El siguiente artículo se publicó originalmente en inglés en tres partes: en las ediciones del Militante del 23 de septiembre, 30 de septiembre y 7 de octubre de 2013.
Primera parte:
Cómo los trabajadores y agricultores coreanos comenzaron a resistir dominación de Washington y división forzosa de su nación
Este año es el 60 aniversario del triunfo del pueblo corean sobre la guerra asesina que Washington libró entre 1950 y 53 para conquistar ese país. Las consecuencias de esa guerra —y la división nacional de Corea, aún no resuelta— siguen repercutiendo hoy día en toda la región del Pacífico y en la lucha de clases mundial.
En el verano de este año, una delegación directiva del Partido Socialista de los Trabajadores —Tom Baumann, James Harris y yo— visitó Pyongyang, capital de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), para participar en las celebraciones del alto el fuego del 27 de julio de 1953, que marcó esa histórica victoria.
Uno de los eventos en ocasión del aniversario fue la inauguración de un nuevo edificio y parque que amplía mucho el Museo de la Victoria en la Guerra de Liberación de la Patria, construido en 1953. Aunque la mayoría de las nuevas exposiciones aún no estaban abiertas al público, visitamos los pabellones al aire libre, donde había aviones, helicópteros, tanques, vehículos blindados y pertrechos militares norteamericanos y sudcoreanos, capturados durante la guerra de Corea o en acciones militares de Washington y Seúl hasta de los últimos años.
En las exposiciones se podían ver varias bombas lanzadas por aviones estadounidenses durante la guerra. Durante esos tres años, Washington desató contra el pueblo coreano más de 635 mil toneladas de bombas, así como 32 557 toneladas de napalm, un 25 por ciento más de lo que las fuerzas norteamericanas lanzaron en todo el teatro del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Solo contra Pyongyang arrojaron 428 mil bombas, aproximadamente una por habitante, según las cifras del museo.
En pueblos y ciudades por todo el norte de Corea, y en algunas partes del sur, fue arrasada la gran mayoría de las casas, hospitales, escuelas, fábricas y otras estructuras. Solo tres edificios grandes quedaron en pie en Pyongyang, y 18 de las 22 ciudades más grandes del Norte fueron destruidas en un 50 o hasta un 100 por ciento.
Después de que se sumaron soldados chinos, en octubre de 1950, a la lucha de la RPDC contra la guerra de conquista norteamericana en la península, el general Douglas MacArthur dio la orden de destruir cada “instalación, fábrica, ciudad y pueblo” en el Norte hasta el río Yalu. El general Curtis LeMay, entonces jefe del Comando Aéreo Estratégico de Estados Unidos, escribió más tarde, “Al final quemamos todos los pueblos en Corea del Norte. . . y también algunos en Corea del Sur. Hasta quemamos [la ciudad sudcoreana de] Pusan; fue por accidente, pero de todos modos la quemamos”.
Y no estamos condenados a depender de carniceros condecorados como LeMay. Un estudio encargado por el Pentágono durante la guerra documentó los bombardeos incendiarios norteamericanos en el Sur en el verano de 1950, cuando las tropas de la RPDC avanzaban rápidamente por la península. “Así que matamos a civiles, a civiles amigos y bombardeamos sus hogares. Incendiamos aldeas enteras con sus residentes—mujeres y niños y 10 veces más soldados comunistas escondidos—bajo lluvias de napalm”, informó el estudio. “Los pilotos regresaron a sus [portaviones] apestando a vómito, exprimido de sus tripas por el shock emocional de lo que tuvieron que hacer”.
Los bombardeos continuaron hasta el alto el fuego en julio de 1953. En los últimos meses, aviones estadounidenses bombardearon cinco represas importantes en el Norte. Causaron masivas inundaciones, ahogaron a civiles, acabaron con la cosecha de arroz y el suministro de ganado para millones de personas, destruyeron puentes y ferrocarriles y desbarataron la red eléctrica.
División de Corea en 1945
En septiembre de 1945, tras cuatro décadas de luchas contra la brutalidad y el saqueo colonial japonés, Corea fue partida en dos por Washington y Moscú cerca del paralelo 38. Este atropello a la soberanía nacional del pueblo coreano fue la aplicación del “fideicomiso” conjunto, tramado entre el presidente Franklin Roosevelt y el primer ministro José Stalin en febrero de 1945, en la conferencia de Yalta de las Potencias Aliadas en la Segunda Guerra Mundial. El sur y el norte de Corea fueron ocupados por tropas estadounidenses y soviéticas, respectivamente, reflejando la situación militar en el terreno en septiembre de 1945.
Desde 1905 Corea había estado bajo el dominio colonial del imperialismo japonés —primero de facto, después en forma directa— con la complicidad de Washington. La contrapartida era que Tokio aceptaba el dominio colonial del imperialismo estadounidense en Filipinas.
