Las normas de belleza y moda son inseparables de la lucha de clases

25 de noviembre de 2024
Una ofensiva política tras la II Guerra Mundial promovió la “mística femenina”. El mensaje, dirigido a las mujeres que iban siendo reemplazadas en las fábricas por los soldados que regresaban, era que ante todo eran “amas de casa”, no trabajadoras. Esta tendencia pronto cambió al aumentar nuevamente la contratación. Arriba, anuncio en los años 50 de un “refrigerador invertido”. Derecha, anuncio de lápiz labial “See Red” en 1955.
Una ofensiva política tras la II Guerra Mundial promovió la “mística femenina”. El mensaje, dirigido a las mujeres que iban siendo reemplazadas en las fábricas por los soldados que regresaban, era que ante todo eran “amas de casa”, no trabajadoras. Esta tendencia pronto cambió al aumentar nuevamente la contratación. Arriba, anuncio en los años 50 de un “refrigerador invertido”. Derecha, anuncio de lápiz labial “See Red” en 1955.

A continuación reproducimos los dos primeros capítulos de la nueva edición de Los cosméticos, la moda y la explotación de la mujer de Mary-Alice Waters, Evelyn Reed y Joseph Hansen, que estará disponible en diciembre. Waters es una dirigente de larga trayectoria del Partido Socialista de los Trabajadores y presidenta de la editorial Pathfinder. La semana pasada, el Militante publicó el prefacio de Waters.

El capítulo de Isabel Moya está basado en su charla en la presentación de la edición cubana del libro en la Feria Internacional del Libro de La Habana el 14 de febrero de 2011. Moya fue una dirigente de la Federación de Mujeres Cubanas y directora de Editorial de la Mujer. Copyright © 2024 by Pathfinder Press. Reprinted by permission.

BY MARY-ALICE WATERS

La belleza no tiene identidad con la moda. Pero sí tiene identidad con el trabajo. Aparte del reino de la naturaleza, todo lo bello ha sido producido por el trabajo y por los trabajadores.
EVELYN REED

A principios de los años 50, un semanario socialista revolucionario basado en Nueva York, que proclama con orgullo ser “publicado en defensa de los intereses del pueblo trabajador”, sacó un artículo —con sentido del humor pero al mismo tiempo serio— que exponía los planes del sector de cosméticos de la “industria de la moda” de conspirar nuevamente para aumentar sus ventas y tasas de ganancia. Eran los negocios capitalistas de siempre, informó el Militante en 1954.

Los mercaderes de la “belleza” estaban activando una nueva campaña publicitaria destinada a convencer a las mujeres trabajadoras de que simplemente tenían que tener una nueva línea de productos para sentirse felices, seguras, contratables y sexualmente deseables.

Algunos lectores del periódico respondieron con airadas cartas al director del Militante, Joseph Hansen, en las que arremetieron contra el autor del artículo, Jack Bustelo. Lo acusaron de ridiculizar a las mujeres trabajadoras y de atacar su “derecho” a buscar “un poco de encanto y belleza en su vida”. Resulta que “Bustelo” —una marca de café tostado oscuro, muy popular entre puertorriqueños y cubanos en Nueva York, y muy del gusto del director del periódico— era el seudónimo bajo el cual el propio Joseph Hansen había redactado el artículo.

La animada polémica que se produjo, primero en las páginas del Militante y después en un boletín de discusión para los miembros del Partido Socialista de los Trabajadores, se convirtió en un libro de texto sobre los fundamentos del marxismo. El artículo de Hansen titulado “El fetiche de los cosméticos”, que apareció originalmente en el boletín, ofreció una introducción popular a El Capital de Carlos Marx, la crítica de economía política más abarcadora que existe. Hansen hizo comprensible para el lector más primerizo el aparente misterio del “fetichismo de la mercancía”.

En respuestas claras y pedagógicas a los críticos de Bustelo, Evelyn Reed, una dirigente del PST, se sumó al debate. Ella explicó que las normas de belleza y moda son, ante todo, cuestiones de clase que no pueden ser desligadas de la historia de la lucha de clases. Explicó cómo y por qué las normas siempre cambiantes de la “belleza” y la “moda” que se imponen a las mujeres —y a los hombres— forman parte integral de la perpetuación de la opresión de la mujer. Expuso cómo, hace milenios, al ir aumentando la productividad del trabajo humano, surgieron la propiedad privada y la sociedad de clases en el transcurso de sangrientas luchas, y las mujeres fueron reducidas a una forma de propiedad. Se convirtieron en el “segundo sexo”.


