El incendio que arrasó con Lahaina el 8 de agosto, una ciudad histórica en Maui en Hawái, destruyó más de 2 mil edificios, principalmente residencias, y mató a más de 100 personas hasta la fecha. Solo algunos de los muertos no han sido identificados y hay más de mil desaparecidos. Es el incendio forestal más letal en la historia moderna de Estados Unidos, superando el incendio Camp Fire en Paradise, California, en 2018, que dejó 19 mil edificios destruidos, 85 muertos y cientos de desplazados.
El pueblo trabajador en Hawái y en otros lugares se organizaron para recolectar y distribuir alimentos y otras necesidades, y en todo el oeste de Maui, las personas se han juntado para brindar refugio, alimentos, combustible y otros recursos.
Sindicatos del área como el de los trabajadores públicos UPW movilizaron a sus miembros para entregar ayuda. El sindicato de estibadores ILWU en Hawái y en el continente hizo lo mismo. Para ayudar, comuníquese con el ILWU en www.ilwucu.org Kokua Maui Fund.
Residentes de Lahaina contrastaron esta efusión de solidaridad obrera con la indiferencia de las autoridades gubernamentales en todos los niveles.
Cuando le preguntaron si había recibido advertencia del incendio, el residente del área Mike Stefl le dijo al New York Times: “Oh, diablos, no”. Las autoridades locales nunca encendieron las sirenas de advertencia. Los incendios llegaron al pueblo antes de cualquier orden de evacuación.
Hawaiian Electric, que opera el sistema eléctrico en Maui, decidió no cortar la energía a pesar de los vientos huracanados. Se sospecha que líneas eléctricas caídas fueron la causa inmediata de los incendios.
Los bomberos descubrieron que no había presión de agua en los hidrantes de la ciudad.
El único camino para salir de Lahaina se atascó rápidamente. Algunos huyeron a pie y pudieron escapar. Otros se adentraron en el océano, permaneciendo allí durante horas.
Desastre enraizado en el capitalismo
La prensa liberal en Estados Unidos afirma que el problema en Maui fue “cómo el cambio climático convirtió a la exuberante Hawái en un polvorín”, como lo expresó el New York Times. Culpan a los fuertes vientos, las temperaturas elevadas y la sequía por lo sucedido.
Pero la verdad es que el sistema capitalista impulsado por las ganancias es el culpable.
Las Islas Hawaianas, un reino gobernado por habitantes de una migración polinesia anterior, se convirtieron en un objeto de interés para los capitalistas norteamericanos en el siglo 19. A medida que las plantaciones de azúcar comenzaron a salpicar las islas, sus propietarios se empeñaron cada vez más en tomar el control.
Liderados por Samuel Dole, los propietarios de las plantaciones depusieron a la reina y tomaron el poder en 1893. Washington anexó Hawái en 1898 en el marco del nacimiento del imperialismo norteamericano en la guerra hispano-estadounidense. Se convirtió en territorio estadounidense dos años después, con Dole como su primer gobernador.
En los albores del siglo 20, las plantaciones de piña se unieron al monopolio del azúcar para dominar la producción a escala mundial. Los trabajadores procedían de China, Japón, Corea y Filipinas, y algunos de América Latina. Se acumularon ganancias y se construyeron mansiones, muchas adornadas con césped de pampa importada de América del Sur.
Liderados por el ILWU, los sindicatos lucharon para organizar a los trabajadores para luchar por mayores salarios y mejores condiciones en los campos de caña de azúcar y piña.
El ILWU organizó a más de 26 mil trabajadores del azúcar en una huelga en todas las islas en 1946, uniendo a trabajadores de todas las nacionalidades. La huelga victoriosa cambió las relaciones de fuerza entre los trabajadores y los patrones de las plantaciones. “La política de Hawái nunca volvería a ser la misma después de eso”, escribió en 2017 William Puette, director del Centro de Educación e Investigación Laboral de la Universidad de Hawái. “Y ciertamente las relaciones laborales no serían las mismas”.
Durante los siguientes 50 años, los patrones del azúcar y la piña perdieron mercados frente a los competidores extranjeros, y en 2016 el último productor de azúcar en Hawái cerró sus operaciones. La huida de los patrones en busca de mayores ganancias en otros lugares es una historia con la que muchos trabajadores están familiarizados. El turismo y las industrias conexas son las actuales generadoras de ganancias en Hawái.
El gobierno no hizo nada para proteger los miles de acres de las antiguas plantaciones. Los pastos introducidos por los dueños de las desaparecidas plantaciones cubren la tierra ahora abandonada, dijo Elizabeth Pickett, codirectora ejecutiva de la Organización de Manejo de Incendios Forestales de Hawái, a Wired.com el 10 de agosto. “En este momento, el 26% de nuestro estado está cubierto por estos pastos propensos al fuego”. Esto fue lo que desató las llamas en Maui.
Este es un problema solucionable. Pero los patrones capitalistas y el gobierno en todos los niveles en Hawái no lo confrontaron. Y esto, exacerbado por otros errores de la compañía eléctrica y del gobierno durante el incendio, es lo que explica que esto se convirtiera en una catástrofe social arraigada en el sistema de lucro, no en el “cambio climático”.