Durante décadas, Tokio había exigido que los coreanos hablaran japonés en vez de su propio idioma, y en 1939 les ordenó que adoptaran nombres japoneses.
Cientos de miles de coreanos fueron reclutados como policías o soldados para mantener la opresión nacional de su pueblo y después, en los años 30 y 40, la ocupación japonesa de Manchuria, en el norte de China. Millones fueron llevados a Japón contra su voluntad para servir de mano de obra forzosa en minas y fábricas, o como esclavas sexuales llamadas “mujeres de consuelo” para los soldados japoneses. Al final de la Segunda Guerra Mundial, el 10 por ciento de la población coreana vivía en Japón.
El pueblo trabajador coreano aprovechó la derrota de Tokio en la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945, para avanzar en su lucha por la independencia y dignidad nacional, así como una reforma agraria, sindicatos y derechos laborales, el sufragio femenino y la expropiación de fábricas y otros centros de trabajo. Una lucha de clases revolucionaria se extendió de una punta de la península a la otra, entre la gran mayoría de pueblo trabajador y los grandes terratenientes y capitalistas coreanos que habían afianzado sus propios privilegios y ganancias en complicidad con los ocupantes japoneses.
Individuos y organizaciones que tenían muchos años de lucha contra el colonialismo japonés organizaron Comités Populares. Los comités variaban en su composición de clase. Muchos estaban dominados por trabajadores y campesinos pobres, mientras que otros estaban dirigidos por empresarios y terratenientes que se oponían al dominio japonés.
República Popular de Corea
El 6 de septiembre de 1945, dos días antes de la fecha prevista de la llegada de tropas estadounidenses a Corea, los delegados de estos comités se reunieron y formaron la República Popular de Corea, con Seúl como capital. Tres de cada cuatro personas propuestas para cargos en el nuevo gobierno pertenecían a grupos vinculados con Moscú, el Partido Comunista de China y corrientes pequeñoburguesas y burguesas radicales del movimiento nacionalista en Corea.
Sin embargo, la asamblea de los Comités Populares también ofreció cargos a otros individuos como Syngman Rhee, quien había vivido exiliado en Estados Unidos casi todo el período de 1905 a 1945. Lo que caracterizó a Rhee, en su trayectoria política cada vez más reaccionaria a lo largo de cuatro décadas, fue suplicarle de rodillas a Washington que presionara a Tokio para otorgarle a Corea su independencia —en vano— y forjar lazos con grupos misioneros y otras instituciones cristianas protestantes. (Además de Filipinas, donde más del 80 por ciento de la población es católica, Corea del Sur tiene el mayor porcentaje de cristianos, principalmente protestantes, en Asia oriental: un 10 por ciento en 1945 y casi la tercera parte en la actualidad).
La República Popular de Corea liberó a presos políticos, organizó la distribución de alimentos y convocó a elecciones nacionales para marzo de 1946. Anunció la confiscación de las tierras en manos de los invasores japoneses y los colaboradores coreanos; una reforma agraria en estas y otras tierras; la nacionalización de la minería, grandes industrias, la banca y el transporte; el sufragio universal; un salario mínimo y una jornada laboral de ocho horas.
Pero la clase dominante de Estados Unidos no iba a permitir que el pueblo coreano estableciera un gobierno que, al profundizarse las luchas revolucionarias, se convirtiera en un poder obrero y campesino y reemplazara al gobierno capitalista y las relaciones sociales basadas en la explotación de clase en el campo y la ciudad. Veían a Corea como un premio para el capitalismo norteamericano, y un paso hacia una mayor dominación de China, con sus vastas tierras, más de 500 millones de campesinos y trabajadores explotables, y mercados lucrativos para la exportación del capital estadounidense.
Régimen militar norteamericano
El 7 de septiembre de 1945, el día antes de que las fuerzas de ocupación norteamericanas desembarcaran en suelo coreano, su comandante, el general MacArthur, decretó que todo el poder administrativo en Corea al sur del paralelo 38 estaba bajo su jurisdicción. El general estadounidense advirtió: “Todas las personas obedecerán sin demora todas mis órdenes y las órdenes emitidas bajo mi autoridad. Todo acto de resistencia a las fuerzas de ocupación o acto que pueda perturbar la paz y seguridad pública será castigado severamente”. Durante la ocupación militar, dijo, el inglés sería el idioma oficial de Corea.
El gobierno militar norteamericano se negó a reconocer a la República Popular de Corea y continuó aplicando las leyes de la odiada administración colonial japonesa. Los invasores norteamericanos hasta mantuvieron a los funcionarios de Tokio, incluido el gobernador general Abe Nobuyuki.
En su edición del 5 de enero de 1946, el Militant publicó un relato de un soldado norteamericano estacionado en Corea. El gobierno militar norteamericano, escribió el soldado, “decidió que lo mejor era congelar el statu quo… pero los coreanos no opinaban así. Simplemente no podían comprender por qué el ejército estadounidense empleaba a sus odiados enemigos para continuar con la opresión de un pueblo ‘liberado’”.
