El 29 de septiembre estallaron enfrentamientos sangrientos en el Cáucaso mientras los gobiernos de Azerbaiyán y Armenia se disputan el control de Nagorno-Karabaj. El conflicto ha sido atizado por los gobernantes de Rusia y Turquía, quienes pretenden controlar los recursos petroleros y mercados de la región.
Los gobiernos de Armenia y Azerbaiyán se han acusado mutuamente de agredir al otro. Nagorno-Karabaj se encuentra en Azerbaiyán, pero tiene una población mayoritariamente armenia. Al menos 158 personas han muerto en los ataques.
En 1991 unas 30 mil personas fueron masacradas en una guerra por el control del territorio ocurrida mientras se desintegraba el régimen estalinista en la Unión Soviética ese año. El nuevo gobierno de Rusia negoció un alto al fuego en 1994, pero nunca se firmó un acuerdo de paz. Cientos de miles de azeríes fueron expulsados de Nagorno-Karabaj que actualmente está gobernado por fuerzas vinculadas al gobierno armenio. Los gobernantes de Azerbaiyán insisten en que el enclave les pertenece y han amenazado repetidamente con recuperarlo.
Moscú tiene vínculos estrechos con ambos países, que son ex repúblicas soviéticas, y considera que el Cáucaso es parte de su “exterior cercano”, su esfera de dominio. Los gobernantes turcos son aliados del gobierno de Azerbaiyán e insisten que es su deber defender a los pueblos de origen túrquico.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, mientras suministra armas a los gobernantes de Azerbaiyán, acusa al gobierno de Armenia de ser “la mayor amenaza a la paz y la tranquilidad en la región”.
Los azeríes son parte del pueblo mayoritariamente musulmán con lenguas túrquicas que habita en Asia Central. Lo que hoy es Azerbaiyán fue conquistado por el imperio zarista ruso en el siglo 18. Antes del final de la primera guerra mundial imperialista, los gobernantes del Imperio Otomano, en lo que ahora es Turquía, intentaron conquistar la región.
Los armenios son una nacionalidad centenaria y mayoritariamente cristianos. Su tierra —y su monumento nacional, el histórico Monte Ararat— fue conquistado por el Imperio Otomano en el siglo 16 y por Rusia en el 19. En 1915, los gobernantes otomanos masacraron a cientos de miles de armenios, incluidos muchos en Karabaj.
La revolución cambia el Cáucaso
Con el fin de la Primera Guerra Mundial, la caída del Imperio Otomano y la revolución de trabajadores y campesinos en Rusia, el pueblo trabajador en Armenia y Azerbaiyán se levantaron y tomaron el poder.
Los gobiernos soviéticos creados en ambos países, así como en Georgia, Ucrania y Belarús, se unieron a Rusia para establecer la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El gobierno revolucionario en Rusia, dirigido por V.I. Lenin y los bolcheviques lucharon para garantizar los derechos de las naciones que habían sido oprimidas por el imperio zarista. Tomó medidas especiales para el desarrollo de la economía, los derechos lingüísticos y la cultura de los pueblos oprimidos de la URSS. Hubo un florecimiento de la alfabetización y el arte en Azerbaiyán y Armenia y, junto con Georgia, formaron la República Federal Socialista Soviética de Transcaucasia.
Pero la política revolucionaria de los bolcheviques sobre la autodeterminación nacional y la federación voluntaria fue atacada por una capa burocrática dirigida por José Stalin que estaba emergiendo en la década de 1920. La última batalla política de Lenin antes de su muerte en 1924, fue contra los esfuerzos de Stalin de reimponer el chovinismo gran ruso en Georgia.
Los logros obtenidos por los trabajadores y agricultores en Transcaucasia fueron revertidos por la contrarrevolución estalinista. Las rivalidades nacionales que habían comenzado a disminuir surgieron de nuevo. Los sangrientos conflictos de hoy son una consecuencia de esa derrota.
Tras la desintegración de la Unión Soviética, los gobernantes capitalistas emergentes en Azerbaiyán y Armenia declararon la independencia.
En Azerbaiyán, los gobernantes y los inversores capitalistas extranjeros se enriquecieron expandiendo la explotación de los vastos recursos de petróleo y gas del país. Han construido nuevos oleoductos a través de Georgia y Turquía —evitando en gran medida la red de oleoductos de Moscú— para vender combustible en Europa Occidental. En noviembre pasado se inauguró un oleoducto desde la costa del mar Caspio de Azerbaiyán, que pasa cerca de Nagorno-Karabaj.
Moscú tiene vínculos más estrechos con los gobernantes de Armenia, donde mantiene una base militar y tiene desplegados 5 mil soldados a lo largo de la frontera con Turquía.
Creciente crisis capitalista
A medida que crece la crisis mundial capitalista, los regímenes como Moscú y Ankara se ven impulsados a una mayor competencia económica y por influencia política.
Los gobernantes de Rusia y Turquía también se han enfrentado en lados opuestos al intervenir en las guerras civiles en Libia y Siria.
Erdogan afirmó el 3 de octubre que Turquía “ocuparía el lugar que le corresponde en el orden mundial”, como resultado de las intervenciones de su gobierno. Pero en realidad, los gobernantes de Turquía actúan desde un punto débil a causa de una grave crisis económica en el país.
Su moneda, la lira, se ha desplomado un 150 por ciento frente al dólar desde 2016. Las agencias de evaluación crediticia han rebajado la calificación de la deuda soberana de Turquía y los capitalistas extranjeros están disminuyendo sus inversiones en el país.
Para el pueblo trabajador, el gobierno de Erdogan ha sido un desastre. Más de una cuarta parte de los jóvenes no tiene trabajo, y la cifra de los que han perdido la esperanza de encontrar uno está en un nivel récord: tres veces el nivel del año pasado.
Moscú tiene sus propios problemas, una economía excesivamente dependiente del petróleo, un levantamiento popular en la vecina Belarús y grandes protestas durante meses en el Lejano Oriente de Rusia.