Cuatro terroristas vinculados con una rama del Estado Islámico dispararon contra el público de un concierto de rock y produjeron un gigante incendio que derribó el techo de un complejo de entretenimiento en Moscú el 22 de marzo. El ataque, el más mortífero en Rusia en más de dos décadas, resultó en la muerte de al menos 139 personas y otras 60 resultaron gravemente heridas.
Los ataques de grupos islamistas en Rusia —vinculados a la opresión de minorías musulmanas y a las guerras de Moscú en Afganistán y Chechenia— tienen precedentes.
El grupo que se adjudicó el último ataque, el autodenominado Estado Islámico Khorasan, cometió un ataque contra la embajada rusa en Kabul en 2022.
Dos días después, cuatro detenidos comparecieron ante un tribunal ruso mostrando signos de tortura severa. Todos son de Tayikistán y tienen entre 19 y 32 años de edad. A uno le habían cortado la oreja y se la habían metido en la boca. Otro estaba inconsciente en una camilla. Fueron acusados de actos de terrorismo.
Un total de 11 sospechosos están detenidos, además de otros de Kirguistán, que al igual que Tayikistán se encuentra en Asia Central, de mayoría musulmana.
Desde el principio, el presidente ruso Vladímir Putin aprovechó la oportunidad para culpar a Ucrania, buscando reforzar el apoyo a lo que ahora admite es una guerra total contra el pueblo ucraniano.
El ataque en Moscú ocurrió dos semanas después de que la embajada de Estados Unidos alertó al Kremlin sobre informes de inteligencia sobre un posible ataque terrorista.
En medio de las tensiones internacionales y la creciente oposición interna a su guerra en Ucrania, Putin desestimó la alerta de Washington como un “chantaje” que intentaba “intimidar y desestabilizar nuestra sociedad”. Y afirmó que Kyiv había adoptado “tácticas terroristas”.
El grupo del Estado Islámico ha amenazado durante mucho tiempo con ataques terroristas dentro de Rusia en represalia por la intervención de Moscú contra el grupo en Siria. Moscú utilizó su poder aéreo allí para apuntalar el régimen de Bashar al-Assad desde 2015. En los últimos meses, la fuerza aérea rusa ha ayudado al ejército sirio a intensificar los ataques contra los bastiones del Estado Islámico.
Aunque admitió que “el crimen fue cometido por islamistas radicales”, Putin afirmó que los agresores fueron sorprendidos tratando de huir a Ucrania, donde “se les preparó una abertura para poder cruzar la frontera”. Funcionarios de Kyiv han negado vehementemente cualquier involucramiento en el ataque.
Contradiciendo a Putin, el presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, dijo el 26 de marzo que los atacantes intentaron huir primero a su país, pero “no había manera de que pudieran entrar en Bielorrusia”. Entonces, dijo, se dirigieron hacia la frontera entre Ucrania y Rusia.
Putin esperaba poder obtener protección contra la hostilidad del Estado Islámico mostrando relaciones cada vez más acogedoras con Hamás y expresando su oposición a la guerra de Israel en Gaza en respuesta al pogromo de Hamás del 7 de octubre en Israel.
“¿Están realmente interesadas las organizaciones islámicas radicales e incluso terroristas en atacar a Rusia, que hoy defiende una solución justa al creciente conflicto en el Medio Oriente?” preguntó Putin el 25 de marzo.
Rusia ha sufrido al menos 15 ataques terroristas desde el ascenso de Putin al poder, comenzando en 1998, cuando se convirtió en el jefe de la agencia político-policial FSB. Si bien pocos han sido tan mortíferos como el ataque más reciente, Putin los aprovechó con éxito para fortalecer su control del poder.
Mientras lanzaba acusaciones de “terrorismo” contra Ucrania, Moscú desató su última oleada de bombardeos aéreos mortíferos contra ciudades e infraestructuras ucranianas el 25 de marzo.
El 23 de marzo la Confederación de Sindicatos Libres de Ucrania denunció este “terrorismo con misiles”, que está “causando víctimas civiles, entre ellos trabajadores en sus centros de trabajo, y está destruyendo diariamente la economía y la infraestructura energética de Ucrania”.
En lugar de desmoralizar al pueblo ucraniano, los continuos ataques de Putin han fortalecido su determinación de repeler a los invasores.