Las fuerzas de ocupación norteamericanas, escribió el soldado, consideraban la creación de la República Popular de Corea como “nada menos que una revolución, y puesto que esta gente era claramente socialista, era una revolución ‘comunista’. Así que enviamos a nuestras tropas, expulsamos a los coreanos excesivamente patriotas y volvimos a poner en sus puestos a los japoneses y a los colaboradores de los japoneses”.
Segunda parte:
Washington impuso gobierno capitalista-latifundista en Corea del Sur
No tardó mucho para que el régimen de ocupación norteamericano llegara a la conclusión de que, “desde el punto de vista de la opinión pública, es conveniente quitar a los funcionarios japoneses”, según lo expresó un asesor del Departamento de Estado a la cúpula militar norteamericana en Corea.
Pero el asesor también advirtió que los funcionarios nombrados por Tokio debían ser quitados “solo de palabra”, ya que “no hay coreanos calificados para los cargos que no sean de bajo rango”. Por otra parte, el funcionario señaló que existían algunas figuras burguesas coreanas que podían ser integradas al régimen.
“Aunque muchos de ellos han trabajado con los japoneses, ese estigma debe desaparece con el paso del tiempo”, dijo el asesor. Pero eso no ocurrió.
Un análisis en 1947 de la recientemente creada Agencia Central de Inteligencia (CIA) informaba que la política en Corea del Sur estaba “dominada por una rivalidad entre derechistas” (a quienes el gobierno militar norteamericano había atrincherado en el poder) y un “movimiento independentista popular que se manifestó con el surgimiento de los Comités Populares por toda Corea en agosto de 1945”.
La CIA, al referirse a la “clase numéricamente reducida que prácticamente monopoliza la riqueza y educación nacional”, señaló que “esta no pudo adquirir y mantener su posición favorable bajo el dominio japonés sin ofrecer un mínimo de ‘colaboración’”.
En resumen, dijo la agencia de espionaje, el nuevo gobierno en el Sur era “esencialmente el viejo aparato japonés”, que imponía su autoridad mediante la Policía Nacional establecida por Tokio, la cual había sido “implacablemente brutal en suprimir el desorden”.
Para tratar de embellecer el carácter colaboracionista del gobierno que estaba imponiendo, en octubre de 1945 Washington trasladó a Syngman Rhee de Estados Unidos a Tokio. Este se reunió allí con el general MacArthur y después voló a Seúl en el avión personal de MacArthur, el Bataan.
“Por medio de su títere, el Dr. Rhee, [el gobierno militar norteamericano] intentó forjar una coalición viable de los partidos políticos reaccionarios que ‘gobernarían’ el país” bajo el control de Washington, informó el Militant en su edición del 12 de enero de 1946.
Al intensificar sus ataques contra la República Popular de Corea, las autoridades norteamericanas de ocupación llevaron a cabo medidas que afectaron directamente las condiciones económicas y sociales de los trabajadores y agricultores. En primer lugar, el gobierno militar puso fin a la entrega de tierras a los campesinos que habían sido confiscadas a los grandes terratenientes japoneses. Segundo, el régimen quitó el control de precios al arroz y “reformó” el sistema de racionamiento; a mediados de 1946 redujeron a la mitad la cantidad de arroz que los coreanos antes habían recibido bajo el dominio japonés.
A fines de diciembre de 1945 y principios de 1946, durante varios días, miles de trabajadores en Seúl se volcaron a las calles y lanzaron huelgas para reclamar el fin del gobierno militar norteamericano y condenar el plan de Washington y Moscú para el “fideicomiso conjunto” de Corea.
Las protestas habían sido convocadas por una coalición del Partido de los Trabajadores de Corea del Sur y corrientes burguesas que se oponían a la división del país. Pero poco después, bajo la orden de no poner a Moscú en un aprieto por su complicidad en la división, el Partido de los Trabajadores de Corea del Sur cambió rotundamente de posición y condenó las movilizaciones.
El Daily Worker, diario del Partido Comunista de Estados Unidos, denunció los “estallidos violentos” que, según el periódico, “parecían haber sido provocados por la extrema derecha”. En cambio, el Militant a firmó que “ los luchadores por la libertad en todo el mundo aclamaron las manifestaciones antiimperialistas en Corea”.
Comenzando a finales de septiembre y octubre de 1946, trabajadores ferroviarios, postales, de la electricidad y de imprenta, entre otros, realizaron huelgas para protestar contra la ocupación norteamericana y pedir alimentos. Empezó como una sublevación en Taegu, en el sureste de Corea, pero en noviembre ya se había extendido a 160 aldeas, pueblos y ciudades en las provincias de Kyongsang del Norte y del Sur y de Cholla del Sur, con rebeliones campesinas y ataques contra la odiada Policía Nacional.
