En una acción prácticamente sin precedentes, agentes del FBI incautaron el 9 de abril aparatos electrónicos, registros financieros y de comunicaciones de la oficina, hogar y el cuarto de hotel del abogado personal del presidente Donald Trump, Michael Cohen. Recibieron la orden de la Oficina del Fiscal Federal para el distrito sur de Nueva York, a recomendación de Robert Mueller, el ex director del FBI que es ahora el fiscal especial que está tratando de justificar un juicio político contra el presidente.
Las redadas son una prueba adicional de que la investigación de Mueller, supuestamente sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016, es en realidad una operación para fabricar un caso.
Después de casi un año de investigación, Mueller no ha presentado ninguna evidencia contra Trump. Los liberales y la izquierda pequeño burguesa han elogiado al ex espía más alto del gobierno, con la esperanza de que pueda destituir a Trump de su cargo.
“¿Estamos realmente en una situación en la que Bob Mueller ya no está investigando crímenes, sino solamente a personas?”, preguntó el congresista republicano de Florida Matt Gaetz. Pero la investigación de Mueller, como todos los fiscales y gran jurados, están dirigidas contra un individuo para encontrar un crimen del cual acusarle.
“¡El privilegio entre el abogado y su cliente está muerto!”, escribió el presidente por Twitter tras la redada, y agregó después: “¡TODA UNA CACERÍA DE BRUJAS!”
Redadas como esta son parte de los métodos que la policía ha utilizado durante décadas para incriminar a trabajadores en la primera línea de las batallas de clase. El papel del FBI es salvaguardar los intereses de los gobernantes capitalistas. Ha fabricado casos contra luchadores en el movimiento obrero y por los derechos de los negros, opositores de las guerras de Washington y comunistas, tanto bajo gobiernos demócratas como republicanos. Muchos de los principales funcionarios de la agencia han sido expuestos como parte de la pandilla anti-Trump.
El fiscal especial tiene inmensos poderes y no tiene límite de tiempo. No rinde cuentas a nadie. Su “investigación” socava protecciones ganadas con sangre contenidas en la Carta de Derechos, incluyendo a la Sexta Enmienda, que protege el derecho a un juicio y “a contar con la asistencia de un abogado para su defensa”.
Estas serán mas importante a medida que las batallas de clase se intensifiquen en los años venideros y los gobernantes capitalistas traten de romper las luchas de la clase trabajadora y destruir los sindicatos.
La redada contra Cohen fue justificada por la Oficina del Fiscal Federal como parte de una investigación de sus “negocios personales”. Pero todo el debate en los medios burgueses se centra en su relación con el presidente.
A pesar de casi un año de funcionar sin límites, Mueller no está más cerca de encontrar evidencia que pueda utilizar para acusar a Trump de complicidad con la interferencia de Moscú en las elecciones de 2016. Pero la investigación simplemente continúa.
Una histeria febril se ha apoderado de los liberales y la izquierda, mientras tratan de hacer una mezcla de presuntas conexiones con Moscú, las calumnias y acusaciones en el nuevo libro del ex director del FBI James Comey y las insinuaciones sobre las supuestas infidelidades del presidente. De hecho, las encuestas muestran que hay un apoyo creciente para Trump a medida que el empleo mejora y él ha tomado algunos pasos en la política exterior que han sido populares, como su esfuerzo por llegar a un acuerdo con Corea del Norte.
Los medios liberales y la izquierda tratan de presentar al presidente Trump como algo fundamentalmente nuevo y diferente en la política de Estados Unidos. La ex secretaria de estado bajo Bill Clinton Madeline Albright escribió en el New York Times el 6 de abril que Trump está abriendo la puerta a un resurgimiento mundial del fascismo.
En realidad, la administración Trump, como todas las que la precedieron, defiende los intereses de los gobernantes capitalistas.
La clase peligrosa
Hay una crisis política sin precedentes en Estados Unidos que hoy desgarra a los dos partidos políticos de los gobernantes: los demócratas y los republicanos. Está enraizada en las preocupaciones y el temor que los meritócratas y liberales tienen de la clase trabajadora. Eso es lo que les pareció “diferente” de la campaña de Donald Trump, y ahora, para su horror, de su presidencia. Para ellos, la única explicación es que la clase trabajadora se está volviendo más racista, más antiinmigrante y más opuesta a los derechos de la mujer y por lo tanto debe ser controlada.
Esta crisis política no tiene equivalente en ningún otro lugar en el mundo capitalista.
En comentarios hechos en India el mes pasado, Hillary Clinton dio continuidad a sus comentarios hechos durante la campaña de 2016 cuando dijo que los trabajadores que votaron por Trump eran “deplorables”. Clinton dijo que el presidente obtuvo votos de personas en áreas que realmente no cuentan. Por otro lado, enfatizó que ella “ganó en los lugares que representan dos tercios del producto interno bruto de Estados Unidos”. Ella y sus similares creen profundamente que los votos en áreas más ricas deberían contar más que los de áreas donde según ella los trabajadores “miran hacia atrás”.
Son estos trabajadores “deplorables” los que están involucrados en batallas laborales en estados donde Trump ganó la mayoría de los votos en 2016, como Virginia del Oeste, Oklahoma y Kentucky, y están brindando un poderoso ejemplo que millones de trabajadores están siguiendo muy de cerca. Los maestros y trabajadores escolares en huelga están demostrando que es posible librar una lucha unida y eficaz contra los patrones y gobiernos de todos los niveles que intentan hacer pagar al pueblo trabajador por la crisis económica, política y moral del capitalismo.