El gobierno del presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan lanzó bombardeos aéreos y de artillería y una invasión terrestre de la región kurda de Afrín en el noroeste de Siria el 19 de enero. Los ataques —cínicamente denominados Operación Ramo de Olivo— cuentan con la aprobación de Moscú, cuyas tropas fueron retiradas del área para abrir paso a las fuerzas de Ankara.
Los gobernantes de Estados Unidos se lavaron las manos en relación a la situación de los kurdos. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, dijo que Washington “entiende” las “legítimas preocupaciones de seguridad” de Ankara, y pidió solamente que los gobernantes de Turquía “garanticen que sus acciones sean limitadas en alcance y duración”.
Las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (YPG) han resistido los ataques y, según los informes, hasta ahora las tropas turcas solo han logrado avances limitados.
El ataque ocurre en medio de un amplio descontento entre los trabajadores en Irán con las operaciones militares del régimen contrarrevolucionario dirigido por clérigos que han resultado en un mayor número de bolsas con cadáveres de jóvenes siendo enviadas de regreso a Irán desde el frente mientras la guerra civil en Siria continúa.
Los gobernantes turcos llevan mucho tiempo tratando de asestarle golpes al YPG. Alrededor de 30 millones de kurdos, son una nacionalidad oprimida distribuida en territorios en Irán, Iraq, Siria y Turquía. El YPG ha sido la fuerza más eficaz en los combates para expulsar al Estado Islámico de Siria. En el proceso, unos dos millones de kurdos han establecido una región autónoma a lo largo de la frontera con Turquía. Los gobernantes capitalistas en Ankara temen que esto inspire a los kurdos en Turquía a luchar por sus derechos nacionales.
La provincia de Afrín tiene una población de por lo menos 800 mil habitantes, incluyendo refugiados que huyen de la guerra civil. Está separada de las otras áreas kurdas del norte de Siria por una porción de territorio al este que se encuentra bajo el control del Ejército Sirio Libre apoyado por Turquía.
Erdogan dice que tiene la intención de “exterminar” al YPG en todas las áreas al oeste del Éufrates. El primer ministro Binali Yildirim dice que el gobierno de Turquía quiere crear una zona de 19 millas dentro de Siria en la que el YPG no pueda operar.
Erdogan acusa al YPG de ser el ala siria del Partido de los Trabajadores de Kurdistán, un partido armado en Turquía con raíces estalinistas que ha librado una guerra de guerrillas durante casi tres décadas.
Hubo protestas contra el ataque turco en la provincia de Afrín, en Erbil en el Kurdistán iraquí, Londres, Alemania y otros lugares. En Estambul el gobierno turco atacó a los manifestantes con policías antimotines y censuró los medios de comunicación que informaban sobre su ataque a Afrín. Cientos de manifestantes y políticos de la oposición han sido arrestados. Erdogan dijo que “aplastará” toda oposición en Turquía a la intervención militar de Ankara en Siria.
Moscú intentó convencer a los dirigentes del YPG de que entregaran el control de Afrín al régimen de Assad, diciendo que esto detendría el ataque de Ankara. “Expulsamos al ejército sirio de Afrín hace cinco años, y no podemos permitirles regresar”, dijo Bahjat Abdo, jefe de la Autoridad de Defensa Kurda en Afrín, a Kurdistán24.
Los gobernantes norteamericanos han demostrado durante décadas que, cuando llega el momento decisivo, son adversarios mortales de la lucha kurda por derechos nacionales. Fueron cómplices de la ocupación de un tercio del territorio controlado por los kurdos en Iraq por Bagdad en octubre.
El secretario de estado Rex Tillerson anunció el 17 de enero que el despliegue militar de 2 mil soldados estadounidenses en Siria continuará indefinidamente. El secretario de defensa James Mattis dijo posteriormente que revertir la influencia de Teherán en el Medio Oriente era una preocupación central para Washington.
Los gobernantes capitalistas en Teherán han usado su ejército y milicias para extender la influencia de los dirigentes contrarrevolucionarios de Irán a través de la región. Y junto con Hezbollah, respaldado por el poder aéreo de Moscú, fueron decisivos para apuntalar la dictadura de Assad, la cual ha reconquistado la mitad de Siria.
Las consecuencias de las guerras de los gobernantes iraníes tienen un impacto diferenciado según la clase social, con un mayor impacto en la clase trabajadora. Al inicio los clérigos gobernantes trataron de ocultar el alcance de sus operaciones militares. Pero a medida que aumentó el número de muertos no pudieron ocultarlas. Empezaron a construir monumentos y pancartas para los “mártires” de Irán en los barrios obreros, con la esperanza de obtener un apoyo patriótico.
En 1979 los trabajadores apoyaron, y participaron voluntariamente en la guerra contra la invasión de Saddam Hussein, que contaba con el respaldo de Washington, que pretendía derribar la revolución en Irán que derrocó al sha.
Pero nada de eso sucedió esta vez. El creciente número de víctimas de estos conflictos ha alimentado una crisis social y política más amplia. Los sacrificios de las guerras del régimen llevaron al auge obrero que se propagó por 90 ciudades y pueblos iraníes a principios de este mes.
La cuestión de la guerra —y cuestiones afines sobre moralidad, cultura y política— son las causas más profundas de las protestas obreras en Irán.
Kazem Sadighi, un prominente clérigo, en un sermón el 12 de enero calificó de “basura” a los trabajadores participantes de estas protestas, muy parecido a la descripción de Hillary Clinton en 2016 de los trabajadores que apoyaban a Donald Trump como “deplorables”. Esto refleja la actitud despectiva que los gobernantes capitalistas y sus partidarios de clase media tienen de la clase trabajadora por todo el mundo.