“Hace milenios, al aumentar
la productividad del trabajo,
surgió la sociedad de clases. Las
mujeres fueron reducidas a una
forma de propiedad. . .”


Hoy día la lucha para erradicar la condición subordinada de la mujer no es simplemente una “cuestión femenina”, señaló Reed. Es una parte esencial de la lucha de la clase trabajadora para quitarles el poder estatal a las familias que controlan las industrias, la banca y el comercio en gran escala. Solo con ese histórico avance para la humanidad se podrá dar paso a la igualdad de la mujer, mediante la eliminación de todas las formas de explotación y opresión, y del creciente peligro de una guerra mundial imperialista y catástrofe nuclear.

Los adversarios de Hansen en la “controversia Bustelo” —como llegó a conocerse la polémica entre las filas del PST— encontraron terreno fértil en la relativa prosperidad y el repliegue de la clase trabajadora de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos. El inicio de la década de 1950, conocido a menudo como el período macartista, se caracterizó ante todo por la envalentonada ofensiva de los gobernantes capitalistas para domesticar a los sectores combativos del movimiento sindical que habían surgido de las batallas obreras de los años 30 y mediados de los 40. Perdieron terreno las mujeres —y los africano-americanos— que habían ingresado por millones a la fuerza laboral industrial durante los años de guerra, cuando a los capitalistas les faltaba mano de obra.

Sin embargo, apenas unos años después del asunto Bustelo, el panorama político cambió rotundamente.

El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 dio nuevas muestras de la capacidad de los trabajadores comunes y corrientes de tomar el poder estatal y empezar a transformar el mundo que heredaron. Y ofreció muestras incuestionables de la vulnerabilidad de la clase gobernante norteamericana.

Gloria Richardson, dirigente de lucha por los derechos de los negros, hace frente a Guardia Nacional en una protesta, Cambridge, Maryland, 1964. El movimiento despertó a millones de personas a la vida política.
AP photoGloria Richardson, dirigente de lucha por los derechos de los negros, hace frente a Guardia Nacional en una protesta, Cambridge, Maryland, 1964. El movimiento despertó a millones de personas a la vida política.

En Estados Unidos en los años 60, fue creciendo una amplia radicalización política, impulsada ante todo por las victoriosas batallas de clases, encabezadas por los trabajadores africano-americanos en las principales ciudades industriales del Sur, que derribaron el sistema de segregación racial conocido como Jim Crow. Fue erradicada la versión estadounidense del “apartheid”, modelo que había prevalecido durante casi un siglo. Cambiaron para siempre las relaciones raciales en Estados Unidos. Esa histórica lucha, conocida más ampliamente como el movimiento por los derechos civiles, despertó a la vida política a millones de personas de todas las razas, incluidas nuevas generaciones de jóvenes.

El punto culminante del movimiento por los derechos civiles coincidió con la creciente guerra de Washington contra el pueblo vietnamita, que luchaba por la soberanía nacional y la unificación de su país. Cientos de miles de jóvenes —negros, blancos, puertorriqueños, indígenas, mexicano-americanos, asiático-americanos— reclutados a las fuerzas armadas para pelear y morir en esa guerra vieron con sus propios ojos el verdadero rostro del imperialismo norteamericano. Unos 58 mil estadounidenses y un total estimado de 3 millones de vietnamitas perdieron la vida en la aventura imperialista de Washington, hasta que los luchadores por la liberación de Vietnam triunfaron. Muchos soldados estadounidenses que regresaron a casa se sumaron a los millones de personas en todo el país y el mundo que exigían “¡Regresen las tropas a casa ya!”

Un aspecto integral de esta politización y radicalización fue el comienzo de una nueva ola de luchas contra la milenaria opresión de la mujer como “segundo sexo”. Las mujeres se tomaron las calles. Junto a sus aliados, reclamaron igual paga por igual trabajo, la ampliación de los servicios de cuidado infantil, el cese de las esterilizaciones involuntarias y sobre todo la derogación de todas las leyes que penalizaban el aborto.

Igual que en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam, muchas de estas mujeres también mostraron una buena dosis de liberalismo e ultraizquierdismo cuando empezaron a organizarse.