La policía, abrumada por la magnitud de la rebelión, recurrió a las fuerzas armadas norteamericanas para aplastarla. El gobierno militar decretó la ley marcial. Cientos de coreanos fueron muertos o heridos; miles fueron golpeados, torturados y encarcelados.
Un soldado norteamericano que fue testigo de esta sangrienta represión, el sargento Harry Savage de Yankton, Dakota del Sur, describió los horrores que había presenciado en una carta al presidente Harry Truman. “Mi nombre es el sargento Savage”, escribió. “Me acaban de dar de baja del ejército después de pasar unos 10 meses en las Fuerzas de Ocupación en Corea. Escribo esto ahora mientras sigue fresco en mi mente y mientras tengo ganas de hacer algo al respecto. . .
“¿Por qué no se le informó al pueblo estadounidense sobre los disturbios que ocurrieron en ese país y los centenares de personas que murieron en esos disturbios?”, preguntó el sargento Savage. Relató que él había sido enviado a sofocar un levantamiento en la ciudad costera de Tongyong, durante el cual “decenas de personas fueron muertas”.
Unos días más tarde, en la cercana ciudad de Masan, “todo nuestro batallón patrulló la ciudad durante el día entero —había cadáveres tirados en las calles— y no dejamos de disparar nuestras ametralladoras”. Muchos coreanos fueron golpeados y torturados por miembros de la Policía Nacional, dijo.
“Muchos de los soldados se enojaron mucho por eso”, escribió el sargento Savage. “Pero la mayoría de los oficiales [estadounidenses] se quedaron tranquilos y dejaron que las golpizas continuaran sin parar. Incluso, nuestra división de artillería mandó una carta a nuestro batallón indicando que no había que criticar lo que hacía la policía . . .
“La mayoría de nosotros pensábamos que estas cosas llegarían seguramente a los periódicos estadounidenses. Unas dos semanas después, el Stars and Stripes publicó un artículo al respecto. Dijo que hubo una revuelta en Masan, ‘pero las tropas estadounidenses restablecieron el orden público sin disparar un solo tiro’”.
Régimen de Syngman Rhee
En mayo de 1948, Washington amañó las elecciones para una Asamblea Nacional en Corea del Sur. La votación, que recibió la bendición de los inspectores de Naciones Unidas, fue limitada a los terratenientes, a los contribuyentes de impuestos en pueblos y ciudades y a los ancianos de las aldeas.
La nueva asamblea estableció la República de Corea, con Syngman Rhee en la presidencia. La investidura se celebró en agosto. Rhee mantuvo su régimen corrupto y brutal hasta 1960, cuando fue derrocado por un levantamiento de masas de trabajadores y jóvenes.
Mientras Rhee estaba siendo ungido en Seúl, tropas y policías surcoreanas, respaldadas por las fuerzas de ocupación de Washington, estaban reprimiendo brutalmente una rebelión en la isla de Cheju, 60 millas al sur de la península.
En marzo de 1948 ya habían comenzado protestas en Cheju para denunciar las elecciones orquestadas por Washington y pedir alimentos y trabajos. Frente a los arrestos y asesinatos que llevó a cabo el gobierno, estalló un levantamiento armado el 3 de abril, encabezado por el Partido de los Trabajadores de Corea del Sur y otras fuerzas.
Con la arrogancia imperial y el desprecio hacia los trabajadores que caracterizaba a los invasores, el coronel estadounidense Rothwell Brown escribió que las filas de los combatientes eran “campesinos y pescadores ignorantes e incultos”.
Ya para el verano de 1949 el levantamiento había sido prácticamente aplastado. “El trabajo ya está casi terminado”, dijo el embajador norteamericano John Muccio en un cable que envió al Departamento de Estado en mayo.
Según los propios datos del gobierno, por lo menos 30 mil personas en la isla de Cheju fueron asesinadas, de una población de no más de 300 mil. Las cifras más recientes ascienden a 80 mil muertos.
En una campaña salvaje que Washington luego usó en la guerra de Vietnam como modelo para su programa de “aldeas estratégicas”, el ejército y la policía de Corea del Sur expulsó a los campesinos de sus hogares y los concentró a la fuerza en aldeas muy fortificadas. Al final de este baño de sangre, solo quedaron 170 de las 400 aldeas en Cheju, casi 40 mil casas fueron destruidas y decenas de miles de personas se refugiaron en Japón.
En octubre de 1948 estalló un nuevo levantamiento en la ciudad sudoriental de Yosu. Muchos soldados de los Regimientos 14 y 6 del ejército coreano en esa ciudad se rebelaron al recibir la orden de ir a Cheju y participar en una sangrienta represión contra sus compatriotas.
