren que el dirigente bolchevique León Trotsky estaba correcto cuando hace 75 años planteó que los trabajadores que son negros representarán una fracción desproporcionada de los mejores combatientes en las batallas de clase venideras.

El Militante ha invitado a Sobukwe Shukura a participar en el debate sobre estas cuestiones. Esperamos tener la oportunidad de publicar su respuesta. —Paul Mailhot, director
 
 
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