Esta “segunda ola” de la lucha moderna de las mujeres para librarse de las cadenas de su condición de segunda clase estalló en los años 70 y comenzó a propagarse a nivel internacional. En medio de este proceso, el intercambio de cartas y artículos que formaron parte del “debate sobre cosméticos” fue una potente herramienta educativa, y frecuentemente muy solicitada.


“El movimiento pro derechos
civiles despertó a millones de
todas las razas a la vida política.
Inspiró nuevas luchas contra la
opresión de la mujer. . .”


Ejemplares mimeografiados y desgastados por el uso del Boletín de Discusión del PST, con los materiales recogidos aquí en Los cosméticos, la moda y la explotación de la mujer, se pasaron de mano en mano entre cientos y hasta miles de mujeres y hombres jóvenes que buscaban explicaciones sobre la opresión de la mujer y cómo luchar para eliminarla.

El enfoque —basado intransigentemente en el materialismo histórico— y la perspectiva obrera que encontraron en estas páginas les ayudó a muchos a hacerse comunistas, o a ser mejores comunistas, más conscientes. Les ayudó a comprender que la lucha para acabar con la opresión de la mujer es inseparable de la lucha política por reemplazar la dictadura del capital y su fetichismo universal de la mercancía con el poder estatal de la clase trabajadora.

Y junto con ello, la erradicación de las relaciones de propiedad capitalistas.

* * *

El “debate sobre cosméticos” inició su tercera vida cuando se publicó por primera vez como libro en 1986. Ya para entonces se había desacelerado la expansión global de producción y comercio de la posguerra. Al ir decayendo a nivel mundial las tasas de ganancias de los capitalistas, estos intensificaron sus ataques contra el nivel de vida logrado por la clase trabajadora estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial. Comenzaron a manifestarse las raíces de la prolongada y desgastante crisis capitalista que ha marcado las últimas décadas. Los patrones y su gobierno arremetieron contra muchos de los avances conquistados por las mujeres en las luchas de los años 60 y 70.

En Estados Unidos el gobierno fue restringiendo nuevamente, estado por estado, el acceso legal y médicamente seguro a los servicios de salud reproductiva, incluido el aborto, precondición para la emancipación de la mujer.

Los patrones empezaron a eliminar los programas de acción afirmativa, iniciados en los años 70 por el sindicato de obreros del acero USW y otros sindicatos para reducir las divisiones raciales en el seno de la clase trabajadora. Incluso, los programas que decían fomentar esta igualdad fueron transformados en lo opuesto por sectores de clase media que promovían su propio avance. La política de “Diversidad, Equidad e Inclusión”, según se llegó a conocerse, se propagó mucho más allá de las universidades élite donde nació. Llegó a ser una fuente de privilegios ejecutivos, profesionales y académicos para una capa de clase media alta de mujeres (y hombres) de todos los colores de piel. A diferencia de los programas de acción afirmativa por los cuales había luchado el movimiento sindical, la “DEI” no hizo más que agudizar las divisiones de raza y de clase.

El objetivo de la guerra cultural tras la II Guerra Mundial no era expulsar a las mujeres de la fuerza laboral, sino hacerlas más vulnerables, más prescindibles —más explotables— reduciendo el precio de su fuerza de trabajo.

Contingente en marcha por el Día Internacional de la Mujer, Wollongong, Australia, marzo 1984. La lucha obligó a la acería BHP de Port Kembla a contratar a cientos de mujeres.
Contingente en marcha por el Día Internacional de la Mujer, Wollongong, Australia, marzo 1984. La lucha obligó a la acería BHP de Port Kembla a contratar a cientos de mujeres.

Los gobernantes capitalistas y sus portavoces privilegiados lanzaron una campaña ideológica, una “guerra cultural”, contra las mujeres trabajadoras. Su blanco de ataque eran las decenas de millones de mujeres que, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, habían ingresado al mercado laboral en números sin precedentes, especialmente las primeras que se habían abierto camino en oficios antes considerados terreno exclusivo de los hombres.

El objetivo de esta campaña política no era expulsar a las mujeres de la fuerza laboral. Al contrario. El propósito era hacer que este creciente número de trabajadoras fueran más vulnerables, más prescindibles —en resumen, más explotables— reduciendo el precio de su fuerza de trabajo y frenando así la caída de las tasas de ganancia de los patrones.