Según un reportaje de Joseph Hansen en la edición del Militant del 8 de noviembre de 1948, el New York Herald Tribune informó que cuando llegó la orden de ir a Cheju, los soldados rebeldes mataron “a todos los oficiales leales en Yosu y se apoderaron de un arsenal de armamentos norteamericanos y japoneses”. Hansen escribió que los soldados requisaron un tren y se encaminaron a la cercana ciudad de Sunchon, donde “izaron las banderas de la República Popular de Corea del Norte” —establecida apenas unas semanas antes, el 9 de septiembre— y se les sumaron centenares de residentes locales. La rebelión fue sofocada por tropas coreanas bajo el mando de oficiales estadounidenses.
El reportaje del Militant sobre el artículo del Herald Tribune continuó así:
Mas de 5 mil hombres fueron encerrados en el campo de deportes de una escuela [en Sunchon] para ser interrogados “sobre dónde se encontraban durante la rebelión y cómo habían actuado”. Acto seguido, grupos de ellos fueron ejecutados. “Una de las primeras cosas que vieron los corresponsales estadounidenses al llegar aquí hoy fue un pelotón de fusilamiento sobre los enemigos caídos”
El informe concluye: “Se ha instado a los cuatro corresponsales estadounidenses, presentes aquí en el escenario de la lucha, a que recalquen que si las tropas norteamericanas son retiradas de la zona en un futuro próximo, todo el país será conquistado indudablemente por comunistas organizados”.
En julio de 1950, aún antes de que Washington desatara su guerra asesina en Corea, más de 100 mil trabajadores, campesinos y jóvenes ya habían sido muertos a manos del régimen latifundista-capitalista y del ejército norteamericano de ocupación que lo impuso en la parte sur de la nación dividida.
Tercera parte:
En guerra de Corea, gobernantes de EE.UU. intentaron aplastar lucha por soberanía y contra dominio capitalista
Mientras tanto, al norte del paralelo 38 en Corea, se estableció un Comité Popular Central en febrero de 1946, presidido por Kim Il Sung, uno de los dirigentes del movimiento de liberación contra la opresión colonial de Tokio. El nuevo gobierno de trabajadores y campesinos reconoció las tomas de tierras por parte de los campesinos y llevó a cabo una extensa reforma agraria, expropiando a los grandes terratenientes y capitalistas tanto japoneses como coreanos, y tomó otras medidas sociales a favor del pueblo trabajador.
El 9 de septiembre de 1948, en respuesta a la imposición del régimen de Syngman Rhee en Seúl mediante elecciones amañadas por Washington, se estableció en Pyongyang la República Popular Democrática de Corea (RPDC).
Guerra de Corea
Cuando estalló la guerra entre los dos gobiernos el 25 de junio de 1950, los gobernantes de Estados Unidos dieron su respaldo total a los intentos del régimen de Rhee de reimponer la dictadura del capital en el norte. En esos momentos, había muchos entre la clase dominante norteamericana que esperaban que sus tropas también pudieran marchar más allá del río Yalu y asestar un golpe mortal a la Revolución China, que había triunfado en 1949.
En cuestión de dos días, Washington obtuvo el amparo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para desplegar fuerzas militares de Estados Unidos y de sus aliados, en lo que el presidente Harry Truman calificó como una “operación policial” de la ONU para “suprimir una incursión de bandidos en la República de Corea”.
Bajo la orden directa del primer ministro José Stalin, el embajador soviético Jacobo Malik no se presentó a la votación en el Consejo de Seguridad, donde habría podido vetar a la resolución estadounidense. El pretexto de Moscú era que estaba boicoteando al Consejo de Seguridad en protesta contra la decisión de Washington de bloquear el ingreso de la República Popular China a la ONU. Pero la verdadera razón —evitar un enfrentamiento con Washington— quedó desenmascara menos de una semana después, cuando le tocó a la Unión Soviética ocupar la presidencia del Consejo de Seguridad y el “boicot por razones de principios” de Malik cesó abruptamente.
Durante los tres años siguientes, unos 2 millones de soldados estadounidenses fueron enviados como carne de cañón a Corea, junto con más de 160 mil efectivos de otros 15 países. Los contingentes más numerosos llegaron del Reino Unido, Canadá, Australia y Turquía.
El Ejército Popular Coreano de la RPDC liberó rápidamente el 90 por ciento de la península, llegando hasta una pequeña esquina en el sureste que llegó a conocerse como el “perímetro de Pusan”, por el nombre de la ciudad costera en esa zona. Cuando un regimiento estadounidense llegó por barco a Pusan a mediados de julio, los estibadores estaban en huelga y se negaron a descargar sus armas. Las tropas norteamericanas descargaron los equipos ellos mismos o forzaron a los estibadores a hacerlo a punta de fusil.
Rhee y sus principales esbirros huyeron de Seúl apenas comenzaron los combates, y dos días más tarde le siguió la cúpula militar. Al día siguiente, el 28 de junio, quedaba menos de la cuarta parte de las tropas sudcoreanas. La mayoría de sus equipos y armamentos pesados había sido abandonados, destruidos o capturados.
