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Vol. 73/No. 23      15 de junio de 2009

 
FBI quería que los 5 Cubanos traicionaran
Gerardo Hernández: No pudieron doblegarnos,
por eso nos metieron en el ‘hueco’
(especial, segunda parte)
 
A continuación reproducimos la segunda parte de una entrevista con Gerardo Hernández, uno de los cinco revolucionarios cubanos que han estado presos en Estados Unidos bajo cargos falsos por más de 10 años. Saul Landau, miembro del Institute for Policy Studies (Instituto de Estudios de Políticas) en Washington, quien está haciendo un documental sobre el caso, realizó la entrevista por teléfono el 1 de abril. Se publicó originalmente en cinco partes en la revista digital Progreso Semanal. La primera parte apareció en el Militante la semana pasada. Se publicarán las tres partes restantes en las próximas semanas.

Conocidos a nivel mundial como los Cinco Cubanos, Gerardo Hernández, Antonio Guerrero, Ramón Labañino, Fernando González y René González han estado presos desde el 12 de septiembre de 1998. Habían estado recogiendo información sobre las actividades de grupos cubanoamericanos contrarrevolucionarios que operan desde el sur de Florida con la complicidad de Washington y que tienen una historia de ataques violentos contra Cuba.

Los cinco fueron objeto de un caso amañado y declarados culpables en 2001 de cargos que incluían no inscribirse como agentes de un gobierno extranjero y “conspiración para cometer espionaje”. Recibieron condenas que varían desde 15 años de cárcel hasta cadena perpetua. Hernández, quien además fue acusado falsamente de “conspiración para cometer homicidio”, recibió una condena de doble cadena perpetua más 15 años, y hoy está encerrado en la penitenciaria federal de Victorville, California.

Un panel de tres jueces del tribunal federal de apelaciones falló en 2005 que los cinco no habían recibido un juicio imparcial por el ambiente político hostil en Miami. El año siguiente el tribunal completo de 12 jueces revisó el caso y anuló esta decisión. En 2008 el tribunal dictaminó que las condenas contra Guerrero, Labañino y Fernando González eran excesivas y remitió esos casos al tribunal original para dictar sentencias nuevas.

Los cinco han apelado su caso a la Corte Suprema de Estados Unidos. Se anticipa que el tribunal decida en junio si considerará la apelación.

Las notas al pie son del Militante. Se han hecho leves cambios de estilo y gramática.
 

*****

Saul Landau: ¿Y usted personalmente conocía a algunos de estos terroristas,1 como usted los llamaba?

Gerardo Hernández: No. Vi a algunos. Pero no tuve contacto. Se acusa a algunos de nosotros de haber sido oficiales ilegales. En el caso mío, yo tenía una identidad falsa. Yo era Manuel Viramontes. Yo recopilaba información que me daban los agentes que mantuvieron sus propias identidades, como en el caso de René González. El mantuvo su propio nombre. El robó un avión de Cuba. Alguien así cuenta con la confianza como para poder acercarse a una organización. En el caso mío no, porque soy una persona que ni siquiera tengo una historia verídica. Mi función era recopilar la información que ellos me daban y enviarla para Cuba.

Landau: ¿Usted trabajaba durante el día como diseñador gráfico, no?

Hernández: Era más bien trabajo por cuenta propia. Al menos era mi historia, ¿no? Llegué a hacer algunas ilustraciones para algún periódico, pero era básicamente una historia para salvar la imagen.

Landau: ¿Entonces usted supervisaba a los demás que se habían infiltrado en los grupos? Explique cómo se hace.

Hernández: No es muy conveniente dar muchos detalles, ¿no? En los récords del caso está documentado que había toda una serie de agentes que tenían acceso a determinadas organizaciones. Su función era precisamente proteger a Cuba determinando de antemano los planes de estas organizaciones, y previniendo a Cuba.