Los medios masivos de difusión que sirven los intereses del capital (aún no se habían inventado las “redes sociales”, que sirven los mismos intereses de clase) llenaban sus páginas con artículos que pretendían convencer a los lectores de que los avances para las mujeres en cuanto a oportunidades de empleo y salarios eran injustos para los hombres, especialmente los hombres negros. De que era justificable y comprensible excluir a las mujeres de ciertos empleos y mantener diferencias salariales entre los hombres y las mujeres. Después de todo, la biología es el destino de la mujer, y su principal responsabilidad social y motivo de “realización” es la maternidad. A la mujer no solo le toca el ámbito del hogar y la familia, sino que es el único ámbito que le puede tocar.

Frente a esta sistemática contraofensiva dirigida contra la mayor igualdad social de la mujer, se fragmentaron las diversas fuerzas de clase que habían formado el movimiento por la liberación de la mujer que estaba en ascenso en los años 70. Fue una fuga en desbandada, contrapartida de lo que estaba ocurriendo en el movimiento obrero organizado.

Cuando apareció en 1986, Los cosméticos, la moda y la explotación de la mujer situó estas crecientes presiones en un marco histórico y de clase más amplio. El libro abrió —y sigue abriendo— una ventana a la década después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la clase que extrae su riqueza de la explotación de nuestro trabajo impulsó una semejante ofensiva económica, política e ideológica.

Esa anterior ofensiva política fue promovida ampliamente como la “mística femenina”. Su propósito era convencer a los millones de mujeres que se habían incorporado a la fuerza laboral durante la Segunda Guerra Mundial —cuando escaseaba la mano de obra— de que solo eran “amas de casa” que debían vender su “atractivo”, y no trabajadoras que podían vender su fuerza de trabajo.

La perspectiva política más amplia que leerán en estas páginas aclara cuáles eran las presiones que, en las últimas décadas del siglo 20, pesaban nuevamente sobre las mujeres y hombres con mayor conciencia política. Explica por qué el “movimiento femenino” de los años 70 ya se había aburguesado completamente, convertido apenas en un apéndice electoral de la clase capitalista, sobre todo del Partido Demócrata.

* * *

Las noticias diarias nos confirman más y más que estamos viviendo el inicio de un período de años de convulsiones económicas, financieras y sociales, batallas de clases y guerras a nivel mundial. Ya se escuchan los primeros cañonazos de la Tercera Guerra Mundial, pero lo inimaginable aún no es inevitable.

Ese futuro depende de qué clase gobierne. La clase trabajadora internacional es hoy mucho más grande y potencialmente más poderosa que en los años previos a las dos matanzas interimperialistas del siglo 20.

Lo que falta es una creciente conciencia de clase obrera, la cual solo podrá desarrollarse —y se desarrollará— en el transcurso de las luchas.

Lo que falta es un liderazgo confiable, probado al calor de la batalla y comunista —no estalinista— como el liderazgo de V.I. Lenin y del Partido Bolchevique que Lenin forjó en el imperio zarista. Un liderazgo como el que ejemplificaron Fidel Castro y los cuadros del Movimiento 26 de Julio y del Ejército Rebelde en Cuba, que abrieron paso a la primera revolución socialista en América.

Lo que falta es un liderazgo de las clases productoras explotadas de todos los colores de piel y todas las nacionalidades, como el que demostró Malcolm X en los últimos años de su vida, un liderazgo con valentía e integridad moral.

Ese tipo de liderazgo, también, solo puede forjarse al calor de las batallas de clases.

Arriba, Bridgeport, Connecticut, marzo 2023. Abajo, Austin, Texas, 1971. Con el mayor ingreso de mujeres a la fuerza laboral, ellas exigieron igual paga por igual trabajo, más acceso a cuidado infantil, el cese de esterilizaciones involuntarias y la derogación de leyes que penalizaban el aborto.
Arriba: Hearst Connecticut Media/Arnold Gold; abajo, Militante/Howard PetrickArriba, Bridgeport, Connecticut, marzo 2023. Abajo, Austin, Texas, 1971. Con el mayor ingreso de mujeres a la fuerza laboral, ellas exigieron igual paga por igual trabajo, más acceso a cuidado infantil, el cese de esterilizaciones involuntarias y la derogación de leyes que penalizaban el aborto.

En este contexto mundial, el aumento cualitativo de la proporción de mujeres en la fuerza laboral internacional durante el último siglo representa un factor vital. Las mujeres asumirán más responsabilidades directivas que nunca en las futuras batallas revolucionarias basadas en la clase trabajadora.