Desenterrando la verdad
El tono de los reportajes en la prensa capitalista en Estados Unidos puede ilustrarse con un par de artículos en julio de 1950 de Hanson Baldwin, redactor militar del New York Times y ganador del premio Pulitzer. Él calificó a los soldados de la RPDC como “langostas invasoras” y agregó, “Enfrentamos un ejército de bárbaros en Corea, pero bárbaros tan preparados, implacables, indiferentes hacia la vida y diestros en las tácticas de la guerra que libran como las hordas de Genghis Khan”.
Baldwin reconoció la indignación de los coreanos frente a “las muertes de mujeres y los niños por bombas estadounidenses” en las primeras semanas de la guerra. Dijo que las fuerzas armadas norteamericanas tenían que demostrar que “no venimos solo para traer destrucción” y convencer a “esta gente simple, primitiva y bárbara … que nosotros —y no los comunistas— somos sus amigos”.
Cuando Edward Morrow, corresponsal radial de la cadena CBS, planteó la interrogante, en una emisión grabada, de cómo los coreanos en los “pueblos incendiados por nosotros” durante la fuga a Pusan podrían considerar “el atractivo del comunismo”, los altos jefes de la CBS se negaron a transmitirla.
Aparte del Militant —una de las pocas fuentes de información objetiva en esos años— la verdad sobre lo sucedido en Corea solo empezó a filtrarse ante el impacto de la lucha por la reunificación nacional del pueblo vietnamita en los años 60 y 70 y el movimiento mundial contra la guerra norteamericana en ese país.
Estas revelaciones también se vieron impulsadas por el resurgimiento de luchas contra la tiranía en Corea del Sur apoyada por Washington, principalmente la rebelión de Kwangju en 1980, en la que miles de trabajadores armados tomaron la ciudad. Policías y tropas del gobierno sudcoreano, con el apoyo de las fuerzas militares norteamericanas en ese país, mataron a cientos de personas en Kwangju. Pero las repercusiones de esta y otras batallas en Corea del Sur llevaron a la caída de la dictadura de Chun Doo-hwan unos años mas tarde.
El 60 aniversario de la guerra de Corea estimuló la publicación de nuevos libros que relatan más hechos sobre sus raíces y sus consecuencias. Uno de ellos es The Korean War: A History (La guerra de Corea: Una historia; Modern Library, 2010), por Bruce Cumings, quien también ha escrito otros valiosos trabajos en los últimos 30 años. Este año salió Brothers at War: The Unending Conflict in Korea (Hermanos en guerra: El conflicto incesante en Corea; Norton, 2013), por Sheila Miyoshi Jager. Otro libro valioso (especialmente acerca de las condiciones enfrentadas por las tropas norteamericanas y sus aliados de la “ONU”), publicado en el 50 aniversario, es MacArthur’s War: Korea and the Undoing of an American Hero (La guerra de MacArthur: Corea y la caída de un héroe americano; Simon and Schuster, 2000), por Stanley Weintraub, quien fue soldado en Corea durante esos años. Gran parte de la información en estos artículos proviene de estos libros y de las páginas del Militant desde 1945.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación en Corea, creada en 2005 por el gobierno sudcoreano para investigar las atrocidades antes, durante y después de la guerra —y disuelta cinco años más tarde por hacer su trabajo demasiado bien— sacó a relucir pruebas del asesinato de entre 100 y 200 mil personas por las autoridades sudcoreanas entre 1945 y 1953, así como 138 masacres por las fuerzas norteamericanas durante la guerra.
La comisión se estableció en gran medida debido a la revelación muy difundida en 1999 de la masacre de unos 400 civiles en la aldea de No Gun Ri en julio de 1950. Fue una de las muchas atrocidades cometidas por tropas estadounidenses y sudcoreanas y encubiertas durante medio siglo por la prensa burguesa en Estados Unidos y otros países. Uno de los casos documentados, cometidos por las fuerzas sudcoreanas durante su huida de Seúl en julio de 1950, fue la matanza y el entierro en masa de unas 4 mil personas en la ciudad de Taejon, donde se dio una de las más reñidas batallas en las primeras semanas de la guerra.
Invasión por Inchon
En septiembre de 1950, cuando parecía inminente la derrota de las fuerzas de Corea del Sur y Estados Unidos, unos 80 mil marines norteamericanos invadieron por el puerto de Inchon, cerca de Seúl. Durante las semanas siguientes, las fuerzas armadas de la RPDC organizaron un repliegue hacia el norte desde el perímetro de Pusan.