René, por ejemplo, estaba en Hermanos de Rescate2; se enteraba, Basulto hizo un comentario de que tienen un arma lista para probar con unos blancos en los Everglades. La están disparando y tiene una buena efectividad. Y el plan es buscar un lugar en Cuba donde se pueden descargar.

Me avisaba por un sistema de comunicación que teníamos previamente acordado, digamos un beeper. Yo atendía a su llamada, acordábamos en vernos también con un lenguaje previamente acordado. Nos veíamos en un lugar después de tomar toda una serie de medidas y él me decía, “Mira, está pasando esto, están probando un arma que quieren introducir en Cuba”. O “Alfa 66 está planeando una expedición. Se quieren acercar a las costas de Cuba otra vez a disparar”. O “Están pensando poner una bomba en un avión que viaje de Centroamérica a Cuba para afectar el turismo”.

¡No estoy inventando nada! Entonces les instruía en cómo buscar más información sin tomar riesgos innecesarios. Y mandaba información para Cuba y Cuba me respondía: “Es necesario hacer esto, hacer lo otro, buscar información por esta vía, por la otra”. Básicamente ese era el trabajo.

Landau: ¿Me puede describir en detalle el día que fue arrestado por el FBI?

Hernández: Bueno, fue un sábado. Yo estaba durmiendo. Eran aproximadamente las 6 de la mañana. Yo vivía en un apartamento, en un edificio, era bastante pequeño, de un cuarto. Mi cama estaba bastante cerca de la puerta, precisamente por ser pequeño. Recuerdo haber escuchado que alguien estaba forzando la cerradura, dentro del sueño. Apenas me dio tiempo de reaccionar porque sentí un estruendo bien grande porque tumbaron la puerta. Era un SWAT team [equipo élite de la policía]. Prácticamente eso no me dio tiempo ni de sentarme en la cama, y estaba rodeado por personas con ametralladoras y con sus cascos, y todo se ha visto en las películas.

Me arrestaron, me levantaron de la cama, me esposaron, me revisaron la boca. Parece que habían visto muchas películas de James Bond y pensaron que yo iba a tener cianuro en la boca. Me revisaron la boca para ver si no me iba a envenenar. Les pregunté por qué me estaban arrestando, y me dijeron, “Tú sabes por qué”. Me montaron en un carro y me llevaron para el cuartel general del FBI en el sur de la Florida que está en la Avenida 163, allí en Miami. Allí comenzó el interrogatorio. Pero el arresto fue así como le digo.

Landau: ¿Y lo pusieron en “la caja”?

Hernández: En el cuartel del FBI estuvimos un tiempo cada uno en oficinas separadas. Me sentaron en una oficina, me esposaron las manos a la pared. Allí me interrogaron. Tuve el “honor” de que viniera a verme Héctor Pesquera. El era el director del FBI del sur de la Florida, y era puertorriqueño. Y la identidad que yo tenía era de puertorriqueño también; Manuel Viramonte era supuestamente puertorriqueño también.

Le dije que era de Puerto Rico y él me empezó a hacer preguntas sobre Puerto Rico. Todo tipo de preguntas. ¿Quién era el gobernador en este año? ¿Dónde tú vivías? ¿Qué guagua tú cogías para ir a la escuela? ¿Por dónde cogías? Y cuando él vio que yo se las respondía, se molestó bastante. Le dio un puño a la mesa y dijo, “Sé que eres cubano y que te vas a podrir en una prisión porque Cuba no va a hacer nada por ti”.

Entonces, no él específicamente, pero ya los otros que tomaron parte en el interrogatorio, empezaron a hacer todo tipo de ofertas. Me decían: “Tú sabes cómo es este negocio. Tú sabes que eres oficial ilegal, y lo que dice el libro es que Cuba no va a reconocer que ellos te mandaron para acá con un pasaporte falso. Cuba no va a poder hacer eso, así que te vas a podrir en una prisión. Lo mejor que tú haces es cooperar con nosotros, te ofrecemos lo que tu quieras. Te cambiamos la identidad, cuentas en el banco…” Lo que uno quiera, para que traicionara.