Con esta nueva edición, Los cosméticos, la moda y la explotación de la mujer ha iniciado su cuarta vida, y en buena hora.

* * *

Cabe considerar dos preguntas que han formulado lectores atentos desde la publicación inicial de Los cosméticos, la moda y la explotación de la mujer.

Primero, ¿siguen vigentes las cuestiones abordadas en un debate sobre cosméticos y moda ocurrido hace muchas décadas? ¿No perdieron actualidad hace mucho tiempo?

Segundo, ¿no quedó obsoleto el artículo de Reed sobre “La antropología: ¿marxista o burguesa?” ¿No se ha avanzado en el conocimiento sobre las primeras sociedades humanas mucho más de lo que se conocía a mediados de los años 50?

La respuesta a la primera pregunta queda subrayada en la pregunta retórica que Hansen plantea en “El fetiche de los cosméticos”. Durante toda la historia del capitalismo, pregunta Hansen, “¿ha cultivado la burguesía el fetiche de la mercancía de una forma más premeditada que los capitalistas americanos?”

Vale la pena recordar que el nacimiento del propio capitalismo industrial se basó en la producción de textiles, lo cual acabó con el trabajo doméstico femenino en la rueca, el telar y la costura caseras. Uno de los primeros promotores de las lucrativas recompensas que se podían obtener del comercio textil fue un economista y especulador de nombre Nicholas Barbon, citado varias veces por Marx en El capital.


“A medida que el capitalismo
entra en más convulsiones
sociales y guerras, el futuro
depende de las luchas por el
poder obrero y el socialismo. . .”


En toda Asia y gran parte de Europa, señaló Barbon en 1690, el atuendo “es fijo y definido”, mientras que en Inglaterra y Francia “la vestimenta cambia. La moda o la modificación de la vestimenta es un gran impulsor del comercio”, observó. “Porque ocasiona gastos en las prendas antes que las viejas se hayan desgastado….

“Ese es el espíritu y la vida del comercio”.

En toda la historia del capitalismo, pregunta Joseph Hansen: “¿Ha cultivado la burguesía el fetiche de la mercancía de forma más premeditada que los capitalistas americanos?” Arriba, “influencers” de TikTok promocionan produc-tos de “belleza” para niñas de entre 10 y 12 años, apodadas “niñas de Sephora”.
En toda la historia del capitalismo, pregunta Joseph Hansen: “¿Ha cultivado la burguesía el fetiche de la mercancía de forma más premeditada que los capitalistas americanos?” Arriba, “influencers” de TikTok promocionan produc-tos de “belleza” para niñas de entre 10 y 12 años, apodadas “niñas de Sephora”.

Más de tres siglos después, siguen aumentando de manera estratosférica los recursos que las empresas capitalistas dedican a la publicidad y a la creación de mercados: es decir, a la creación de “necesidades” que aún no existen. Bajo el sistema de ganancias, en vez de que el avance de la productividad del trabajo social vaya destruyendo esta animación mística de objetos que los propios trabajadores han producido, la clase trabajadora y las clases medias bajas se ven presionadas a “necesitar” más y más cosas. Desde la última versión del teléfono celular hasta el auto de último modelo, los jeans rotos que cuestan 500 dólares y la explosión de diferentes tipos de cirugía “cosmética”, blanqueadores de piel y salones de bronceado, bolsos “de diseñador” y maquillaje-diseñado-para-que luzcas-como-si-no-usaras-maquillaje.

Sin tregua imponen todo esto, y mucho más, a los infelices “consumidores”, incluso a niños más y más jóvenes.

La presión para estar “de moda” —es decir, para ser “contratable” así como atractivo a una posible pareja— ha calado aún más hondo en la clase trabajadora. Bajo el dominio burgués, la Internet y las mal llamadas “redes sociales” se han convertido en nuevas herramientas, más grotescamente poderosas, mediante las cuales la ideología, la moral y las mercancías capitalistas penetran en nuestra vida cada minuto del día. Y ahora se vislumbra la “inteligencia artificial” al servicio del capital.