Pero la promesa grandilocuente que el general MacArthur les había hecho a las tropas norteamericanas de que estarían “de regreso en casa para el Día de Acción de Gracias”, y luego “para Navidad”, era un embuste. Al acercarse los soldados norteamericanos al río Yalu, que separa Corea de China, unos 260 mil efectivos chinos cruzaron el río para ayudar a las fuerzas de la RPDC a repeler la invasión. Y MacArthur —quien jamás pasó una sola noche en Corea durante toda la guerra, regresando en avión a las comodidades de Tokio después de cada visita— tampoco equipó a los soldados norteamericanos para el crudo invierno coreano. Muchos sufrieron congelación y sus armas y equipos dejaron de funcionar.
A principios de 1951, en un punto bajo de la moral de las fuerzas estadounidenses, el general Matthew Ridgway asumió el mando operativo y logró defender una línea cerca del paralelo 38. Los mortíferos bombardeos norteamericano de Corea del Norte que arrasaron Pyongyang y muchas otras ciudades, pueblos y aldeas no habían logrado quebrantar la voluntad del pueblo coreano.
Tampoco lo había logrado la administración Truman al amenazar con desatar armas nucleares en represalia por la ayuda de las tropas chinas a las fuerzas de liberación coreanas. “Vamos a tomar todas las medidas necesarias para afrontar la situación militar”, dijo Truman el 30 de noviembre de 1950 en rueda de prensa. Entre otras cosas la administración consideró lanzar ataques contra China y “contempló activamente” el uso de bombas atómicas.
Al final, en julio de 1951 el gobierno norteamericano acordó iniciar conversaciones con la RPDC para un alto al fuego. Al volverse más impopular la guerra entre el pueblo trabajador de Estados Unidos en los dos años siguientes, la nueva administración republicana de Dwight Eisenhower finalmente firmó un armisticio el 27 de julio de 1953 en la aldea coreana de Panmunjom, cerca del paralelo 38.
Según la mayoría de los cálculos, más de 4 millones de personas murieron en la guerra organizada por Washington, incluidos al menos 2 millones de civiles. La gran mayoría de los muertos eran coreanos: un 10 por ciento de la población de la península antes de la guerra. Además, cientos de miles de chinos resultaron muertos o heridos.
Por otra parte, murieron más de 40 mil soldados de Estados Unidos y otros países aliados, unos 115 mil resultaron heridos y más de 7 500 efectivos norteamericanos aún figuran como desaparecidos en combate.
En términos proporcionales, el mayor número de muertos y heridos lo sufrieron las llamadas fuerzas de la ONU, enviadas como carne de cañón por gobiernos aliados para ayudar a disfrazar la guerra de Washington. De la primera unidad de 300 hombres enviados por Turquía para el combate, solo sobrevivieron el 45 por ciento; y el índice total de bajas entre las tropas turcas (muertos y heridos) fue del 20 por ciento. Las tropas de Bélgica, Etiopía, Francia, Colombia, Grecia, Luxemburgo y Holanda sufrieron bajas que variaban entre el 13 y el 32 por ciento.
Cómo hizo campaña el ‘Militant’
El Militant hizo campaña para poner fin a la guerra imperialista en Corea. Igual que había hecho al cubrir las luchas del pueblo trabajador de Corea durante todo el quinquenio antes de la guerra, el semanario siguió buscando minuciosamente en la prensa burguesa para encontrar hechos no muy divulgados, y publicó relatos de soldados o marineros estadounidenses que habían estado en Corea.
Entre los más de 200 artículos, editoriales y comunicados de candidatos del Partido Socialista de los Trabajadores solo durante el primer año y medio del conflicto, algunos de los titulares decían: “Candidato PST denuncia intervención en Corea”, “Jim Crow en Corea”, “Verdadero papel de la ONU”, “Reporteros de guerra describen atrocidades EE.UU. en Corea”, “Movimiento sindical debe exigir: ‘¡No a guerra contra China!’”, “Censor del ejército EE.UU. mantiene ‘incomunicado’ a reportero”, “Millones en Corea huyen de bombas EE.UU.”, “Soldados de Rhee masacran aldea entera en Corea del Sur”, y “Guerra de Corea cumple un año; Fin a la matanza ya; Acheson forzado a admitir que la ‘operación policial’ es una verdadera guerra”.
En 1950 y 1951 el semanario obrero publicó tres cartas del secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores al presidente Harry Truman y a miembros del Congreso de Estados Unidos.
“Esto es más que una lucha por la unificación y liberación nacional, escribió Cannon en la primera carta, fechada el 31 de julio de 1950, unos días después de que las tropas estadounidenses entraran en combate. “Es una guerra civil. De un lado están los trabajadores, campesinos y la juventud estudiantil coreanos. Del otro lado están los latifundistas, usureros, capitalistas y sus agentes policiales y políticos. Las masas de trabajadores empobrecidos y explotados se han levantado para deshacerse tanto de los parásitos nativos como de sus protectores extranjeros. . .
“Su guerra no declarada en Corea, Sr. Presidente, es una guerra de esclavización. Así lo ve el propio pueblo coreano, y nadie conoce los hechos mejor que ellos. Han sufrido la dominación y degradación imperialista por más de medio siglo —escribió Cannon— y pueden reconocer su rostro aunque se disfrace tras una bandera de la ONU. . .
