Furor liberal contra Trump aviva ‘partido bélico’

Por Terry Evans
6 de agosto de 2018

El empeño del presidente Donald Trump para impulsar los intereses de los gobernantes capitalistas de Estados Unidos en relación a sus competidores —en Asia, Europa y el Medio Oriente— ha provocado un furor histérico de los directores de los medios liberales, los demócratas, algunos republicanos y la izquierda de clase media. Para la mayoría de ellos, la campaña de “resistencia” para derrocar a Trump es la piedra angular de cómo abordan toda la política.

A medida que la administración busca la estabilidad para promover los intereses económicos y políticos de Washington —pasos que implican reducir la amenaza de más guerras— sus oponentes están asumiendo de manera creciente el papel del partido bélico. Independientemente de sus críticas en el pasado a la agresión de Washington contra Vietnam, o su rechazo de los “excesos” del FBI en la era de J. Edgar Hoover, hoy llaman a Trump un “traidor traicionero” por cuestionar cualquier acción de las agencias de inteligencia de Washington y exigen que intensifique las amenazas bélicas contra Moscú.

En una reunión en Helsinki, Finlandia, el 16 de julio, el presidente Trump y el presidente ruso Vladimir Putin abordaron importantes cuestiones mundiales. Trump dijo a la prensa que acordaron apoyar esfuerzos para que se den pasos hacia la desnuclearización de la península coreana. El día anterior a la cumbre, la administración reanudó negociaciones con el gobierno de Corea del Norte para encontrar los restos de soldados estadounidenses muertos durante la Guerra de Corea de 1950 a 1953. Pyongyang está pidiendo a Washington que declaren conjuntamente el fin de esa guerra.

Tanto Putin como Trump dijeron que tratarán de cooperar con respecto a Siria. Trump dijo que hizo hincapié en la importancia de presionar a Teherán para que retire sus fuerzas de Siria.

Pero nada de esto obtuvo cobertura en la prensa liberal. En cambio, Trump fue atacado por no tratar de enfocar la reunión en demandar que Putin asuma responsabilidad por inmiscuirse en las elecciones de 2016. “La actuación de Donald Trump en la conferencia de prensa de Helsinki se eleva y excede el umbral de ‘altos crímenes y delitos’”, dijo el ex director de la CIA John Brennan el 16 de julio.

El día previo a la cumbre, el comentarista liberal del New York Times Charles Blow escribió una columna titulada “Trump, traidor traicionero”, que decía que el presidente estadounidense estaba “cometiendo un crimen increíble e imperdonable contra este país”. Los directores del Washington Post lo acusaron de “colaborar abiertamente con el líder criminal de una potencia hostil”.

Para la prensa liberal, está prohibido que Trump cuestione las agencias de espionaje de Washington, y es prueba del control extranjero del gobierno de Estados Unidos. Pero el FBI y la CIA son los enemigos mortales de la clase trabajadora, dentro y fuera del país. Espían, mienten, intervienen y asesinan.

Incluso el Times tuvo que admitir que los espías estadounidenses hacen cosas malas. Un “análisis de noticias” publicado en febrero titulado “Rusia no es la única que se entromete en las elecciones. Nosotros lo hacemos también”, cita a Loch Johnson, a quien llaman “el decano de los especialistas en inteligencia de Estados Unidos”. Refiriéndose a las agencias de espionaje de Washington, dijo: “Hemos estado haciendo este tipo de cosas desde que la CIA fue creada en 1947. Hemos utilizado carteles, panfletos, anuncios publicitarios, pancartas —lo que sea. Agregó: “Hemos utilizado lo que los británicos llaman la ‘caballería del Rey George: maletas llenas de dinero en efectivo”.

El autor del artículo, Scott Shane, agrega: “La CIA. ayudó a derrocar a los gobernantes electos de Irán y Guatemala en la década de 1950 y respaldó golpes de estados en varios otros países en la década de 1960. Tramó asesinatos y apoyó brutales gobiernos anticomunistas en América Latina, África y Asia”.

El Partido Socialista de los Trabajadores tiene décadas de experiencia con el espionaje del FBI, las escuchas telefónicas, los “trucos sucios” y su programa de disrupción Cointelpro; al igual que sindicalistas, luchadores contra la guerra y por los derechos de los negros y otros oponentes de los gobernantes de Estados Unidos.

Pero para los miembros de la “resistencia”, los que atacan a Trump son héroes, como Brennan y el ex jefe del FBI Robert Mueller —el fiscal especial nombrado para llevar a cabo la casería de brujas contra Trump— y James Comey, quien intentó que Hillary Clinton ganara las elecciones de 2016 y ahora llama a todos a votar por el Partido Demócrata en 2018.

Ninguno de estos eruditos liberales puede reconocer que lo que condujo a la elección de Trump no fue la “interferencia rusa” sino la ira de decenas de millones de trabajadores en Estados Unidos decididos a encontrar la manera de decir “no” al impacto de la crisis capitalista en sus vidas y a “drenar el pantano” de los políticos capitalistas.

Escriben con más frecuencia sobre el peligro de la “base” de Trump. Discuten las diferentes formas para limitar la influencia de trabajadores indignados en la política de Estados Unidos, para erosionar los derechos políticos que el pueblo trabajador ha ganado.

Trump es un magnate inmobiliario que busca gobernar en beneficio de los intereses de la clase capitalista de Estados Unidos, contra la clase trabajadora aquí y en todo el mundo. Pero él cree que las políticas, perspectivas y guerras impulsadas por las últimas administraciones han debilitado a los gobernantes estadounidenses. El 15 de julio, su administración propuso conversaciones directas con los talibanes en Afganistán, quienes han estado luchando para derrocar al gobierno de ese país desde que la invasión imperialista de Afganistán, encabezada por Washington, los sacó del poder. La guerra de 17 años allí continúa teniendo un impacto devastador en la población trabajadora.

Antes de la cumbre en Helsinki, el presidente Trump buscó impulsar los intereses de los gobernantes estadounidenses contra sus competidores en la OTAN durante su cumbre de Bruselas. Poco después de su elección en 2016 Trump describió como “obsoleta” a la alianza militar, la cual ha sido una estructura clave del dominio de Washington sobre el orden capitalista mundial durante décadas. Desde entonces, él ha aumentado constantemente la presión sobre los gobernantes de otros países miembros de la alianza para que aumenten su gasto militar.

Aunque el poder mundial de Estados Unidos está en declive, Trump ha resaltado el descenso mucho más agudo del peso de los gobernantes franceses, alemanes y británicos, y su total dependencia del poder armado de Washington. Arremetió contra el gobierno alemán durante la reunión y para el final de la reunión había obtenido compromisos de aumentar las contribuciones.

Esto también provocó aullidos de los liberales, que afirmaron que le estaba faltando el respeto a “nuestros aliados”.

Estos sucesos reflejan cambios de largo alcance en las instituciones y las relaciones que han marcado el dominio de Washington desde su victoria en la segunda guerra mundial imperialista.