La compulsión fabricada de “ir de compras” —con la que se manipula ante todo las inseguridades emocionales de las mujeres y los adolescentes, creadas por las relaciones sociales capitalistas— no ha hecho más que ahondarse y extenderse. El “marketing” del que tanto se burla Hansen en los años 50 parece cosa de aficionados comparado con los métodos de venta que hoy día usan contra nosotros. La expresión “Shop till you drop” (Compra hasta caer muerto), una exageración humorística, se ha convertido en descripción de una condición social real que hunde a un creciente número de familias obreras en más y más deudas, a menudo con tasas usureras.

El impacto de la “industria” publicitaria capitalista del siglo 21 es, en todo caso, aún más insidioso cuando se propaga por regiones del planeta antes protegidas hasta cierto punto del mercado mundial imperialista. En extensas zonas de África, Asia y América Latina donde prevalece el subdesarrollo agrícola e industrial impuesto por el imperialismo —como también en países que antes formaban parte del ahora extinto bloque económico y comercial dominado por la Unión Soviética— el canto de sirena del fetichismo de la mercancía es un arma imperialista sin igual.

Por si fuera poco, la “industria de la cirugía cosmética” penetra cada vez más profundamente en estos países al tiempo que las oportunidades para una producción socialmente útil son eliminadas por la competencia de potencias capitalistas más fuertes.


“Con el aumento de mujeres en
la fuerza laboral, ellas asumirán
más liderazgo en las futuras
batallas revolucionarias. . .”


Según las elocuentes palabras del Manifiesto Comunista, “Los bajos precios de sus mercancías son la artillería pesada con la que [la burguesía] derrumba todas las murallas chinas. . . Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción; las obliga a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: crea un mundo a su imagen y semejanza”.

Como deja claro esta no tan anticuada polémica de los años 50, en épocas de repliegue de la clase trabajadora como el que hemos vivido durante las últimas décadas —un repliegue mucho más prolongado y devastador que el intervalo relativamente breve de los años de posguerra descrito en estas páginas— la “artillería pesada” del capitalismo cobra su precio, incluso entre los que tienen más conciencia política.

* * *

La respuesta a la segunda pregunta es igualmente importante.

Los artículos de Evelyn Reed —“El marxismo y la cuestión de la mujer” y “La antropología: ¿marxista o burguesa?”— son dos de los primeros que ella escribió sobre estos temas. Fueron en efecto los “primeros borradores” de la obra que ella continuó corrigiendo y ampliando, y sobre la que siguió escribiendo y dando conferencias durante otros 25 años. De hecho, esta edición de Los cosméticos, la moda y la explotación de la mujer incorpora las correcciones que Reed hizo a “El marxismo y la cuestión de la mujer” en 1969, cuando ella preparó fragmentos de ese artículo para incorporarlos a Problems of Women’s Liberation (Problemas de la liberación de la mujer). Esa obra, junto con Sexism and Science (El sexismo y la ciencia), Is Biology a Woman’s Destiny? (¿Es la biología el destino de la mujer?) y su muy aclamado libro La evolución de la mujer—todos publicados originalmente por la editorial Pathfinder— se ha editado en todas partes del mundo en más de una decena de idiomas.

El enfoque de la fuerte polémica en Los cosméticos, la moda y la explotación de la mujer es lo que Reed a menudo llamaba la “Guerra de los 100 años en la antropología”. En este escrito, como en los otros, Reed defiende el materialismo histórico de Lewis Morgan, un antropólogo del siglo 19 cuya obra Carlos Marx y Federico Engels utilizaron extensamente en sus escritos sobre este tema, y de Robert Briffault, continuador de Morgan en el siglo 20.

Como explica Reed, uno de los principales frentes de batalla en esta guerra de más de un siglo en torno al materialismo histórico se ha definido por esta interrogante: ¿Es cierto, como argumentan algunos, que algo parecido al sistema moderno burgués “patriarcal de relaciones matrimoniales y familiares se remonta al reino animal”? O más bien, como afirman otros, ¿lo que frecuentemente se denomina “patriarcado”, y la condición de segunda clase de la mujer, surgieron durante los últimos milenios como piedra angular de las sociedades divididas en clases?

En este escrito como en sus otros, Reed responde a estas preguntas en términos claros y comprensibles. A medida que se desarrolló la agricultura y la cría de animales, y al aumentar la productividad del trabajo humano, comenzó a acumularse un excedente de alimentos por encima de lo necesario para la mera supervivencia. Con el tiempo, este excedente fue apropiado por unos pocos —sacerdotes, líderes tribales, jefes guerreros— que estaban encargados de proteger las reservas comunales para cuando fueran necesarias. De estos orígenes surgieron la propiedad privada y todas sus instituciones de clase, que llegaron a dominar todas las relaciones sociales, incluidas las relaciones entre hombres y mujeres.