“Yo le exijo a que ponga fin a la injusta guerra contra Corea. Retire todas las fuerzas armadas estadounidenses para que el pueblo coreano pueda tener la plena libertad de decidir su destino a su propia manera”.
Cannon escribió su segunda carta el 4 de diciembre de 1950, después de que tropas chinas acudieran en ayuda de Corea y en medio de las amenazas nucleares de Truman. “Su aventura temeraria y peligrosa en Corea ha llevado a este país a un conflicto con los 500 millones de habitantes de China y amenaza con desatar una ‘guerra completamente diferente’”, escribió Cannon. “La solución propuesta por usted, Sr. Presidente, representa una amenaza de repetir las atrocidades de Hiroshima y Nagasaki usando la bomba atómica en Corea. . . ¡Alto a la guerra YA!”
Tres años después, tras el alto el fuego suscrito en julio de 1953, el Militant aplaudió la derrota que el pueblo coreano le había asestado a las metas bélicas de Washington y sacó lecciones del sangriento asalto imperialista. “Ejércitos gigantescos se han enfrentado en tres años de feroz combate; se ha recurrido a una inaudita concentración de fuego; las bajas ascienden a millones y la destrucción de propiedades ha sido casi total”, señaló un artículo en la edición del 17 de agosto.
El alto el fuego en Corea, explicó el Militant, reflejó “el hecho de que por primera vez en su historia, Estados Unidos, principal potencia capitalista y punta de lanza militar del imperialismo mundial, ha salido de una guerra sin una victoria.”
Washington rehúsa firmar tratado de paz
Durante las seis décadas desde el armisticio de 1953 en la guerra de Corea, el gobierno norteamericano ha continuado oficialmente un estado de guerra en la península. Hasta el día de hoy se niega a firmar un tratado de paz con la República Popular Democrática de Corea. Entre otras cosas Washington mantiene más de 28 500 efectivos en Corea del Sur y cada año realiza provocadoras maniobras militares conjuntas con las fuerzas de Seúl.
En sus intentos de aislar y sofocar al pueblo de Corea del Norte, solo en este año [2013] Washington ha tomado la iniciativa de imponerle a la RPDC dos nuevas series de sanciones económicas y financieras, adoptadas por el Consejo de Seguridad de la ONU el 22 de enero y el 7 de marzo. Estas sanciones le restringen aún más las transacciones bancarias y el acceso al crédito comercial, a la vez que amplían la lista de importaciones prohibidas. Otra medida decreta la interdicción obligatoria —léase, piratería— de barcos y aeronaves norcoreanos sospechosos de transportar productos prescritos.
A mediados de julio de 2013, a petición de Washington, las autoridades panameñas, detuvieron un buque de carga norcoreano proveniente de Cuba cuando estaba a punto a cruzar el Canal de Panamá. El gobierno de Panamá al principio dijo que estaba respondiendo a una “pista” de la inteligencia norteamericana de que el barco Cong Chon Gang transportaba drogas. Después alegó que el cargamento violaba el embargo de armas de la ONU. La nave estaba transportando azúcar así como armas cubanas que iban a ser reparadas en Corea del Norte.
Los pretextos que usó Washington para sus últimos dos grupos de sanciones fueron que en diciembre de 2012 la RPDC logró lanzar y poner en órbita un satélite y en febrero de 2013 realizó un ensayo de armas nucleares. La hipocresía y arrogancia imperial de la clase dominante norteamericana se revelan en dos hechos. Primero, de los más de mil satélites en órbita hasta mayo de 2013, un 43 por ciento son de origen estadounidense, y el 12 por cien de ellos tienen fines expresamente militares. Y segundo, de las 2 053 pruebas nucleares realizadas desde 1945, Washington ha efectuado 1 032 y Pyongyang 3.
Por otra parte, Washington abiertamente mantuvo armas nucleares tácticas en territorio sudcoreano hasta 1991. Y nueve submarinos portadores de armas nucleares merodean las aguas del Pacífico, cada uno con misiles (de alcance superior a 5 500 millas) y ojivas nucleares equivalentes, en su nefasta carga, a 6 mil veces el holocausto imperialista desatado en agosto de 1945 contra los habitantes japoneses y coreanos de Hiroshima.
En un reciente mensaje, el Comité Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores le expresó al Comité Central del Partido de los Trabajadores de Corea, por el 65 aniversario de la fundación de la RPDC: “Los pueblos de Corea, Asia y otras partes del mundo no tienen interés alguno en estas armas monstruosamente destructivas. Aspiran a un mundo donde estén libres de ellas, de una vez por todas. …
“¡Tropas y armas norteamericanas fuera de Corea, fuera de sus cielos y aguas! ¡Por una península y un Pacífico libres de armas nucleares!
“¡Corea es una sola!”
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