Me decían, “Aquí está el teléfono. Llama a tu cónsul”. Todo tipo de estrategias para que uno traicionara. Eso le pasó a los cinco, a cada uno por separado. Posteriormente nos llevaron a la prisión, al Centro de Detención Federal en Miami, y donde nos ponen en lo llamado “el hueco”.

Landau: ¿Por cuanto tiempo?

Hernández: Diecisiete meses. Los primeros cinco meses fueron bastante difíciles para los cinco, por supuesto. Los que teníamos identidad falsa no teníamos nadie a quien escribir, ni nadie que nos escribiera, ni nadie a quien llamar por teléfono. A cada cierto tiempo nos tocaba una llamada telefónica y los guardias venían y abrían una ventanilla en la puerta y ponían el teléfono allí. “¿No vas a llamar? ¿A familia allá en Puerto Rico?”

“No”, decía yo, “No voy a llamar a nadie”.

“¿Pero por qué no llamas?” me decían para mortificar, porque ellos sabían que uno no era puertorriqueño y que no iba a usar el teléfono. Fueron meses bastante duros.

Landau: ¿Describa el “hueco”.

Hernández: Es un área que tiene cada prisión, para disciplinar a los presos, o en casos de protección cuando no pueden estar con el resto de la población. En Miami era un piso; el piso 12. Son celdas de dos personas, aunque hay quien está de manera individual. Nosotros los primeros seis meses estuvimos solos, cada uno en una celda individual, sin contacto ninguno. Posteriormente nuestros abogados tomaron algunas medidas legales para que se nos permitiera vernos de dos en dos. Pero esos primeros seis meses estuvimos en “solitario”, con unas duchitas dentro de la celda para bañarse cuando quisiera. Pero así te mojas toda la celda cuando te bañas.

Allí uno pasa las 23 horas del día. Y hay una hora diaria de recreación en la que lo sacan a uno de la celda y lo llevan para otro lugar. En Miami era prácticamente otra celda, pero un poco más grande y con unas rejillas, que se podía ver un poco del cielo. Sabías si era de día o de noche, y entraba aire fresco. Esa era la llamada “recreación”. Muchas de las veces no íbamos porque tomaba mucho tiempo en lo que esposaran a uno, lo revisen, que le revisen a su celda, que lo lleven. A veces estuvimos todos juntos en la misma celda y podíamos conversar.

El régimen era muy estricto. Se usa para disciplinar a los presos, como castigo por haber cometido una indisciplina grave. Estábamos 23, a veces 24 horas del día dentro de cuatro paredes bastante pequeñas y sin nada que hacer. Es bastante difícil del punto de vista humano. Muchas personas no podían resistir. Veías como perdían sus mentes, dando gritos.

Landau: ¿Usted hizo algo malo?

Hernández: Para allí fuimos desde el principio. Ellos dijeron que era para protegernos del resto de la población. Pero en mi opinión, tiene que ver con intentos de que nosotros cambiáramos de “orilla”, que traicionáramos. Cuando no funciono el miedo ni la intimidación, pensaron, “Bueno, vamos a ponerlos unos cuantos meses allí en solitario a ver si no cambian de opinión”.

Lo único que se podía leer era la Biblia, y había que hacer una solicitud por escrito al chaplain [capellán]. Hice la solicitud, para tener algo que leer y pedí una Biblia. Cuando me la traen —no sé si era una gran casualidad o no— pero tenía adentro algunas tarjetas, entre ellas con los teléfonos del FBI. Por si acaso se me había olvidado, ¿no? Como diciendo, “Bueno, si este hombre que es comunista está pidiendo una Biblia… es porque está a punto de virarse”. Me imagino que haya sido la forma en que ellos estaban, pensaban, en el medio de su esquema, de su prejuicio.
 
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