En este proceso, repetido muchas veces y de diferentes formas por todo el planeta, surgió por primera vez un pequeño número de hombres como clase dominante. En conflictos sangrientos ellos subyugaron a otros hombres. Las mujeres y sus hijos —junto con el ganado y otros animales domésticos— se convirtieron en una valiosa propiedad privada. La palabra “familia” en latín significaba “un hombre y sus esclavos”.

“Detrás del debate”, explica Reed, “se escondía una cuestión de lucha de clases e ideología de clase”.

Si la sociedad de clases y la condición subordinada de la mujer que la acompaña representan solo una etapa de la historia humana, una etapa que surgió en una cierta coyuntura histórica por razones específicas, entonces podrán ser eliminadas en una nueva coyuntura histórica por otras razones específicas.

La industria publicitaria es aún más insidiosa al extenderse a África, Asia y América Latina donde prevalece el subdesarrollo agrícola e industrial impuesto por el imperialismo. Anuncio de jabón Silka en Filipinas promete ¡“la verdadera señal del blanqueamiento” en siete días!
Cortesía Shaira EmbateLa industria publicitaria es aún más insidiosa al extenderse a África, Asia y América Latina donde prevalece el subdesarrollo agrícola e industrial impuesto por el imperialismo. Anuncio de jabón Silka en Filipinas promete ¡“la verdadera señal del blanqueamiento” en siete días!

Si es cierto que ha ocurrido una evolución en las relaciones sociales, pasando por distintas etapas de la prehistoria y la historia de la sociedad humana, las cuales están determinadas por crecientes niveles de productividad del trabajo y cambios en las relaciones de propiedad —todo esto acompañado de enormes y prolongados conflictos y violencia— entonces el capitalismo y el dominio capitalista no son más permanentes que las sucesivas relaciones sociales y relaciones de propiedad que existieron antes.

Los que hoy día estudian y escriben sobre el desarrollo del trabajo social y las etapas más tempranas de la organización social tienen acceso a un conjunto más grande y nutrido de investigaciones que los primeros antropólogos, o incluso más que los de la generación de Reed. De eso no queda duda. Se irá arrojando más luz sobre las complejidades, contradicciones y variedades en la evolución social humana. Pero como señala Reed, el hecho de reconocer esta diversidad “no nos exime de indagar sobre la historia social y explicar la evolución de la sociedad humana en su avance a través de las diferentes épocas”.

No tiene validez el argumento según el cual, si observamos diversas formas matrimoniales entre los vestigios de grupos primitivos alrededor del mundo, entonces “hay para todos los gustos y simplemente hay que escoger una de ellas”, señala Reed. Sería como afirmar “que, puesto que aún existen vestigios de relaciones de clases feudales y hasta esclavistas, no hubo una secuencia histórica de sociedades humanas basadas en la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo; como afirmar que solo existe una ‘diversidad de formas’”.

La guerra de los 100 años en la antropología está lejos de haber concluido.

En todo caso, hoy el debate es aún más agudo debido a los intentos de los ideólogos “políticamente correctos” de nublar los hechos. Estos ideólogos de clase media, cómodos en sus santuarios académicos y profesionales, se esconden de las cuestiones difíciles de la historia y la emancipación social —que son cuestiones de clase— detrás de sus pronunciamientos de que todo el planeta ha sido “colonizado” por europeos blancos.shoAl contrario de esta concepción del mundo de los privilegiados de clase media, las tareas históricas que la humanidad enfrenta siguen siendo las luchas contra la subyugación de la mujer, las cuestiones nacionales aún sin resolver alrededor del mundo, y la solidaridad y las batallas de clases contra todas las formas de opresión y explotación: la lucha mundial por el poder obrero y el socialismo.

* * *

“La lucha de clases es un movimiento de oposición, no de adaptación», subraya Reed. Y “no solo en el caso de los trabajadores en las fábricas, sino de las mujeres, tanto trabajadoras como amas de casa”. Esta nueva edición de Los cosméticos, la moda y la explotación de la mujer ofrece un aporte a ese movimiento y a esa lucha.

Como lo expresó Reed en la dedicatoria que puso en La evolución de la mujer, “Para las mujeres, rumbo a la liberación”.